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En el último minuto


El siguiente relato es de la casa


En el último minuto

Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.

En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.

Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.

El chico se montó, agradecido.

- Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
- ¿Quieres que suba la calefacción?
- Sí, por favor.

No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.

- ¿Cómo te llamas? - pregunté.
- Líber.
- ¿Líder? - aquello parecía un mote.
- No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
- No lo había escuchado nunca.
- Significa "el que derrama abundancia".
- Me gusta. Lo de derramar suena bien.

No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.

- ¿Y usted? ¿Cómo se llama?
- Como quieras menos de usted.
- Okey. Lo siento.
- Me llamo Plinio. - Le tendí la mano.
-¿En serio?
- No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa "el que folla poco".

Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.

- Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? - no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
- No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.

Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.

-¿Aún esperas que aparezca?
- No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
- Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?

La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.

- Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
- Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.

Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:

- Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.

La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.

Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de "buscar siguiente" y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba. Escuché la canción entera, no fuera a ser Líber un buen cristiano y le molestara que cambiara de cadena, pero cuando empezó la siguiente canción, después de una cuña de autopromoción de Radio Mariana, Líber dijo:

- ¿Eres cura o algo así?
- ¡No, por Dios!
- Pues quita eso.

Cambié de emisora hasta encontrar una que no me juzgara.

- No podría ser cura ni aunque quisiera -aventuré.
- ¿Por?
- Peco demasiado.
- ¿Más que los propios curas? No lo creo.
- Seguramente más que los propios curas.
- ¿Has matado a alguien?
- Quizá de aburrimiento.
- Pues entonces puedes ordenarte mañana mismo. Si quieres te acompaño a la diócesis.
- ¿Qué es eso?
- Ni idea.

Guardamos silencio otra vez después de la tontería ésta. Pero se me antojó que podía llevar a Líber a mi terreno partiendo de lo que habíamos hablado.

- En realidad, si tuviera que confesar mis últimos pecados, el cura que me escuchase me tiraría a patadas de la Iglesia.

Miré a Líber de reojo a ver si picaba el anzuelo. Él suspiró sonoramente.

- Está bien. Suéltalo - dijo.
- ¿Que suelte qué?
- Se nota a la legua que vas más salido que el pico de una plancha. Y que quieres confesar algo de carácter sexual con la esperanza de ponerme caliente y que te acabe comiendo la polla.
- Joder. Mira que soy transparente.
- Coño, ¿he acertado?
- Has dado en tol puto clavo.
- Joder. Lo siento.
- ¿Que lo sientes? ¿Qué sientes?
- Sólo quería descolocarte. No esperaba tener razón.
- Pues la tienes.

Pausa de los dos.

- Pues vamos. Juega tus cartas - dijo después Líber.
- ¿Ein?
- Que me cuentes lo que ibas a contarme y yo decidiré si vale por una mamada.
- ¿Va en serio?
- Seguramente no, pero me estás llevando a mi casa. Lo mínimo que puedo hacer es escucharte.
- Visto así... De todas formas no te voy a contar nada.
- ¿Y eso?
- Porque el motivo de que te hubiera contado algo pervertido y con un alto índice homoerótico hubiera sido el llevarte a una posición en que te plantearas la posibilidad de comerme la polla, y a ese punto has llegado tú solito.
- ¿Estoy en ese punto?
- Justo en ese punto. Has dicho que te cuente lo que iba a contarte y que entonces decidirás si lo que te cuente vale por una mamada. Eso no es un no de entrada.
- Pero luego he dicho que bromeaba.
- ¿Lo has dicho?
- Creo que sí.
- Puede que sí, pero no categóricamente.
- ¿Quieres que me niegue categóricamente a mamártela?
- No. Claro que no. Perdería toda la gracia. Pero lo de que me la mames es secundario. Preferiría mamártela yo.
- ¿Sí?
- Sin dudarlo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
- No entiendo qué placer puedes obtener tú comiéndote mi polla.
- ¿No tienes amigos gays? Esa es la primera pregunta que cualquier amigo gay te habría resuelto en primer lugar.
- Tengo amigos gays. Pero nunca me he parado a pensar... Es decir. Siempre he dado por supuesto que un gay se la mama a otro para que luego ese otro se la chupe a él. ¿No funciona así?
- Mmm... No. Esto debería ser fácil de explicar pero debería ser aún más fácil de entender. A ti te atraen las tías, ¿cierto?
- Categóricamente.
- Piensa en una chica que te guste. (Ahora mismo tu novia no nos vale). Piensa en alguna antigua novia. Imagina que aún estás con ella. Te atrae su olor, el color de sus cabellos, sus labios, sus pechos, su mirada, su trasero. Reaccionas ante la cercanía de esa chica que te atrae. Dime que sí o perderé la fe en el hombre hetero.
- Sí, por supuesto. Las tías me ponen como una moto.
- Bien. Todas esas sensaciones placenteras que te provocan las mujeres, ¿sólo cobran sentido cuando una de ellas se mete tu polla en la boca?
- No, claro. De hecho mi novia nunca me la ha comido.
- Pues ahí lo tienes. La atracción por sí sola basta para que estar con una chica valga la pena. Todas esas cosas que sientes y que pueden estar más o menos relacionadas con el sexo puro y duro, la atracción que hace que te sientas cercano a una chica, que se te vaya la cabeza por ella, pensando en su voz o en su risa, todas esas cosas que pueden llevar a que te enamores de una persona, el propio juego de la seducción... yo lo pongo en marcha, mi cuerpo lo pone en marcha, con la cercanía de otro hombre. Un hombre que me atraiga, evidentemente. Igual que para ti debe de ser la ostia magrearle las tetas a una chica, meterle mano o, en un plano menos sexual, besarla en los labios, a mí me llena de placer tocar el pecho de un tío, besar su barba de tres días, lamerle los labios y, por supuesto, comerle la polla, los cojones y todo lo que tenga al abasto... Es algo tan excitante (y no hablo sólo de la excitación de una erección, sino de la que te recorre el cuerpo entero en oleadas) que tener la verga del tío que te gusta a la altura de tu nariz, olerla, tocarla e introducirla en tu boca y sentir cómo su cuerpo se estremece, en definitiva, practicar una felación como Dios manda, es superior en casi todos los aspectos a que te la practiquen a ti.
- ¿Y eso les pasa a todos los maricones o sólo a los pasivos?
- Yo juraría que a todos pero sólo conozco realmente bien a un maricón. Yo mismo. Pero para mí, la definición, lo que hace que nos etiquetemos como una cosa u otra (ahora hablo de heteros o homos) es hacia qué sexo está orientada nuestra respuesta física y emocional, qué sexo es el que nos mueve los sentimientos y las entrañas, la mente y el corazón. En el caso hetero, el contrario, en el caso homo, el mismo. No hay mucho más que entender al respecto.
- Te faltarían los bi.
- Bueno, está claro, ¿no? A los bi todo eso se lo mueve ambos sexos.
- La verdad es que sigo flipando. Que alguien diga que le gusta más hacer una mamada que que se la hagan me rompe todos los esquemas mentales.
- Es lo que hay. De todas formas contigo no creo que hiciera ni una cosa ni la otra.
- ¿Y eso?
- Eres demasiado mono. Me contentaría con acariciarte y verte dormir.
- Creo que hay confianza para una mamada rápida pero no para lo que acabas de exponer.
- Joder. ¿Significa eso que podría haber mamada?

Líber miró hacia atrás.

- Supongo que todos esos muebles se guardan y queda una cama cojonuda.
- Una bien grande.
- No sé... La verdad es que no me imagino ahí atrás contigo, dándolo todo.
- ¿Y porqué te lo planteas siquiera? Con cada insinuación a que puede pasar algo me da un vuelco el corazón y una sacudida la polla.
- Supongo que es la noche perfecta para dejar que un hombre me coma la polla.
- No seré yo quien rebata eso.
- Pero estaría más cómodo si me pagaras.
- Repite eso.
- No sé si me va a gustar. Puede que salga traumatizado. Pero si me voy con cien euros en el bolsillo podré soportarlo.
- Joder. Cien euros. Pues a mí seguramente se me cortaría el rollo si hubiera dinero de por medio.
- Pues no te queda más remedio. Acabo de decidir que ese es mi precio. Cien euros y me chupas todo lo que quieras menos la boca. Pero si resulta que me gusta y te acabo chupando yo a ti la polla, subimos a doscientos.
- Eso no tiene ni pies ni cabeza.
- Son las reglas. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.
- No llevo ese dinero encima.
- En el pueblo tenemos cajeros.
- ¿Tengo tiempo para pensármelo?
- Dos minutos.
- ¿Habías hecho esto alguna vez?
- ¿Me preguntas si soy puto?
- O policía o algo así.
- Ni puto ni policía. Soy estudiante. La vida está muy mala, me he peleado con mi novia y me apetece que me hagan una mamada y ganarme de paso unos euros.
- Cien o doscientos, según lo que al final se te antoje a ti hacer.
- Exacto.
- Cuanto más te alejes de tu ideal de la heterosexualidad más me cobrarás a mí.
- Básicamente. ¿Te decides? Se te acaba el tiempo.
- Sabes que puedo encontrar sexo gratis en cualquier sitio, desde centros comerciales hasta vías de servicio.
- ¿Eso es que no?
- Joder. No.
- Decídete.
- Está bien.
- ¿Sí? ¿Lo hacemos?
- Sí.
- ¿Bajo mis condiciones?
- Un trato es un trato.
- Bien. Un poco más adelante hay un buen sitio donde puedes aparcar.

Bueno. Como os decía antes era una mala hora para coger autoestopistas pero al parecer era una buena hora para pegar un polvo... aunque fuera pagando.

El caso es que, cuando estaba aminorando para aparcar donde me decía Líber, aparecieron dos faros en la lejanía. Iba a ser el primer coche con el que nos cruzábamos desde que lo había recogido. Miré al chico. Tenía la vista clavada en las luces que se acercaban.

- ¿Crees que es tu novia? - pregunté, bastante fastidiado.
- Seguro que lo es.

