El tren


El tren

Autor del relato: José



Berlín, agosto, era mi último día en Alemania. Durante diez he trabajado por la mañana, he pateado la ciudad por la tarde y de noche he visitado cuanto boliche gay existía en mi guía o me recomendaban.
Hermosos machos alemanes bailaban, alegres y despreocupados celebrabando el verano en bermudas y ajustadas remeras, yo los miraba tomando un trago o escuchando los shows que ondulantes travestis ofrecían con gracia inigualable, mi excusa era la barrera del idioma, pero en realidad trataba de ser coherente con la intención de fidelidad que me había impuesto. En un día estaría en Barcelona y me encontraría con uno de los grandes amores de mi vida a quien no veía hace dos años.

Decidí ir a Dresden, una ciudad cerca de Berlín y que siempre había despertado mi interés, me levanté a la madrugada, tomé el tren semidormido pero, apreciando lo acogedor de los compartimentos continué dormitando hasta mi destino. Al llegar me fui a la parte vieja y desde el palacio de Augusto el Gran Elector de Sajonia hasta la fábrica de Volkswagen ocupé mi día entero. Terminé en una megatienda de música donde compré los últimos CD que solo se conseguían en Alemania. Caía la tarde y me dirigí a la estación donde tuve que subir apresuradamente a un poderoso, aerodinámico y rojo tren. Quería descansar, por el pasillo busqué un compartimento vacío y lo conseguí, todavía no habían prendido las luces cuando me senté. En la semipenumbra alcancé a divisar en el asiento frente mío un bulto largo, ancho e informe, una tela plástica cubría algo. Prendieron las luces, la tela empezó a moverse, una rubia cabeza se asomó, una barba de varios días bostezó y unos ojos entrecerrados me miraron.

-¿Sprechen Sie deutsch? –Preguntó la barba.
-Nein -respondí.
-¿Do you speak inglish? -Insistió.
-Yes -afirmé.
-¿Ya pasó el guarda? -Inquirió.
- No lo sé, acabo de subir -aclaré.
-Me llamo Hans ¿y tú? -Mientras extendía una mano vigorosa.

Se lo dije mientras, a duras penas, soportaba el dolor del fuerte apretón.
Hans me miró mientras, y al mismo tiempo, me escaneaba con sus ojos azules.

-Vengo de vacaciones, ¿eres inglés o americano?
- Soy argentino -respondí, mientras escaneaba una evidente bolsa de dormir que lo cubría.
-¿Argentino, sudamérica? - Bien por ti Hans, pensé. -¿Hablas portugués, te gusta el Carnaval? -Vete a la mierda Hans, la maldición latinoamericana, Brasil y el Carnaval, pero lo miré sonriente.
-No, no, castellano, tango y Maradona. -Alguna marca registrada reconocería.
- ¡¡Maradona!! - Nunca falla, me sonreí. –Pero, ¿Maradona no es de Río? -Continuó.

Decidí terminar con la geografía teórica y pasar a la práctica, tomé un papel, dibujé un borroso mapa de sudamérica y le señalé:

-Aquí, Río y el carnaval, más abajo Maradona.

Hans se destapó, descalzo, jeans y remera blanca de mangas muy, pero muy cortas, una pura arruga, se sentó a mi lado. Un fuerte olor a salchichón, tierra y sudor se desprendía de un cuerpo tan vigoroso como sus manos. Mi escáner automático se deleitó mirándolo, pero mi rebelde nariz me informaba lo contrario, se inclinó, y su pelo amarillo pringoso se coloco a la altura de mis ojos. No tendría más de 20 años.

-¿Me lo muestras de nuevo? –Pidió.

Lo hice, inclinó más la cabeza y colocó su mano sobre mi pierna, peligrosamente cerca de mi bragueta.

-Entiendo… ¿Y el amor donde está? Y acercó su mano definitivamente y sin dudarlo.

Vas demasiado rápido, Hans, pensé; a lo mejor tendrías que bañarte, pero no lo dije, crucé las piernas y le respondí.

-El amor está en todas partes. - Sabía que me estaba haciendo el boludo.

