Sir Arthur de Gosperhade, II
El siguiente relato es de la casa.
Sir Arthur de Gosperhade, II
Sir Arthur de Gosperhade continuó unos días más descansando en casa. Eleonor, su esposa, sabía que Sir Arthur había sufrido un cambio tras recibir aquella paliza en la feria, un cambio de carácter. El médico no había querido volver a su casa, pero a Eleonor no le importaba. Ella veía a su marido bastante bien. Quizá se había llevado un buen golpe en la cabeza, pero en lugar de matarlo, lo había convertido en un hombre más bueno. Ahora era amable con todos sus hijos, jamás levantaba la voz, e incluso sonreía. La única pega es que Sir Arthur estaba muy apático en el lecho conyugal, pero Eleonor confiaba en que eso mejoraría con el tiempo. Al fin y al cabo, su esposo había estado a punto de morir. El tiempo curaría esas heridas.
Por su parte, Arthur se sentía feliz, pero era consciente de que había lagunas en su memoria. No es sólo que fuera incapaz de recordar qué había ocurrido la noche de la feria. También había otros episodios de su vida que se desvanecían. Por ejemplo: Sabía que el herrero había ido a verlo hacía unos días y recordaba vagamente que parecía estar bastante enfadado, pero después ya no había más. No recordaba de qué habían hablado, ni cuando se había ido el herrero. Tampoco recordaba que el médico hubiera ido a visitarle estando él despierto, aunque Eleonor le juraba que así había sido. Pero las lagunas no le preocupaban demasiado. Por primera vez en su vida se sentía realmente feliz. Aunque eso iba a cambiar muy pronto.
El desastre tuvo lugar pocos días después. Eleonor, convencida de que ahora era el momento, dado que su esposo estaba de tan buen humor, le pidió a su hija mayor, Gloria, que invitase a cenar a casa a Sir Brown de Hepshid, su joven pretendiente.
Hacía más de un año que las dos familias habían cerrado el compromiso, pero aún no se habían atrevido a decírselo a Sir Arthur, no fuera a batirse en duelo con el joven pretendiente, arrancarle la cabeza o algo peor.
La cena estaba preparada, los nervios a flor de piel; toda la familia sentada a la mesa, con un Sir Arthur sonriente en un extremo y una silla vacía en el otro. Los hijos de Sir Arthur se miraban unos a otros, preocupados. Eleonor había pedido a los mayores que, si Arthur se ponía belicoso, lo sujetaran ellos tres. Los hijos mayores esperaban no tener que encontrarse jamás en esa situación.
Gloria, la hija casadera, no paraba de beber vino. Su futuro marido esperaba fuera, y debería haber entrado hacía media hora larga, pero estaba muy asustado, y ella no podía reprochárselo. Sin embargo, la cena empezaba a enfriarse, así que Gloria no tuvo más remedio que salir a buscarlo.
- Cariño… -dijo Eleonor a su marido.
- ¿Si, querida? –contestó Sir Arthur, a quien ya le sonaban las tripas.
- Tenemos un invitado esta noche.
- ¿Es por eso que estáis todos tan raros y nadie come este pavo tan maravilloso que has preparado?
- Pues… sí. Va a ser que sí.
- ¿Y dónde está?
Entonces Gloria entró, arrastrando a su novio del brazo y en la sala se hizo un silencio sepulcral.
- Papá… Éste es Brown. Nos vamos a casar.
Todos notaron el cambio que se produjo en Sir Arthur. Le había cambiado la expresión de la cara al ver al mozo, pero no parecía realmente enfadado, ni sorprendido. En realidad, Sir Arthur había adoptado la apariencia de un autómata. Ya no era dueño de sus actos, aunque eso no podían saberlo los demás.
- Papá, ¿me has oído? Nos vamos a casar.
Sir Arthur no respondió. No podía apartar la vista del joven pretendiente de su hija.
- ¡Nos vamos a casar pasado mañana! –improvisó Gloria, a ver si así reaccionaba y fijando a la vez la fecha de la boda para sorpresa de su madre y del novio.
Pero sir Arthur permaneció en total silencio, hipnotizado por la belleza de aquel joven.
- Siéntate, Brown –le pidió Gloria a su novio, en vista de que su padre no reaccionaba.