Durante unos segundos el tiempo pareció detenerse. Pude ver la lucha en el rostro de Líber. El coche se acercaba. Llevábamos las luces de la cabina encendidas. Las había encendido al recoger a Líber y así seguían (me había parecido prudente ver a quién dejaba subir a mi vehículo, y luego ya no las había apagado porque me ponía caliente ver sus reacciones y porque el chico estaba buenísimo). Ahora eso jugaba en mi contra. La novia de Líber lo andaba buscando, no se perdería detalle de cualquier vehículo con el que se cruzara. Además, casi nos habíamos detenido porque habíamos llegado al lugar elegido para consumar nuestro pacto.
Líber seguía mirando fijamente la carretera, las luces de la cabina de mi caravana seguían encendidas. El coche estaba tan cerca que su novia ya lo habría reconocido. Era de madrugada, el interior de mi cabina y los faros de ambos vehículos eran la única iluminación en la zona.

Se me acababa de ir el polvo de la noche a tomar por culo.

De pronto Líber se quitó el cinturón y se hizo un ovillo a los pies de su asiento y yo, que no había apagado las luces porque pensaba que el chico se iría a casa con su novia, las apagué al instante.

El coche se cruzó con nosotros, aminorando. A la luz de su salpicadero reconocí el rostro de una muchacha. Me pareció que me miraba con el ceño fruncido. Al segundo siguiente ya había pasado de largo. La seguí por el retrovisor. Aceleraba. Se alejaba. No iba a parar.
Ojalá no se le ocurra dar la vuelta, pensé.

Metí la caravana por el camino de tierra que, supuse, era el que Líber consideraba adecuado para no ser sorprendidos, y me alejé lo suficiente de la carretera como para conservar una total intimidad en caso de que la novia regresara en busca nuestra.

Líber ya había vuelto a sentarse en su sitio. Ahora ya no podía verle bien la cara, pero creo que sonreía.

- Me siento muy estúpido - dijo.
- Tranquilo, no era ella.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto al pasar. Era un tío - mentí.

No sé si me creyó. Creo que más bien quiso creerme.

- Bueno... ¿Cómo lo hacemos? - preguntó nervioso, supongo que tanto por lo que acababa de pasar con el coche como por lo que se avecinaba.
- Pasamos detrás e intentas relajarte.
- ¿Y si no consigo empalmarme?
- Me ahorro los cien euros.
- Cuánta presión.
- Pero tranquilo. Te empalmarás.
- Qué seguridad en ti mismo.
- El sexo es algo sencillo. Si sabes dónde tocar y en qué zonas ejercer la... presión... pertinente... - dije, metiendo la mano entre sus piernas y rozándole los huevos por encima del vaquero mientras Líber intentaba pasar a la parte habitable de la caravana -... te aseguro que habrá erección para rato y una corrida que no olvidarás en tu vida.
- Espero que hables de mi corrida, no de la tuya.
- Eres un encanto.
- Más bien todo lo contrario.
- Por eso lo decía en tono irónico.

Entre los dos plegamos la mesa, quitamos los trastos de enmedio y tiramos de la parte baja del sofá hasta extender la cama.

- Es enorme - comentó Líber.
- Tamaño matrimonio. Pero dentro de un espacio reducido parece más grande.

Abrí uno de los armarios ocultos y saqué sábanas limpias.

- ¿Me ayudas?
- ¿Vamos a hacer la cama?
- Hombre. Cuando te corras estarás tan agotado que querrás quedarte a dormir.

Me miró con suspicacia pero aceptó la esquina de la sábana bajera que le ofrecía.

Cuando terminamos de hacer la cama y de ahuecar las almohadas le ofrecí una copa.

- ¿Qué tienes?
- ¿Qué quieres?
- Whisky cola.
- ¿Jota Be te va bien?
- Perfecto. Gracias.
- La cola es marca eroski.
- Da igual, no es peor que la cocacola de polvos que ponen por aquí en los bares. -Líber siguió mis movimientos con curiosidad. -Me preguntaba dónde estaba la nevera - dijo cuando me vio sacar el hielo.
- Empotrada y escondida, como todo.

Preparé sendos cubatas mientras Líber se quitaba las botas y se lanzaba en la cama de costado. Me recordó a un crío tirándose a una piscina.

- Manuel...
- ¿Sí?
- Yo quiero una autocaravana.
- ¿Te gusta el concepto?
- Es el picadero ideal.
- Yo nunca había tenido nada parecido. Pero la verdad es que fue una gran idea comprarla. Cada vez es más difícil encontrar sitios bien preparados y donde no te pongan muchos peros para quedarte unos días, aunque haberlos, haylos. De todas formas yo no quiero vivir en un sitio así. Pero si te pegas un viaje, como es mi caso, la verdad es que es muy cómodo. Eso sí, la Guardia Civil no te deja pernoctar en cualquier sitio, sobre todo, supongo, por el tema de las aguas grises y negras (la de lavar los platos y la del water), pero yo no uso los depósitos. Menos dormir (y conducir) hago toda mi vida fuera de la caravana.
- ¿Dónde te bañas?
- En gimnasios. También me afeito en ellos. Con la crisis se ha puesto de moda el pase diario. Es fácil encontrar gimnasios donde hacerlo.
- ¿Y la ropa?
- Lavanderías. Y para ir al baño, los restaurantes donde como y ceno y las gasolineras. Y el bendito bosque.
- ¿La luz?
- Cargo las baterías en campings.
- Te dejarás una pasta entre todo.
- Tú eres lo más caro con lo que me he topado hasta el momento.

Los siguientes minutos los dedicamos a bebernos nuestros cubatas y a mirarnos.

- Pareces cómodo - dije luego.
- Lo estoy. Lo haces fácil.
- ¿Lo hago fácil? Gracias. Es algo que nunca me habían dicho.
- Estoy deseando que empieces a tocarme.

Aquello me descolocó.

- ¿Intentas descolocarme otra vez?
- No. Lo digo en serio. Me apetece mucho.
- Eso es bueno.

Le cogí el vaso casi vacío y lo dejé junto con el mío en la cocina. Después me tumbé a su lado. Líber me miraba con cara de borracho.

- ¿Ya estás embriagado?
- Un poco.
- No lo he cargado mucho.
- Me lo he bebido muy rápido.
- ¿Por dónde quieres empezar?
- ¿Por dónde sueles empezar tú?
- Me gustaría besarte.

Líber se rio. Primero fue la risa de aquel que se siente halagado pero pronto se prolongó lo suficiente como para mosquearme.

- Te estás partiendo el culo. Te estás riendo de mí - enfaticé.

Aún siguió retorciéndose de la risa un rato más. Después se disculpó y se quedó todavía más relajado que antes.

- Vale. Bésame.

Con esto me dejó a cuadros. Pero como no era cuestión de darle tiempo a cambiar de opinión acerqué mis labios a los suyos y le di un beso castísimo. Sus labios sabían a whisky con cocacola de marca blanca. Lo miré para evaluar su reacción. Tenía los ojos cerrados y sonreía con cara de idiota.

-¿Eso es todo? - preguntó, sin abrir los ojos.
- No. Para nada.

Pegué mi cuerpo a su cuerpo, colocando mi bulto sobre su pierna. Tomé su cara entre mis manos y volví a besarlo, ésta vez poniendo toda la carne en el asador. Nuestros labios se fundieron. Su lengua salió a recibir la mía. Nos besamos a placer, y conforme lo hacíamos nuestros cuerpos empezaban a buscar más zonas en contacto. Casi ni me sorprendí cuando las manos de Líber comenzaron a palpar mi musculatura. Poco después se quitaba camisa y camiseta y volvía a recostarse, esperando que lo acariciara.

- ¿Habías hecho esto antes? - pregunté, incapaz como soy de cerrar la boca demasiado tiempo.
- Claro.
- ¿Con un hombre?
- Con un hombre nunca. Sólo con chicas. Pero no es tan diferente. - Tomó mi mano y la colocó sobre su pezón derecho. - Me gusta que me toquen el pecho.
- ¿A quién no?
- Mi novia dice que es una mariconada.
- No te conviene volver con ella. Te condiciona.
- Vidal Sasún.
- ¿Qué?
- Nada. Chúpame los pezones, anda.

Obedecí, más contento que unas pascuas. Todavía vestido me amorré a su pezón y mientras daba pequeñas lamidas y le apretaba el otro pezón con los dedos, restregaba mi paquete contra el suyo. Líber se corría de gusto, podía sentir cómo temblaba entero con mi estimulación.

- Dios, ¿Por qué cojones tiene que ser tan bueno? Me muero de gusto - dijo con voz entrecortada en cierto momento.
- Es que soy muy bueno en lo mío. Aunque también tiene que ver el encanto de las primeras veces - respondí.
- Quiero verte la polla - me pidió.
- ¿Vas a ir directo a por los doscientos euros?
- Vamos. Enséñamela.
- ¿Sientes curiosidad?
- Muchísima.
- ¿Por las pollas en general o por la mía en particular?
- No he tocado nunca una polla aparte de la mía. Y si te soy sincero... mientras antes me contabas por qué te vuelve loco comer pollas me he excitado mucho imaginando que yo te lo hacía a ti.
- Ah, cabrón. Sabías desde el principio que te ibas a llevar toda la pasta. Está bien. Vamos allá.

Me puse de rodillas, me quité el cinturón ante la atenta mirada de Líber, me abrí el pantalón y me saqué la verga lo bastante despacio como para que el chico se impacientara. Hay algo extremadamente erótico en el sencillo acto de sacarse la polla. No sé si estará relacionado con el poder otorgado durante siglos a la masculinidad, con ritos ancestrales o con el Coño de la Bernarda (no, creo que no tiene nada que ver con el Coño de la Bernarda), pero el momento en que un hombre se saca la polla es en realidad EL MOMENTO.
Y, la verdad, es LA POLLA.

La mía es la ostia, y no es porque sea mía.
Pero es la puta ostia.

Líber se quedó absorto observándola. Al final dijo:

- Joder. Estás muy bien dotado, hijo de puta.