Hans volvió a su asiento, se sentó, mi escáner automático me devolvía más deleite, siguiendo más furiosamente su cuerpo, mi nariz quedó neutralizada por la distancia, sus ojos me miraban dulcemente.

-Tengo un problema, viajo sin pasaje y no tengo plata.

Ahora viene el mangazo, me imaginé y me adelanté.

-¿Quieres que te pague el boleto?
- No, ya es tarde, si te hubiera conocido abajo si te lo aceptaba, ahora necesito una excusa. Cuando venga el guarda dile que estoy dormido, me tapo todo y habla tú ¿te parece?. - Más dulzura en sus ojos suplicantes.
-Me parece poco creíble ¿y si te despierta? ¿Qué te puede suceder si no tienes boleto?
- Una multa seguro, pero también puedo terminar en la policía toda la noche. Esto es grave en Alemania.

Medité, tan hermoso cuerpo y tan dulces ojos no pueden tener ese destino.

-Hagamos teatro, tú eres un argentino y además mi hermano, te haces el dormido, y si te tengo que despertar no abres la boca no sabes ni alemán ni inglés, y me dejas hablar a mí -me escuche decir, maldito escáner, el pibe me gustaba.
-Me agrada, pero perdona, lo de argentino no funciona con el guarda.
-¿Por qué? -Pregunté con fastidio.
-Porque no va a saber donde queda, como yo.
-Inglés, entonces.
- Ni inglés ni francés, no son muy simpáticos por aquí.
-¿Español? Esa me sale bien -agregué.
-No, tampoco- titubeó.




Nos quedamos en silencio, las nacionalidades parecían un obstáculo. De pronto dije:

-Suizo ¿qué te parece?
-Excelente, los suizos son muy respetados -comentó con alivio.
-Ahora el vestuario –agregué, mientras Hans me miraba inquisitivo.

Tenía que cambiar mi aspecto de turista anodino para parecerme a mi nuevo hermano, me levanté, tiré de mi camisa fuera de mis pantalones, la até a mi cintura, me saqué mis zapatos y le pregunté.

-¿Tienes ojotas?
-Si -me respondió mientras miraba fijamente la carne que yo había dejado al descubierto.
-¿Anteojos oscuros?
-También -revolviendo en su mochila y sacando el modelo chico y de cristales redondos.
-¿Espejo?
-No, pero estás bien -mirándome intrigado.
-Necesito que me despeines -le dije.

Hans se acercó, mi escáner se enloqueció, pero mi nariz lo frenó. Metió sus manos en mi pelo y lo revolvió.

-Ahora sí –afirmó. -Pareces mi hermano.
-Faltan los pasajes. ¿Tienes alguno?
-No, ¿para qué? -Desconcertado.

Busqué en mi bolsillo, el plan había sido meditado, encontré mi pasaje de ida, lo comparé, era igual al de vuelta. Puse uno encima del otro y dirigiéndome a Hans:

-Para esto, le entrego los dos pasajes al guarda y si todo va bien, no se dará cuenta.
-Very inteligent –exclamó.
-Por eso lo tenemos a Maradona -le sonreí.

Hans se acostó, el guarda pasó, con indiferencia recibió los boletos, lo llené de preguntas y horarios, aburridamente me contestó lo que pudo, saludó y se fue.
Hans se incorporó, me sonrió, se sentó a mi lado, apoyó su rubia cabeza en mi hombro y comenzó a morderme el cuello, el escáner se salió de pista.

-Hans, perdóname, pero tienes olor a comida.

Se levantó de un salto, metió la mano en su mochila, sacó un bolso y corrió hacia el baño, cuando volvió tiró el cepillo de dientes y el dentífrico sobre el asiento, lanzó sus brazos alrededor de mi cuello y muy hambriento besó mis labios, torpe, muy torpe, pero rabiosamente metió su lengua haciendo desaparecer el último rastro de mi defendida castidad. Lo acaricié suavemente, mientras besaba sus labios, llenaba mi boca con su barba y robaba a sus ojos el color.

