Sólo me pasan cosas buenas


El siguiente relato es de la casa



Sólo me pasan cosas buenas


Al fin, después de varios años de arduas meditaciones, he llegado a la conclusión de que debo compartir las vivencias que me participó Ignacio, mi mentor, a fin de ayudar, inspirar o traer luz a quien pueda necesitarla.

No diré quién soy, porque en ésta y en sucesivas historias el único protagonista es Ignacio, quien desapareció misteriosamente hace unos años y que, esté donde esté, será un hombre tan feliz como ningún hombre haya sido.

Nuestra historia comienza un frío día de Diciembre, en Mallorca, lugar dónde Ignacio Sabio residía, y quizá aún resida.

El hotel estaba saturado de periodistas deseosos de lanzar sus preguntas al escritor que había conseguido vender dos millones de ejemplares de una novela de autoayuda en un país sin demasiada tradición en este campo y, por tanto, baja demanda. Ignacio Sabio sostenía su libro “Atrayendo las cosas buenas”, y mostraba una impecable y seductora sonrisa ante las cámaras de los fotógrafos. No sólo era un escritor superventas, sino que además era joven (32 años) atractivo y todo un maestro en la cama (numerosos amantes de ambos sexos, entre los que me incluyo, podían atestiguarlo).

- Hay quien dice que lo único que ha hecho es coger veinte libros de autoayuda americanos y hacer un refrito. ¿Es cierto? –preguntó un periodista, tan mezquino como su pregunta.
- En realidad eso es exactamente lo que he hecho –contestó Ignacio Sabio, sin perder la sonrisa.


El periodista pareció decepcionado. Otra periodista, con mejor aspecto y mejores modales, le lanzó otra pregunta siguiendo el tema.

- Señor Sabio, yo sí he leído su libro y no he encontrado nada ni remotamente parecido a un plagio de otros autores.
- Me alegro de que piense de esa manera.
- Entonces, ¿es cierto lo que le ha dicho a mi compañero? ¿Ha hecho una mezcolanza de otros títulos exitosos y ajenos?
- En absoluto. Este libro es fruto de mi propia experiencia, de mi filosofía, de mis tremendos errores y modestos aciertos, de mis tropiezos, mis caídas y la forma en que después me levanto del camino extraordinario y polvoriento que es la vida… Todo lo que tiene este pequeño hijo de puta en su interior es fruto de su papá, que soy yo.


Se oyeron algunas risas. Entonces intervino el mezquino.

- ¿Y por qué me ha contestado a mí lo contrario?
- ¿Cómo se llama?
- Juanjo.
- Bien. Querido Juanjo, si hubiera leído siquiera la introducción de mi libro sabría que uno de los diez puntos esenciales de mi filosofía es que a la gente hay que decirle lo que quiere oír, ya que es una forma directa de hacerla feliz.


Se oyeron algunas risas más y el periodista Juanjo se puso rojo como un tomate.

- A mí no me acaba de hacer feliz, precisamente –dijo el periodista Juanjo en un arranque de inspiración.
- Porque otro de los diez puntos esenciales de mi filosofía es dar una lección a quién la necesita.


El tema quedó zanjado cuando un tercer periodista lanzó su pregunta.

- Pero sí es cierto que usted habla en su libro de la ley de la atracción, y coincidirá conmigo en que eso no es una idea suya.
- También hablo de mis viajes en tren y a nadie se le ocurriría preguntarme si yo inventé el ferrocarril. La ley de la atracción, para bien o para mal, es algo suficientemente documentado como para que le otorguemos la misma sustancia que al pollo con champiñones que hemos comido a medio día o a la playa a la que llevamos a nuestros hijos en verano. Yo he sentido en mi propia carne la ley de la atracción, me ha llevado a dónde estoy hoy, y por lo tanto, hablo de ella en mi libro.
- Usted le da una importancia notable a las listas. ¿Tan importantes las considera? –preguntó otro periodista desde el fondo de la sala de congresos.
- Sin ellas yo no habría podido escribir este libro, mucho menos publicarlo. La mente humana tiende a divagar. Lo que es importante para nosotros hoy no lo es mañana. La única forma de conseguir cumplir los objetivos es recordarnos constantemente que tenemos objetivos, y ahí es dónde entran en juego las listas. Apuntamos todo lo que es importante hoy, en este día, para nosotros. Todo lo que queremos o sentimos que debemos hacer tiene que ir en la lista Al final del día tachamos aquellas cosas que hemos hecho y al día siguiente copiamos en la nueva hoja las que no hicimos. Como están al principio de la nueva lista, las consideramos prioritarias. Si ese día tampoco les prestamos atención seguirán apareciendo en sucesivas listas, pendientes de resolución. Así no permitimos que las cosas importantes hoy dejen de serlo mañana por el indecoroso exceso de inconstancia mental que padecemos como especie. Algo tan sencillo y aparentemente inocuo como una lista apuntada en un papel puede cambiar la vida hasta límites insospechados.
- ¿Y si soy tan inconstante que me olvido de hacer la lista? –preguntó alguien.


