Iván, un hermano como Dios manda, VIII



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Iván, un hermano como Dios manda, VIII


- Alex, podrías mirar si ahí tienen bocadillos.

Tamara me alargó un billete de cien euros.

- Bocadillos seguro. Cambio, lo dudo - repliqué, cogiendo el dinero.
- Prueba.

Busqué a Iván en el agua pero debía haberse sumergido. La última vez que lo había visto nadaba junto a las rocas.

- Compra también unas cocacolas - Tamara se colocó bien la pamela y se recostó en la hamaca. Parecía una Marilyn embarazada.

Volví a mirar al mar en busca de mi hermano, algo inquieto. No se le veía por ninguna parte.

Fui al chiringuito (aquí los llaman balnearios; que me perdone la fauna isleña pero para mí un balneario es otra cosa), y compré tres bocatas que ya estaban hechos pero que no tenían mala pinta, las cocacolas, cerveza para Iván y porquerías para picar. La camarera que me atendió no tenía bolsas así que tuve que llevar todo cargado en los brazos, contra el pecho. Las cocacolas (de lata) estaban heladas. No veas como jodía.

- Mmm..., tortilla... - dijo Tamara, cogiendo un bocata.
- También hay de jamón serrano y de chorizo con queso.
- No puedo comer jamón serrano. Ni embutidos.
- ¿Eres alérgica?

Tamara se río.

- Por el embarazo. Riesgo de toxoplasmosis. Tendría que habértelo dicho.
- No lo había oído en mi vida.

Me senté en la hamaca de al lado, abrí una lata y ataqué el bocadillo de jamón.

-¿Por qué no has traído a tu novia? - me preguntó Tamara.

A mí se me atragantó el bocadillo.

- ¿Cómo dices?
- Ayer me extrañó que no la trajeras, pero hoy clama al cielo. Quiero conocerla.
- ¿Por qué crees que tengo novia? ¿No puedo ser... soltero?
- Tu hermano me lo dijo. ¿Qué pasa? ¿Te avergüenzas de ella? ¿Habla demasiado? ¿Cuenta vuestras proezas sexuales a gritos por la calle? ¿Qué?
- ¿Iván te dijo que tenía novia?
- ¿Sólo es un rollo? Da Igual. Quiero conocerla.
- ¿Cuándo te lo dijo exactamente?

A Tamara le cambió la expresión de la cara.

- Mierda. Acabáis de romper, ¿a que sí? Soy una bocazas. Lo siento.
- Acabo de romper, pero no con mi novia, sino con mi novio.
- ¿Novio? ¿Te van las dos cosas?
- No, solo me van los tíos.
- ¿Tu hermano lo sabe?
- Fue la primera persona en saberlo.
- ¿Y por qué me diría que tenías novia?
- Quizá lo entendiste mal.
- No, no lo entendí mal. Me dijo que tenías novia. Hasta me la describió.
- Pues eso es que se avergüenza de mí.
- ¡Qué mal!
- No te preocupes. Siempre supe que Iván era un cromañón. Por cierto... ¿dónde está?
- En el agua.
- Sí, pero, ¿dónde? -Dejé la comida y me acerqué a la orilla. No veía su cabeza por ninguna parte.
- Estará buceando.
- ¿Le has visto llevarse las gafas?

Tamara miró en la bolsa.

- Están aquí.
- Voy a buscarlo.
- ¿Debo preocuparme?
- ¡Que va! Habrá ido a la otra cala. Si volviera antes que yo que se quede contigo. Una vez estuvimos buscándonos cinco horas.

Dejé a Tamara comiendo y bronceándose al sol y me metí en el agua para seguir el itinerario que creía, habría seguido Iván. Estaba un poco molesto con él, pero mientras nadaba se me pasó. Iván debía haber hablado a Tamara de mí cuando se conocieron, y en ese momento mi hermano y yo no nos hablábamos. Seguramente pensaba que yo jamás lo perdonaría, así que no esperaba que Tamara llegara a conocerme. Y lo de inventarme una novia también lo veía justificable, dadas las circunstancias. Así se evitaba hablar con ella sobre homosexualidad.

De todas formas aquello confirmaba una vez más que Iván le mentía a su mujer de casi todas las formas posibles, y eso no podía acabar bien. Nunca lo hacía. Claro que quizá no era tan mal final desde mi punto de vista.

Estaba pensando que era una mierda que la vida fuera siempre tan complicada cuando llegué al segundo recodo que hacían las rocas, que era el que buscaba. Me acerqué hasta hacer pie en las rocas, resbaladizas y de tacto asqueroso, y, procurando no romperme la crisma, trepé unos cuantos metros hasta el primer saliente, y de ahí caminé con cuidado de no lastimarme los pies hasta una pequeña cueva donde jugábamos Iván y yo de críos.

Iván estaba dentro, tumbado en una hamaca como las de la playa, pero de otro color. Aquella llevaba allí unos cuantos años.

