Empaque y profundidad


El siguiente relato es de la casa



Empaque y profundidad


Ignacio Sabio siempre ha sido (y seguro, sigue siendo) un hombre que acata sus responsabilidades, sean éstas cuales sean, desde el primer momento, con entereza y decisión. Y siempre cumplió esa norma, excepto con su hijo.

Nuestra historia comienza cuando Ignacio cumple los cuarenta. Ya tiene publicados ocho libros, uno por año, goza de una excelente salud, un matrimonio feliz y tiene más dinero del que jamás podrá gastar.

El día de su cumpleaños, Ignacio fue agasajado por sus amigos con sorprendentes regalos. Como todos los años, antes de abrir el primer regalo, destapó una pizarra donde había apuntado todo cuanto pensaba recibir por esa fecha. Era una lista secreta que no compartía con nadie, ni siquiera con su mujer. Los amigos lo sabían, y aquello se había convertido en una especie de juego anual. Todo el mundo se devanaba los sesos para encontrar el regalo más estrambótico, aquel que fuera imposible que Ignacio pudiera prever. Pero año tras año, cuando Ignacio destapaba su pizarra y empezaba a abrir regalos, los regalos recibidos eran exactamente los que él quería que le regalaran. De alguna forma Ignacio Sabio conseguía que el Universo trabajara para él. Sus amigos estaban convencidos de que debía haber un truco. Quizá todos recibían una llamada por separado exigiéndoles un regalo específico, con la complicidad de perpetuar la broma, pero eso valía para los regalos de todos los demás, no para el tuyo, que en tu fuero interno sabías que lo habías comprado porque te había apetecido, no porque Ignacio te hubiera obligado a ello, a no ser que lo hubiera hecho telepáticamente.

Pero aquel año hubo una inesperada sorpresa.

Todos los regalos estaban abiertos, desde un viaje con estancia de tres semanas pagadas en Las Vegas, de un amigo adinerado, hasta un vibrador anal, obsequio de una solterona amiga de su esposa (e incluso aquel regalo estaba en su lista, para regocijo de la concurrencia). Todos los regalos apuntados en su pizarra habían sido tachados. Pero encima de la mesa quedaba un paquete sin abrir, y en la pizarra no había nada más escrito.

Los asistentes a la fiesta empezaron a murmurar. Ignacio miraba aquel regalo extra, con una ceja alzada. Quizá incluso había un temor reverencial en su mirada.

Que lo abra, que lo abra, empezó a festejar la multitud enardecida, e Ignacio cogió el paquete que había desafiado la exactitud de sus listas y lo sopesó, con cierta mansedumbre.

- Al parecer este año me he olvidado de pedir algo por mi cumpleaños. Debe ser algo muy importante para que no se me ocurra qué puede ser ni quién me lo envía.


Y lo abrió. Y al abrirlo le cambió la expresión de la cara.

Era un álbum de fotos de su hijo Francisco.

Ahí estaba en imágenes toda una vida de la que se había desentendido. Examinó las fotografías con manos temblorosas, mientras sus amigos se arremolinaban alrededor.

- ¿Quién es? –preguntó alguien.
- Es mi hijo.
- No sabía que tuvieras hijos.
- Sólo éste. Pero se lo llevó su madre nada más nacer. En aquella época yo era un borracho insoportable, y ella decidió darle una vida mejor lejos de mí.


Ana María, su actual esposa, lo observó desde cierta distancia cerrar el álbum y componer una sonrisa, aunque ella sabía que por dentro, Ignacio estaba llorando.

Aquella noche, cuando se acostaron, ella insistió en que debía conocerlo. Él no quiso hablar del tema pero a la mañana siguiente descubrió que Ana María le había confeccionado la lista matutina de cosas por hacer (cosa que nunca había hecho con anterioridad) copiando las cuatro tareas que no había llevado a cabo el día anterior y situando por encima de todas ellas: Conocer a mi hijo Francisco en profundidad.

Ignacio se encerró en su estudio todo el día, con la excusa de trabajar en su próximo libro, “Visualízalo hoy, disfrútalo mañana”, pero en realidad fue incapaz de concentrarse. Después de toda una vida de cumplir objetivos, la maquinaria estaba en marcha, bien engrasada, y era inexorable. Ana María había metido a Francisco en su lista, y la vida se lo traería más temprano que tarde, quisiera él o no.

