La iglesia de la deshomosexualización


El siguiente relato es de la casa.


La iglesia de la deshomosexualización

La fiesta era un puto desastre. Anita se había traído a todos sus amigos gays, desde los que hiciera en el instituto hasta sus compañeros de trabajo actuales y todos los que le había dado tiempo a conocer en casi esas dos décadas fuera de ambas instituciones. Y yo no podía quejarme porque los había invitado por mí, para que me animara. Así que había mucho niño mono pero ninguno solo, cocacola para todos y panchitos pa comer. Y yo echaba de menos a mi osito que me había dejado hacía una semana, para meterse por culpa de su hermana en una secta donde pretendían curarle su homosexualidad. (Sí, hijo, sí. Esas cosas aún existen). Lo que más me jodía no era que se hubiera dejado convencer, porque al fin y al cabo, tardara unos días o unos años, acabaría volviendo al redil. Lo que me jodía es no poder hablar con él. Su hermana le había quemado el móvil. La muy zorra había hecho una hoguera con todos los regalos que le había hecho a mi osito en nuestros seis años de relación, en el portal de mi casa. Me había llamado desde el móvil de Guillermo y me había pedido que me asomara al balcón, para empezar a tirar nuestras cosas al fuego en cuanto asomé la cabeza, y lanzando por último su iPhone. Y Guillermo ni lloraba ni nada. Me miraba como con lástima, como si le diera pena, pero la pena equivocada.

Siempre he sabido que la hermana de Guille está un poco tocada. Da un poco de miedo que ahora, en la era de la información, los tarados tengan tan fácil encontrar otros locos para formar asociaciones de desquiciados.
Pues bien. Mi Anita me había montado una asociación de locas de lo más diverso, pero todas comprometidas o casadas.

- No es culpa mía - decía la muy puta. - Hay una epidemia de culos monógamos.

Quería que me liara con una pareja, para que dejara de pensar unos minutos en mi oso, y había creo que tres o cuatro dispuestas a compartir lecho (mi lecho, que la fiesta era en mi casa) conmigo. Pero yo no estaba de humor.

Entonces apareció Tasio, mientras sonaba Miranda, y me dieron ganas de morirme.

- ¿Qué hace este aquí? -le pregunté a Anita, mosqueado.

Ella se encogió de hombros mientras me pasaba el canuto.

- A mí no me mires. ¿Te queda vodka?

Tasio era el ex de Guillermo y durante toda nuestra relación había estado presente, como una sombra. Yo no había cruzado ni cuatro palabras con él, no lo conocía y no tenía razones de peso para odiarlo pero siempre que aparecía notaba como saltaban chispitas entre mi oso y él. En el fondo siempre sospeché que Tasio me lo arrebataría. Ahora, viéndolo ahí plantado en medio de mi salón, tan impecable, tan guapo, tan aseado, que la zorra de la hermana de mi oso lo hubiera encerrado en un sitio donde le obligarían a guardar celibato ya no me parecía tan terrible.
Le pedí a Anita que se ocupara de Tasio porque yo no estaba dispuesto a hacer el papel del perfecto anfitrión y ella se le colgó del brazo como si lo conociera de toda la vida.

Poco después, y mientras sonaba Vetusta Morla, Anita se fue a vomitar la pizza y Tasio tuvo la excusa para acercarse a incordiar.

- ¿Como estás? - me preguntó, con una estudiada mirada de preocupación.
- Borracho - mentí.
- Me refiero a anímicamente. Anita me lo ha contado.
- Anita es una mala puta.
- Y le huele el aliento.
- No te metas con ella, cabrón. Es mi mala puta y no eres quien para aborrecerla más que yo.

Tenía la esperanza de parecer borracho de verdad diciendo aquellas gilipolleces.

- ¿Como estás? - volvió a preguntar, inasequible al desaliento.
- Hecho una mierda y con ganas de dinamitarles la iglesia, pero lo llevo mejor de lo que esperaba.
- ¿Donde lo tienen?
- En la calle Montera.
- ¿Está allí ahora mismo?
- No lo sé. ¿Por qué?

Tasio me sonrió y por un momento me olvidé de que lo odiaba.

- Porque vamos a sacarlo de allí.

...


