Cerda semana fantástica


Cerda semana fantástica
Autor: Fran & Fran

Si alguien me hubiera dicho que iba a follar más, con más hombres, precisamente cuando me echara novio, no me lo hubiera creído. Claro que el mérito no es mío, sino de Fran, y de la cantidad de “eventos” a los asiste cada año. Este fin de semana ha tocado uno en Berlín. Yo sé que la mayoría de parejas suelen ir de conciertos alguna vez, salen de copas y van al orgullo que les pilla más cerca. Os aseguro que lo nuestro es más divertido.

Lo de este finde era algo así como la semana fantástica del corte inglés en plan cerda. Varios locales del ambiente berlinés se ponen de acuerdo una vez al año para organizar los juegos más guarros que os podáis imaginar, una especie de gincana donde los participantes hacen de todo (todo, todo y todo) y el premio consiste en pasar una noche en un hotel con los tres rabos más descomunales de Alemania. Nosotros no ganamos, pero la verdad, en este caso lo que importa no es el premio, sino el recorrido.

Primera prueba. Un bareto que es en realidad un enorme cuarto oscuro. Cinco paredes falsas llenas de glorijoles a diferentes alturas para que no te puedas orientar por la estatura. Ochenta y siete parejas, la mitad de cuyos miembros meten los miembros por los diferentes agujeros para que sus respectivos averigüen cual es la polla de su novio. No hay casi luz, por lo que te tienes que guiar por el tacto o directamente metértelas en la boca, si es que le tienes bien cogido el molde a tu chico. Como Fran es un experto en estos temas y yo un novatillo él fue quien sacó el pollón por uno de esos agujeros, porque a él no le da vergüenza presumir de polla y yo estaba demasiado cortado como para desnudarme. Así que me tocó buscar a Fran entre aquel mar de miembros.

Al principio empiezas a tocar una polla por aquí, otra polla por allá, así como con timidez. Pero al poco te calientas. Los agujeros eran lo bastante grandes como para que también colgaran los huevos y como me encanta la textura del escroto me entretuve tocándole los huevos a un montón de mariconas alemanas y alguna belga. Había en especial uno que tenía unos cojones que no me cabían en las manos. De hecho, fue uno de los primeros que salieron corriendo para el siguiente juego. El tío de los huevos reconocibles, lo llamábamos luego, al comentar la jugada. El caso es que me di un par de vueltas sobando rabos, y de pronto toqué uno que me resultaba familiar. Me acerqué para verlo de cerca y vi que tenía la forma característica del pollón de Fran, torcido para donde nunca se tuercen los rabos. Pero, claro, yo no podía estar seguro de que fuera el suyo. Tenía la peca y todo, pero aún así podía haber más pollas torcidas hacia donde nunca se tuercen los rabos y con pecas en los mismos lugares. Seguro que había otra polla igual por ahí. Me puse a buscarla. Justo al lado del pollón de Fran que podía ser o no el pollón de Fran había una polla cojonuda, una de esas pollas venosas tan apetecibles. No se parecía en nada a la de Fran pero nunca se sabe, de noche todos los gatos son pardos, así que me puse de rodillas y la probé. Tenía un exquisito sabor centroeuropeo. Después de unos minutos mamando como un cabritillo, el dueño de la polla (posiblemente no Fran) empezó a convulsionar. Intenté apartarme pero no a tiempo, y el tío me dejó un reguero de leche en la camisa. Entonces me di cuenta de que a la polla torcida hacia el lugar donde no se tuercen los rabos posiblemente debido a algún accidente en alguna época con un lugar estrecho por donde amargan los pepinos y con una peca característica, que podía o no pertenecer al pollón de Fran, le estaba dando lengua un rubito quizá noruego y con pintas eurovisivas. Mientras aquel niñato le estuviera comiendo quizá el nabo a mi marido yo no podía comprobar que efectivamente aquel fuera mi marido, así que fui a buscarlo a la pared falsa de enfrente.




Para entonces el juego ya había degenerado bastante. Había muchos participantes comiendo polla, sí, mucha mamada, lo normal, pero había alguno que se estaba enculando con los pollones de los pobres e inocentes novios englorijoleados. Claro que si le tenían tomada la medida de esa manera a sus respectivos, es normal que probaran a reconocerlos así.

Yo me puse a buscar a mi maromo con ahínco. Tuve que mamarme cerca de cincuenta rabos para ir descartando. Algunos eran más fáciles de descartar que otros, y algunos, unos pocos maravillosos, eran indescartables.

Me tuve que quitar la camisa a la tercera corrida y recibir las siguientes en el cuello y el pecho, porque, sea dicho de paso, acabé bañado en leche. Es más, mientras me comía una de las últimas de la tarde me estuve dando un fenomenal masaje en los pezones con todo ese esperma europeo.

Cuando encontré por fin a Fran, que curiosamente era el dueño del pollón torcido hacia el lugar donde jamás se tuercen los rabos, ambos éramos conscientes de que ya no ganábamos la noche de hotel, pero aún así salimos corriendo para la siguiente prueba, que, si os parece, os cuento otro día.


Fran & Fran
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