La herencia



El siguiente relato es de la casa

La herencia


Hacía solo dos días que habíamos enterrado a mi padre y ni yo ni mamá nos sentíamos con fuerzas para afrontar la lectura del testamento, pero mis tres hermanas vivían cada cual más lejos que la anterior y no estaban dispuestas a gastarse más dinero en aviones. (Mis padres eran ricos pero nosotros hasta la fecha estábamos lejos de serlo).

Mamá vestía de luto riguroso, yo iba bastante oscuro y las otras tres consideraban ya bastante triste perder a un padre como para disfrazarse de plañideras en pleno Agosto. Aparte del albacea testamentario de papá había otro desconocido en la sala, un tipo alto y fornido, con gafas de sol y pinta de actor de películas de guerra. Pensé que sería una suerte de testigo.

Las últimas voluntades de papá fueron las esperadas, si exceptuamos la ultimísima: Las cinco casas se las quedaba mamá y ella sería quien decidiera si las repartía entre sus hijas e hijo o las vendía y se iba a disfrutar de su vejez al caribe. Los coches, las motos y el velero serían vendidos y el dinero se repartiría entre los hijos. Las fincas de naranjos seguían dando beneficios y sería el propio albacea quien se quedara a cargo de ellas. Cuando el albacea falleciera volverían a la familia. Las obras de arte podíamos venderlas y repartir entre todos, lo cual era la mejor parte porque papá tenía una colección valorada en cerca de 400 millones de euros. Nunca habíamos pasado hambre y con un poco de cuidado no pasaríamos hambre por el resto de nuestras vidas.

- Y ya solo queda el local de ambiente -dijo el albacea.

Mis hermanas se miraron entre sí, yo miré a mi madre, mi madre miró al suelo, yo miré a mis hermanas, la mayor miró al albacea, y el albacea se explicó:

- Vuestro padre regentaba un local gay en el puerto. Es un negocio próspero. Quiso dejármelo a mí, puesto que he sido en realidad su pareja los últimos veinte años, pero yo no lo quiero y así se lo hice saber. Bastante mal lo he pasado todos estos años esperándolo en casa hasta las tantas. Así que le convencí de que se lo dejara a su hijo, ya que es el único descendiente varón y en su local no se permite la entrada a las féminas, lo cual siempre he considerado de muy mal gusto, pero así era vuestro padre y esposo. Tu padre, Fernando, te da en su testamento la opción de pasarle el negocio a Pedro, su mano derecha en el local, pero como se lo dejes a Pedro te juro que tendrás en mí un enemigo de por vida. Es más, me gustaría que cuando te posesiones del negocio despidas ipso facto al tal Pedro. Y si lo tiras a patadas mejor que mejor.
- ¿Papá era gay? -preguntó Carla, la hermana mediana.

Mamá seguía mirando al suelo. Entonces el albacea dio por terminada la lectura del testamento y todos nos pusimos en pie, algo incómodos. Y el tipo fortachón de las gafas de sol se acercó, nos dio el pésame y luego se presentó como la pareja de mamá, desde hacía también veinte años.

Cuando todos se hubieron marchado yo me quedé con Adrián, el albacea y novio viudo de papá, para hablar sobre el último punto del testamento.
- Comprenderé que no quieras regentar un local gay si no eres gay -dijo Adrián-, pero podrías verlo como un negocio más, y contratar gente que sepa llevarlo.
- No tengo muy claro que no sea gay, la verdad.
- ¿Alguna vez te has tirado a un hombre?
- Alguna…
- Ah… entonces quédate con el local.
- Creo que lo haré. Bueno… Entonces, has sido el novio de papá desde que yo era un crío.
- Desde que tenías tres años, sí.
- No te había visto nunca…
- Tu madre lo consideraba un degenerado y no quería que lo supierais.
- No parece que le haya hecho mucha gracia que lo sacaras del armario ahora.
- Bueno, ahora ya está muerto. Se lo debía.
- ¿Lo querías?
- Más que a mi vida.

Me quedé mirando a aquel desconocido que había compartido tantos años con mi padre (por lo visto, otro gran desconocido) y sentí una mezcla de simpatía y compasión por él.

- ¿Te lo recuerdo?
- Muchísimo. Era casi igual que tú cuando nos conocimos.
- Solo te has quedado con lo naranjos.
- No necesito nada más.
- ¿Aceptarías un regalo de su hijo varón?
- ¿Estamos hablando de dinero?
- No. Estamos hablando de esto - y me pasé la mano por el bulto del pantalón.

Adrián abrió mucho los ojos.

- ¿Hablas en serio?
- Toca -ofrecí.