Cuando Sir Brown de Hepshid se sentó, en la otra punta de la mesa, Sir Arthur reaccionó.
- Hijo, déjale tu sitio a Sir Brown –le pidió a su hijo mayor, que estaba sentado a su derecha.
Su hijo obedeció al instante.
- Sir Brown, por favor. Sentaos aquí –dijo el muchacho. - Así podréis hablar tranquilamente con mi padre durante la cena.
Todos en la mesa tragaron saliva, temiéndose lo peor. Uno de los chicos apartó los cuchillos que estaban al alcance de la mano de Sir Arthur con disimulo.
- Los tenedores también –le susurró su madre.
El asustado pretendiente de Gloria cruzó los metros que lo separaban de aquella silla que no deseaba ocupar como si recorriera la distancia entre la mazmorra y la horca.
Lo siguiente ocurrió muy deprisa. Sir Brown ocupó el asiento que le cedían, y Sir Arthur, al tenerlo sentado a su vera, puso el automático y musitó que era el hombre más atractivo que había visto en su vida, a la vez que le ponía la mano en la entrepierna. El tiempo pareció detenerse. La cara de Eleonor era todo un poema, Gloria se bebió otro vaso de vino de golpe y los hijos de Sir Arthur se miraron unos a otros sin dar crédito. Justo cuando alguien dijo que Sir Arthur estaba bromeando, Sir Arthur empezó a besar a Sir Brown fervientemente, quien recibió aquella lengua exploradora demasiado anonadado para negarse.
Eleonor apareció a los diez segundos con una escoba y le dio escobazos a su marido hasta que consiguió echarlo de la casa, mientras el más pequeño de los hijos, de once años, observaba la escena y comprendía que la mujer que le salvó de la paliza en la feria estaba cumpliendo su promesa.
En ese instante comenzó el destierro de Sir Arthur de Gosperhade y sus desventuras por la corte.
…
Sir Arthur pasó la noche intentando entrar en su casa y recibiendo tomatazos por parte de su esposa y su hija. El hombre no recordaba qué había hecho para enfurecerlas tanto. Cuando, ya al alba, comprendió que no iban a dejarlo entrar, decidió ir en busca de una posada hasta que a su familia se le pasara el berrinche.
Su caballo lo derribó por tres veces, dejándole las vestimentas en un estado aún más deplorable, y finalmente decidió hacer el viaje a pie.
De camino a la posada se cruzó con tres caballeros que regresaban de una batalla.
Los hombres lo miraron con curiosidad, ya que tenía porte de caballero pero el aspecto harapiento de un pordiosero.
Uno de los tres guerreros lo saludó con la mano y Sir Arthur puso de nuevo el automático. Se plantó delante de aquel caballo y alzó los brazos.
- ¡Tómame, por favor! –gritó. – ¡Necesito fuego en mis entrañas. Necesito un rabo entre mis piernas. Necesito que me atravieses con tu espada de carne y me descoyuntes mi trasero virginal!
El caballero se rió, nervioso.
- ¡Loco, quita de en medio!
Por toda respuesta, Sir Arthur se bajó los pantalones y le ofreció su culo.
- Pon aquí la lengua, caballero. Hazme sentir. Enciende con tu boca mi lujuria y lléname luego el orto con tu acero palpitante mientras jadeas en mi oído cual bestia agonizante.
Sus dos compañeros habían detenido sus monturas y observaban la escena bastante sorprendidos. El caballero interpelado, al contemplar las alzadas cejas de sus amigos, esperando su reacción, arreó su montura y al pasar junto a Sir Arthur le propinó un puntapié en la cabeza que lo tiró al suelo, dejándolo inconsciente y con el culo al descubierto.
Sir Arthur pasó las siguientes tres horas en el limbo, y despertó cuando un campesino le dio de beber.
- Has elegido un mal lugar para desmayarte. Este camino es muy transitado. Me extraña que no te haya pateado ningún palafrén.
- Me siento como si lo hubiera hecho…
Sir Arthur consiguió abrir los ojos, y cuando vio los del campesino y la preocupación en ellos, sintió deseos de entregarse a él.
Cogió su cara entre las manos y lo besó en los labios. El campesino lo apartó como si tuviera la peste.
- ¿Qué demonios haces?
