La comida o… la comida


El siguiente relato es de la casa


La comida o… la comida

Lo que paso a relatarles me sucedió el otro día en un restaurante de Chueca, en Madrid. Había quedado con un amigo para comer en otro sitio, pero cinco minutos antes de la hora a la que habíamos quedado me llamó para anularlo, así que me puse a dar vueltas por Chueca a ver si veía un sitio que me gustase, porque el restaurante al que suele llevarme este amigo no me gusta un pelo.

Después de varias vueltas vi un mexicano. En la puerta ondulaba la bandera gay, lo cual me hizo sentir muy cómodo. Así que entré y busqué una buena mesa.

El restaurante estaba bastante lleno, todo parejitas homo y lesbis, y yo era casi el único que comía sólo.

El camarero, un oso grandote y peludete, se me acercó para tomar la comanda y como no tenía ni idea de que pedir, le pregunté qué me aconsejaba.

- Pues está todo aquí –me dijo, pasándome la carta.
- Pero, ¿no me aconsejas nada?
- Yo te aconsejaría que pidas lo que sea y luego te vayas al baño.
- ¿Cómo?
- Que los baños en este local son mejores que la comida, y que la comida es buena toda.
- ¿Y qué pasa con la mesa?
- Yo te la cuido. Y si quieres, entro a avisarte cuando tengas listo el plato.


Joder. Nunca me habían ofrecido sexo en un restaurante. Intrigado, acepté la propuesta del camarero.

- Pues ponme el plato de la casa.
- ¿De beber?
- Lambrusco.
- Muy bien. Ve tranquilo, esta mesa es tuya –y me sonrió.


La verdad es que después de nuestra corta conversación yo ya tenía la polla morcillona.

Fui al fondo del local. El baño de hombres quedaba a la izquierda. Entré y me sobresalté cuando vi que el sitio era muy oscuro, la poca luz que había era rojiza y del techo colgaban un montón de bolas de espejitos, de esas que hay en las discotecas ochenteras. Por lo demás, había seis urinarios y otros tantos retretes con puertas.

Los urinarios estaban vacíos, por lo que pensé que el camarero me había gastado una broma, pero cuando me asomé al único retrete que vi con la puerta abierta me quedé de piedra. Los cubículos eran de casi dos metros y medio de profundidad y los paneles que separaban unos de otros estaban llenos de agujeros redondos, los gloryholes que había visto tantas veces en las películas porno pero que nunca había probado.

Cerré la tapa del water, que estaba muy limpio, por cierto, me senté y me asomé por uno de aquellos agujeros. En el excusado de la izquierda había tres hombres. Uno apoyaba las manos en la tapa de su retrete, el segundo le estaba dando por culo y el tercero le daba por culo al segundo. Tardé medio segundo en bajarme los pantalones, llenarme la palma de la mano de saliva y empezar a magrearme la verga.

El que estaba apoyado sobre el retrete miró hacia mí y me vio. Torció el cuerpo, se agarró con ambas manos al agujero que unía nuestras cabinas y en el poco espacio que le quedaba metió los labios. El panel empezó a moverse violentamente con las embestidas que le daba el otro y las que le daban al otro.

Me puse de pie y acerqué la verga a los labios del que era enculado. Sacó la lengua y le puse el capullo encima, y empecé a darle golpecitos a su lengua con mi miembro. No me atreví a metérsela en la boca porque no me fiaba. Con la tralla que le estaban dando igual me la mordía sin querer.

Después de darle unos cuantos golpes más me giré, a ver quien había en excusado de la derecha, ya que cuando había llegado, todos estaban ocupados menos el mío. Y me llevé una sorpresa. Había dos rabos descomunales asomados por sendos agujeros, con los huevos colgando. Uno era peludo y blanco y el otro rasurado y moreno, pero parecían los dos igual de grandes y apetitosos. Me puse de rodillas y empecé a jugar con el moreno. Su dueño apretó las caderas contra el panel y la polla ganó tres centímetros más. Me di cuenta, salivando, de que aquel monstruo era bastante más largo que la distancia entre mis labios y mi nuca. Mientras me hacía el pajote con una mano y con la otra me acariciaba una tetilla me fui metiendo aquella cosa descomunal en la boca.