Y yo respiré tranquilo porque sé que lo estoy pero siempre es bueno que alguien que no es el dueño de la cosa te lo reafirme. Te regala el oído y te da confianza y todas esas cosas.

- Quítate todo- me ordenó Líber.

Obedecí al instante. Me deshice de toda mi ropa en un santiamén. Líber se recostó contra el respaldo del sillón que quedaba en el extremo derecho de la cama desplegada y me hizo un gesto para que me acercara.

- De pie - me pidió.

De pie sobre la cama debía arquearme un poco para no darme contra el techo, pero quería darle gusto al muchacho en todo lo que me pedía, así que lo hice sin rechistar.
Mi polla quedó a escasos centímetros de su boca.

- Ahora... Pónmela en la cara.

Me acerqué y sentí un placentero escalofrío cuando mis huevos le taparon la boca entreabierta y mi falo reposó a la derecha de su nariz, cubriéndole un ojo y llegándole el glande hasta la raíz del cabello y más allá. Era impresionante ver cómo mi polla podía ocultar su cara. Me di cuenta como pocas veces de lo extraordinario de mi miembro. Líber parecía pensar exactamente igual que yo.

Le paseé la verga por toda la cara. Le golpeé la frente y las mejillas con ella, dejé que los olores de mi sexo le llenaran las fosas nasales. Líber se quitó los pantalones mientras le cubría la cara de polla y empezó a masturbarse tan excitado que parecía no dar crédito.
Poco después ya no le bastaba con el roce de mi rabo en su piel. Quería más.

- Fóllame la boca- me pidió.- Sin contemplaciones.

Le metí dos dedos en la boca para que me los chupara. Eso lo puso a mil. Me chupaba los dedos como si ya me estuviera comiendo la polla y al mismo tiempo aspiraba profundamente cuando acercaba mi miembro a su nariz. Luego le metí los pulgares, me los chupó a conciencia y le abrí bien la boca, tirando con cada uno hacia un lado, para que fuera bien consciente de lo mucho que iba a tener que tragarse. Después introduje poco a poco el vergajo entre mis pulgares hasta que lo tuvo bien dentro, hasta la garganta. Después retiré los dedos y los cálidos labios de Líber se cerraron sobre mi carne. Estaba empalado de carne dura y parecía que la cosa le estaba encantando, a juzgar por el pajote que se estaba zurrando el tío.

Puse las manos contra el techo de la caravana y empecé a impulsar las caderas contra la boca de Líber, cuya cabeza quedaba aprisionada entre mi carne y el respaldo del sillón. Mientras me follaba su boca Líber se pajeaba y gemía. Cada poco se soltaba la polla como si ya estuviera cerca del orgasmo, lo cual había que posponer dado que acabábamos de empezar. Entonces, mientras seguía recibiendo mis pollazos y esperaba a que se alejara la sensación de corrida inminente, se dedicaba a acariciarme las piernas. Bajaba las manos por mis duras pantorrillas y subía hasta mi suave trasero, y entonces me impulsaba de las nalgas para que lo empalara más profundo todavía.

No sé el tiempo que duró aquello. Cuando follo suelo perder la noción del tiempo y a veces hasta el sentido de la realidad. A veces descubro que se me ha ido tanto la pinza que estaba pegando un polvazo en la cocina y de repente estoy reventando un culo en la bañera. Eso me pasaba en mi piso. En la caravana era más sencillo empezar en la cocina y acabar en la habitación de invitados, no sé si me explico. Pero en casa daba un poco de miedo que se me fuera de esa manera la pelota, como al protagonista de Memento, y apareciera en sitios a donde no recordaba haber llegado.

Este primer encuentro con Líber fue de esos. Estaba follándole la boca a conciencia y de pronto, sin solución de continuidad, era yo quien estaba apoyado en el respaldo del sillón y tenía el culo del muchacho a merced de mi lengua.

Si he de ser sincero fue el polvazo más inconexo de la historia. Tan pronto tenía la boca de Líber en mis cojones como tenía él la mía entre los dedos de los pies. Le estaba mamando la polla y de pronto él me estaba comiendo la oreja y me metía tres dedos por el culo. No sé las vueltas que dimos. Líber estaba dispuesto a hacer cualquier cosa y no sé si eran peores las que se le ocurrían a él.

Me dio por culo no sé la cantidad de veces. Yo le comí el suyo a placer y le hice disfrutar con ello lo que jamás pensó que podría disfrutar, pero no se la metí. El tamaño de mi verga no era el adecuado para una primera vez y Líber tampoco me insinuó que estuviera dispuesto a que le rompiera el orto.

Entre unas cosas y otras llegó un momento en que no pude más. Si no descargaba pronto la lechada me entraría un formidable dolor de huevos. Tenía la puta polla a reventar. Había adquirido un tamaño monstruoso y con que le diera un meneo más habría lefa por todo. Se lo hice saber a Líber quien me pidió que se la descargara en la lengua. Se arrodilló delante de mi rezumante vergajo y me mamó el capullo como un verdadero experto. Un comepollas de primera.

- ¡¡¡Dios!!! Me corro, me corrooo.

Líber aceleró el pajote que se zurraba para correrse al mismo tiempo que yo. Y yo, mientras sentía cómo me llegaba el orgasmo en oleadas, le acariciaba la cabeza sin saber muy bien ni donde estaba. Recibió con una sonrisa de vicio absoluto el primer trallazo de leche espesa dentro de la boca y no dejó de mamarme la cabezota mientras iba saliendo sin parar el resto de la corrida, rebosándole pronto la boca y cayendo en regueros por entre sus labios y por el tronco de mi propio rabo.

A mitad de mi colosal corrida empezó él a correrse. La sensación de tener mi polla colmando su boca de lefa pudo con él y Líber, el que derrama abundancia, se derramó abundantemente sobre la cama.

...

Como había predicho, Líber se quedó a dormir conmigo. Amanecimos entrelazados y pegamos un segundo polvazo que no tuvo nada que envidiar al primero.

Eran cerca de las doce del mediodía cuando lo llevé a su casa. Aparqué la caravana cuando pasamos por delante de un cajero de La Caixa. Líber me esperó en la cabina con una sonrisa de satisfacción absoluta.

Saqué doscientos euros y volví a su encuentro.

- Aquí está tu dinero - dije, extrañamente contento de pagar a Líber.
- Sabes que no es necesario.
- Un trato es un trato.

Lo aceptó sin más resistencia.

Después conduje hasta su casa. Me gustaría haberme despedido con un abrazo y un besazo en condiciones pero su novia lo esperaba en la puerta, con evidentes muestras de preocupación y pinta de no haber dormido en toda la noche.

Líber se quedó muy cortado al verla allí. Me estrechó la mano, nervioso, y me regaló media sonrisa.

- Gracias, Manuel. Ha sido estupendo - me dijo.
- Igualmente.
- Me... me marcho.

Asentí con la cabeza.

Se quitó el cinturón, abrió la puerta, pero antes de bajarse de la caravana y apearse así para siempre de mi vida, dijo:

- Dime que te quedarás por aquí unos días.
- No me esperan en ningún otro sitio - contesté, verdaderamente aliviado.
- Dame tu móvil.

Se lo pasé. Tecleó su número y lo guardó en mi agenda.

- Llámame esta tarde, que ya habré recuperado mi móvil.
- Hecho. Suerte con tu chica.
- Ya no es mi chica.

Es curioso que la vida pueda definirse en un solo minuto. Si Líber no me hubiera pasado su número en ese último momento, si se hubiera sentido culpable o confundido al ver a su novia esperándolo en el portal y hubiera salido sin más de la caravana posiblemente no habría vuelto a verlo y hoy... no estaríamos juntos.

Iván, un hermano como Dios manda, IV


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El siguiente relato es de la casa


Iván, un hermano como Dios manda, IV

La cercanía de su cuerpo, el contacto de su piel, la visión de su fuerte pecho desnudo y su respiración por tanto tiempo anhelada, bastaron para prender una llama que en ningún momento se había apagado. Con cierta delicadeza le fui despojando del resto de su ropa mientras Iván se dejaba hacer con una sonrisa traviesa. Cuando lo hube dejado en slips le hice dar una vuelta para advertir los cambios que el gimnasio había logrado en su anatomía.

- Estás como quieres, cabrón.

Por toda respuesta, Iván empezó a contornearse como si aún estuviera trabajando de gogó en Ibiza, algo de lo que parecía hacer siglos.
Mientras bailaba al son de mis miradas empezó a acariciarse el pecho, el ombligo, las piernas...

Su polla estaba enorme, durísima bajo el apretado slip, y él aprovechaba para tocársela con pequeños roces que yo no perdía de vista. Después las caricias empezaron a centrarse sólo en esa zona. Se cambiaba el vergajo de lado, tiraba hacia abajo del slip y arrastraba con la tela su duro miembro pero sin llegar a liberarlo... Se me hacía la boca agua. Sin dejar de observarlo ni por un momento me fui despojando también de mi ropa hasta quedar como él.

- Seguimos usando la misma marca - murmuró, la voz tomada por la anticipación.

Sin poder resistir ni un momento más me acerqué a él, que aún danzaba, y le saqué la polla y los cojones por un lado del slip. Durante unos deliciosos segundos recorrí su miembro con mis manos. Iván había dejado de bailar. Miraba el trabajo que hacían mis dedos con una intensidad demoledora. Entonces me puso las manos sobre los hombros y me guió hacia abajo. Me arrodillé y pegué la nariz al tronco de su vara, y me quedé ahí un momento aspirando su aroma.

Siempre me ha vuelto loco el olor a polla, en especial el olor de su polla.

- ¿Te parece la cocina un lugar adecuado, esta vez? - le pregunté, mirándolo desde abajo.

Me colocó la verga suavemente sobre la mejilla, la sentí palpitar sobre mi piel. Inspiré profundamente. El increíble olor de sus huevos, cerca. El latido de su miembro sobre mí. El paraíso. Noté cómo su precum me mojaba la oreja.

Contestó:

- Me parece el mejor lugar del mundo ahora mismo.