- Te quiero –contestó Sir Arthur. – Te quiero, campesino. Deseo que me hagas tuyo.
- ¡Estás loco! –el campesino intentó alejarse pero Sir Arthur se le agarró de una pierna.
- ¡Por favor! ¡Fóllame! ¡Ámame! ¡Dame un día entero por el culo! ¡Hazme tuyoooo!
El campesino le daba patadas con la pierna libre pero Sir Arthur no se soltaba. Al contrario, fue subiendo por la pierna hasta que consiguió plantarle los labios en los huevos. El campesino tuvo que darle nueve puñetazos para que lo soltara.
Y Sir Arthur se quedó de nuevo en el suelo, magullado, sí, pero también muy necesitado.
Tuvo otros dos encuentros igual de desagradables antes de perder definitivamente las fuerzas y el conocimiento.
Cuando despertó se hallaba a cubierto y sobre algo mullido. Una mujer que no conocía le curaba las heridas con alcohol.
- ¡Escuece! –se quejó.
La mujer le sonrió, pero no dijo nada.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
Más sonrisas, pero nada de respuestas.
- ¿Se te ha comido la lengua el gato?
La mujer abrió la boca y le enseñó que, en efecto, no tenía lengua. Sir Arthur puso cara de asco y ella se fue a buscar a alguien.
Al cabo de unos minutos reapareció con un hombre robusto, que llevaba una barba blanca muy poblada. Sir Arthur lo conocía de vista. Era el dueño de una de las posadas.
- Lirian, déjanos solos –le pidió aquel hombre a la mujer sin lengua.
Ella obedeció y el hombretón cerró la puerta antes de encararse con Arthur.
- ¿Qué os ha pasado? –le preguntó.
- Me han echado de casa.
- ¿Acreedores?
- Mi mujer y mi hija.
- ¿Por qué?
- No estoy seguro.
- Os he encontrado tirado en un polvoriento camino. Os habían golpeado y quitado toda la ropa. ¿Recordáis eso?
- No…
El hombretón se acercó a la cama. Sir Arthur, que hasta ese momento había permanecido con los ojos medio cerrados por el dolor, miró al posadero y…
- Deseo que me abraces –dijo.
El posadero lo miró con desconfianza.
- ¿Qué queréis decir?
- Deseo que me abraces, que me beses, que me cuides y que después me plantes tus genitales en el rostro, que me restriegues tus sudorosos y peludos huevos por toda la cara y luego me llenes la boca de leche.
- ¿Quién… quién os lo ha contado?
- ¿Lo harás?
El posadero se sentó en la cama y le tomó la mano.
- Esta noche tenemos reunión. Estáis invitado, si es que podéis moveros. Ahora, descansad –y le dio un beso en los labios que hizo que Sir Arthur se estremeciera de gozo.
Al anochecer el posadero le llevó algo de cenar a la cama.
- Quédate aquí conmigo mientras ceno, por favor –pidió Arthur.
- Tengo mucho trabajo. Comed un poco y dormid un rato. Guardad fuerzas para esta noche.
Ya de madrugada, cuando la taberna había cerrado sus puertas y todo el mundo dormía, el posadero regresó a su habitación.
- ¿Estáis seguro de que queréis venir a la reunión?
- ¿Allí me tomarás?
- Si es eso lo que deseáis…
- Entonces, estoy seguro.
- Bien. Apoyaos en mí.
El posadero lo ayudó a salir de la cama y le dio prendas holgadas con las que vestirse, para que no se hiciera daño al ponérselas. Después, lo condujo hasta el establo.
- ¿Podéis montar a caballo?
- Si voy con vos, soy capaz de cualquier cosa.
El posadero, halagado, le ayudó a montar en su caballo y montó después tras él.
- Sujetaos bien. No está muy lejos pero el camino es escarpado.
Cabalgaron durante unos diez minutos. Conforme se acercaban al lugar de la reunión, Arthur sentía como el posadero se iba excitando. Notó en su trasero la creciente erección del otro y empezó a restregarse contra ella. El posadero lo abrazó y le comió la oreja mientras le pegaba su cipotón al trasero y se movía con el movimiento del corcel.