De nuevo las risas.

- Tendrá que apuntar “volver a hacer mi lista” en la siguiente lista.
- ¿Es cierto que a usted sólo le pasan cosas buenas? –preguntó un periodista que aún no se había estrenado.
- Es cierto, sí.
- ¿Y no le da miedo que un loco de pronto saque una pistola y le vuele los sesos?
- Es más probable que eso le pase a usted.
- ¿Por qué dice eso?
- Porque es usted quien ha tenido ese pensamiento, e, inevitablemente, lo que pensamos es lo que atraemos. Yo ni siquiera considero, no ya dignos de mención, sino dignos de sobrevolar mi mente, esa clase de pensamientos.
- Pero ya lo he mencionado. Y usted me ha escuchado. Ha traspasado su mente impoluta y ese pensamiento también es ahora suyo. ¿Podría ocurrir ahora?
- En absoluto.
- ¿Por qué?
- Porque entonces no podría ver la televisión, ni coger un avión, ni salir de mi casa, y la vida se tornaría pero que muy aburrida. Porque los medios nos bombardean constantemente con cosas horribles y la gente te suele contar siempre en primer lugar lo malo. Pero lo que me hace ser yo y que me ocurran las cosas que me ocurren es lo que yo pienso, no lo que piensa usted o lo que piensen los medios, y yo, como ya le dije, ni siquiera me planteo ese tipo de cosas, ni aunque se las oiga a usted. ¿Me explico?
- Perfectamente. Pero podría ocurrir. No puede negar que podría ocurrir.
- Si va a sacar una pistola, hágalo ya. Estoy empezando a aburrirme.


La periodista amable de antes atajó el tema llevándolo por otros derroteros.

- ¿Sólo le pasan cosas buenas?
- Así es.
- ¿Y esos errores de los que hablaba antes?
- Los errores son cosas buenas. No olvide que un gran problema es una mayor oportunidad.
- ¿Y desde cuando le pasan sólo cosas buenas?
- Desde que empecé a vivir “Atrayendo las cosas buenas”, que, por cierto, es el título del libro por el cual están ustedes aquí.


Así siguió transcurriendo la rueda de prensa durante cerca de cuarenta minutos más, pero las cuatro pinceladas que quería subrayar sobre Ignacio Sabio las ha dado él mismo a través de las primeras respuestas que dio a aquellos periodistas una tarde de Diciembre y que seguramente leerían en su día ustedes en el suplemento dominical de cultura de su periódico preferido.

La aventura comenzó justo después de la rueda de prensa. Cuando todos los periodistas se hubieron marchado e Ignacio subía a su habitación del hotel a recoger sus cosas para volver a casa, un hombre lo abordó. Fue al salir del ascensor, en el quinto piso, planta que se destinaba a las suites reservadas a políticos, millonarios e Ignacio Sabio.

- Es usted… -dijo el desconocido.


Mediría un metro setenta y cinco, era robusto, rubio y no exento de cierto atractivo a lo bruto.

- Ignacio Sabio a su servicio –dijo Ignacio, estrechándole la mano. – Se ha perdido la rueda de prensa. ¿Trabaja para algún periódico?


El hombre miró hacia las puertas cerradas de las lujosas habitaciones y se apresuró a negar con la cabeza.

- Oh, no, no. No soy paparazzi. No he subido a su habitación por eso.
- ¿Entonces…?
- Leí su libro y me apeteció conocerle. No tengo mucha suerte últimamente y pensé que quizá usted compartiría conmigo un poco de la suya.
- Pues sígame entonces. Tengo prisa, pero podemos ir hablando mientras recojo mis trastos. ¿Cómo ha dicho que se llama?
- No lo he dicho. Me llamo Tomás.
- Encantado, Tomás.


Ignacio abrió la puerta de la habitación pasando una tarjeta por la ranura a tal fin, y entró, seguido de cerca por el desconocido admirador.

- Vaya. Menuda habitación –dijo Tomás, sin disimular su asombro.
- Yo quería algo más modesto pero los organizadores insistieron. Por cierto, puede atacar el minibar, todo eso ya está pagado y yo no tengo estómago para el alcohol.


