El psiquiatra


(El siguiente relato es de la casa)

El psiquiatra

Fabio se recostó en el diván y cerró los ojos mientras Robert, su psiquiatra, cerraba la puerta con pestillo.

- ¿Qué tal la semana? –preguntó Robert, con aire distendido.
- Como siempre. Mucho trabajo y poco sosiego. ¿La suya?
- Muchos pacientes, no puedo quejarme.
- ¿Alguno como yo?
- Absolutamente ninguno.

En realidad, Fabio ya no era paciente. Hacía meses que no necesitaba seguir viendo a Robert, (de hecho el psiquiatra ya no le cobraba las visitas), pero ambos mantenían el ritual porque les resultaba muy placentero.

- Bueno, cuéntame. ¿Has vuelto a tener uno de tus inquietantes sueños?
- Esta semana he tenido tres.

Fabio escuchó como Robert se sentaba en su sillón y sonrió, sabiendo que lo que acababa de decir no podía complacer más al médico.

- Empieza por el primero. Cronológicamente.
- Bien. En el primer sueño yo no era una persona.
- ¿Y qué eras?
- Una enorme polla. Un descomunal falo de cinco pisos de altura.
- ¿Un falo con la textura de un dibujo animado, como aquella otra vez?
- No, no. Esta vez soñaba con la textura de la realidad. Yo era una polla descomunal, de hecho creo que era la polla de Marcelo, la primera que mamé.
- Interesante.
- Marcelo era mulato, así que en el sueño yo era una polla mulata y gigantesca.
- ¿Estabas estático, como una montaña?
- No, qué va. Avanzaba por una ciudad, destruyendo todo a mi paso. No sé si mis cojones eran las ruedas, solo sé que me desplazaba a toda velocidad, arruinando las calles, los parques, las farolas, mientras rezumaba leche sin parar, que caía en inmensos goterones sobre la gente que huía desesperada. Era insoportable porque era consciente de que me corría continuamente, de que no podía parar de correrme y sentía el orgasmo en oleadas, subiendo y bajando de intensidad pero presente todo el tiempo. Yo era una polla, así que sentía el orgasmo con todo mi cuerpo. Y avanzaba, y avanzaba, y seguía eyaculando. Entonces me desperté de golpe, como siempre, y comprobé que Juan me estaba haciendo una de sus mamadas. Ya empieza a ser un hábito. Dice que le despierto porque empiezo a hablar en sueños, súper agitado, y que cuando comprueba que estoy empalmado es superior a sus fuerzas y me la tiene que comer.
- ¿Te corriste al despertar? ¿Te estabas corriendo en realidad?
- No. Bueno, casi. Juan suele centrarse en el glande, insistentemente. A veces tanto rato que no puedo soportarlo. Era una de esas veces.
- ¿Te lo follaste?
- Le metí dos dedos por el culo mientras él me la comía y se lo trabajé a fondo, pero al final me hizo que me corriera sin haberle metido el rabo.
- ¿Cuándo tuviste ese sueño?
- El miércoles pasado.
- ¿Después de nuestra consulta?
- Claro.
- Cuéntame el siguiente.
- El siguiente fue a la noche siguiente. Estaba en casa de mis padres, atrapado en la mesa de cristal del salón.
- ¿Atrapado en la mesa? ¿Como dentro de una caja de cristal?
- No. En realidad estaba atrapado en el cristal. Algo parecido a cuando haces el muerto boca arriba en una piscina, pero en lugar de agua, a mi alrededor estaba el cristal de la mesa. Yo formaba parte de la mesa. Pero yo era yo, tenía mi cara y mis brazos. Quiero decir, que yo no era una mesa con conciencia, no era como lo que pasaba en el sueño de la polla gigantesca, yo era yo mismo… atrapado.
- Comprendo.
- Entonces veía aparecer un grueso miembro sobre mi cara inmovilizada. No veía a su dueño, aunque el rabo sí podía verlo bien. Y la mano que lo pajeaba lo hacía a dos centímetros de mi boca. Aquel tío se me iba a correr en la cara, pero yo quería que se corriera en mi boca. Quería meterme esa polla entre los labios pero no podía moverme. Sacaba la lengua para llegar pero no conseguía tocarla. Entonces se corrió en mi nariz. Pude sentir el contacto de su semen caliente contra mis fosas nasales. Me embriagué de su olor, y recogí lo que pude con la lengua. El hombre se retiraba y en su lugar aparecía otro, con un nabo gigantesco, venoso, y empezaba a masturbarse sobre mí, pero lo hacía distinto al anterior. Pensé que era fabuloso, que debía estar soñando y que no quería despertar. Entonces empezó a pegarme con el cipote en las mejillas. Yo seguía sin poder moverme pero ya no me importaba. El tipo desplazaba la polla por toda mi jeta y cuando pasaba cerca de mi boca intentaba darle una lamida, aunque era difícil. Supe que se iba a correr, vi como se ponía en tensión, me pregunté cuando había visto yo a un tipo como ese desde esa posición para poder fijarme tan bien en los detalles. Comprendí que lo había sacado de una película porno. Entonces se corrió, y vi un primer plano de uno de sus disparos de leche que pasaba como a cámara lenta por encima de mis ojos para ir a estrellarse en mi frente. Sentí el esperma espeso y caliente en la raíz del cabello.

