En la frontera del agujero negro, III


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(Este relato es de la casa)


Estaba tomando un café en la sala de relajación 3 cuando, contra todo pronóstico, el primer oficial Maxwell se sentó a mi mesa.
En un primer momento temí que hubiera descubierto que me dedicaba a espiar sus ratos ociosos en la cama del capitán, pero tras una breve charla sobre las últimas barrabasadas de los Tralownes comprendí que simplemente se aburría y quería pasar el rato con cualquiera. Y el que estaba más cerca había sido yo.

- ¿Lleva mucho tiempo sin ir a la Tierra, alférez? –preguntó de pronto, fijando sus increíbles ojos en mí.
- Hace dos años que no la piso, señor.
- ¿Dos años? Eso es mucho tiempo.
- De un tiempo a esta parte parezco imprescindible para el jefe de seguridad, señor. Pero no me quejo. Cuando siento añoranza me meto en una de las Virtusalas. Conozco mi ciudad mucho mejor ahora que cuando podía pasear por ella.
- Pero por muy reales que parezcan las cosas en las Virtusalas, un hombre necesita poner de vez en cuando los pies en tierra firme. Ayuda a mantener la cordura. Y seguimos necesitando de nuestro sol.
- Señor… ¿Me está ordenando que me tome un permiso o es sólo una conversación informal?
- A decir verdad… usted me tiene preocupado.

Oh, oh. El encuentro no era tan casual como me había figurado. Intenté no ponerme nervioso y para hacerlo me lo imaginé (o más bien lo recordé) desnudo, lo cual no ayudó demasiado.

- ¿Preocupado, señor? ¿He hecho algo indebido?
- En cierta manera, sí. Últimamente ha pasado bastante tiempo en el puente.
- El tiempo que me imponen mis obligaciones, señor.
- Tranquilícese, alférez. Déjeme acabar antes de justificarse por cada cosa que diga. Nadie lo está juzgando.
- Lo siento, señor.

Tomé mi taza y bebí un sorbo, pensando que tenía que aprender a mantener la boca cerrada.

- El caso es que he tenido tiempo de observarle durante los últimos dos días. Nadie llega a primer oficial de la nave insignia de la Alianza sin tener sus instintos tremendamente desarrollados.
- No lo dudo, señor.
- Y mis instintos pocas veces me fallan.

Me pregunté a dónde iría a parar todo aquello.





- Creo que hay cierto conflicto entre usted y el capitán y me pregunto qué podrá ser –dijo. - No sería un buen primer oficial si no percibiera esas cosas. ¿Me comprende?
- Sí, señor.
- ¿Hay algo que debería saber, alférez? ¿Está comprometida la seguridad de nuestro capitán?
- No, señor.
- Entonces, ¿hay un asunto personal entre ambos? ¿Qué es lo que hace que su cuerpo se tense y su mirada se vuelva fría y oscura cuando se cruza con él? ¿Ha hecho algo nuestro capitán que lo haya herido, alférez? ¿Lo ha ofendido de alguna manera?

Me pregunté si no estaría al tanto de que los había espiado y todo esto era una forma de ponerme a prueba. Es cierto que últimamente le había cogido bastante manía al capitán, pero no me parecía que se me notara tanto.

- No, señor –respondí, midiendo cada palabra. – No hay ningún conflicto entre el capitán y yo. Él no ha hecho nada que me haga sentir herido. No sé qué cree haber percibido, pero no tengo nada en contra de nuestro capitán, y daría ahora mismo la vida si con ello pudiera salvar la suya.
- ¿En serio?
- Eso creo.

Maxwell sonrió pero eso no hizo que las piernas dejaran de temblarme.

- No digo que sea algo deliberado, quizá es completamente involuntario, pero usted cambia totalmente de actitud cuando se cruza con el capitán, y cuanto más cerca de él se encuentre, más claros son los signos de que algo, digámoslo así, le incomoda.
- No soy consciente de ello, señor.
- Por eso le preguntaba por el tiempo que hace que no pasa un permiso en el planeta, alférez. Puede que su cuerpo necesite ese descanso y su subconsciente culpe de alguna forma al capitán de su exceso de trabajo.
- En ese caso culparía al señor Owen, no al capitán –en cuanto lo dije me arrepentí.

¿Acaso era idiota? El propio Maxwell me estaba dado una salida airosa. ¿Iba a comportarme como un adolescente enamorado? ¿Tantas ganas tenía de delatarme y que él supiera que me moría por sus huesos y que estaba celoso del capitán por trajinárselo?

El primer oficial me observó detenidamente por un instante que se me hizo eterno y finalmente dijo, relajando la postura (lo cual también me relajó un poco a mí):

- Me parece que está usted realmente sobrecargado de trabajo. Intentaré revisar yo mismo sus turnos para darle más tiempo libre.
- Se lo agradezco, señor.
- ¿Sabe qué? Venga a las 18 a mi camarote.
- ¿Señor?
- Le daré un masaje. Lo dejaré como nuevo.
- No creo que…
- Es una orden, alférez. Preséntese a la hora acordada.
- Está bien, señor. ¿Hace falta que lleve algo?

Yo me refería… en fin, no sé, a algún tipo de aceite, o a ropa cómoda, o yo qué sé. Hacía años que no me daban un masaje, quitando los de mi entrenador personal cuando me daba un tirón en la pierna después de hacer los ejercicios obligatorios matutinos. Pero él contestó:

- Puede traer una botella de vino.

Se levantó, saludó donairosamente y salió de la sala de relajación 3. Mientras lo veía alejarse con sus andares de inequívoca seguridad y ese cuerpazo que la combinación de los genes de sus padres le han dado, me di cuenta de que me había dejado totalmente desorientado.

¿Tenía una cita con Maxwell? ¡Vortex, trágame!



Continuará…


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