Iván, un hermano como Dios manda, V



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Iván, un hermano como Dios manda, V


Gracias a Dios, la cocina y el baño no daban directamente al recibidor. Recogí mi ropa a toda leche y corrí al cuarto de baño mientras Iván se colocaba como podía el slip, completamente empalmado, y metía su ropa apresuradamente en la lavadora para quitarla de la vista, botas incluidas. Al meterme en el baño cerré la puerta sin hacer ruido para que Leo pensara que llevaba ahí un buen rato. Luego me pegué a la puerta para escuchar lo que decían. Pude imaginar el rubor que sentiría Leo al encontrarse con mi hermano en paños menores, y más si Iván todavía seguía trempado. Eso le pasaba por presentarse sin llamar antes.

- Hola - escuché decir a Leo. - Pensaba que no habría nadie.
- ¿Te acuerdas de mí? – preguntó mi hermano.

Escuché el ¡chas! de una lata de Pepsi Light al abrirse (no es que reconozca el ruido que hacen las distintas marcas de refrescos al abrirse, es que solo tenía latas de Pepsi en la nevera). Mi hermano estaba haciendo bien su papel de invitado inocente en casa ajena.

- Claro. Eres el hermano de Alex. Vivías aquí cuando nos conocimos. Además, he visto todas vuestras fotos familiares.
- ¿ Y qué haces aquí, Leo? Mi hermano me ha dicho que cortasteis. – Ahí, dale duro, Iván.
- Vengo a recoger algunas cosas. Pensé que era mejor hacerlo cuando no estuviera en casa, para evitarnos escenas.
- Pues está en casa. Se está duchando.
- Creía que estaría en el trabajo.
- Hoy no ha ido. Se pidió el día para poder recogerme en el aeropuerto. Por cierto, pensaba que trabajabais juntos.
- Ya hace tiempo que no, lo cual es lo mejor, dadas las circunstancias.
- Bueno... Entonces... ¿Te vas?
- No. Voy a recoger mis cosas, ya que estoy. Si no te molesta.
- A mí no me molesta, pero no puedo hablar por mi hermano.

De repente pegaron tres golpes en la puerta del baño que me dieron un susto de muerte y me dejaron sordo de un oído.

- ¡Alex, ¿te importa que recoja mis cosas?!

Leo parecía cabreado. Me alejé de la puerta y le dije que hiciera lo que tuviera que hacer.
La situación era un poco extraña. Me había pasado las últimas semanas desplegando una actividad de locos por las mañanas y llorando como un descosido por las noches, preguntándome si volvería a ver a Leo y si soportaría el terrible momento en que viniera a buscar sus cosas, lo que haría de nuestra ruptura algo aún más definitivo. Y ahora que había llegado ese momento deseaba que se diera prisa, se largara y me dejara follar tranquilamente con mi hermano.

Sopesé la idea de quedarme en el cuarto de baño hasta que se hubiera marchado, para hacerle las cosas más fáciles, pero enseguida recordé que yo era el novio despechado, que Leo me había abandonado por sus ganas de irse a comer pollas, pues decía que tenía la edad para hacer ese tipo de cosas, no para mantener una relación monógama. Y encima tenía que estarle agradecido por haber sido lo suficientemente civilizado como para dejarme antes de ponerme los cuernos. Que le jodan, pensé.

Me vestí, me mojé el pelo para que pareciera que salía de la ducha, me eché un montón de colonia nenuco y salí del baño con ganas de bronca.

Leo también había esperado que me quedara dentro un poco más, a juzgar por su cara.

- Hola, Leo- dije, con total indiferencia.

Esperaba verlo con una caja, no con un gurruño de bolsas del mercadona. Ni para recoger sus cosas decentemente servía.

- Hola, Alex. - Tanto la postura de su cuerpo como su voz fueron de tremenda pena. Y yo me sentí fatal por no estar más hecho polvo.
- ¿Os dejo solos? – preguntó mi hermano.
- ¡No! - contestamos Leo y yo al unísono.
- Bueno, pues pondré la tele.