Cuando el caballo se detuvo delante de una cueva cuya entrada estaba iluminada por una antorcha, el posadero se bajó y ayudó a bajar a Sir Arthur, que tenía una erección bestial y unas ganas horribles de arrancarse toda esa ropa prestada.
- Acompañadme –dijo el posadero, tomándole de la mano.
Sir Arthur se dejó guiar hasta el interior de la caverna, aprovechando para meter la mano por la cintura del pantalón del posadero y plantarle un dedo lleno de saliva en el ojete. El posadero se estremeció pero siguió caminando como si no lo sintiera.
Arthur contó nueve hombres en el interior de la cueva. A algunos los conocía de vista. Estaban completamente desnudos y parecían estar esperándolos a ellos.
- Era verdad –dijo uno de ellos, un comerciante artesano del condado vecino que solía vender alpargatas. – El último hombre que me imaginé jamás que vendría a una de estas reuniones está aquí.
Sir Arthur no estaba para cumplidos. Le bajó los pantalones al posadero, se puso de rodillas y enterró la cara en su trasero. El posadero abrió las piernas mientras decía a sus compañeros:
- Viene muy caliente. Empezad, empezad.
Sir Arthur de Gosperhade le separó bien las cachas del culo y comenzó a darle lengua en todo el agujero. El posadero se estremecía. Los otros nueve, cinco de los cuales ya tenían la polla dura cuando ellos habían llegado, empezaron a tocarse los unos a los otros.
- Oh, lo hacéis muy bien, Sir Arthur –dijo el posadero agachando un poco la espalda para que le llegara más lengua.
Sir Arthur se había llenado la palma de la mano de saliva y se estaba acariciando el glande mientras le daba profundas chupadas en el esfínter.
- Veo que deseáis tomarme a mí primero -dijo el posadero.
- Cualquier cosa que haga con vos nos dará placer a ambos.
Sir Arthur no se dio cuenta pero algunos de los presentes los miraban con cierta envidia. Sir Arthur era uno de los hombres más atractivos que habían entrado en aquella caverna.
El posadero empezó a retorcerse con los lengüetazos de Sir Arthur y la verga le empezó a escupir en el suelo. Los demás sabían que no es que se estuviera corriendo, sino que tenía abundancia de líquido preseminal. Pocas veces lo habían visto, sin embargo, soltar tanto. Aquel cabrón de Sir Arthur debía estar haciéndole un trabajo brutal. El posadero hizo un gesto desesperado a uno de sus compañeros (que se había quedado masturbándose solo) para que se acercara.
El otro no supo si acercarse, no fuera a molestar a Sir Arthur, pero el posadero le hizo un gesto más urgente, así que accedió. El posadero levantó un poco la cabeza y esperó a que el otro le comiera la boca. Estaba disfrutando tanto con la comida que le proporcionaba Arthur en el trasero que necesitaba que alguien le ocupara la boca para no desgañitarse de placer y llamar la atención de algún extraño que merodeara cerca de allí.
Así, el posadero pudo morrearse a gusto con el tercero sin hacer ruido.
Los otros se habían tendido en el suelo y se iban turnando para mamarse las vergas. Al principio solo a uno de ellos le gustaba mamarla, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Ahora se comían las pollas encantados de la vida. Pero es cierto que uno de ellos, Bob, era capaz de tragarse tres a la vez, cosa que casi todas las noches ponían en práctica.
Sir Arthur empezó a comerle también los huevos y el posadero enloqueció, babeando literalmente en la boca del amigo. Al tiempo que le chupaba, primero un huevo y después el otro, le acariciaba la polla, arriba y abajo, recogiendo con los dedos el precum que el posadero escanciaba sin parar. Minutos después Sir Arthur embadurnó su propia verga del precum del posadero y se la colocó a la entrada.
El posadero volvió a estremecerse al notar aquel miembro caliente a las puertas y remplazó la boca del amigo por su verga, y mientras empezaba a mamar enfebrecido Sir Arthur fue empalándolo poco a poco.
Sir Arthur sintió entonces unas fuertes manos que lo abrazaban desde atrás y se ponían a jugar con sus pezones, un duro miembro que se acoplaba en su propio culo y resbalaba por su raja con el sudor y una boca que le respiraba en la oreja, lo cual hizo que perdiera el control y embistiera al posadero sin miramientos. El posadero recibió el pollazo encantado y a su vez su amigo recibió una succión en el vergajo que casi lo hizo desmayarse.