Pedimos un taxi y nos metimos los tres detrás. La idea de ir a rescatar a Guille con su ex era atrayente y yo estaba desesperado. Anita se apuntó porque estaba beoda. Ahora que lo pienso, dejé mi casa sola y llena de desconocidos. De todas formas no me robaron nada. Creo que me la limpiaron, pero me refiero a limpiar de sacar brillo a las cosas, poner el lavavajillas y hacer las camas.

No estoy muy seguro pero creo que Anita, que se había sentado entre nosotros dos, le estuvo metiendo mano a Tasio todo el trayecto.

El taxi nos dejó a la entrada de la calle Montera. Tasio tuvo el detalle de pagar la carrera y yo de fijarme en su paquete y efectivamente, no hay maricón que no se ponga con un buen roce aunque se lo dé una borracha.

Enfilamos para la Iglesia de la deshomosexualización sin tener aún un plan. Yo no me veía trepando hasta las ventanas del modernista templo del encoñamiento heterosexualizador. Tasio al parecer sí tenía un esbozo de plan.

Había un portero muy mono y muy exmaricón que nos dijo que nos marcháramos de inmediato. Tasio le explicó un rollo de que Anita era una antigua novia de Guillermo, que antes de caer en las malas tentaciones homoeróticas había estado con tías, y veníamos a ver si lo recuperábamos para la sociedad. El portero no se dejó convencer tan fácilmente por lo que Tasio pasó al plan de ayuda, superando a las de Zapatero, cuando sacó la cartera y le plantó sobre la mesa dos billetazos de quinientos euros. Al portero los ojos le hicieron chiribitas, posiblemente pensando en los consoladores que podría comprarse con esa pasta.

- Habitación 512, como los Levis –dijo, cogiendo el dinero. –Está pasando la capilla.

Corrimos por los pasillos del convento antipollas y nos plantamos en un santiamén ante la habitación vaquera.

Tasio llamó a la puerta. El corazón me iba a cien por hora.

- ¿Quién es a estas horas? –se oyó la voz de mi osito con el típico deje histérico de quien hace más de siete días que no folla.
- Guille, soy yo, Tais. Abre la puerta.
- ¿Tais? ¿Qué haces tú aquí? –preguntó mi osín, pero sin abrir.
- Vengo a sacarte de aquí. Esto es una locura, Guille. Tú eres un hombre de verdad y los hombres de verdad no se acuestan con mujeres para aparentar.
- Toma ya –solté.
- ¿Quién está contigo? ¿¿Pablooooooo??

Tasio me dio una patada por joderla y Anita de pronto se puso a potar en un ficus.

- ¡Abre, Guille! –gritó Tais.
- Ya no me llamo Guille –dijo mi oso, que parecía conmocionado pero no abría la jodida puerta.
- ¿Te has cambiado de nombre?

Por fin abrió, puso los brazos en jarras y dijo:

- Ahora soy Manolo. Es mucho más varonil.
- Venga ya –le dijo Tais. – Conozco a catorce o quince Manolos a los que les gusta ensuciarse las rodillas y seguro que tú también.

Yo estaba completamente horrorizado. Guillermo se había afeitado su barbita. Mi querido oso ahora parecía una comadreja.

Tais lo apartó de un empujón y se coló en la habitación. Anita y yo fuimos detrás.

- Tenéis que iros. Los maricones y las putas tienen prohibida la entrada –dijo Guillermanolo, a quien Anita nunca le había caído muy bien.
- No nos iremos sin ti.
- Del barco de Chanquete no nos moverán- apoyó Anita, abriendo una neverita de hotel que había junto a la cama de Guille en busca de algo que contuviese alcohol.
- Ya no soy gay. Lo he dejado.
- Eso no se deja, cariño –dijo Tais. – Eso se es hasta la muerte.
- Entonces prefiero morir.
Tais me miró, buscando ayuda, pero yo estaba todavía en estado de shock.

- Entonces no te importará que haga esto –y Tais se abalanzó sobre mí y me besó.

Guillermo puso cara de oso de verdad, de oso enfadado, pero se controló.

- Ya no me gustan los hombres. Ya no me gusta mi novio. Ya no me gustan los hombres. Ya no me gusta mi novio.

Mientras Guillermo repetía su mantra Tais me besaba, cada vez más apasionadamente, y pronto dejé de luchar y me entregué a sus labios.

- Ya no me gustan los hombres. Ya no me gusta mi novio.
- Es que ya no es tu novio. Cambia la cinta, pringao –dijo Anita, que sólo había encontrado cerveza.
- Tú, mujer. Ven aquí –gritó Guille.