- Has tardado mucho - me dijo al verme.
- ¡Claro! ¡Cómo que me estabas esperando!
- Pues sí. Te esperaba.
- La próxima vez dime "nos veremos en la cueva".
- Has venido, ¿no?
- Porque estaba preocupado.
- Vuelves a estar cabreado.
- Un poco.
- Pues no te cabrees. Te estaba esperando a ti. No hay ningun hombre escondido, no hay más pollas a la vista que la tuya.
- Eso ni se me había pasado por la cabeza.
- Pues debería. Viniendo hacia aquí he visto un tío... No veas cómo estaba. - Me hizo sitio en la hamaca abriendo las piernas. Me senté, recostándome en su pecho, y él me abrazó con brazos y pies.
- No deberíamos hacer esto - dije.
-¿Hacer qué? Sólo estamos hablando.
- Me tienes agarrado.
- Eres mi hermano. Soy cariñoso. No tiene nada de malo.
- Te siento la polla en la rabadilla. Eso no es muy inocente.
- Pero no esta dura, ¿verdad?
- No del todo. Pero me la pone dura a mí.
- ¿De veras? Ah, pues sí. Te la pone dura - y mientras me metía una mano en el bañador mojado me besó la nuca, la oreja, y hasta donde llegaba de la mejilla. Giré un poco la cabeza para que pudiera besarme los labios. Me besó. Saqué un poco la lengua. La chupó.

Iván me había bajado un poco el bañador y me pajeaba despacio mientras me besaba. Sentí como su rabo se endurecía contra la parte baja de mi espalda.

Conforme Iván me masturbaba mis besos se volvían más apremiantes, más necesitados.

- Raspas- susurro Iván en mi oído.
- Me afeitaré.
- ¿Qué dices? Me encanta.

Seguimos un rato en esa postura, Iván pajeándome y poniéndome los pelos de punta cuando me besaba en el cuello, me chupaba la oreja o me decía ternezas al oído, y yo oprimiendo con mi cuerpo una erección cada vez más descomunal.

Después me levanté y le bajé el bañador de un tirón.

- ¿Sabes que nunca me canso de verte desnudo?- dije.
- Ibas a decir "de verte la polla".
- Es cierto. Pero no quería que pensaras que eres sólo polla.
- Soy mucho más que polla.
- Sí, lo eres.

Empezó a hacerse un pajote mientras yo lo miraba.

- Siempre te ha gustado mucho mirar - dijo, meneándosela para mí, despacio.

Me encantaba ver cómo lo hacía, me encantaban sus brazos, sus manos, su cara de gusto, su enorme verga entre sus dedos y me encantaba ver cómo subían y bajaban sus cojones con el movimiento.

- ¿Por qué tienes que estar tan bueno? - pregunté.
- Es cosa de familia- respondió.

Me llené los dedos de saliva mientras me arrodillaba junto a la hamaca y se los planté en el ojete. Él levantó un poco el culo para facilitármelo sin dejar de masturbarse. Yo me lo comía con los ojos. Le paseé mis dedos mojados por el orto. Él se retorcía de gusto. Su mano seguía masturbando su vergajo que era realmente monstruoso a esa distancia. Mis dedos le acariciaban el agujero, su piernas se separaban y se juntaban, su cuerpo ardía. Mi otra mano le acariciaba el pecho, la cara, le apretaba un pezón, el otro. Él había cerrado los ojos y empezaba a masturbarse más deprisa. Apreté más los dedos en su esfínter sin poder apartar la mirada de su polla y de cómo se la meneaba. Sus cojones rebotaban en mi muñeca. Me volvía loco ese contacto. Puse más saliva, y seguí llenando su agujero de las húmedas caricias de mis dedos.

Un reguero de saliva cayo de la comisura de sus labios. Sabía que me encantaba cuando hacía eso. Sabía que me ponía como una moto.

Le lamí la barbilla, recogiendo su saliva con mi lengua hasta llegar a sus labios. Se los comí. Él aceleró el pajote al compás de mis besos, yo apreté un dedo en su esfínter. Él sacaba la lengua enfebrecido, yo calmaba su ansia con mi boca. Sus huevos me golpeaban la muñeca más deprisa, su cuerpo se puso en tensión. Le comí la boca con ansia para propiciarle una corrida que no olvidara. Mi dedo entró en su recto. Iván se estremeció. Sus piernas se abrieron, se cerraron. Su verga parecía a punto de estallar. Iván gimió en mi boca. Lo morreé, completamente ido de amor, mientras le clavaba el dedo hasta el fondo.

El primer chorro llego caliente hasta mi cara. Continué besándolo y metiéndole el dedo mientras echaba el resto de la leche.

- Menuda corrida - dije, cuando su respiración se hubo calmado y me miraba con una gran sonrisa de tonto.
- Ven aquí. Quítate eso.

Obedecí. Me quité el bañador y me coloqué donde él quería, con una pierna a cada lado de la hamaca y los huevos sobre su boca. Me agaché, poniendo mis cojones al alcance de su lengua y me empecé a pajear mientras me los comía. Era fabuloso. Mi hermano era una máquina de dar placer. Sobretodo me encantaba que nunca se cansara de hacerme guarrerías, ni siquiera recién corrido. Paseó la lengua por mis ingles, se metió mis cojones en la boca, la polla se me puso como una puta piedra.

- Sabes amar - dijo, la respiración en mis huevos.
- Gracias.
- No. Digo que sabes a mar.
- Ah. Es lo que tienen los días de playa.
- Pero amar también sabes.
- Gracias de nuevo.

Después de lamerme los huevos me abrió las cachas del culo y me hizo sentarme en su lengua. Y aquello fue más de lo que pude soportar. Mientras sus lamidas me recorrían el orto descargué una terrible lechada sobre su pecho.

- ¿Te estás corriendo? ¿Ya?

Me entró la risa mientras los trallazos de esperma llegaban hasta sus huevos.

Después me tumbé sobre él y nos besamos hasta quedar dormidos.


Continuará...




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