Adrián posó una mano en mi entrepierna. Solo de hacerle tal ofrecimiento mi verga se había puesto como una piedra.

- Vaya… Espera, cerraré la puerta.
- Aquí te espero.

Mientras Adrián echaba la llave me desabroché el cinturón.

- ¿Me creerías si te digo que he soñado con esto esta noche? -me dijo cuando volvía.
- Para mí, en cambio, ha sido toda una sorpresa.

Me desabotoné el pantalón y bajé la cremallera. Adrián no se perdía detalle.



- ¿En qué consiste el regalo? -preguntó, ansioso.
- ¿En qué quieres que consista?
- Me conformo con lo que sea.
- Pide.
- ¿Besas?

Por toda respuesta puse las dos manos sobre su mejillas cubiertas de una barba casi blanca y le di un beso lento en los labios que lo hizo estremecer.

- Besas como él.
- Lo llevo en los genes.
- Esto es morboso.

Volví a besarlo para que dejara de pensar.
Mientras lo morreaba Adrián empezó a desvestirse, como si le hubiera entrado la prisa, no fuera yo a cambiar de opinión.

- Tranquilo -le dije. - No me voy a ninguna parte.
- Es que me molesta -se refería a la ropa. - Quiero sentirte.

Cuando dejó a la vista su pecho velludo se me hizo la boca agua. Mis dedos se pusieron a jugar con sus tetillas mientras le lamía los labios y le restregaba la polla, todavía escondida, contra lo que notaba como un endemoniado cipotón.

- Parece que estás bien servido, Adrián.
- A tu padre le encantaba comérmela.
- No me extraña lo más mínimo.

Le ayudé a deshacerse del pantalón, me puse de rodillas y pegué la cara a su boxer. Sentí su descomunal miembro latiendo en mi cara y sonreí. Adrián me miraba desde arriba con pinta de no creérselo todavía.
Le bajé el boxer y el olor de su vergajo me llenó las fosas nasales. Era un miembro espléndido, la cosa más grande y bien hecha que había visto en mi vida.

- No me extraña que sedujeras a papá. Con esto podrías haberte llevado a cualquiera de calle.
- Me halagas, Fernán. Pero nos enamoramos mucho antes de acostarnos.
- Se llevaría una grata sorpresa -y tirando de aquel mástil hacia abajo abrí la boca todo lo que pude y le chupé parte de la cabezota y adonde pude llegar, que fue poco más. Adrián se sacudió de gusto.

Era una sensación extraña tener algo tan inmenso en la boca. Siempre había soñado con comerme un pollón descomunal y la verdad es que mamar aquello me estaba llevando al éxtasis total. Pensé que todo el mundo debería tener la oportunidad de mamar una verga monstruosa y rezumante como esa al menos una vez en su vida. Y digo rezumante porque en cuanto le di un par de chupadas bien dadas, escanciando abundante saliva, el vergajo de Adrián empezó a soltar literalmente chorros de precum sobre mi ávida lengua.

Me asusté un poco cuando Adrián me cogió la cabeza y empezó a ensartarme con su impío falo pero conforme aquel engendro se hacía paso hacia mi garganta fui capaz de hacerle sitio de alguna forma inexplicable. Poco después Adrián me follaba la boca a toda velocidad y chorros de mi saliva y su precum caían sobre la alfombra.

- ¡Dios santo, Fernán, qué boca tienes!

Parpadeé para que supiera que agradecía el elogio.

Poco después me encontré no sé cómo recostado sobre la mesa mientras la experta boca de Adrián me comía el ojete a dos carrillos y me pajeaba a la vez. La experiencia estaba siendo tan sublime que no podía hablar, me limitaba a jadear incoherencias. Sabía que Adrián me estaba preparando el orto para meterme aquella cosa imposible hasta el fondo y estaba seguro de que no lo soportaría, pero sus profundas lamidas me hacían convulsionar de placer y estaba dispuesto a dejar que me rompiera con tal de que no parara.



Cuando dejó de comerme el culo y recostó su pecho en mi espalda supe que había llegado mi hora. Sentí su glande a las puertas y traté de relajarme lo máximo posible. Pero de pronto lo importante no era su pollón sino su respiración en mi oreja, su cuerpo cubriéndome, el contacto de su piel sobre mi piel, y casi sin darme cuenta el monstruo había traspasado el umbral y Adrián me daba por culo con la mayor suavidad y de una forma exquisita. Y despertaba oleadas de placer por todo mi cuerpo como jamás creí que fuera posible. No sólo no me dolía, sino que desde entonces todas las demás pollas que me follaron se me quedaron pequeñas.


Continuará…