El mejor polvo de nuestra vida



El siguiente relato es de la casa.

El mejor polvo de nuestra vida

Estábamos los cuatro sentados alrededor de la hoguera, pasadas las cinco de la mañana, tapándonos las piernas con las toallas porque la humedad del mar empezaba a calarnos pero sin ganas de dar por terminada la velada. Somos cuatro amigos gays que nunca nos hemos enrollado entre nosotros, que actualmente tenemos pareja pero que seguimos saliendo juntos, sin nuestros novios, de vez en cuando y siempre acabamos de cháchara en la playa. Esa es la radiografía.

Aquella madrugada en particular la conversación versaba sobre nuestro mejor polvo. Andrés, que suele fardar bastante porque al parecer está muy bien dotado, nos relataba el mejor polvo de su vida.

- Estaba en el supermercado del pueblo, ya eran casi las nueve y media y el dependiente tenía que cerrar y hacer caja, pero yo remoloneaba por los pasillos sin comprar nada pero sin darme por aludido ante sus miradas de impaciencia porque el chico me gustaba una barbaridad. Ya hacía semanas que lo rondaba pero él nunca daba muestras de captar mis indirectas. Yo había decidido que de aquella noche no iba a pasar y no pensaba salir de allí sin haberle hecho como mínimo una buena mamada. El pobrecillo aguantó mucho más de lo permisible y al final me dijo con mucha educación que tenía que cerrar y que fuera saliendo. Entonces me acerqué a la caja registradora y le dije que podía cerrar conmigo dentro, que no me importaba, y que estaba como un queso.
- Venga ya.
- ¿En serio?
- Bueno, ¿qué es lo que no os cuadra? Me conocéis perfectamente.
- ¿En el supermercado de tu pueblo, y a un desconocido? No me lo creo.

Andrés consiguió hacernos callar y continuó con su relato.

- El chico me dijo que se llamaba Luis, y que si quería quedarme mientras hacía caja, que lo hiciera, pero que su jefe llegaría en cualquier momento y no le iba a gustar. Yo sabía que era mentira porque llevaba ya tiempo observándolo y su jefe nunca iba por allí a esas horas. Así que le miré el culo mientras echaba los candados y contaba el dinero y le estuve diciendo obscenidades para calentarlo.
- ¿Obscenidades? ¿Cómo cuales?
- Como que me moría por hacerle una mamada profunda, que me encanta comer unos buenos huevos y que sólo de imaginarlo tenía la bragueta a punto de reventar.
- ¿Y él?
- Bueno, él al principio no, pero después ya estaba bastante salido.
- ¿Y qué pasó?
- Terminó de contar el dinero, apagó las luces, me cogió de la mano y me llevó a la oficina, en la parte de atrás, a través de los pasillos sólo iluminados por las luces de las neveras. Entramos en el despacho, encendió la luz y cerró la puerta. Y me empezó a desnudar. Yo quise hacer lo mismo con él pero no lo permitió. Me quitó toda la ropa y yo me dejé hacer, suponiendo que esa era su forma de hacerlo, lo que le hacía sentir a él cómodo. Yo estaba completamente empalmado pero él no me tocó más que lo justo, para ayudarme a quitarme los pantalones y eso. Entonces quitó algunas cosas de encima del escritorio y me pidió que me tumbara boca abajo. Lo hice. Me abrió las piernas, me separó las cachas del culo y me lo olió, pero nada más. Yo esperé, pacientemente, pensando que se estaba quitando la ropa, pero transcurrido un rato y al ver que no me tocaba lo fui a mirar… y me sujetó la cabeza contra la mesa. “Quieto ahí”, dijo, pero no sonó amenazador, sino divertido. Yo obedecí mientras él me propinaba una palmada en las nalgas. Pasaron los minutos, pero el único contacto era su mano agarrándome del pelo para que no se me ocurriera incorporarme. Entonces se abrió la puerta por la que habíamos entrado y escuché la voz del jefe.

- Joder, pues sí que tiene buen culo.

Yo intenté levantarme pero Luis me empujó la cabeza contra la mesa con más fuerza.

- Y sigue empalmado –continuó su jefe.
- ¿Traigo los juguetes? –dijo Luis.

El otro debió asentir con la cabeza porque Luis me soltó, y las manos del jefe ocuparon su lugar, para que no me escapara. Mientras Luis regresaba con los juguetes su jefe se estuvo restregando conmigo. La verdad es que el roce de su pantalón contra mi culo desnudo era delicioso, y cuando noté que se le ponía durísima mucho más.




- Qué puta que eres.
- Y a mucha honra. Bueno, Luis volvió con algunas cosas y las puso sobre la mesa para que yo las viera bien. Entre otras cosas había un consolador negro del tamaño de tres campos de futbol. Sentí cómo una mano experta me llenaba el orto de crema y creí morir cuando me clavaron el consolador negro a renglón seguido, sin haberme preparado antes. Me agité dolorido pero entonces lo encendieron y me derretí. Una deliciosa corriente me atravesaba el trasero, me hacía vibrar entero, y mi polla empezó a escupir líquido preseminal a borbotones. Entonces Luis entró en mi campo visual (más bien la polla de Luis) con la que me empezó a golpear en la mejilla, mientras su jefe me iba hincando el consolador sin contemplaciones. Luis me golpeaba con el glande en la nariz, en los ojos, y yo no paraba de retorcerme de gusto, incapaz de pensar con aquella cosa gigantesca vibrando en mis entrañas y la polla de Luis paseándose por mi cara. El jefe se había agachado y sin dejar de meter y sacar el instrumento en mi culamen se metió mi goteante verga entre los labios y me regaló una mamada cojonuda mientras yo le regaba con más líquido sin saber si podría aguantar mucho más sin correrme. Luis me arrastró hacia un lado para poder disponer de mi cabeza fuera de la mesa y comenzó a follarme la boca, ahogándome con sus pollazos hasta la extenuación. Aquello fue suficiente para que no aguantara más y me corrí en la boca del jefe, que al recibir el primer disparo de mi lechada puso la siguiente marcha en el vibrador, lo que me hizo morirme de gusto. La verdad es que hicimos muchas más cosas, pero básicamente ese fue el mejor polvo de mi vida, sobretodo porque me hizo descubrir los consoladores, y aún los sigo utilizando a menudo.

La verdad es que no había esperado que el relato de Andrés fuera tan caliente. No puedo hablar por los demás, pero a mí me había excitado muchísimo.

- ¿Os cuento el mío? –dije, completamente empalmado bajo la toalla.
- Por supuesto.


Y empecé a relatarles mi historia, Cuando ya no te esperaba, cuyo primer capítulo podéis leer aquí.




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