Fue enrollando alrededor de su cuerpo su remera mientras deshacía el nudo de mi camisa, cuero con cuero nos abrazamos, alcancé a sentir sobre mi pecho la suavidad de sus rubios vellos. A lo lejos sonaba en mi mente la canción de John Lennon:

Close your eyes
Have no fear

Beautiful, beautiful, beautiful
Beautiful boy

Hans dejó mi boca y su lengua y sus dientes se ocuparon de mi cuello, mojando y besando subió a mis orejas, las probó, las mordió mientras repetía mi nombre entrecortadamente, su lengua cada vez más hábil se introdujo y recorrió el dibujo de mi cabeza, yo dejé de escuchar música, reclinado en el asiento lo dejaba hacer y me dejaba sorprender por sus descubrimientos de mi cuerpo, mientras acariciaba el suyo.

Se sacó la remera, me saqué la camisa, con fuerza nos abrazamos, masticaba, olía y chupaba, yo busqué el camino hacia sus axilas que había percibido a través de sus movimientos, enterré mi nariz, sepulté mi lengua y me llené de su olor y sabor. Hans recorrió mi pecho, con impaciencia desabrochó mis pantalones, con impertinencia se apodero de mi pija y con ansiedad se la metió en la boca rodeando con su tibia lengua la cabeza, acariciándola una y otra vez y despacio muy despacio la introdujo completa. Sentí que me mojaba, pija, culo, axilas, boca, ojos, espalda, pecho, cuello, todo acompañaba los movimientos y los gemidos de Hans.

Se incorporó, beautiful boy buscó mi boca, se la di, mordió mis labios con impaciencia, se los dí, buscó mi lengua con inquietud, se la di, me pidió mi respiración y también se la di, me soltó, se pintó los labios con mi pija que introdujo nuevamente en su boca, por momentos desocupaba la boca y pronunciaba palabras en alemán que yo no entendía, luego y en inglés se hizo entender:

-Mastubation please, please.

Dejé de acariciarlo, me incliné, introduje las manos en sus pantalones, arrebaté un pene firme, erecto y pulsátil y comencé a satisfacerlo, con sus caderas acentuaba el movimiento. El loco frenesí de paja y chupada era ya imposible de controlar, mi cuerpo se arqueó y antes que pudiera decir nada gemí mientras convulsivamente me descargaba en su boca. Apreté su pija que ya parecía tener movimiento propio, un chorro de leche me salpicó cara y cuerpo llegando hasta los respaldos del compartimento. Jadeando nos dimos las manos, Hans me la oprimió y con voz aun débil musitó mientras se mojaba los labios:

-My breakfast -y sonrió.
-At Tiffany’s -pensé.

Moon River, wider than a mile…

Mientras tranquilizábamos nuestros alientos nos acariciábamos mutuamente. Hans hundió su cabeza entre mis piernas, yo enterré mis manos en su pelo.

Las afueras de Berlín aparecieron en la ventanilla.

-Hans ¿no te parece que tenemos que limpiar un poco?
-What for -sacándome la lengua.

Seguimos abrazados, el tren entró a la estación. Nos vestimos rápidamente y bajamos, desordenadamente; juntó su bolsa de dormir y la mochila.

-¿Donde es tu hotel?

Se lo dije y ofrecí llevarlo. Era más tiempo juntos.

-No, es para el otro lado de mi casa, me prestas 1 euro, mañana voy a tu hotel y te lo devuelvo, me voy en subte.

Le di 10 euros.

-Hans, mañana viajo a Barcelona, vente conmigo ahora, nos queda la noche.
-¿What for? ¿What for? -Respondió sin mirarme.

Le tomé la mano, se soltó, se arrepintió y me pasó el brazo alrededor del cuello. Llegamos a los taxis.

-Well brother, saludos a Maradona.

Lo miré, me rehuyó, entre al taxi. Un olor a salchichón, tierra y sudor se desprendía de mi ropa.
Hans empezó a caminar. Lo mire, sonreí, media raya del culo aparecía por encima de la cintura de sus jeans.

El taxi arrancó, de mi cartera asomaron los CD que había comprado, recordé el de Ute Lemper, la increíble chansonier alemana, Surabaya-Johnny:


Du verlangtest alles, Johnny. / Me pediste todo, Johnny.
Ich gab dir mehr, Johnny. / Te di más que eso.
Nimm doch die Pfeife aus dem Maul, du Hund! / Sácate la pipa de la boca ¡Perro de mierda!


José




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