Pero si no salía de su estudio, si se encerraba a cal y canto y daba órdenes estrictas de que no lo molestaran, el carrusel del destino no aparecería de pronto ante sus narices, trayendo de la mano al hijo desconocido y reiteradamente olvidado.

Así que pasó un triste día aislado del mundo y al caer la tarde se sintió tan estúpido que se puso su mejor traje, abrió la agenda, comprobó que había cuatro fiestas a las que podía asistir aquella noche, eligió una al azar y preguntó a su esposa si deseaba acompañarle.

- No, cariño. Yo prefiero quedarme y que me folle bien follada el jardinero –bromeó Ana María.


Así que Ignacio salió solo aquella noche, y de camino a la fiesta paró a repostar en una gasolinera, y lo cierto es que no le sorprendió demasiado que al entrar en la tienda a pagar la gasolina, el empleado que debía cobrarle fuera su propio hijo.

- Ostras papá, qué sorpresa –dijo Francisco, que sí estaba sorprendido. - ¿Recibiste el regalo?
- Lo recibí.
- Pensé que presentarme en persona quizá iba a ser demasiado fuerte.
- ¿Llevas mucho trabajando aquí?
- Dos semanas.
- ¿Y cómo lo llevas?
- Bien, bien. Oye, papá.


A Ignacio le sorprendía lo cómoda que sonaba esa palabra en boca de Francisco, para no haberse visto en persona jamás en la vida.

- Dime, hijo –probó él.
- ¿Tienes algo que hacer? Salgo en cinco minutos.
- Voy a una fiesta.
- ¿Puedo acompañarte?
- Me encantaría.



Diez minutos después, Francisco ya no vestía el uniforme de la gasolinera e iba cómodamente sentado a la vera de su padre, en el biplaza descapotable que le había regalado la editorial al publicar su quinto éxito de ventas.

- He leído todos tus libros –dijo Francisco, sin quitarle el ojo de encima a su padre.
- ¿En serio?
- Me moría de ganas de conocerte.
- No lo sabía.
- Mamá quería que antes cumpliera los dieciocho.
- ¿Ya los tienes?
- Hace poco más de un mes.
- Lo siento…
- ¿Por no acordarte de mi cumpleaños? Yo sabía el tuyo porque lo dejaste caer en uno de tus libros. No te culpes por no conocerme hasta hoy. Las cosas ocurren cuando tienen que ocurrir.
- Creo que eso también lo has leído en uno de mis libros.
- Posiblemente.
- ¿Cómo es que trabajas en una gasolinera? He ido enviando dinero para pagarte la Universidad.
- No me interesaba seguir estudiando. Quería seguir tus pasos.
- Eso es muy halagador, pero no hay nada malo en seguir mis pasos y tener al mismo tiempo una preparación.
- Has tardado menos de cinco minutos en ejercer de padre. Mal vamos –y Francisco sonrió y la noche de Ignacio se iluminó como si fuera de día.


Aquella noche Ignacio Sabio acudió a una fiesta con su hijo, al que presentó a todo el mundo como Francisco Sabio, aunque la madre del chico nunca le había dejado utilizar ese apellido, y unas horas más tarde, distendidos por el alcohol, conversaban amigablemente en la azotea del hotel en el cual se celebraba aquella fiesta, solos bajo las estrellas.

- ¿Sabes que te pareces muchísimo a mí? –dijo Ignacio en determinado momento.
- Eso es cosa de los guisantes de Mendel.
- Ayer me quedé sin habla cuando vi el parecido en las fotos que me enviaste.
- Eso es bueno. Creo que en cierta forma nos ha acercado más rápidamente.
- ¿Habías imaginado alguna vez nuestro encuentro?
- Muchas veces.
- ¿Te ha decepcionado hoy?
- Por supuesto.
- ¿Cómo que por supuesto? ¿Qué clase de respuesta es esa?
- Una muy sincera.
- Supongo que nunca me perdonarás que no haya sido un padre para ti.
- En realidad preferiría que no lo fueras.
- Sólo has tardado tres horas en convertirte en un hijo despechado.
- No es eso –y Francisco clavó una extraña mirada en los ojos de su padre. – Tú siempre has dicho en tus libros que la verdad es la única forma de acercarnos a las personas.
- Lo creo firmemente.
- Que a veces perdemos el tiempo dando rodeos cuando la verdad nos acercaría a lo que anhelamos en un tiempo récord.
- Nunca lo he dicho exactamente así pero es una buena aproximación.
- Bien. No me queda más remedio que ser sincero contigo.
- Ataca, creo podré soportarlo.
- Estoy enamorado de ti desde el día en que vi tu foto en la contraportada de tu tercer libro, mucho antes de saber que eras mi padre.


