Mahna de Carnaval



Título: Mahna de Carnaval

Autor: José



Al cumplir 18 años, mi regalo fue un viaje que tendría que hacer solo; sabía que esto sucedería y cuando me dieron a elegir, yo dije rápidamente Río de Janeiro y en Carnaval. Mis padres se miraron entre ellos y me contestaron que estaban de acuerdo, pero iban a resolver cómo.

Días después hablaron conmigo y me dijeron que iría en barco con unos amigos de ellos que viajaban al Caribe; protesté, yo había planeado para andar de levante en los aeropuertos y soñaba con esos increíbles comisarios de abordo, que en viajes anteriores al servir la comida o al dar instrucciones no perdían la oportunidad de acariciar o inclinarse a hablar a la distancia de un beso. No hubo caso, viajaría en un barco.

Al bajar en Río me estaban esperando un matrimonio amigo de mis padres en cuya casa me alojaría, junto a ellos su hija que tenía 22 años y se llamaba Laura.
Laura era hermosa pero distante, me ofreció su suave mejilla que yo besé sin mucho entusiasmo; sus padres dieron a entender que ella me acompañaría en mi estadía, ella suspiró, no le llevé el apunte. Ese día descansé. A la mañana siguiente el programa era ir a la playa enfrente de donde vivían mis anfitriones. Para mí se trataba de una novedad ya que era Ipanema. Me puse una zunga colorada y una camisa, cuando me encontré con Laura su mirada fue muy crítica, yo pensé que mi atuendo era provocador y sonreí. Apenas pusimos el pie en la calle me señaló que mi equipo era ridículo y que me daría cuenta en la playa. Al llegar, comprendí lo que me había dicho: cuerpos de todas las edades desafiaban las convenciones habituales, todo era un triángulo adelante y una tira atrás, lo que en el caso de algunas mujeres se complementaba con dos triángulos en los pechos. Mientras miraba a uno y otro lado y trataba de ubicar la sombrilla, Laura se sacó la blusa que llevaba, hizo lo mismo con el corpiño y se quedó con las tetas al aire y en una diminuta tanga ¡¡bienvenido al país de las tangas!!, pensé.

Decir bella era poco, una escultura de una armonía completa, los chicos y chicas que pasaban a mi lado eran el complemento perfecto a su hermosura; en esa época ya relacionaba todo con la música y me vino a la memoria "Garota de Ipanema" de Vinicius de Moraes y Carlos Jobin:



Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça
É ela a menina que vem e que passa
Num doce balanço caminho do mar.

Moça do corpo dourado, do sol de Ipanema
O seu balançado é mais que um poema
É a coisa mais linda que eu já vi passar.





Mientras pensaba todo esto, mi mirada estaba capturada por el cuerpo de Laura.
Molesta por mi asombro quiso poner las cosas en su lugar y me aclaró que no me hiciera ilusiones con ella, en el mismo tono le contesté que yo no me hacía ninguna ilusión ya que era gay. Esta vez fue ella quién se asombró y contestó:

-A mí me gustan las mujeres-. Nos miramos entre sigilosos y aliviados, yo más que alivio, sentía una tremenda curiosidad. Agregué:

- ¿Sós tortillera? ¿Cómo lo hacen las chicas? ¿Con consolador?-.

Laura levantó el brazo y su cachetada debió haberse escuchado en toda la playa. Me contuve y llevé la mano a mi dolorida cara, no había que pegar a las mujeres pero ganas no me faltaron. La miré mientras escuchaba:

-Nenito puto. ¿Acaso yo te pregunté como hacés con tu precioso culito?-.

