En la frontera del agujero negro, V


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En la frontera del agujero negro, V



Cuando me desperté, las manos del primer oficial me estaban abriendo el culo y su lengua se movía arriba y abajo por toda mi hendidura, provocándome una oleada de placer indescriptible cada vez que me rozaba el esfínter.

El aceite de Cinópolis seguía multiplicando mis sensaciones corporales. Sentía el placer que me provocaba su lengua al mismo tiempo en toda mi anatomía.

- Veo que ha recobrado el conocimiento – escuché decir a Maxwell, que debía haberlo notado al ver como me retorcía de gusto otra vez. - ¿Le importa que le clave la verga? Tiene usted un culo estupendo, alférez, y tengo la polla a reventar.
- Haga lo que quiera conmigo.
- ¿Alguna preferencia?
- Quisiera sentir su peso sobre mí mientras me penetra.
- Está bien. – Maxwell se recostó lentamente sobre mí. Sentí su pecho en mi espalda, sus brazos rozaron mi piel, su increible miembro buscó la entrada y su boca besó mi cuello y me morí tres veces. - No debería besarle así, antes se ha desmayado.

Yo estaba demasiado aturdido para poder contestar a eso.

- Voy a entrar – avisó, y empujó su miembro contra mi ojete que no ofreció resistencia alguna.

Metió todo su miembro muy despacio, dejándome sentir las sensaciones que me provocaban ser clavado por semejante instrumento al tiempo de sentir su cuerpo sobre el mío, su calor en mí, y su voz en mi oído.

- Son curiosos los efectos del aceite de Cinópolis, ¿no cree? Estas sensaciones que ahora siente le acompañarán allí donde vaya durante los próximos tres días. Seguirá sintiendo mi piel contra la suya, el roce de mis dedos, mi aliento en el oído y mi miembro en sus entrañas. Llevará mi olor consigo y permanecerá en un estado de excitación tal que será incapaz de concentrarse, trabajar o pensar en otra cosa que no sea mi persona –mientras me decía esto permanecía quieto con su desmesurado mástil clavado en lo más profundo de mi ser. Yo me estremecía, al borde de un colapso. – Tendrá que ser relevado y permanecer en su camarote porque será incapaz de moverse sin sentir un orgasmo, tendrá a todas horas el culo lleno de mi dura carne y sentirá mis manos recorriendo su cuerpo cada minuto del día –empezó entonces a moverse muy lentamente en mi interior, adelante y atrás… y me corrí, otra vez, sin remedio y con un grito de agonía, y con cada espasmo de mi eyaculación él entraba más adentro, más profundo, en mis entrañas, en mi psique y en mi percepción.

No recuerdo cuando me vestí ni como salí del camarote del primer oficial. Lo único que recuerdo es que estaba apoyado contra una pared en una cubierta de la nave, llevaba en la mano la botella de vino de Qebehut que había llevado a la cita con Maxwell (la botella estaba intacta), las piernas me temblaban y era incapaz de mover un músculo. Tenía que llegar a mi camarote pero me moría. Quise dejarme caer en el suelo para descansar pero al primer movimiento eyaculé de nuevo. Mojé bastante el uniforme, así que había tenido tiempo de fabricar abundante esperma. No sabía qué hora era ni cuanto tiempo había permanecido con Maxwell. Solo de pensar en él volví a correrme, aunque esta vez solo fue la sensación, no me quedaba leche que echar, pero mi cuerpo entero se convulsionó y al hacerlo volvieron a despertar las sensaciones de su cuerpo sobre mí, su delicioso peso cubriéndome entero y volví a correrme otra vez, convertido en un hombre multiorgásmico contra mi voluntad. Por lo menos acabé en el suelo, que era lo que en ese momento (y en ese estado) pretendía.

Era incapaz de pensar. No sabía si el primer oficial había cursado la baja por mí. Quizá debía hacerlo yo. Quizá debía llamar al médico de la nave.

No estaba en condiciones de pensar que aquello era bastante extraño. Con el embajador Tralownita en la nave no era conveniente prescindir de ningún oficial del equipo de seguridad, al cual yo pertenecía.

Pero, como digo, tales pensamientos quedaban entonces lejos de mi alcance. Lo único en que podía pensar era en llegar a mi camarote y dormir doscientos años.