Tomás abrió la nevera y sacó tres botellines de champán. A Ignacio no le pasó desapercibido que se guardaba dos de ellos en sendos bolsillos del abrigo.

- Dígame, Tomás. ¿A qué se dedica?
- Invierto en bolsa. Me dedico única y exclusivamente a invertir en bolsa.
- Lo dice como si fuera algo malo.
- Cuando lo pierdes todo, cuando tu mujer te abandona, tus hijos te odian y el banco se queda con tu casa, lo es.
- Lo siento. ¿Llegó a tener mucho dinero?
- Más del que jamás creí posible.
- ¿Y lo perdió todo de golpe?
- En el último mes.
- Entonces lo recuperará. Hasta el último céntimo. Las personas que han tenido riqueza alguna vez, la han conseguido gracias a que tenían pensamientos de riqueza, y la han perdido a causa del miedo. Pero ahora no tiene nada que perder y la riqueza volverá, junto con su forma de ver el dinero, que es exactamente lo que lo atrajo la primera vez.
- Ojalá tenga razón. Sin embargo, también hace un mes que su libro cayó en mis manos.
- Oh…
- Y traté de seguir sus consejos para enriquecerme y estoy en la quiebra más absoluta.
- No me lo tenga en cuenta. Los principios no siempre funcionan igual para todas las personas, pero seguro que habrá sacado algo en claro de toda esta experiencia.


Tomás se acercó a Ignacio mientras éste cerraba su maletín, tras ordenar una inmensidad de papeles.

- ¿Es cierto que sólo le ocurren cosas buenas? –preguntó el hombre robusto.


Al parecer aquella era la parte de su libro que más llamaba la atención de la gente.

- Es totalmente cierto.
- Y dígame, Ignacio Sabio… ¿Hay dinero en esta habitación?
- ¿Cómo dice?
- ¿Tiene caja fuerte?
- En el dormitorio. Ahora iba a vaciarla. ¿Le apetece verla?
- Me encantaría.


Ignacio se dirigió al dormitorio con Tomás pisándole los talones.

- Está dentro del armario –anunció Ignacio.
- ¿No tendrá una pistola ahí dentro?
- ¿La necesito?
- Supongo que no. A usted solo le pasan cosas buenas. ¿No es cierto?
- Vaya, me sorprende que insista. Pero si quiere se lo repetiré. Lo es. Solo atraigo cosas buenas a mi vida.


Tomás se sacó un cuchillo de una funda que llevaba en la parte trasera de su cinturón y le puso su afilada hoja a Ignacio en el cuello.

- Ahora va a abrir esa caja fuerte y me va a dar todo lo que haya dentro.
- Con mucho gusto.
- No puedo prometerle que le vayan a seguir pasando cosas buenas a partir de este momento.
- Eso no está en su mano.
- ¿No? –Tomás lo empujó contra la puerta del armario y estuvo a punto de cortarle en el cuello en el ínterin. –Supongo que el sufrimiento lo considera una cosa buena.


Ignacio no contestó nada. Se limitó a abrir la puerta del armario, introducir la clave en un teclado alfanumérico y tirar de la manija de la caja fuerte hasta que su contenido estuvo a la vista.

- ¿Cuánto hay?
- Tres millones de euros.
- ¿Tanto?
- Hoy me hacía falta llevar todo ese dinero encima. Seguramente me haya salvado la vida.
- No se haga el gracioso.
- ¿Llegó a tener tres millones de euros cuando le iba bien en la bolsa?
- Nunca llegué ni a uno.
- Pues eso que se lleva.
- Cómo si fuese a dejarme marchar con su dinero tan fácilmente.
- La alternativa es que me mate y eso no nos conviene a ninguno de los dos.
- No se saldrá con la suya –dijo Tomás.
- Eso generalmente me tocaría decirlo a mí.
- No se va a ir de rositas, no dejaré que se quede con la impresión de que dejar que le roben tres millones sea una cosa buena porque conservó la vida.
- ¿Y qué va a hacer? ¿Cortarme una oreja? –en cuanto lo dijo se dio cuenta de que el pánico se estaba apoderando de él, porque Ignacio jamás dejaba que esa clase de pensamientos nacieran de él.
- Algo peor.


Tomás le quitó el cuchillo del cuello y lanzó a Ignacio sobre la cama.

- Quítese los pantalones –ordenó.
- No son de su talla.
- Quítese… los… pantalones.


Ignacio obedeció, pero lo hizo muy despacio.