Ignacio se lo quedó mirando completamente atónito.

- No puede ser…
- Pues te aseguro que es verdad.
- No es posible que no lo haya previsto. Por lo general sé perfectamente todo lo que va a ocurrirme.
- Es difícil pronosticar que tu hijo te vaya a decir lo que te he dicho yo.
- No para mí.
- ¿Y qué opinas?
- Que lo tuyo es un plan superior. Creo que tus objetivos son más poderosos que los míos.
- Mi carta “amo a mi padre” ha ganado a tu carta “planeo mi vida al dedillo”.
- Esencialmente.
- Vale. Pero, ¿qué opinas de lo que te he contado?
- ¿Estás enamorado de mí?
- Hasta la médula.
- ¿Cómo hombre o como hijo?
- Como hombre, y desde que descubrí que eras mi padre, también como hijo. ¿Algunas vez te has acostado con un hombre, papá?
- Bastantes veces, la verdad. Pero nunca con uno que además fuera hijo mío.
- Siempre hay una primera vez.
- ¿Es que vamos a hacerlo?
- Lo mío es un plan superior. Mis objetivos son más poderosos. Mi carta gana a la tuya. No te queda más remedio que dejarte llevar, aunque no seas capaz de ver el final del camino, papá.
- Tienes una voz muy seductora.
- La heredé de tus guisantes –y Francisco le cogió a su padre los cojones por encima del pantalón. –Aunque son del tamaño de pelotas de golf.
- Uf, creo que esto va a ser caliente.
- Espera y verás.


Y mientras Francisco le magreaba los huevos a su padre por encima del pantalón se acercó a su boca y le lamió los labios. Ignacio suspiró. Francisco lo empujó para que se recostara en la hamaca (la azotea estaba llena de ellas) e introdujo la lengua en la boca entreabierta de su padre mientras con la mano le bajaba la cremallera.

Ignacio separó las piernas mientras se dejaba hacer. Francisco le bajó los calzoncillos y sacó la polla de su padre y sus cojones por la abertura de la cremallera, pasó los dedos por el prepucio y sintió como la cálida verga de Ignacio crecía bajo su tacto hasta ponerse tiesa y totalmente erecta.

- ¿Te gusta la polla de tu padre? –preguntó Ignacio, sin perderse detalle.
- Es como la mía.


Francisco comenzó entonces a comerle la boca a su padre con ansia, excitadísimo al sentir la anhelada polla de su progenitor entre sus dedos, y el rizado vello de sus cojones en la palma de la mano, cuando bajaba para palpar aquel delicioso manjar, como si quisiera conocerlo bien al tacto antes de pasar al momento álgido en que se los metiera en la boca.

Ignacio pasó los dedos por el pelo corto de su hijo mientras se morreaban, y luego lo acercó hacia sí, sintiendo que no podía haber una manera mejor para superar tantos años de ausencia que entregarse totalmente a Francisco y hacerlo feliz aquella noche hasta el punto que el muchacho necesitara o permitiera.

Francisco empezó a pajearlo lentamente, al tiempo que apretaba su erección, aún cubierta, contra la cadera de su padre. Ignacio empezó a desabrocharse la camisa (las chaquetas se las habían quitado al subir a la azotea) y ofreció su pecho a su hijo para que hiciera con él lo que se le antojara. Francisco bajó de su boca a su barbilla, pasó al cuello, lo besó con fervor, y luego bajó hasta un pezón, que inauguró con un lametón que hizo que su padre se estremeciera.