Lentamente me levanté y me dirigí al mar. Tenía que pensar qué hacer, lo que había pasado me parecía terrible. Resolví volver a Buenos Aires, este viaje me ponía de la nuca. Luego de una hora decidí volver, estaba perdido, caminé y de pronto a lo lejos vi una figura que me hacía señas, Laura saltaba buscándome con la mirada, le respondí y cuando llegué a ella con indiferencia me dijo:

-Tenemos que comer algo- Y me tendió un sándwich. Luego agregó:

-Si tenés plata podemos arreglar el tema de la tanga, sino te presto-. Esta inesperada ofrenda de paz me tranquilizó. Al regreso nos aprestamos a ir de compras, tenía plata y estaba dispuesto a gastar lo que fuera. Me llevó a un lugar fastuoso, el Shopping "Do Sul", entramos a una tienda y empecé a elegir tangas, cuando me las probé sentí una gran desilusión, era muy evidente la marca blanca que el prolijo bronceado de la zunga dejaba al descubierto. La consulté con la mirada, riéndose me dijo:

-No te preocupés, tengo crema autobronceante, te la ponés esta noche y mañana vas a tener color zanahoria de cerca, pero de lejos no se nota y en dos días vas a estar quemado- Pensé qué afortunado era en tener una mujer al lado, pero Laura muy detallista agregó:

-Vas a tener que aprender a caminar, sino te sale todo el paquete al aire-. Nuevamente agradecido, pero ahí no terminó y comentó.

-Creía que ibas a tener problemas con tus pelos pero son simétricos, claro que si preferís te llevo al instituto de belleza y te depilás, la verdad es que son horribles-.

Me callé, todavía me dolía la cachetada, pero mis hermosos pelos no los tocaría, presentí que ese era un tema en el cual no nos pondríamos de acuerdo. A los pocos días ya caminaba despreocupadamente por la playa y me había bronceado lo que tenía blanco, ¡¡Río era mío!!

En poco tiempo un creciente cariño y complicidad creció entre nosotros; llegó Carnaval, mi objetivo de todo el viaje. Me divertí, fui al sambódromo siempre con Laura que cada día era más alegre y emprendedora, nunca había tenido un amiga así.
El martes de Carnaval la invitaron a un baile de disfraz, sus padres ofrecieron pagar el alquiler, fuimos a elegirlos, Laura se decidió enseguida, un exquisito conjunto de bailarina árabe (en realidad una tanga con velos) fue su elección. Yo me debatía entre un Marques del siglo XVIII, un torero y el Zorro. De repente tuve una idea, se la cuchicheé y aplaudió.

Cuando nos preparábamos bajé, con un preservativo en su estuche redondo y dorado compré una cinta celeste y me vestí, me puse una camisa un par de ojotas y salimos.

Al llegar a la fiesta me preguntaron de qué estaba disfrazado; abrí la camisa y exclamé:

- ¡¡Campeón Olímpico!!

El forro colgaba de mi cuello como una medalla, una tanga negra y un antifaz de igual color era todo lo que llevaba puesto. Nuestros amigos se rieron mucho, comenzaron a presentarnos a las personas más cercanas, muchos los había conocido en la playa. Ipanema era el lugar al que concurría la homosexualidad de Río y me sentí cómodo.

Se acercó una mole humana y masculina disfrazado de Superman, un traje con la colorada S sobre fondo blanco, una capa roja colgada y antifaz. Enorme con una musculatura excesiva, sonriéndonos amablemente; nos explicaron que era sudafricano, Laura y yo compartíamos la indiferencia por esos cuerpos fruto de estupidas horas de gimnasio, nos gustaban alargados, fibrosos y ágiles. El sudafricano nos miró como evaluándonos. Laura pronto encontró una excusa y se perdió entre los invitados, yo hice un gesto de saludo y me dirigí hacia las bebidas. Las luces amortiguadas eran reemplazadas por pequeñas y multicolores lámparas que junto a la contagiosa música de batucadas daban el marco apropiado para bailar sin que importara con quien y cómo, yo no fui una excepción. Ocasionalmente me cruzaba con el sudafricano a quien compadecía por su pesado cuerpo y su absurdo disfraz que lo agobiaría de calor, disfrazarse en Río era tener en cuenta la temperatura también.