Anita dio un traspiés. El tono de Guille había sido tan masculino, tan enérgico y vigoroso que se le hizo el coño un charco.

- Lo que tú digas, Manolo.

Tais parecía haber olvidado que intentábamos que mi oso volviera conmigo porque mientras me besaba me atrajo hacia él con las dos manos en mi trasero. Noté su polla contra la mía y le comí la boca con ansia.

Guillermo agarró a Anita y le metió la lengua hasta la faringe, mirándonos de reojo. Cuando vio como Tais me atraía hacia sí, hizo lo propio con Anita, que se había puesto el chip de cerda y le restregaba las tetas contra el pecho.

Tais llevó una mano hasta mi bulto y empezó a magrearme el rabo por encima del pantalón, sin dejar de comerme la boca, a lo que Guille respondió yendo un paso más allá, metiéndole la mano a Anita por dentro del pantalón y por los gritos que empezó a emitir la tía, también por dentro de las bragas.

Tais vio entonces la oportunidad de poner a Guillermo entre la espada y la pared. Se puso de rodillas y me bajó los pantalones y pegó la nariz a mi slip, a la altura de mis cojones. Inspiró profundamente y miró de reojo a Guillermo, que sin dudarlo se agachó, le bajó los pantalones a Anita y le olió las bragas a la altura de la raja mientras ella le cogía del pelo toda salida y le empujaba la nariz contra su coño.

Entonces Tais me bajó el slip y pegó la mejilla a mi miembro erecto esperando la reacción de Guille. Guille le arrancó (literalmente) las bragas a Anita y empezó a comerle el coño como un desesperado. Anita abrió las piernas y empezó a pegar unos gritos de escándalo. Tais me dijo:

- Nos lleva ventaja.

A lo que respondí empujando la polla hasta plantar el glande entre sus labios. Tais le hizo un traje de saliva a mi verga con su boca caliente y experta mientras Guille se ahogaba de caldos. Yo miraba de cuando en cuando y no veía que a mi oso comadrejil le estuviera dando mucho asco hacer aquello. A ver si la iglesia de los cojones me lo iba a convertir de verdad.

Como no ganaba nada preocupándome por el día de mañana empecé a arremeter contra la insondable embocadura de Tais y él le hizo sitio a mis embates con una mirada de agradecimiento. No hay nada que le guste más a un mamón que le llenen toda la boca de chicha.

Así permanecimos por espacio de unos deliciosos minutos hasta que Guille, fuera de sí, tiró a Anita sobre la cama, se sacó la tremenda polla que tan bien conozco y empezó a follársela como un cabrón.

- ¿No será heterosexual y nos ha engañado todos estos años? –dijo Tais.

A lo que respondí tirándome en la cama junto a Anita y abriéndome el culo a dos manos.

Tais me lo comió un rato mientras la polla de Guille atravesaba a Anita a escasos centímetros de su oreja y cuando me vio preparado me plantó un vergajo descomunal del que mi oso no me había comentado nada en el entrada de mi culito y empujó despacio, todo un detalle, hasta que mi cuerpo se lo tragó enterito.

Entonces Tais comenzó a darme tralla poco a poco, mientras Guille sudaba a mares sobre Anita, a la que se follaba incansablemente como si llevara haciendo aquello toda la vida. Anita tenía los ojos en blanco y berreaba de gusto y Guille le daba polla, zaca, zaca, sin parar, una y otra vez, al tiempo que le mordía las tetas.

A mi me costó un poco empezar a disfrutar con la tranca de Tais pero una vez que me hice a su tamaño el placer fue indescriptible. En algún momento el metisaca de Tais y Guille se acompasó y follamos los cuatro en un engranaje perfecto, hasta el punto que Guille y Tais sacaron las pollas y se corrieron a la vez, uno sobre las tetas de Anita y el otro me echó la lechada en los labios mientras yo me corría también sintiendo todavía el culo lleno aunque ya no lo tuviera dentro y recibiendo su leche en mis labios como un divino manjar.

¿Os imagináis como acabó la cosa?

Tais y yo estamos saliendo y Guillermo, contra todo pronóstico, se ha casado con Anita y lleva una vida de pura y feliz heterosexualidad. Manda cojones.


Otros Blogs de la casa

Tiarros +18








Tiarros









Ir a la lista de Relatos