- ¿Te gusta, papá?
- Oh, sí. No sabes cuánto.
- ¿Quieres que siga?
- Por y para siempre.
- Estás buenísimo, cabrón. –Y Francisco se entregó a la tarea de comerle las tetillas a su padre, sin dejar de pajearlo, mientras Ignacio le acariciaba el pelo y le iba susurrando “sigue así, oh, que bueno” en una voz baja y anhelante que hacía que Francisco se calentara más y se entregara al máximo.


Tras comerle bien las tetillas bajó hasta el ombligo, y la verga de su padre empezó a latir rítmicamente entre sus dedos, más enhiesta conforme la boca de Francisco se acercaba.

- Hijo, no puedo más. Cómele la polla a tu padre.
- ¿Quieres que te haga una buena mamada?
- Quiero que me hagas la mejor mamada de toda mi vida.
- Procuraré no decepcionarte, papá.


Y lentamente acercó los labios a aquel tronco palpitante y al poco empezaba a engullir con avidez la verga de papá, mientras unos escalofríos deliciosos atravesaban el cuerpo de los dos.

- Oh, sí. Vamos, hijo. Chúpame la verga. Siente como se te llena la boca de polla.


Francisco empezó a mamar a dos carrillos, mientras Ignacio ponía las dos manos sobre su cabello y hacía un poco de presión para que se la metiera más adentro.

- Oh, joder. Joder. Joder. Cómo la mamas.


A cada palabra de su padre, Francisco se afanaba más y más, poseído por un ardor y unas ansias de obedecer su petición increíbles.

- Así. Trágatela toda. Quiero que me la empapes bien. Ahora recoge esa saliva. Así, hasta el fondo. Traga. Joder. Jooooder.


Mientras Francisco comía polla sin descanso empezó a desabrocharse los pantalones.

- Eso es. Desnúdate –lo animó su padre.


Consiguió bajarse los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas, y sin sacarse el vergajo de papá de la boca, cambió de postura para que su culo imberbe quedara cerca de la mano derecha de su padre.

- ¿Quieres que te prepare el culo?


Francisco asintió, sin dejar de mamar, amorrado a aquel mástil que cada vez se ponía más enorme, como si no tuviera un tope. Ignacio se llenó los dedos de saliva y acarició con ellos el prieto agujero de su hijo, mientras Francisco recibía sus caricias con un estremecimiento gozoso.

- Chúpame los cojones, hijo. Dame un poco de tregua o harás que me corra antes de tiempo.


Francisco obedeció sin decir una palabra. Bajó hasta colocar la nariz a la altura del ano de papá y dejó que sus enormes cojones se posaran suavemente en su mejilla bien afeitada, disfrutando del tacto de sus peludos testículos en la cara.

- ¿Estás disfrutando, hijo?
- Es lo que siempre he soñado, papá.


E hizo un traje con sus labios al cojón izquierdo. Ignacio seguía acariciándole el orto con los dedos llenos de saliva, y Francisco respondía moviendo el trasero con movimientos lentos, placenteros y sensuales. Entonces el padre apretó el dedo índice en el esfínter del hijo y lo introdujo lentamente en el recto, mientras el hijo apretaba el culo contra su mano para sentir cuanto antes aquel dedo en su interior.


- Vaya, estás deseando que te folle, ¿eh?
- Más que nada en este mundo, papá.


Ignacio empezó a mover el dedo en su interior, haciendo círculos, hasta que comprobó que aquel trasero tragón pedía un dedo más. No tardó en complacerlo metiendo no uno sino dos más, que Francisco recibió gratamente mientras seguía apretándose contra la mano del progenitor en busca de sensaciones más fuertes.

- Creo que este culo necesita que lo empalen. ¿Quieres supervisarlo tú, o prefieres que te folle sin miramientos?
- Adivina, papá.


Ignacio se levantó y Francisco, con una expresión de lujuriosa anticipación en la cara, se puso a cuatro patas sobre la hamaca, ofreciendo a su padre su culo en pompa.

- Métemela entera, papá. Fóllame. Quiero sentir tu polla en mis entrañas.