Iván cogió el mando y se tiró en el sofá. Seguía descalzo y desnudo, a excepción, claro está, del slip. Me alegré de tenerlo en casa y de que siguiera siendo tan despreocupado como exhibicionista.

Le pedí que me hiciera un sitio en el sofá y nos pusimos a ver la tele mientras Leo iba de un lado a otro metiendo cosas que consideraba suyas (aunque no todas lo fueran) en sus arrugadas bolsas. Yo preferí no decir esta boca es mía mientras no intentara llevarse el iPod Touch que me había regalado por mi cumpleaños.

La cosa duró otros quince minutos. La verdad es que no se me hizo duro y, curiosamente, tampoco incómodo. Era incapaz de recordar por qué había estado con él los últimos dos años. La presencia de Iván lo eclipsaba todo.

Cuando hubo terminado de recoger sus cosas (el iPod lo dejó en su sitio, bien por él) el tío se sentó delante de nosotros y se puso a darle conversación a mi hermano. Que por qué nos habíamos peleado y se había ido (Iván) de casa, que yo nunca se lo había contado. Que por qué no nos habíamos hablado en dos años. Que cómo habíamos hecho las paces de pronto y, si nuestra ruptura (la de Leo y mía), tenía peso en esa reconciliación...

Para mi sorpresa, Iván fue contestando muy educadamente a todas sus preguntas, con mentiras, eso sí. Y digo para mi sorpresa porque mi hermano no podía ver a Leo ni en pintura. O por lo menos no podía verlo ni en pintura cuando empecé a salir con él (un día, en una de nuestras peleas a raíz de eso, hasta me juró que lo mataría). Sin embargo ahora parecía tolerarlo bastante bien.

Cuando la conversación empezó a girar hacia la vida actual que llevaba mi hermano empecé a ponerme nervioso, no porque mi hermano fuera a contarle nada escabroso sobre lo que pensábamos hacer en cuanto Leo saliera por la puerta (nada más lejos, Iván empezó a hablar de Tamara y del hijo que esperaban) sino porque ya me parecía de mal gusto que Leo siguiera de cháchara con Iván y a mí ni me dirigiera la palabra.

La situación se prolongó más de lo soportable y empecé a pensar que debía echarlo, aunque fuera de malas.

Entonces pillé a Leo echándole a mi hermano una mirada fugaz al paquete y cogí un rebote que no veas. El muy cabrón estaba largando tanto a posta, para poder quedarse más rato disfrutando de la visión del cuerpazo de mi hermano.

Me imaginé saltando del sillón y dándole una ostia a Leo, gritándole que saliera de mi casa, que era un cerdo y un pervertido, que me daba asco y que no comprendía cómo había desperdiciado tanto tiempo con una basura como él… y me reí de mí mismo. En realidad no sentía todo eso. Leo solo conseguía provocarme indiferencia, y un poco de irritabilidad. (Mi hermano tenía algo que ver en eso).

Pero aunque no le gritara todas esas cosas pensé que se merecía un escarmiento.

Como si la conversación me resultara cada vez más interesante me acerqué más a mi hermano, y como quien no quiere la cosa dejé caer la mano sobre su muslo. A Leo no le pasó desapercibido pero por lo visto a mi hermano sí. Igual pensó que era un gesto natural de su hermanito. No tardé en mostrar a ambos cuales eran mis intenciones. Mientras Iván explicaba cómo había conocido a su esposa, mi mano fue moviéndose lentamente hacia su entrepierna. No cabía duda de que Leo seguía atentamente el movimiento. Mi hermano perdió el hilo de lo que estaba contando
pero lo recuperó rápidamente. Mi mano siguió avanzando por su pierna desnuda hacia los huevos. Leo estaba muy quieto, sentado frente a nosotros, y no nos quitaba el ojo de encima. Iván seguía hablando aunque empezaba a decir incoherencias. Me pregunté hasta dónde me dejarían seguir y hasta dónde sería yo capaz de llegar. Mi desbocada imaginación me presentó una escena en la que mi hermano decía, "Alex, ¿podemos hablar un momento en la cocina?" y allí me preguntaba si me había vuelto loco, qué coño creía que estaba haciendo y desde cuando me había vuelto más cerdo que él.