Fabio pudo escuchar claramente como el psiquiatra se bajaba la cremallera del pantalón. Poco después escuchó el golpe de la hebilla del cinturón contra el suelo. Hoy había tardado un poco más de lo habitual en bajarse los pantalones.

- ¿Qué pasó después?
- Había más hombres esperando su turno. Otra polla gorda y venosa ocupó el lugar de la anterior. Esta vez pude rozar sus cojones con la punta de la lengua. Éste se corrió pronto, sin avisar, a borbotones. La leche rodó inagotable por sus dedos hasta caer directamente entre mis labios. Después vienen dos pollas más, dos tíos se pajean juntos y me riegan a la vez, tengo la cara completamente llena de leche, pero deseo que me llenen la boca de carne. Por fin aparece alguien dispuesto a darme polla, un hombre, difuso como los demás, pero con un falo monstruoso, grueso como jamás lo he visto antes, goteando líquido preseminal. Veo como se acerca a mis labios como un impresionante buque arribando a puerto. Abro la boca. Abro la boca todo lo que puedo. No puedo mover la cabeza, sigo atrapado en la mesa, pero eso lo hace más excitante.

Fabio, que seguía narrando su sueño con los ojos cerrados, sintió de súbito las manos de Robert inmovilizándole la cabeza. Después notó el peso de su cuerpo al subirse al diván y el olor a polla le llenó la nariz.



- Entonces el hombre difuso, el hombre del que no veo más que su monstruoso falo, introduce de golpe aquel miembro goteante en mi boca y lo hunde sin compasión y yo no puedo hacer nada más que tragar...


Y Fabio recibió entonces el manubrio del psiquiatra, que le inmovilizaba la cabeza al tiempo que con un golpe de caderas empujaba la pollaza dentro de una anhelante boca que salivaba, dispuesta.

Durante unos exquisitos minutos Fabio no pudo seguir relatando sus sueños, repleta su boca de una vara de carne que arremetía con ansia y rezumaba precum. Mantenía los ojos cerrados y revivía lo que había soñado, como si siguiera preso en la mesa y no pudiera vez quien le colmaba los morros, pero con la excitación de saberse empotrado sin remedio y sin defensa por el fabuloso rabo de su psiquiatra y la ilusión que le proporcionaba el recuerdo de su sueño de que detrás de la impresionante polla que marchaba adentro y afuera sobre su ávida lengua y entre sus carnosos labios de los que escapaba la saliva hubiera otra esperando, otra de igual calibre dispuesta a vaciarse en su garganta… y otra… y otra más. Y aunque sabía que hoy debería contentarse con solo aquella, la sensación de que los sueños húmedos se le hacían realidad le hizo sentir una de las mejores excitaciones de su vida.

Por su parte, hacía unos dos meses que Robert había instalado cámaras en su consulta. Primero puso solo una, pero después del visionado de la primera sesión grabada con Fabio, quien no sabía nada del asunto, decidió poner cuatro más. Ahora, mientras embestía contra la cara de Fabio y sus huevos chocaban contra la barbilla del paciente, imaginaba lo que estaba grabando cada cámara y hacerlo lo excitaba mucho más. La cámara oculta entre los libros de la estantería estaba grabando sus envites desde atrás, por lo que luego, durante la semana, podría verse a si mismo las veces que quisiera, sus blancas posaderas en contraste con sus morenas piernas empujando, bombeando rítmicamente en la boca de Fabio, aunque esa parte, su poderosa polla follándose la cabeza inmovilizada, la mostrarían las imágenes tomadas por otras dos cámaras a ambos lados del diván y quizá la de la lámpara del techo. Luego podría recrearse viendo tantas veces como quisiera como su imponente miembro entraba y salía una y otra vez de aquella boca sumisa, bañado, colmado de saliva. De hecho sacó un momento el miembro, lo colocó sobre la nariz de Fabio, restregó un poco el glande y lo levantó despacio, haciendo un pequeño puente con la saliva, pensando en las imágenes que luego vería simultáneamente en los cinco televisores gigantes que había instalado en su sala de estar. Después dio unos golpecitos ensalivados contra las mejillas de Fabio midiendo cuidadosamente el ángulo.

- ¿Y qué hizo después el hombre difuso?- preguntó al paciente, aprovechando que le había sacado la verga de la boca y así podría responderle.
- Me folló la boca como un cabrón hasta ahogarme en un mar de leche.


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