Después empezó a masturbarse despacio, sobre mi nariz. Aspiré de nuevo su aroma mientras yo también me sacaba la polla por un lado del slip, y empezaba a pajearme embriagado de su olor a macho.

Me puso el glande mojado ante los labios y mi lengua salió a recibir el salado sabor de su precum. Al recoger aquellas gotas él se estremeció pero yo me estremecí más. Entonces Iván me cogió la cabeza y me atrajo hacia sí, introduciendo lentamente su enorme polla en mi boca hasta que no quedó nada fuera, más que sus cojones contra mi barbilla. Dejé de masturbarme porque tener su carne por fin en mi boca después de tanto tiempo, sentir cada centímetro de su increíble falo dentro de mí, me había excitado hasta tal punto que un sólo roce me hubiera bastado para derramar mi leche en el alicatado.

Cuando, después de disfrutar de aquel momento con todos los sentidos, se la empecé a mamar, mi hermano soltó un suspiro que me enterneció. Era un suspiro de "ya era hora", de "por fin en casa". Yo sentía lo mismo.

Mi cabeza se movía diligentemente adelante y atrás y su cuerpo se balanceaba un poco, se alejaba y se acercaba con ritmo propio, pero a veces aprovechaba para coincidir conmigo, bien adentro, dando un golpe de cadera. Mis labios escanciaban abundante saliva. Su mano izquierda guiaba a veces mi cabeza. Su mano derecha sujetaba a ratos sus cojones por la base. Su enorme falo se endurecía más y más. Yo tragaba sin descanso. La saliva se escurría polla abajo. Era sublime.

Adentro y afuera, una y otra vez.
Adentro y afuera.

La saca. La pone toda mojada sobre mi nariz. Respiro. Me golpea con ella. Zas. Zas. Una vez más. Agarro con fuerza mi polla, he estado a punto de correrme otra vez.

Aproveché el descanso para cubrirle el glande tirando de la piel hacia delante, pasear la lengua entre los pliegues de su piel, chupar a placer. La polla de mi hermano me obnubila, me fascina, me enloquece. Mamar ninguna otra polla me ha provocado jamás semejante placer.

Con un suave movimiento volvió a guiar su miembro hacia las profundidades de mi garganta y empujando mientras me sujetaba la cabeza con ambas manos imprimió cierta velocidad al asunto. Comencé entonces a tragar como una buena puta, sin importarme atragantarme con tal de que no se detuviera, para que siguiera violándome la boca por toda la eternidad, cada vez más fuerte y sin compasión.

Sin embargo, Iván tenía otros planes. Me sacó la polla de entre los labios sin avisar y agachándose me llenó la boca con su lengua ávida. Nos comimos las bocas con ansia. De hecho, Iván fue capaz de quitar el montón de cosas que había sobre la mesa de la cocina sin dejar de besarme. Luego recostó el pecho sobre ella ofreciéndome su increíble culo. Me puse a su altura, le di una nalgada y a continuación le di un lametón en el esfínter que le hizo estremecer. A partir de ahí, Iván comenzó a retorcerse de gusto. Me amorré a su agujero y empecé a darle lengua mientras con una mano me pajeaba y con la otra apretaba su dura polla que apuntaba hacia el suelo.

Iván comenzó a gemir de gusto y a pedirme que me lo follara. Le metí el pulgar para ver cómo iba y su culo se lo tragó sin esfuerzo.

- Fóllame, Alex- volvió a pedir.

Ya estaba en posición, con la polla llena de saliva a las puertas del fabuloso trasero de mi hermano, que se retorcía de placer esperando ser atravesado, cuando escuché la llave girar en la cerradura. Segundos después la puerta de la calle se abría.

Solo una persona aparte de mí tenía llave de mi piso: mi exnovio Leo.




Continuará...


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Iván, un hermano como Dios manda, II



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Iván, un hermano como Dios manda, II

De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo mi hermano se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.

Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de mi hermano para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.

Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.

- No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.

Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.
Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.

De camino a mi piso acribillé a Iván a preguntas.

- ¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?
- Pues claro que no. Es mi esposa.
- Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.
- ¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?
- No. Claro.
- Pues esto es lo mismo.

Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con la intención de no cabrearlo y que me dejara tocárselos luego en un sentido más literal).

- Entonces... ¿De quién es el niño?
- ¿Cómo que de quién es el niño?
- No jodas que es tuyo.
- ¿De quién coño quieres que sea, Alex?
- Pensé que teníais algún tipo de acuerdo.
- Tenemos un acuerdo. Se llama matrimonio. Vamos a tener un hijo del cual soy el padre por el método tradicional y atrasado de pegar un polvo con mi esposa y tú vas a ser tío y tendrás que regalarle ropita durante un tiempo y más adelante bicicletas, ordenadores y todo aquello que yo y su madre no estemos dispuestos a comprarle por miedo a malcriarlo.
- Joder.
- ¿Te supone un problema?
- No, qué va. Es que me pillas con el pie cambiado, macho - dije.

Decidí no abrir más la boca por un buen rato. Por una parte no me parecía bien que Iván siguiera con su estilo de vida promiscuo a espaldas de su mujer ahora que se suponía que debía sentar la cabeza, con un bebé en camino y todo eso, pero yo no podía ser tan hipócrita dado que estaba deseando contribuir a su promiscuidad llenándome la boca hasta las trancas con su pedazo de polla.

Enseguida estuvimos en casa. Metí el coche en el garage comunitario. Iván comentó que yo ahora conducía mucho mejor. No contesté, pero es que sólo hacía dos años que tenía el carné. En la época de la gran pelea me lo acababa de sacar. Era lógico que él me recordara inseguro al volante.

Salimos del coche. Yo fui a la parte trasera para coger unas bolsas (me había parado en el hipermercado de camino al aeropuerto) y cuando las estaba cogiendo sentí su cuerpo en mi espalda, el tan familiar cuerpo de Iván. Me abrazó desde atrás, pegando su paquete a mi trasero, su pecho a mi espalda y descansando su barbilla en mi cuello.

- Antes te mentí - me dijo al oído, poniéndome los pelos de punta del placer de tenerlo tan cerca. - Yo también te he echado de menos.



Continuará...



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El psiquiatra


(El siguiente relato es de la casa)

El psiquiatra

Fabio se recostó en el diván y cerró los ojos mientras Robert, su psiquiatra, cerraba la puerta con pestillo.

- ¿Qué tal la semana? –preguntó Robert, con aire distendido.
- Como siempre. Mucho trabajo y poco sosiego. ¿La suya?
- Muchos pacientes, no puedo quejarme.
- ¿Alguno como yo?
- Absolutamente ninguno.

En realidad, Fabio ya no era paciente. Hacía meses que no necesitaba seguir viendo a Robert, (de hecho el psiquiatra ya no le cobraba las visitas), pero ambos mantenían el ritual porque les resultaba muy placentero.

- Bueno, cuéntame. ¿Has vuelto a tener uno de tus inquietantes sueños?
- Esta semana he tenido tres.

Fabio escuchó como Robert se sentaba en su sillón y sonrió, sabiendo que lo que acababa de decir no podía complacer más al médico.

- Empieza por el primero. Cronológicamente.
- Bien. En el primer sueño yo no era una persona.
- ¿Y qué eras?
- Una enorme polla. Un descomunal falo de cinco pisos de altura.
- ¿Un falo con la textura de un dibujo animado, como aquella otra vez?
- No, no. Esta vez soñaba con la textura de la realidad. Yo era una polla descomunal, de hecho creo que era la polla de Marcelo, la primera que mamé.
- Interesante.
- Marcelo era mulato, así que en el sueño yo era una polla mulata y gigantesca.
- ¿Estabas estático, como una montaña?
- No, qué va. Avanzaba por una ciudad, destruyendo todo a mi paso. No sé si mis cojones eran las ruedas, solo sé que me desplazaba a toda velocidad, arruinando las calles, los parques, las farolas, mientras rezumaba leche sin parar, que caía en inmensos goterones sobre la gente que huía desesperada. Era insoportable porque era consciente de que me corría continuamente, de que no podía parar de correrme y sentía el orgasmo en oleadas, subiendo y bajando de intensidad pero presente todo el tiempo. Yo era una polla, así que sentía el orgasmo con todo mi cuerpo. Y avanzaba, y avanzaba, y seguía eyaculando. Entonces me desperté de golpe, como siempre, y comprobé que Juan me estaba haciendo una de sus mamadas. Ya empieza a ser un hábito. Dice que le despierto porque empiezo a hablar en sueños, súper agitado, y que cuando comprueba que estoy empalmado es superior a sus fuerzas y me la tiene que comer.
- ¿Te corriste al despertar? ¿Te estabas corriendo en realidad?
- No. Bueno, casi. Juan suele centrarse en el glande, insistentemente. A veces tanto rato que no puedo soportarlo. Era una de esas veces.
- ¿Te lo follaste?
- Le metí dos dedos por el culo mientras él me la comía y se lo trabajé a fondo, pero al final me hizo que me corriera sin haberle metido el rabo.
- ¿Cuándo tuviste ese sueño?
- El miércoles pasado.
- ¿Después de nuestra consulta?
- Claro.
- Cuéntame el siguiente.
- El siguiente fue a la noche siguiente. Estaba en casa de mis padres, atrapado en la mesa de cristal del salón.
- ¿Atrapado en la mesa? ¿Como dentro de una caja de cristal?
- No. En realidad estaba atrapado en el cristal. Algo parecido a cuando haces el muerto boca arriba en una piscina, pero en lugar de agua, a mi alrededor estaba el cristal de la mesa. Yo formaba parte de la mesa. Pero yo era yo, tenía mi cara y mis brazos. Quiero decir, que yo no era una mesa con conciencia, no era como lo que pasaba en el sueño de la polla gigantesca, yo era yo mismo… atrapado.
- Comprendo.
- Entonces veía aparecer un grueso miembro sobre mi cara inmovilizada. No veía a su dueño, aunque el rabo sí podía verlo bien. Y la mano que lo pajeaba lo hacía a dos centímetros de mi boca. Aquel tío se me iba a correr en la cara, pero yo quería que se corriera en mi boca. Quería meterme esa polla entre los labios pero no podía moverme. Sacaba la lengua para llegar pero no conseguía tocarla. Entonces se corrió en mi nariz. Pude sentir el contacto de su semen caliente contra mis fosas nasales. Me embriagué de su olor, y recogí lo que pude con la lengua. El hombre se retiraba y en su lugar aparecía otro, con un nabo gigantesco, venoso, y empezaba a masturbarse sobre mí, pero lo hacía distinto al anterior. Pensé que era fabuloso, que debía estar soñando y que no quería despertar. Entonces empezó a pegarme con el cipote en las mejillas. Yo seguía sin poder moverme pero ya no me importaba. El tipo desplazaba la polla por toda mi jeta y cuando pasaba cerca de mi boca intentaba darle una lamida, aunque era difícil. Supe que se iba a correr, vi como se ponía en tensión, me pregunté cuando había visto yo a un tipo como ese desde esa posición para poder fijarme tan bien en los detalles. Comprendí que lo había sacado de una película porno. Entonces se corrió, y vi un primer plano de uno de sus disparos de leche que pasaba como a cámara lenta por encima de mis ojos para ir a estrellarse en mi frente. Sentí el esperma espeso y caliente en la raíz del cabello.