Sir Arthur tenía los ojos en blanco. El hombre que lo había abrazado le estaba metiendo la lengua en la oreja y le hacía algo increíble con los pezones, por lo que casi se moría de gusto y estaba follándose al posadero por inercia. Además estaba el roce de aquella pedazo de tranca en su trasero, algo que le estaba haciendo perder el sentido.
Otro de los hombres se había metido debajo del posadero para chuparle el rabo e ir recogiendo todo el precum que soltaba incesantemente. Así que también el posadero estaba disfrutando lo indecible.
Sir Arthur empezó a embestir al posadero con más fuerza cuando el tipo que lo abrazaba consiguió encontrar la entrada y le clavó la polla sin concesiones. No le quedaba más remedio que follar como un condenado porque es lo que le estaba haciendo el otro. Cuando ya no creía que se podía sentir más, alguien se coló bajo las piernas de ambos para comerles los huevos, tanto a Sir Arthur como al tipo que se lo follaba. Sir Arthur empezó a jadear de placer y el sonido de sus jadeos hizo que todo el mundo acelerara lo que se traía entre manos.
El placer de encular al posadero y al mismo tiempo ser enculado por un tío enorme tan bien dotado, el roce cada vez más intenso en sus pezones, sentir aquella boca chupándole la oreja o besándole el cuello, aquellos brazos abrazándolo con fuerza y ese pecho en la espalda, la otra boca que se afanaba por mamarle los cojones en movimiento, la carne entrando y saliendo de su agujero haciendo un sonido de chapoteo… Todo junto hizo que no pudiera aguantar más y se corrió entre gritos de placer dentro del posadero. Era algo absolutamente mortal correrse de aquella manera y que el otro siguiera dándole por culo con aún mayor intensidad. Perdió las fuerzas mientras se corría, se quedó lívido, pero el hombre que lo aferraba no dejó que se relajara. Empezó a estrujarle los pezones y arremetió en su trasero una y otra y otra vez, pam, pam, pam, follándoselo sin compasión. Él seguía a su vez con la polla en las entrañas del posadero y comprobó con un resto de conciencia que su miembro no había perdido nada de fuelle y que podía seguir follándose al posadero mientras siguiera estando en los brazos de aquel tío.
Recibía polla sin parar. El otro era bastante bruto y lo estaba usando, utilizando, pero Sir Arthur estaba fuera de sí, era una máquina del disfrute y estaba dispuesto a dejarse hacer lo que aquellos tipos quisieran. Así que se puso a recibir aquella polla, procurando que le atravesara hasta el fondo, pegándose con cada centímetro de su piel a aquel hombre grande, hasta que el tipo no pudo más y empezó a corrérsele dentro, gritando como un lunático.
Después del último estertor el tipo soltó a Sir Arthur y éste cayó de rodillas. Abrió la boca y esperó a que los demás supieran lo que debían hacer. El posadero fue el primero en acercar su enorme polla a la boca de Sir Arthur y empezar a darse caña mientras Sir Arthur cerraba los ojos y esperaba sacando la lengua el primer reguero de leche caliente y espesa. Otro tío se unió al posadero mientras un tercero usaba ambas manos para estimularles el culo a ambos y pronto empezaron a correrse en la boca de Sir Arthur, que empezó a tragar lefa como un becerro.
Los chorros de esperma se estrellaban contra su cara, le llenaban los agujeros de la nariz, le resbalaban por la barbilla y sólo se habían corrido los dos primeros. Así que mientras tragaba lefa pidió que no pararan, que le dieran más y más, y mientras un tercero empezaba a masturbarse frenéticamente contra su mejilla, Sir Arthur recogió algo de esperma de su cara y se hizo un pajote con él. El tercero no tardó mucho en correrse, pero lo hizo dentro de la boca y cuando hubo descargado todos los trallazos, agarró la cabeza de Sir Arthur y le metió la polla hasta la traquea, dejando sólo los ralos cojones a las puertas. Aguantó la cabeza de sir Arthur contra su miembro que aún seguía duro como una roca durante casi un minuto, tiempo suficiente para que otro pidiera paso y le descargara sus lechazos en los ojos cerrados.
Continuará…
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