En lugar de eso Alex abrió un poco más las piernas, como invitándome a seguir o para darle a Leo una visión cojonuda de lo que estaba pasando allí.

Cara o cruz, me dije. No sabía lo podía ocurrir si seguía adelante. ¿Leo saldría corriendo retirándome la palabra para siempre? No perdería gran cosa. Nuestra relación había sido un fracaso. Y si no huía... ¿Se quedaría ahí quieto contemplando lo que estaba a punto de hacerle a mi hermano?

Iván estaba claro que no era una incógnita en esta ecuación. Él no iba a detenerme. De hecho, abrió todavía un poco más las piernas, se recostó y dejó definitivamente de hablar. Mi mano llegó por la pierna hasta sus huevos y se mantuvo allí, en la ingle, rozando su paquete, el tiempo suficiente para que una delatora erección tirara tanto de su slip que se le empezaran a ver los pelos de sus gordos cojones por los lados.

La suerte estaba echada. Iván estaba berraco perdido, le estaba poniendo a mil que su hermanito le metiera mano delante de otro tío, como en los viejos tiempos. Leo seguía inmóvil y sin decir esta boca es mía. Y yo tenía que ir a por todas o retirarme.

Pero pensé que ya no había vuelta atrás. Leo ya habría atado cabos. Seguramente ya tenía la respuesta a todas las preguntas que le había formulado antes a Iván. Ahora solo quedaba demostrar si yo sería capaz de mamársela a mi hermano delante de mi ex.

Y si hay algo que se me dé bien en esta vida es mamársela a mi hermano.

Cogí la cinturilla del slip. Tiré, primero hacia fuera y luego hacia abajo y el vergajo de mi hermano quedé al descubierto con una erección de caballo. Me inundó el olor a sexo inacabado y me olvidé definitivamente de Leo. Me llevé aquel manjar del que nunca me cansaría a la boca y se lo comencé a mamar a dos carrillos. Comerle la polla a Iván era un vicio que no me permitía pensar en nada más.

Mientras mi cabeza subía y bajaba, cubriendo y descubriendo su tremendo falo, y mi saliva empezaba a empapar sus cojones, escuché la voz de Leo, que reaccionaba por fin.

- Esto no está bien- dijo.

Esto no está bien, repetí para mis adentros. Tú sí que no estás bien.

Seguí mamando sin importarme lo que dijera, si se iba o se quedaba.

Se iba. Cogió sus bolsas con sus cosas y casi corrió hacia la puerta.

- ¿No quieres quedarte?- le lanzó Iván.

No lo dijo en tono de burla, sino de ofrecimiento. Leo, al parecer, se quedó junto a la puerta, indeciso. Yo seguía mamando.

- Quédate – volvió a ofrecer Iván.

Supongo que Leo me señalaría en su indecisión, porque Iván me preguntó:

- ¿ A ti te molesta que se quede?

Así que me vi obligado a dejar de hacer aquella estupenda mamada y a cuestionarme algo que no me apetecía en aquel momento. Finalmente dije:

- Leo, creo que estás en esa edad en la que no deberías dejar pasar la oportunidad de hacer mamadas a pollas tan grandes y sabrosas como ésta.

Aunque era un sarcasmo en toda regla parece que Leo tampoco podía pensar con claridad en presencia de semejante manubrio. Dejó las bolsas y vino directo hacia el sofá. Se puso de rodillas ante Iván y empezó a comerle los huevos, visiblemente agradecido, dejando que yo le siguiera mamando el resto del vergajo.


Continuará…



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