Un amor en Roma... MONTE CAPRINO



Titulo: Un amor en Roma... MONTE CAPRINO
Autor: alone

Era una de esas tardes de octubre, en que Roma vuelve a ser delicada y amable. Se marcha el calor y las preciosas puestas de sol sobre los montes la vuelven más espectacular de lo que es.

Suelo caminar por los foros imperiales, haciendo el parque que se halla detrás del capitolio y que los romanos llaman el Monte Caprino (por lo de las cabras que pastaban allí).

Ese lugar es un ámbito turístico durante el día, un solaz en medio del calor romano; pero al atardecer se vuelve una guarida de hombres buscando un amor rápido, para sentir una mano cariñosa, un abrazo que compartir o simplemente un sexo que estrujar. En muchas guías gay se recomienda este sitio como un buen lugar de remolque pero se aconseja precaución por los rateros y los polis (más de una vez le he hecho algún “servizietto” a un poli, que en vez de darme la multa se ha ido muy contento apuntando mi teléfono para una próxima vez...)

Suelo subir por la escalinata que da al frontis del Teatro Marcello, allí me siento en algún escaño y espero... no falta algún chico que anda por ahí, o algún viejete en onda “voyeur” esperando poder otear algo y, aunque las autoridades municipales han decidido precintar el lugar, las hábiles manos han roto la red y se puede buscar algún lugar apartado para dar rienda suelta al amor prohibido. Aquí vienen muchos chicos, algunos de ellos muy jóvenes –se dice que el Monte caprino es un buen lugar para iniciarse en la ruta gay- además al estar cerca de los lugares sagrados del imperio, los dioses del amor te echan una mano y siempre te marchas satisfecho del lugar. Es un sitio interracial y puedes ligar con mucha gente de los lugares más diversos.

Hacia allí me encaminé aquella tarde, comenzaba a ser agradable la temperatura, luego de un tórrido verano romano; de vuelta al trabajo y a la vida normal sentía ansias de algún encuentro y nada mejor que ir al M. Caprino para saciar esa sed de sexo. Luego de varias vueltas por el lugar; un sube y baja por ese lugar que tanta historia ha visto y por el cual tanta vida ha pasado, había pasado mucho tiempo, había algunos marroquíes que se ofrecían por unas pocas liras, poniendo en evidencia su bien dotada sexualidad, pero a mí no me suelen gustar los mercenarios. Ya casi me marchaba sin haber dado punto cuando veo pasar un chico muy bello, con su pinta de turista perdido que me pregunta algo.

Hablaba español, como yo, pero un español de esos machacados como lo hablan en el Río de la Plata; le dí algunas indicaciones y nos sentamos bajo un añoso plátano, con la vista puesta en el foro imperial que se desparramaba a nuestros pies; casi visualizando el trajín de los romanos y las antorchas de los templos y casas que hoy están convertidas en espléndidas ruinas.

Mi vista se bañaba en sus ojos azul profundo, era un muchacho bestialmente bello; no muy alto pero con todo bien puesto en su lugar. Venía del Uruguay, viajaba solo –su padre le había regalado el viaje- hablamos de muchas cosas, de Roma, de su gente, de Sudamérica; de esta lengua maravillosa que nos unía y nos permitía comunicar.

Pasaron varias horas (tres o cuatro, no me daba cuenta) muchos chicos en ligue pasaban delante nuestro y reparaban en esa belleza digna de probar. Antinoo (no es su nombre pero me evocaba al joven amante del emperador Adriano) también reparaba en ese “via vai” de hombres que se seguían y se encontraban. A un cierto momento me preguntó qué significaba ese trajín, le expliqué en qué consistía y qué era lo que buscaban. Él me preguntó si yo también buscaba lo mismo, le respondí que sí y que me gustaban mucho los chicos y que me apetecía el sexo anónimo. Que era un frecuentador de ese lugar, etc.
Así nuestra conversación giró hacia el tema gay; pasó mucho rato más, era de madrugada, y luego intentó despedirse de mí. Me ofrecí a acompañarlo hasta su hotel. Antes me aparté de él un poco para orinar, él hace lo mismo y desenfunda un sexo bellísimo; blanco rojizo, que al dirigir mi mirada comienza a ponerse duro.

- ¡Eh, macho! Parece que ha hecho efecto la parlata! -le dije.

Él se me acercó y puso sus labios sobre los míos. Atiné a bajar sus pantalones y disfruté mamando un sexo joven y anhelante, sabía que era su primera vez que lo hacía con un hombre, que con su novia mucho, pero la conversación... y hablaba casi justificando su mariconismo casual de chico lejos de su casa y en un lugar lleno de magia.

Me lo llevé a casa y allí se quedó conmigo cuatro días, renunció a todos los tours que había reservado, yo me convertí en su guía de Roma, en su amante, en su hombre-mujer. Hablábamos mucho (los de la Plata tienen esa virtud) pero su ineptitud sexual fue compensada con una ternura que me demostraba una y otra vez ese Amante insaciable... le gustaba que le chupara su herramienta, en los lugares más increíbles, muchos recónditos romanos guardaron nuestro secreto, algún cine para adultos, un polvo robado en un tren, ese fantástico sexo en la Via Appia, mientras de lejos nos miraba un señor que se pajeaba etc. Me amó muchas veces, entraba y salía de mí como si se acabara el mundo.

Su pene estaba siempre dispuesto a penetrarme, bastaba un roce por sobre sus jeans para que el asunto se encabritara y buscara la guarida más mía. Su forma de besarme entero, esa manía mía de ser mordido en la espalda y la nuca era para él una diversión y para mí la puerta del paraíso. Era capaz de regalarme tres o cuatro orgasmos y seguía tan bien dispuesto para el próximo. Su lengua se perdía en todos mis rincones, mi boca le buscaba y bramaba por más y más.

Fuimos a “Il Bucco” -una playa gay en el litoral romano-, allí a la luz de un tibio sol de otoño pude ver toda su desnudez y su belleza, era fantástico, los demás ojos reparaban en este ejemplar de ensueño que me acompañaba. Aquella tarde formamos tríos y grupos con varios chicos, pero el resto era como si no existiera, sólo Antínoo para mí.

Llegó aquel fatídico día en que tenía que marcharse de Roma, había pasado una semana, nos dimos un largo beso en plena calle, hacía mucho que no lloraba por alguien y aquel día al acompañarlo al tren lloré mucho, partía para Viena y nunca más le vería... pasé días muy tristes por su falta, pero en el recuerdo quedaba una magia que hasta el día de hoy no he vuelto a probar en los cientos de amantes que he tenido.

Me llamó desde Alemania, que le hacía falta, que se sentía solo, que gracias por todo, y yo a más no poder. Así fue como me decidí ir a su encuentro, estuvimos en Colonia dos días, y pudimos repetir lo aprendido en el otoño romano. Hasta la tarde en que nos despedimos, luego de una frenética noche de amor... nos despedimos... para siempre.

No sé qué será de él, dónde estará... me apunté su dirección y una vez le envié una tarjeta pero no tuve respuesta. Casi me voy a verle una vez que me hallaba en Bs. As., pero desistí; su recuerdo, su pasión, su cuerpo maravilloso, su sexo enorme y potente siempre han quedado en mi recuerdo.

Hace unos días me hallaba en el mismo lugar donde nos conocimos y me puse a recordar este hecho y he querido compartirlo con ustedes. Un amor hallado en Roma que me hizo tocar el cielo.

Uomini innocenti dagli istinti un pò bestiali, cercano l’amore dentro ai parchi ei lungo i viali (Battiato)


alone