Entonces recordé que el capitán me había citado en su despacho en cuanto concluyera mi sesión de masaje con el primer oficial. Y mi sentido del deber debió prevalecer sobre el aceite de Cinópolis porque de alguna manera conseguí levantarme y encaminar mis pasos hacia el puente.

Una vez allí, y mientras trataba de taparme los genitales porque estaba volviendo a eyacular en el uniforme, una atractiva oficial a la que no había visto en mi vida me dijo que el capitán no se encontraba en el despacho sino en su camarote, en el cual llevaba las últimas cinco horas, coincidiendo con su turno de sueño.

- ¿Se encuentra bien, alférez? –me preguntó la desconocida oficial al mando. – Tiene mal aspecto.
- Estoy perfectamente –contesté, pero realmente estaba sintiendo en ese preciso instante como un invisible Maxwell entraba de un golpe en mi trasero y comenzaba a darme pollazos como un animal. Delante de ella.

La oficial vio la mancha que perpetraban mis continuas corridas en mis pantalones y echó una desaprobadora mirada a la botella de vino, pero no dijo nada y yo salí del puente demasiado ocupado con los vergazos que no me daba el primer oficial como para sentir vergüenza.

En un soplo de raciocinio pensé que debía cambiarme antes de ir a ver al capitán, pero me supe incapaz de desvestirme y volver a vestirme, el simple roce de la ropa me dejaría inconsciente.

Lo lógico era largarme a mi camarote y tratar de desconectar pero por algún motivo cumplir las órdenes del capitán se convirtió en mi máxima prioridad. Y el capitán quería verme.

Llegué como pude a su camarote y llamé a la puerta. El capitán tardó un rato en abrir. Al parecer estaba durmiendo.

- Alférez, es muy tarde –dijo, al abrir la puerta, en bata. - Oiga… ¿Está usted borracho?

Creo que me eché en sus brazos.

Y que él me ayudó a entrar y me sentó en su cómodo sofá, anclado al piso, como todo el mobiliario.

- ¿Ha terminado a estas horas con el primer oficial Maxwell? –me preguntó el capitán. No parecía enojado, como cuando me había interceptado en el pasillo, antes de mi cita.
- No lo sé. Casi no puedo moverme.
- ¿Se puede saber qué ha hecho con usted?
- Me penetró. Al menos, eso creo…
- ¿Y es la primera vez que lo penetran, Alférez? Porque tiene un aspecto lamentable.
- Me ha aplicado ese aceite… ese aceite que…
- ¿Un aceite?
- Aceite de Cinópolis.
- No sé qué es eso.
- ¿No lo hace con usted?
- ¿Si no hace qué?
- Darle aceite de Cinópolis antes de darle por el culo, capitán.

Por lo general no suelo hablar así a mis superiores, pero no las tenía todas conmigo.

- ¿Le ha dicho el primer oficial que haya hecho eso conmigo?
- No, capitán. Lo he visto con mis propios ojos. Les he estado espiando, metí una araña en este mismo camarote. Y antes de eso los espié por infrarrojos.

El capitán cogió un Spectródec de un cajón y analizó la estancia en busca de la araña. La localizó sobre la misma lámpara donde yo la había dejado y creo que la neutralizó.

- Entonces está al corriente de nuestra relación…
- Eso es.
- ¿Cree que podrá guardar el secreto, Alférez?
- Por supuesto, capitán.
- Está bien. Ahora escúcheme atentamente. Voy a obviar que ha espiado a su capitán y a su primer oficial. Sabe que podría encerrarlo por eso de por vida. A cambio, usted no va a seguir viendo al primer oficial. Ni siquiera aunque Maxwell se vuelva a mostrar interesado y le instigue, cosa que me sorprende.
- No puedo hacer eso, capitán.
- ¿Qué significa eso?
- Que estoy enamorado de Maxwell.
- En ese caso, Alférez, le destituiré de su puesto y le haré abandonar la nave en el próximo puerto espacial. Pero no volverá a tocar a Maxwell.

No puedo asegurar que fuera totalmente dueño de mi ser, que mis actos me correspondieran plenamente. Quizá el aceite de Cinópolis multiplicó por quinientos mi amor por Maxwell, mis celos o el odio que sentía hacia el capitán, pero cuando le oí decir que no me permitiría seguir viendo a Maxwell reaccioné estrellándole la botella de vino de Qebehut contra el cráneo, con tal violencia que no me cupo duda alguna de que había matado... a mi capitán.


Continuará...



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