Fabio pudo escuchar claramente como el psiquiatra se bajaba la cremallera del pantalón. Poco después escuchó el golpe de la hebilla del cinturón contra el suelo. Hoy había tardado un poco más de lo habitual en bajarse los pantalones.

- ¿Qué pasó después?
- Había más hombres esperando su turno. Otra polla gorda y venosa ocupó el lugar de la anterior. Esta vez pude rozar sus cojones con la punta de la lengua. Éste se corrió pronto, sin avisar, a borbotones. La leche rodó inagotable por sus dedos hasta caer directamente entre mis labios. Después vienen dos pollas más, dos tíos se pajean juntos y me riegan a la vez, tengo la cara completamente llena de leche, pero deseo que me llenen la boca de carne. Por fin aparece alguien dispuesto a darme polla, un hombre, difuso como los demás, pero con un falo monstruoso, grueso como jamás lo he visto antes, goteando líquido preseminal. Veo como se acerca a mis labios como un impresionante buque arribando a puerto. Abro la boca. Abro la boca todo lo que puedo. No puedo mover la cabeza, sigo atrapado en la mesa, pero eso lo hace más excitante.

Fabio, que seguía narrando su sueño con los ojos cerrados, sintió de súbito las manos de Robert inmovilizándole la cabeza. Después notó el peso de su cuerpo al subirse al diván y el olor a polla le llenó la nariz.



- Entonces el hombre difuso, el hombre del que no veo más que su monstruoso falo, introduce de golpe aquel miembro goteante en mi boca y lo hunde sin compasión y yo no puedo hacer nada más que tragar...


Y Fabio recibió entonces el manubrio del psiquiatra, que le inmovilizaba la cabeza al tiempo que con un golpe de caderas empujaba la pollaza dentro de una anhelante boca que salivaba, dispuesta.

Durante unos exquisitos minutos Fabio no pudo seguir relatando sus sueños, repleta su boca de una vara de carne que arremetía con ansia y rezumaba precum. Mantenía los ojos cerrados y revivía lo que había soñado, como si siguiera preso en la mesa y no pudiera vez quien le colmaba los morros, pero con la excitación de saberse empotrado sin remedio y sin defensa por el fabuloso rabo de su psiquiatra y la ilusión que le proporcionaba el recuerdo de su sueño de que detrás de la impresionante polla que marchaba adentro y afuera sobre su ávida lengua y entre sus carnosos labios de los que escapaba la saliva hubiera otra esperando, otra de igual calibre dispuesta a vaciarse en su garganta… y otra… y otra más. Y aunque sabía que hoy debería contentarse con solo aquella, la sensación de que los sueños húmedos se le hacían realidad le hizo sentir una de las mejores excitaciones de su vida.

Por su parte, hacía unos dos meses que Robert había instalado cámaras en su consulta. Primero puso solo una, pero después del visionado de la primera sesión grabada con Fabio, quien no sabía nada del asunto, decidió poner cuatro más. Ahora, mientras embestía contra la cara de Fabio y sus huevos chocaban contra la barbilla del paciente, imaginaba lo que estaba grabando cada cámara y hacerlo lo excitaba mucho más. La cámara oculta entre los libros de la estantería estaba grabando sus envites desde atrás, por lo que luego, durante la semana, podría verse a si mismo las veces que quisiera, sus blancas posaderas en contraste con sus morenas piernas empujando, bombeando rítmicamente en la boca de Fabio, aunque esa parte, su poderosa polla follándose la cabeza inmovilizada, la mostrarían las imágenes tomadas por otras dos cámaras a ambos lados del diván y quizá la de la lámpara del techo. Luego podría recrearse viendo tantas veces como quisiera como su imponente miembro entraba y salía una y otra vez de aquella boca sumisa, bañado, colmado de saliva. De hecho sacó un momento el miembro, lo colocó sobre la nariz de Fabio, restregó un poco el glande y lo levantó despacio, haciendo un pequeño puente con la saliva, pensando en las imágenes que luego vería simultáneamente en los cinco televisores gigantes que había instalado en su sala de estar. Después dio unos golpecitos ensalivados contra las mejillas de Fabio midiendo cuidadosamente el ángulo.

- ¿Y qué hizo después el hombre difuso?- preguntó al paciente, aprovechando que le había sacado la verga de la boca y así podría responderle.
- Me folló la boca como un cabrón hasta ahogarme en un mar de leche.


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Only You



Only You
Autor del relato: José


Cuando puedo usar el subterráneo, lo prefiero al auto, tiene un atractivo adicional. En las horas de mayor afluencia si uno se coloca bien, siempre se viaja con un paquete incrustado en el culo. Si se tiene la habilidad suficiente con las manos se puede llegar a poseer un armamento durante minutos y si uno mira a los ojos de los propietarios las caras de boludo que ponen son incomparables. Es mejor que un “glory hole!!!”.

Sábado a la noche. ¿Qué atractivo puede tener un vagón en el que se pueden encontrar asientos vacíos y espacio de sobra?

En la línea que yo viajo se encuentran varios clubes, a la hora que yo salgo 9 a 9.30 pm, los días sábados se llena de poderosos ejemplares que regresan a sus casas luego de una intensa tarde de deportes. Para mí es tan bueno como un galería de fotos.

Ese sábado subí y me senté. Delante mío, dos metros de humanidad, estaban sentados indolentemente, en jogging azul con cierre subido hasta la garganta, dos metros abría sus piernas, un bolso con raquetas descansaba en el piso .La primera ojeada era prometedora la tela del jogging se aplastaba al cuerpo y mostraba sugerentes contornos , duros largos y elásticos. Subí la vista, manos de gruesos dedos suavemente velludas descansaban lánguidamente, torso ceñido por la campera permitía suponer una fuerza en expansión . Recién salido de la ducha algunos pelos húmedos se pegaban a su cabeza y su nuca. Piel dorada del sol, cabellos castaños bronce eran el fondo de una prolija y recortada barba imitando el descuido, pero a la moda. Nariz regular, cara angulosa y traviesos ojos marrones completaban el conjunto. Dos metros apoyaba su cabeza en la pared del coche y se estiraba cuan largo era.

El ring tone de un celular, estilo trompeta sonó, dos metros lo miró, sonrió y atendió. A través del traqueteo escuché.

-Hey, amor, te esperaba, voy a casa ¿nos vemos? -

Afortunada la mina que estaba del otro lado, pensé. Dos metros parecía muy solicito. Observe, su mano derecha jugaba con el cierre de su jogging descubriendo un armonioso cuello que acarició mientras seguía hablando.

-Oye dulce ¿Qué extrañas de mí?-

Yo extrañaría , las caricias de tus manos conteste mentalmente. Dos metros seguía jugando con su cierre, mientras lo subía y bajaba , logre adivinar el comienzo de su pecho , el vello que lo cubría y la fuerza de sus músculos. Suspiré mientras oía.

-Ya sabes lo que me gusta hacerte ¿Qué me harías tú a mí?-

Desnudarte ya mismo, mi imaginación corría rápido. El cierre del jogging seguía bajando. Lo que había adivinado estaba a la vista pero no a la mano, por la mitad del pecho de dos metros comprobé que no tenia nada abajo, solo un revoltijo de músculos y pelo se ofrecían generosamente y no para mi sino para ella.

-¿Así que harías eso, como?

Violentamente, agregue. Dos metros siguió bajando el cierre, el dibujo que realizaba su pelambre comenzaba a achicarse en la medida que llegaba a su cintura. Dos metros introdujo su mano en dirección a sus ocultas tetillas ¡quien pudiera ser mano! Pensé.

-¿Seria algo suave o brusco?-inquirio. –Suave... ¿que tan suave?

Su mano subía y acariciaba delicadamente sus tetillas.

Levantó la mirada, yo lo evite no podía competir con la voz que suponía del otro lado. Volvió a bajar sus ojos y pude seguir observando.

Dos metros ya no simulaba, para mi placer y mi fastidio, se acariciaba todo el cuerpo, mire entre sus piernas abiertas como la tela se levantaba y temblaba, sentí que entre las mías sucedía lo mismo. Un suspiro casi un gemido, salio de mi boca. Al levantar los ojos me di cuenta que en la próxima estación debía bajarme. Me incorporé, dos metros me siguió con la mirada cuando nuestros ojos se encontraron me hizo un guiño cómplice, me sentí incomodo ¿estaría alardeando?, me sonrió, contesté mecánicamente, miré sus pantalones que seguían igual. Me bajé.

Esa noche dos amigos que celebraban su primer año de convivencia nos habían invitado a Pablo y a mí al teatro y a cenar, es decir fue Pablo quien organizó todo y realmente el tema no dejaba de preocuparme. Quiero mucho a Pablo pero sé que el busca provocar situaciones que no me interesan .Es un cercano amigo por quien siento mucho respeto, inteligente, buen conversador, pero nada sexual me une a él, salvo el recuerdo de tontas caricias sobre nuestros pantalones que terminaron en débiles erecciones. Sin embargo era persistente y la noche se prestaba a que lo fuera.