- Vamos. Deprisa. Ahora quítese también los calzoncillos.


Ignacio lo acató sin rechistar y dejó al descubierto un hermoso miembro en estado de letargo.

- ¿La tiene morcillona? ¿Le excita que le roben, lo amenacen y le obliguen a desnudarse?
- No me excita en absoluto. Es la adrenalina. Siempre se me pone dura cuando tengo miedo.
- Curioso… Ahora túmbese boca abajo y no se mueva, o le rebanaré el cuello sin ninguna compasión.
- Sería una pena. Acabaría con la buena reputación de este hotel.


En cuanto Ignacio se hubo tumbado, con su blanco culo al descubierto, Tomás dejó el cuchillo sobre la mesita y se sacó la polla, enorme y con una venas muy marcadas, a juego con el resto de su cuerpo. Los huevos eran desproporcionadamente enormes, y eso que la verga le medía una barbaridad.

- Apuesto a que jamás le han roto el culo.
- Si estuviera jugando en bolsa ahora, obtendría beneficios.
- ¿Está casado, Ignacio?
- Felizmente.
- Quizá le ponga un poco de saliva, lo justo para que no sangre. No quisiera asustar a su esposa cuando usted llegue a casa esta noche.
- Muy considerado por su parte.


Tomás se llenó el cipotón de saliva y le restregó un poco a Ignacio en el ojete de forma ruda pero efectiva.

- ¿Tiene miedo?
- Mucho.
- ¿Es, que lo violen, una cosa buena?
- En absoluto.
- Bien…


Y de golpe le clavó la verga hasta los topes, penetrándolo con una facilidad pasmosa.

- No está gritando de dolor.
- Pero me duele.
- ¿Y por qué no grita?
- Porque alertaría al servicio o a algún huésped del hotel, y si se ve atrapado y sin salida quizá pierda la cabeza y me mate.
- Es usted frío y calculador.
- Déme más fuerte, sé que puede hacerlo mejor.


Y Tomás empezó a taladrarle el agujero sin compasión, con unas arremetidas propias más de un gorila cabreado que de un ser humano.

- Podría gritar un poco. Muerda la almohada y grite.


Ignacio se hizo con la almohada y la mordió ferozmente… y se puso a gemir como una perra en celo.

- Eso no es gritar.
- Pues déme usted más fuerte.


Y Tomás lo atrajo hacia sí, lo obligó a ponerse a cuatro patas al borde de la cama, con la almohada todavía entre sus dientes, y empezó a meterle y a sacarle el vergajo a una velocidad de infarto y a la mayor profundidad de que era capaz. Sus enormes cojones rebotaban contra las cachas de Ignacio, y con el sudor que empezaba a emanar de los poros de Tomás, pronto el sonido de aquellos huevos colosales contra la blanca piel de Ignacio fueron como de chapoteo.

- Como traga el condenado.
- Un respeto, que está hablando de mi trasero.
- Creo que así no lo humillo demasiado.
- Siga probando cosas, en algún momento acertará.


Tomás se la sacó y lo obligó a tumbarse, esta vez boca arriba. Después se descalzó y se desvistió de cintura para abajo, se puso de pie sobre la cama, con un pie a cada lado de la cabeza de Ignacio, y se sentó sobre su nariz y su boca.

- Límpieme bien el culo.
- Ya lo trae limpio de su casa. Huele a melocotón.
- Es el único gel que puedo comprar, le recuerdo que estoy en la ruina.
- Ahora podrá perfumárselo con agua de rosas.
- Empiece a lamerme el culo o le rompo el cuello.
- Eso es más efectivo, sí.


E Ignacio empezó a lamerle el orto con entrega y dedicación.

Tomás puso los ojos en blanco.

- Joooooooooder. Qué gusto.
- ¿Es que nunca le han comido el agujerito?
- Jamás.
- Pues ya ve lo que se perdía.


Y empezó a aventurar la lengua dentro de aquel esfínter virgen y apetitoso.

- Uffff. ¿Qué me está haciendo?
- Estoy entrando, pero si me hace hablar pierdo la concentración.
- No noto que esté entrando. Solo noto unas cosquillas increíblemente placenteras.
- Esa es la idea. Y déjelo ya. No puedo lenguarle si me hace utilizarla para contestar sus sandeces.
- Tiene la polla durísima. –observó Tomás. - Creo que esto tampoco lo humilla demasiado.
- Es el miedo, es el miedo.
- Creo que mejor le follo la boca, a ver si cree que se asfixia y se asusta de verdad.
- Se me va a poner el doble de dura del terror.