Ignacio le abrió las cachas del culo, se llenó los dedos con abundante saliva y regó generosamente el ano del chaval. Entonces, sin hacerse de rogar, se colocó en posición y arrimó el cabezón de su vergajo a la entrada caliente y deseosa del chico. Cuando Francisco notó el contacto de aquel rabazo en su trasero, la largamente esperada polla de su padre, se estremeció de arriba a abajo. Ignacio no pudo soportar el impulso de penetrarlo al verlo disfrutar de esa manera tan sólo con un roce, y le metió la polla, de un solo golpe y hasta los huevos. Francisco gimió de placer e Ignacio empezó a encular a su hijo en profundidad, con unas embestidas sin compasión que Francisco recibía gustoso mientras sacaba la lengua y se relamía de gusto.

- ¿Te gusta cómo te folla tu padre?
- Me encanta, papá.
- ¿Quieres que te dé más caña?
- Toda la que quieras darme.


Ignacio lo tomó por las caderas, lo atrajo hacia sí y empezó a embestirlo más pausada y profundamente, consiguiendo metérsela más y más adentro, mientras su hijo hacia presión hacia él para ayudarle a llegar más y más profundo.

- ¿Te gusta?
- Dios, sí.
- Tienes un culo cojonudo, hijo.
- Lo sé, papá.
- Me encantaría follármelo más veces.
- Siempre que quieras.


La follada ganó en intensidad, en velocidad e, increíblemente, en profundidad.

- Tienes una verga fantástica, papá. Parece que nunca deja de crecer.
- Eres tú el que tienes un trasero fabuloso. Parece no tener fondo, hijo.
- Dame caña, papá. Dame más rápido. Quiero que me llenes todo el ojete con tu leche.


Ignacio, obediente, aceleró las arremetidas, mientras Francisco empezaba a pajearse buscando correrse a la vez que su padre.

- Oh, qué culo tienes. Seguro que te caben dos pollazas sin problemas.
- Si deseas follarme con un amigo, yo encantado, papá.


Ignacio, sólo de imaginarse follándose a su hijo en compañía de otro tío, sintió que la corrida era inminente.

- Estoy a punto, hijo.
- Dale, papá. Yo también me voy a correr.
- Uf, ya me viene.
- Sí.
- Oh, qué gusto.
- Córrete dentro.
- Ya, ya… Me corroooo. Ahhhh.


Al mismo tiempo que la verga de Ignacio descargaba los chorreones de esperma tibio en las profundidades de su hijo, Francisco se corría sobre la hamaca, soltando trallazos de leche al mismo ritmo que recibía los de su padre colmándole el ojete.

- Oh, que bueno… -decía Ignacio, mientras se retorcía con cada descarga.


Y Francisco se apretaba contra él para sentir todo el tamaño de su miembro en su interior antes de que perdiera fuelle.

La follada se prolongó cerca de cinco minutos tras la corrida recíproca, en los que Ignacio continuó penetrándolo con movimientos suaves mientras con una mano acariciaba los cojones de su hijo, de igual tamaño que los suyos.

Cuando todo acabó, padre e hijo se tumbaron juntos en otra cómoda hamaca.

- Papá, ¿te puedo hacer una pregunta?
- Adelante.
- ¿Es cierto que sólo te pasan cosas buenas?


Ignacio se rió con ganas.

- ¿Qué tiene tanta gracia?
- Esa es la pregunta del millón. Si no me la han hecho un millón de veces, no me la han hecho ninguna. Y sí, es totalmente cierto.


Aquella noche, cuando Ignacio llegó a casa, Ana María dormía como un ángel, en compañía del jardinero, que se había quedado roque con el miembro entre las piernas de su esposa, al parecer después de correrse abundantemente en sus tetas. Mientras se encaminaba hacia la habitación de invitados donde dormiría aquella noche se dijo que un desconocido quizá pensara que aquello no era una cosa buena. Pero lo que no sabría el hipotético desconocido es que el jardinero, a eso de las cuatro de la mañana, iría a buscarlo a la habitación de invitados y le llenaría la boca y el culo con su gigantesca polla, exquisita y lentamente, hasta el amanecer. Mientras se acostaba para descansar un poco antes de que llegara ese momento repasó su lista para ese día. Ana María le había escrito que debía conocer a su hijo Francisco en profundidad.

Aquella noche no pudo tachar ese objetivo porque aún no había descubierto la profundidad de sus sentimientos ni el empaque total del fabuloso culo de su hijo.




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