La otra polla se cansó de esperar mi boca y se retiró del agujero. Yo me apliqué a hacerle una buena comida al mulato. Me metía la pollaza hasta la garganta, aguantaba unos segundos y luego me la sacaba, saboreando aquel pedazo de carne que de vez en cuando me regalaba un chorro de líquido preseminal. Luego me afané con sus cojones, calientes y rasurados, chupando ora uno ora el otro sin dejar ni un momento de darme caña a mí mismo con una paja como pocas veces me haya hecho.

Cuando volví a meterme su capullo entre los labios el cabrón me lanzó a la boca sin avisar una corrida de campeonato. Se la dejé bien limpia, sin tragarme el semen, y cuando retiró el vergajo abrí la tapa del water y escupí su leche. Luego metí la polla enhiesta en el agujero a ver si el mulato o su amigo se animaban a mamármela.

Se animaron los dos. Se amorraron por turnos a sacarle brillo a mi bate, mientras uno me la comía con ganas el otro me acariciaba los huevos, y luego se cambiaban. Hasta que el mulato se quedó sólo comiéndose mi rabo, que se me había puesto descomunal del calentón, y el otro volvió a meter su pollaza por el agujero de al lado. Ahora sí podía dedicarme a ella. Sin sacar la verga del agujero por el que el mulato me daba una de las mejores mamadas de mi vida me recliné para meterme la polla del otro en la boca.

Esta especie de sesenta y nueve entre tres resultó mucho más cómoda que entre dos. El mulato la chupaba de maravilla y cuando empecé a sentir que no aguantaría mucho más me propuse hacer que el blanco se corriera en mi boca antes que me corriera yo. Así que empecé a mamársela como un condenado, a la vez que se la pajeaba, y justo cuando ya no pude aguantar más y solté el primer trallazo de leche en la boca del mulato el blanco empezó a correrse en mi boca.

Cuando terminamos los dos volví a escupir su lechada en el water y me subí los pantalones. Salí del excusado y en ese momento entraba el camarero.

- ¿Ya has acabado? –me preguntó.
- Creo que sí.
- ¿Qué significa eso?
- Que sigo empalmado.
- Si quieres te quito la calentura, pero sólo tengo cinco minutos y se te va a enfriar la comida.


Lo cogí de la corbata y lo arrastré dentro del cubículo por toda respuesta.

Nada más cerrar la puerta nos morreamos. Me encantan los osos, me vuelven loco, y lo que más me pone es comerle la boca a un oso mientras le restrego con mi mano el paquete por encima de los pantalones, hasta que se la pongo bien dura. Después me agacho, me meto su miembro duro en la boca y hago que me la folle con todas sus fuerzas mientras mis manos buscan sus tetillas y empiezan a pellizcarlas. No sé por qué pero cuando veo un oso siempre hago lo mismo, me pone muchísimo. Pero éste no podía quitarse la ropa porque tenía que trabajar y estaba decidido a comerme la polla, así que después del espectacular morreo me senté en el water con los pantalones bajados hasta los tobillos, las piernas bien abiertas y la verga tiesa, esperando sus mimos. El camarero oso se abrazó a mis piernas y me olió la punta del vergajo con intensidad, y después se lo fue introduciendo despacio en su caliente boca, haciéndole un traje perfecto. Empezó a subir y a bajar la cabeza, taladrándose la boca con mi miembro, y dándome por segunda vez en el mismo día la que podía considerar una de las mejores mamadas de mi vida. Cuando vi que había gente asomando los ojos por los gloryholes me puse tan caliente que agarré la cabeza de mi oso y le ensarté la polla impulsando la pelvis diez, quince, veinte veces. El oso tragaba sin rechistar, aferrado a mis piernas.

Sentí que me venía la corrida y aceleré las embestidas al tiempo que le sujetaba más fuerte la cabeza.

- Me corro. Me corroooooo.


Empecé a soltar los chorros de leche y el oso acentuó las chupadas, cosa que me hizo temblar de arriba abajo. Cuando solté el último trallazo le hice apartar la boca porque no podía soportar más el roce. Y entonces rompí a reír como si estuviera loco.

- Joder, parece que te ha gustado.


Intenté responder pero no podía dejar de reír. Entonces se acercó y me besó en los labios. Me dio un morreo delicioso con sabor a mi propio semen, y aún cuando lo besaba me entraba la risa.

Cuando me calmé le pregunté:

- ¿Tú no quieres correrte?
- Tengo que ir a trabajar. Pero salgo dentro de una hora. Si quieres esperarme…


Por supuesto que lo esperé. Y desde aquella tarde me aficioné a la comida mexicana.

(Uhm, vaya final cutre me acabo de marcar).





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