Dicho y hecho. Tomás le puso un par de almohadones bajo la cabeza, le hizo torcer un poco el cuello para apuntar a la boca y le metió todo el rabo hasta la garganta, quedando sus magníficos cojones apoyados en la barbilla, uno para cada lado. Ignacio aguantó sin moverse un ápice mientras Tomás empujaba más y más adentro, esperando ver caer aunque fuera una lágrima. Pero aquel hombre no debía ser un ser humano porque parecía que aquello no lo afectaba lo más mínimo.

- Es como si me estuviera jodiendo un muñeco.


Esta vez Ignacio no replicó nada porque tenía la garganta llena de polla.

Cuando Tomás se convenció de que era imposible hacerlo sufrir así, empezó a follarle la boca con todas sus fuerzas. Ignacio aguantaba las embestidas salivando en proporciones épicas, pero sin dar muestras de fatiga y mucho menos, un principio de arcada.

- Dios, esta boca es mejor que ese culo –decía Tomás, completamente entregado a la follada bucal.- Así, así. Traga, cabrón. Traga. Traga, condenado. Hasta el fondo. Pero qué coño digo. Tú no tienes fondo. Tragaaaaaa.


E Ignacio tragaba polla, y disfrutaba enormemente cuando los cojones de Tomás le golpeaban el cuello.

- Oh, sí. Siiiiiiii. Me voy a correr.


Ignacio aprovechó para cogerse la polla, ya que tenía las manos libres, y empezar a hacerse una paja brutal para acabar al mismo tiempo que Tomás le llenara la garganta de leche cremosa.

- Oh, siii, te vas a enterar. Te vas a ahogar en mi leche. Voy a hacer que escupas esperma durante meses.


Ignacio se volvía loco oyendo esas necedades y apresuró su pajote. Tomás le follaba la boca cada vez con mayor energía y él engullía sin grandes problemas todo lo que el otro se afanaba en clavarle.




- Oh, ohhhh, ya, ya. Me voy a correr. Prepárate, cabrón, que me corro. Me corro. Me corrooooooo.


Y mientras el movimiento disminuía un poco los chorros de esperma salieron disparados uno tras otro, y con el vergajo del Tomás casi en la traquea, Ignacio no tuvo mucho problema en hacerlos pasar. Pero antes de terminar de escupir leche Tomás fue retirando su pollaza y entonces Ignacio tuvo la oportunidad de saborear el semen de aquel tiarro, al mismo tiempo que entre espasmos se corría abundantemente sobre su propia barriga.

Tomás le paseó la verga por toda la cara, esparciendo la leche, y acabando luego dándole golpecitos en los labios con una polla que empezaba a flaquear, mientras Ignacio se relamía extasiado.

- Joder. Menuda corrida te has pegado tú también –dijo Tomás, admirado al ver el pegajoso charco que inundaba el estómago y pecho de Ignacio.
- Cuando tengo mucho miedo, me corro abundantemente –dijo el otro.
- Ya…


Tomás se vistió deprisa, mientras Ignacio lo miraba relamiéndose aún su leche desde la cama, se guardó el cuchillo en el cinto y se sacó una bolsa del bolsillo de la gabardina, procediendo a llenarla de fajos de billetes de quinientos y doscientos euros.

Cuando cerró la bolsa Ignacio le preguntó:

- ¿No te lo llevas todo?
- Me llevo solo la mitad. Es bastante más de lo que perdí por culpa de tu libro.


Y sin cruzar una palabra más salió de su habitación y de su vida.

Ignacio se quedó un rato en la cama, disfrutando el momento, otro de los principios esenciales de su filosofía. Después se dio un largo baño en la bañera de hidromasaje, se puso una bata, abrió la nevera y sacó un batido de vainilla, que se sirvió en una copa de champán, y llamó a su esposa para decirle que la rueda de prensa había dado paso a una cena a la que estaba obligado a asistir y que lo más seguro es que dormiría en el hotel.

Vio un rato la televisión, se conectó a internet para leer las primeras críticas de su libro, y cuando le entró sueño hizo el ritual de arreglarse las uñas, lavarse los dientes, y sacar su lista de objetivos diarios del maletín.

Sólo quedaban tres objetivos sin tachar para ese día.

Dar una rueda de prensa perfecta que obligara a una infinidad de lectores a comprar su libro, aunque sólo fuera por curiosidad.

Ayudar económicamente a alguien que lo necesitara.

Y tener un encuentro sexual inesperado y muy caliente con un hombre.

Tachó los tres.




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