Luego del teatro y de la cena, me levanté con la intención de volver a mi casa, Pablo me retuvo de la mano y propuso ir a bailar a un boliche. Mis amigos aceptaron con entusiasmo. Mire disimuladamente el reloj, el show de travestis debía estar terminando, la opción era clara bailar o bailar .Pablo me sonrío yo levanté el dedo como advertencia y sin decir nada enfilamos hacia el auto de la pareja.

Al llegar bajamos las escaleras la voz de Gloria Gaynor nos recibió:



As long as i know how to love
I know I will stay alive
I've got all my life to live
I've got all my love to give
and I'll survive
I will survive

Desde la cabina Guido el DJ me reconoció y al estilo romano me saludo con el pulgar derecho para arriba, agite mi mano. Nos sentamos y cuando nuestros amigos salieron a bailar, Pablo me propuso lo mismo ,esa noche Guido estaba ochentoso y cuando nos vio bailar lo incrementó , yo me empecé a mover al compás de la música pero vigilando a mi amigo y sus manos. Luego de un rato varias parejas abrazadas nos rodearon , yo seguía bailando suelto, de repente sentí una mano en mi espalda, me dí vuelta unos ojos marrones traviesos me escrutaban era dos metros, pantalón negro, remera negra escote en V ajustada,

-Hola ¿me reconoces? Nos vimos en el subte.-

Guiño pícaramente mientras despegaba de su pecho a un bellísimo baby face rubio dorado. Ella del subterráneo, era él, del boliche, respondí aparentando despreocupación,

-Si, me acuerdo ¿estabas hablando por el celular?

-Con él-respondió acariciando a baby face.

Tratando de ocultar mi sorpresa mire a Pablo, conozco su gustos más secretos, el rubio debía ser una fiesta para él y su cara lo demostraba, baby era el más alto impacto que podía recibir. Empezamos a conversar trivialidades, mi amigo ya al comando de la situación, sugirió.

-¿Tomamos algo?-

Ante la respuesta afirmativa, miró a baby face y atacó.

-¿Me acompañas?-

Baby face muy divertido se despego de dos metros y lo siguió. Quedamos solos en la pista.

-¿Cómo te llamas?-

-Máximo ¿y tú?- Mientras le respondía, me divirtió lo adecuado de su nombre .Guido que había seguido todo el operativo desde la cabina cambio la música. Al escuchar el comienzo, supuse que o estaba loco de nostalgia o se estaba burlando de mi “Only You“ de los Plateros comenzó a sonar:

ONLY YOU CAN MAKE THIS WORLD SEEM RIGHT
ONLY YOU CAN MAKE THE DARKNESS BRIGHT.




-¿Quieres bailar?- Se apresuró Máximo. Asentí y lo deje hacer, no estaba muy seguro. Colocó sus manos en mi cintura, yo le rodeé su cuello con mis brazos, desde la cabina Diego levantó su pulgar derecho. No me pareció tan grandote:

-¿Cuanto mides?-Susurré.

-20 por 4 o 5 según- Susurró a su vez.

Me atraganté, me separé de él y añadí

-No ¿de estatura?- -Esta vez se atragantó él.

-1.85, Pero yo me refería a….-

-Sí, ya lo sé, te calculé en el subte. -Respondí mientras reclinaba mi cabeza en su hombro y el bajaba la suya y la pegaba a mi mejilla.

ONLY YOU AND YOU ALONE
CAN THRILL ME LIKE YOU DO
AND FILL MY HEART WITH LOVE FOR ONLY YOU.

-Tu amigo quiere robarme el novio- Murmuró.

-¿Tiéne posibilidades? - Respondí.

--No lo creo ¿te importa?-

-Es solo un amigo -agregué. Sus brazos me ciñeron más la cintura, su cuerpo se unió al mío, apoyó contra mi abdomen sus duros 20, mientras con sus labios recorrían la línea de mi cuello. Me deje ceñir mas aun por sus brazos mientras una elástica y hábil pierna acariciaba mi excitada bragueta , en minutos la situación tenía un vuelco insospechado. La música me aturdía pero sonaba lejana.

ONLY YOU CAN MAKE THIS CHANGE IN ME,
FOR IT´S TRUE, YOU ARE MY DESTINY.
WHEN YOU HOLD MY HAND,
I UNDERSTAND THE MAGIC THAT YOU DO

Era magia indudablemente. Máximo pegó su boca a mí oído y urgido:

-¿Vamos al baño?

-No -respondí mientras alzaba mi cabeza y miraba a un Guido sonriente y su cabina. Me separe de Máximo, le tome la mano y lo llevé hacia la música.

-¿Qué quieren? – Nos recibió.

-La cabina- respondí.

-Están locos -Contestó mientras apagaba las luces – No rompan nada –Agregó -Me comprometen -chilló.

-Tú eres inocente, pobre – le contesté.

Guido puso en automático el equipo y afirmó.

-Sean rápidos. -No respondimos. Cerró la puerta y se encaminó al bar. Alcancé a divisar a Pablo y a baby face, se estaban besando. Distinguí el ritmo del rap Miker G & Dee Jay Sven:

We took a holiday with all our friends.
It was a time to relax and let your worries behind

Exactly seven weeks or something crossed my mind.
It was the shine of the time we never forget

One morning our parents kicked us out of our beds.
We told them it was stupid
don't play the fool

But the answer was short: you gotta go to school!

Maximo se sacó la remera, bajó sus pantalones, yo me saqué la camisa y solté mi cinturón. La violencia que había supuesto en el subterráneo nos envolvió en el abrazo desesperado que nos dimos, me mordió, lo mordí, se quejó, me quejé, apoyó su pija desnuda en mi abdomen desnudo, coloqué la mía entre sus piernas y el compás de nuestro rap hizo el resto. Gimiendo y besándonos a la débil luz del equipo obedecimos por calentura las ordenes de Guido, acabamos al unísono, él mojándome en abundancia mi abdomen, yo colocando mi leche entre sus fuertes piernas. Exhaustos nos quedamos abrazados.

-¿Que hacemos? -Preguntó Maximo.

-Por esa escalera hay un baño – Respondí, adivinando lo que me preguntaba.

Nos limpiamos y volvimos a las mesas, Pablo y baby face nos estaban buscando, no parecían muy felices.

-¿Vamos?- Dijeron al unísono. Máximo me miró rápidamente, yo asentí.

-Si, es tarde-

Salimos a la calle nuestros amigos se habían ido, en silencio esperamos un taxi. Comenzó a llover, Buenos Aires de madrugada y con lluvia es un desafío para mí, decidí caminar, Pablo se acercó:

-¿Puedo ir a tu casa? –

-Si pero quiero caminar primero y si vienes a dormir será como dos bebés.-

-Mejor me voy a casa – respondió y volvió a la parada de taxis.

Levanté el cuello de mi anorak, empecé a caminar. La lluvia mojó mi cara. La ciudad despertaba. Un taxi paso a mi lado, Maximo y baby face me saludaron riéndose, dos metros me miró y le tiré un beso. Me acordé de Guido el DJ, desde el fondo de los tiempos recordé una canción:

Ciao ciao bambino
un bacio ancora e poi per sempre
ti perderò
come una fiaba l'amore passa
c'èra una volta poi non c'è più
cos'è che trema sul tuo visino
è pioggia o pianto
dimmi cos'è


vorrei trovare parole nuove
ma piove piove sul nostro amor.


José


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La muerte nos sienta tan bien... III


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La muerte nos sienta tan bien... III



Me desperté con los rayos del sol haciéndome cosquillas en la nariz. En un primer momento no supe donde estaba, pero al moverme y sentir un ligero malestar en el culo recordé que me habían follado, y comprendí que no es que Néstor estuviera mal armado, sino que yo estaba tan caliente tras descubrir a tanto tío bueno en faena que podría haberme tragado (bueno, mi esfínter) dos como la suya de una tacada. Pero al amanecer el culo me dolía, y eso ponía las cosas en su lugar.

Después recordé que la experiencia no había acabado precisamente bien. Me puse la ropa a toda prisa dispuesto a salir corriendo de aquella casa y no volver nunca más.

Me estaba metiendo el móvil en el bolsillo cuando Lían se asomó a la puerta de la habitación. Pensé, tierra, trágame.

- Te he hecho el desayuno –dijo. – Te espero en la cocina.

Imaginé que me habría preparado huevos con arsénico. (O que le quedaba por ahí alguna lata de sopa de champiñones asesina).

Fui al baño, me arreglé un poco, me mojé varias veces la cara, volví a arreglarme, recé un padrenuestro y me fui para la cocina. Lían me sonrió con una ristra de dientes blanqueados artificialmente.

- A la luz de tu sonrisa empieza a notarse que tienes el dinero que decías tener –bromeé.
- Siempre quise arreglarme la boca. La muerte de mi novia lo hizo posible.
- Es bastante triste.
- Es un punto de vista. Otro es que ella ya no está, yo sí, y he de estar presentable para cuando encuentre alguien a quien amar.
- Visto así…
- Anoche te dejaste follar por Néstor.
- En realidad no lo pretendía. Fue todo muy inesperado.
- Ya. Néstor ha aprendido a meterla por sorpresa. No le ha quedado más remedio porque la tiene tan gorda que los tíos se asustan cuando se la ven, así que ya no avisa. La mete sin más.
- ¿No estás enfadado? –me atreví a preguntar.

Mientras me servía el café negó con la cabeza.

- Cuando os vi lo pasé mal. No te voy a negar que me sentí muy decepcionado contigo. Pero he tenido el resto de la noche para reflexionar.

Perfecto. Lían no había pegado ojo por mi culpa.

- ¿Y has llegado a alguna conclusión?
- Me he puesto en tu lugar. Conoces a un tipo raro en el tren, te sonsaca información sobre un hecho doloroso y traumático de tu vida, te mete en su coche, te lleva a su casa, te suelta que le gustas y que hasta se enamoraría de ti, al llegar a su casa descubres que vive con un montón de chicos guapos que se acuestan los unos con los otros, te invitan a dormir allí, te despiertan con sus polvos depravados a mitad de la noche, te acarician y te penetran sin que te dé tiempo a parpadear. Hace más de cien palabras que no es culpa tuya.
- Pero debí decirle no a Néstor. Por lo que me contaste.
- En realidad eso también es culpa mía. Si yo hubiera sido sincero con Néstor, si le hubiera dicho que aún siento algo por él, él no follaría en mi casa, y con mis amigos. Pero me callé, y eso no me estaba haciendo demasiado bien. Tengo un montón de chulazos en mi casa y duermo solo. Entiéndelo, eso no puede ser bueno. Resumiendo. Quizá necesitaba que te acostaras precisamente con Néstor, para cambiar de actitud. Esta mañana hemos tenido una conversación bastante larga. Y se ha ido.
- Lo siento… ¿Se ha ido? ¿Significa que ya no vive aquí?
- Ha hecho las maletas y todo, para no hacérmelo más difícil. Y me ha pedido que me despida de ti por él. Que tienes un culo estupendo y que ha sido un placer penetrarte.
- Muy delicado no es que sea, ¿verdad?
- Tan delicado como un bocata de tachuelas.

Era un alivio que las cosas hubieran salido así. La verdad es que me parecía genial haber conocido a Lían y al resto del club, casi no había tenido tiempo de pensar en que había enterrado a mi pareja.

- Creo que tienes mucha sangre fría. Yo no creo que pudiera perdonar algo así.
- ¿Quién ha dicho que te haya perdonado? –pero sonrió al decirlo.
- ¿Dónde están los demás? ¿Duermen?
- Están todos trabajando, menos tú.

Saqué el móvil y miré la hora.

- Aunque saliera ahora mismo por la puerta llegaría al curro tres horas tarde. Creo que hoy se las van a tener que apañar sin mí.
- Es lo más lógico. Tú estás de luto. ¿Te quedas conmigo?
- Vale.
- ¿Qué te apetece hacer?
- No lo sé. Tendrás que proponer algo tú. ¿Qué se hace un día de diario en casa de Lían?
- ¿Aparte de follar?
- Aparte.
- ¿Aparte? –insistió.
- Bueno… ¿Quieres follar?
- Lo estoy deseando.
- ¿Conmigo?
- No veo a nadie más.
- ¿Después de lo que pasó anoche?
- ¿Qué importa lo que pasara anoche? Anoche fue anoche. Ahora es ahora. Mañana podríamos estar muertos.
- Pero Lían…
- Rafa. Hace tanto tiempo que no veo una polla que ya ni me acuerdo de la forma que tienen. Hace tanto que no me hago una paja que cuando me corra habrá que redecorar el piso. Piensa que estás haciendo una obra social, que das de comer a un pobre, que le cedes tu asiento a una embarazada, que ayudas a una vieja a cruzar la calle.
- Vale, vale. Ya me habías convencido. ¿Y dónde lo hacemos? ¿Aquí, en la cocina?
- Por ejemplo. Quiero polla. Lo demás es perder el tiempo.




Al oír aquello me puse de pie como impulsado por un resorte y antes de que mis inhibiciones me hicieran cambiar de opinión me bajé los pantalones del tirón.

- Aleluya –dijo Lían, cayendo de rodillas y enterrando la nariz entre mis huevos.
- Pensé que cuando tú y yo nos acostáramos sería de otra manera.
- Me conociste anoche. ¿Cuándo pensaste eso? No hay tiempo material.
- Pensé que sería algo romántico, como un beso en un portal, un paseo a la luz de la luna…
- Piensas demasiado.
- Creí que empezaríamos abrazándonos, besándonos…
- Hablas demasiado.
- … y que en la primera cita solo nos magrearíamos las pollas por encima del pantalón.
- ¿Estás de coña?
- Algo de eso hay.
- No parece que a tu polla le importe que no hayan abrazos –dijo Lían, pegando la mejilla al tronco de mi vara.
- Mi polla es feliz. Quién fuera polla.
- Quien fuera polla las 24 horas.
- Quién.

Por fin dimos por concluido el diálogo de besugos.

Mientras me lengüeaba el rabazo de arriba abajo, Lían se sacó el suyo y empezó a hacerse un pajote liberador.

- Buena polla –dije.
- Gracias.
- No hay de qué.
- La tuya tampoco está mal.
- ¿Está rica?
- Deliciosa.

Bueno, en realidad fuimos incapaces de dejar de cascar.

- ¿Cómo era comerle la polla a Néstor?
- Una pasada. Me ahogaba con ella.
- ¿Te conformarás con la mía?
- No me queda más remedio.
Aunque entre cháchara y cháchara Lían me hacía unas mamadas de campeonato.

- Qué bien la comes.
- Mm-mm-mmmm.
- Casi prefiero esto a los abrazos.

Me miró desde abajo.

- ¿Cómo dices?
- Bueno… Es preferible que empecemos así. Nos has ahorrado semanas y semanas de llamadas telefónicas disculpándose el uno y amargándose el otro, y más semanas de perdón, tanteos, bromitas, besitos y amor.
- ¿Una mamada significa ahorrarse todo eso?
- Sí… ¿no?
- Una mamada es una mamada. Punto. Y si no quieres que te muerda cierra esa bocaza de una puta vez.

Obedecí. En algún momento Lían cogió el ritmo adecuado y nos convertimos en dos maquinitas. Yo impulsaba las caderas y él recibía polla y se hacía con ella, avanzando y retrocediendo, con mucha saliva, adentro y afuera, más adentro que afuera, adentro, adentro y afuera por necesidad, otra vez adentro. En algún momento fue “afuentro y aduera” pero lo corregimos con un golpe de caderas la primera vez y con un atragantamiento de rabo la segunda. Le follé la boca a placer, embistiéndole rabo hasta la traquea. El pobre estaba tan necesitado de carne que recibía mis estocadas con mal disimulada alegría, al tiempo que se pajeaba a toda velocidad.

Cuando empezó a tragar hasta la empuñadura y puso los ojos en blanco comprendí que se aproximaba el final. Le pasé las manos por la espalda (hasta donde llegaba) para acrecentar su clímax, y empecé a abrir y cerrar el ano para propiciar mi propia corrida.

Mamó más profunda y profusamente. La saliva se le escurría por ambos lados de la boca y seguía fabricando más, completamente enajenado. Tragando, tragando. Mi polla parecía lo más rico que hubiera probado. Se relamía, se atragantaba, se volvía a relamer y luego se golpeaba en la cara una y otra vez con mi verga mojada. Me alegré de que por fin a alguien se le fuera la pinza comiéndose mi polla. Por triste que suene, eso aumentó bastante mi autoestima.

Su mano aceleró el pajote, su boca se afanó más, tragando, tragando, tragando, sus rodillas se separaron, se iba a correr, tragaba, tragaba, apreté el esfínter, lo solté, se tragó mi polla hasta rozar con la barbilla mis cojones y mantuvo ahí, mantuvo, pajeándose enfebrecido con la boca llena a rebosar, mantuvo, mantuvo, le sujeté la cabeza, la metí más adentro, se dio más caña, ya, ya, se iba a correr, se corría, apreté, solté, me venía, me iba a correr, la boca llena, la saliva goteando, los huevos rozando todavía su barbilla, mis manos sujetando su cabeza, toda mi polla oculta, su mirada perdida, se corría, se convulsionó, me convulsioné, ya, ya, yaaaaaaa, su primer chorro de leche espesa en el suelo de la cocina, mi primer trallazo de esperma directo a su garganta, el clímax, lo mantuve agarrado, soltando la lefa adentro, adentro, su leche salía a borbotones, la mía le entraba, adentro, más adentro, empieza a tragar mi leche, le doy más, no paro de darle, se saca mi verga y recibe los últimos disparos en la lengua, se relame, vuelve a metérsela hasta rozar de nuevo mis cojones y sale de nuevo, chupando, recogiendo todo por el camino, dejándomela limpia. Mi polla pierde algo de fuelle y aprovecha para hincársela más dentro y disfrutar del tacto de mis cojones contra su labio inferior. Disfruta, disfruta, disfruta…

Fue fantástico.

Lástima que el día acabara mal.

Estábamos todos, caída ya la noche, viendo la tele en el salón de Lían. La noticia llegó por teléfono y nos pilló completamente desprevenidos. Fue como el equivalente nuclear a recibir un jarro de agua fría.
Habían encontrado a Néstor en un descampado cerca de su casa.

Muerto.


Continuará…


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El Cajero



El Cajero


Autor del relato: José


Por haber sido criado en una ciudad chica tengo la costumbre de ir siempre a los mismos negocios, ser atendido por la misma gente con la que trato de sentirme cómodo. Así voy a la misma librería, la misma casa de música o al mismo video. Por supuesto que siempre elijo chicos lindos agradables y con el correr del tiempo, muchos de ellos naturalmente comentaron su condición gay. Algunos han llegado a ser mis amigos.

En abril cambiaron el personal del supermercado adonde voy. Elegí un cajero que me gustó, alto morocho, hermoso cuerpo y muy tímido. El “buen día, señor” o “gracias señor “, me incomodaban, a la tercera vez le pedí que me tuteara, su sonrisa fue tal como me lo imaginaba. A partir de ese momento intercambiábamos frases circunstanciales. Un día (casualmente o no), al verme con muchos paquetes me preguntó: “¿No querés que te lo haga mandar?”

Como vivo a dos cuadras nunca había barajado esa posibilidad, se lo dije y agregó que no era problema. Cuando me acercaba a la caja mis ojos solo miraban sus piernas y donde terminaban, sus brazos que por la calefacción y para mi placer siempre los tenía al descubierto y no había notado una identificación con su nombre prendida a su uniforme. Se llamaba Claudio y tenía uno de esos larguísimos apellidos italianos imposibles de pronunciar. Cada vez que pagaba, hacía los malabarismos habituales para transformar un gesto automático en una caricia. Pronto no hizo falta, Claudio me contestaba con una sonrisa cómplice y escondiendo sus ojos bajo la gorra de su uniforme.

En una oportunidad aproveché que tenía dos anillos de plata en la mano izquierda, uno en al anular y otro en el pulgar, y le dije:

-¿Cual es el de casamiento?
-No soy casado -contestó.
-¿Y los anillos?
- No se necesita estar casado con alguien para usar anillos.
-Es cierto -contesté.
-Se puede estar casado con un sentimiento -concluyó.
- También es cierto –respondí, mientras pensaba, “cajero y poeta, ¿dónde terminaremos?

A la vez siguiente luego de ayudarme a vaciar el carrito y de que nuestras manos se encontraran más que lo habitual me miró y…

-Tengo que pedirte el teléfono.
-¿Para vos? -contesté.
-Para el supermercado -y balbuceó, -y para mí también.
-¿Celular o de línea?
-El que vos atiendas -con tono mas seguro.

Se lo dí y agregué:
-¿Me das el tuyo?
Me lo dio y lo miré.
-¿Algún horario en especial?
-No, no -me respondió algo inquieto.

Terminamos con el pedido y me despedí con un “Nos hablamos”.
Esa tarde sonó, el celular, estaba trabajando, con fastidio y secamente contesté:
-Hola.
-¿Señor José?
-Sí. Nadie me llama así.
-Soy Claudio.
-¿Dónde estás?
-En la calle –respondió.
-Metéte el señor en el trasero -le dije.
-Bueno, perdón, solo quería avisarte que ya no trabajo más cerca de tu casa. Me trasladaron a la sucursal de Constitución (fin del mundo, para mí).
-¿Pasó algo? –pregunté.
-Sí, la clienta que estaba detrás tuyo se quejó por la demora y porque intercambiábamos teléfonos.
-¿Qué tiene de malo? -respondí.
-Para ellos mucho, no se puede hacer eso con los clientes.
- Voy para allá, esos hijos de puta me tienen que oír.
- No, no vengas, no me han echado, solo me cambiaron de sucursal.
-Voy lo mismo.
-No, me perjudicaría, se entiende que vos no estás enterado. Después de todo el cliente sos vos y el cajero soy yo.




Me pareció terrible y espantosamente injusto, pero la lógica de Claudio era tremendamente clara. ¿Por qué me había llamado entonces? Decidí avanzar.

-¿Querés que nos veamos?
- Bueno, en la nueva sucursal estoy de 14 a 22.
-Está bien, salgo de mi laburo, hago un compra y te espero, voy en el coche.
-Bueno, avisáme. Cortó.

Me quede sin pensamientos un rato ¿Qué haría? ¿Iría? Lo que más me preocupaba era qué iba a hacer con un cajero, encamarme, acariciar su cuerpo, dejar que me acariciara; todo seguramente iba a andar bien pero ¿Después? ¿Qué le gustaría? ¿De qué hablaríamos? Cine, música, futbol o del tiempo ¿Claudio hablaría?
No llamé, mandé un mensaje con el celular. “Voy esta noche, hago una compra, hablamos” la repuesta no tardó, “Te espero, no pases por mi caja, te busco afuera”
Llegué cerca de la hora del cierre, entré, compré, vi a Claudio que ni se preocupó por mi presencia, me subí al auto que estacioné en la zona mas oscura, esperé. Las luces del súper se fueron apagando, en la entrada que yo vigilaba atentamente apareció una figura, alto esbelto camisa abierta, campera de cuero, pelos sobre la frente ¿era Claudio? Yo siempre lo había visto en uniforme, unos jeans apretados completaban el conjunto, hice señas con las luces. Con tranquilidad se acercó, abrí la puerta, entró con un tímida sonrisa mientra decía –Hola.
La sorpresa no me permitía respirar, un cacho de bestia animal humana estaba sentado a mi lado, extendió su mano y comprimió la mía.
-Gracias por venir; el otro día hablamos poco. Me quisiste defender, sos un buen tipo.
-Y vos sos hermoso -agregué, con la voz ronca que presagia en mí, grandes calenturas.
- Estás exagerando -respondió mientras bajaba los ojos.

¿Era o se hacía? ¿Valdría la pena averiguarlo? Extendí la mano, la apoyé sobre su rodilla dura, redonda y musculosa. Me recliné en el asiento. Claudio cubrió con su mano la mía y su rodilla, la sensación de una piel que se plegaba y envolvía lo que tocaba me invadió y ya no pude hablar.

-¿Querés tomar algo?
Si a vos, pensé, mientras lo miraba.
Reclinado en el asiento sobre un hombro, me miraba intrigado. Yo había perdido la voz, mis ojos se metían en los suyos. Los dedos de su mano, largos y cálidos, empezaron a moverse; aprisionaban los míos casi descuidadamente. Lentamente empecé a mover mi brazo hasta que llegué a su bragueta que reventaba por todos lados, dejé mi mano, la suya se posó en mi brazo levemente como tratando de guiarlo.

Me incorporé, acerqué mi cara.
-Nunca lo hice con un hombre –murmuró.
-Ahora lo estas haciendo -respondí, mientras mi boca alcanzaba la suya.

Mis labios se abrieron, los suyos no. Mis labios hicieron fuerza, Claudio dejaba hacer, nuestros dientes chocaron, mi lengua buscaba su camino, abrió sus dientes, mi lengua avanzó, la suya retrocedió, mi lengua entró, un sabor dulce fue lo primero que percibí, entré más y nuestras puntas se tocaron, la suya huidiza, la mía movediza, luego de un instante de duda la entregó y se entrelazaron.
Mi mano acariciaba un bulto en constante crecimiento, llegué al cierre, empecé a maniobrar, abrió sus piernas, comencé a bajar el cierre, Claudio se separó.
-¿Aquí? –Preguntó.
No contesté, mi boca se volvió a encontrar con la suya, con mi mano libre alcancé la palanca de mi asiento, lo recliné del todo, me extendí al asiento de él e hice lo mismo, pegada a su bulto mi otra mano seguía las pulsaciones de lo que no terminaba de crecer. Me aflojé los pantalones. Seguía besándolo, vencido, su lengua entraba y salía de mi boca, afanosamente perseguía la mía que yo entregaba o rehuía en un juego delicioso.

Se aflojó el cinturón y el cierre cedió, la tela de su boxer suave al tacto se agrandó aun más. Toqué y toqué una pija increíble, palpitante y mojada, no terminaba de crecer. Claudio suspiró cuando finalmente la saqué toda afuera, era perfecta. Se desabrochó la camisa, abandoné su boca y un pecho fuerte y suavemente velludo empezó a recibir mis besos, mi lengua y mi saliva, sus tetillas me esperaban, empezó a gemir.

Abrí mi camisa, enseguida y sin pedirlo me besó mis impacientes y duros pezones, me tocó gemir a mí. Mi mano no podía abandonar la pija en crecimiento, con la otra acariciaba su cara y su boca comenzó a morderme suavemente los dedos.
Abandoné su pecho, tenia vía libre hacia abajo, besé larga y profundamente su ombligo, el remolino de vello acariciaba mi cara, seguí bajando, el grosor de sus pelos anunciaban el destino, hundí mi nariz, un olor a leña recién cortada me dejó sin respirar, hice una parada en mi descenso, saqué la lengua y probé un gusto agradable pero que ya no podía identificar, mientras que con la mano lo pajeaba mi boca llegó, y se llenó de su pija. Mamé, chupé y salivé. Claudio acompañaba con movimientos el trabajo de mi boca, mientras que sus manos dejaron de acariciar mi pelo para presionar sobre mi cabeza para entrar más y más dentro de mí, mi boca alborozada lo recibía.
De pronto se inclinó, metió su mano en mis pantalones, llegó a mi culo y empezó a acariciarme. Pronto un dedo se metió en mi húmedo agujero, luego dos, finalmente entraba y salía, provocándome temblores de placer. Yo seguía chupando aunque mi boca apenas daba abasto.

-José, voy a acabar, gimió Claudio.
Mi boca siguió chupando, no podía, no podía detenerme.
Su cuerpo se tensó, su pija se endureció más aun y espasmódicamente mi boca se fue llenando de su leche que empecé a tragar mientras apretaba los labios.
Sus dedos se endurecieron en mi culo y entraron dentro en todo su largo. Mi cuerpo tembló y tembló. Nos quedamos quietos, mi boca seguía ocupada, sus dedos permanecían dentro mío. Con las manos libres nos acariciamos. Lentamente levanté los ojos y me encontré con los suyos, me volví a meter dentro de su mirada.
-¿Acabaste? -Preguntó.

Tomé su mano, la llevé a mi maltrecho boxer y la hice tocar lo mojado que estaba.
-¿Cómo hiciste?
-No hice nada –contesté con mi voz en recuperación –Solo te acompañé.
Largó una carcajada, yo estaba entre sus piernas vaya a saber por qué extraños movimientos. Me tomó de las axilas, me levantó y se inclinó, nos besamos con más calma. Con ingenuidad preguntó:
-¿Es tu saliva o mi leche?
-Es tu leche, respondí.
- Nunca la había probado.

Una profunda ternura me invadió. Tome sus manos y las besé mientras acariciaba los pelitos.
Empezamos a vestirnos. Me miró.
-El tren que yo tomo está a dos cuadras. ¿Me llevás?
Lo llevé a la estación. Dubitativo me miró.
-¿Nos volvemos a ver?
-Seguro que sí, yo te llamo.
Lo volví a besar, era el único lenguaje que me salía con Claudio.
Tenía que pensar. Claudio me dio un beso en la mejilla y se bajó.
–Quiero volver a verte, fue su despedida.

Arranqué el auto, mecánicamente puse un CD, era la voz rasposa de George Michael que cantaba “Fast Love”.


Looking for some education
Made my way into the night
All that bullshit conversation
Well baby can't you read the signs?

I won't bore you with the details baby
I don't even want to waste your time
Let's just say that maybe
You could help to ease my mind
Baby, i ain't Mr. Right

But if you're looking for fast love
If that's love in your eyes
It's more than enough
Had some had luck
So fast love i
all that I’ve got on my mind


José


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