Al promediar la noche salí a un amplio balcón rodeado por plantas a tomar aire, sentí unos gemidos, mire en la oscuridad y entre los enormes macetones selváticos estaba Laura, en el suelo abrazada a una negra, que la besaba con profunda pasión mientras ella comenzaba a bajar su cabeza, mordiendo los pechos duros y firmes hasta colocarse entre las piernas dejando al descubierto la negra pelambre del pubis de su compañera. Sonreí, el problema con los pelos que parecía tener mi amiga se había esfumado. Con los ojos cerrados sacó la lengua, su cara expresaba el placer más profundo y antes de introducirse en el oscuro matorral, dobló su cabeza, me miró, guiñó un ojo, mientras metía su lengua en la concha de la negra.

Me alejé mientras mi tanga experimentó un tironeo inmediato, estaba excitado, yo también quería un negro, miré a mi alrededor y los posibles candidatos estaban ocupados. Me acerqué al borde del balcón, era un vigésimo piso que daba a Copacabana y al mar. Sentí detrás de mí una voz que dijo:

-¿Estás aburrido?-

Me di vuelta y el Superman sudafricano me estaba mirando.

-No, en realidad estaba pensando-. Respondí.

-¿En qué?, si se puede saber-. Mientras se reclinaba al lado mío.

-Quiero conseguir un negro-. Respondí mientras miraba al mar.

-¿Negro o negra?- Me sonó muy estupido y le contesté sin dejar de mirar el mar:

-Negro-.

-Yo soy africano, te lo recuerdo-. Afirmó con voz neutra.

Dejé de mirar el mar, di vuelta mi cabeza y despreciativamente, repuse:

-Lo sé, pero ahora me gustaría un negro y no un blanco, por más pelo negro que tengas-.

-Tengo antepasados negros ¿no sirve?-. Con igual neutralidad.

Lo observé con más atención y era cierto, sus facciones de gruesos labios eran muy seductoras, pero el ropero que poseía como cuerpo no me convencía-.

-¿Cuántas horas pasás en el gimnasio?-. Inquirí con cierta curiosidad.

-Muy pocas, yo juego para los Springboks-.

-¿Y eso qué es?-Pregunté.

-El seleccionado de rugby de Sudáfrica-. Su mirada no dejaba de observarme. Despertó mi curiosidad, no era de esos estúpidos que dejan la vida entre las pesas.

-Tu disfraz es lindo, pero ¿a quien se le ocurre llevar una malla ajustada en Río de Janeiro?-. No quería dar el brazo a torcer.

-No tengo ninguna malla, estoy desnudo y me pinté todo sobre el cuerpo-.

-¿Cómo?- Repliqué asombrado.

-Te lo repito, soy africano, mis antepasados se pintaron siempre-.

Extendí mi mano hacia el más prolijo bodypainting visto en mi vida y que las amortiguadas luces hacían pasar por la malla de Superman, toqué un duro y sinuoso pecho

-Pero no tienes un solo pelo-.

-Insisto, soy africano y los negros no suelen tener pelos, salvo en algunas zonas -. Levantó los brazos y unas profundas y peludas axilas salieron a la poca luz. Continuó:

-También en otras zonas, no a la vista-. Se acarició lo que claramente era una zunga.

El tocar su pecho y continuar explorándolo en inequívocas caricias, había producido sus efectos, sus pezones endurecidos y mi excitada tanga que aumentó su tamaño. Aun peleaba con mis primeras impresiones y desafié.

-Tienes muy chato abajo-. Cierta ronquera en mi voz presagiaba mi derrota.

-Mi zunga es muy ajustada, Superman no puede ir con todo a la vista, hay que descubrirlo, toca-. Su mano atrapó la mía y la colocó en el lugar preciso donde mis dedos palparon una excitada y prometedora pija.

La música se hizo más fuerte o comenzamos a escucharla.

-Me llamo Víctor, ¿nos juntamos con los demás? Siempre quise bailar este tema-.

Llegó claramente, la dulce voz de Gal Costa en Aquarela de Brasil, imposible de ser ignorada. Víctor me atrajo hacia el centro del salón mientras decía:

-Uno de los motivos por los que vine a Brasil fue para bailar esta música-.



Brasil!
Meu Brasil brasileiro
Meu mulato inzoneiro
Vou cantar-te nos meus versos
O Brasil, samba que dá
Bamboleio, que faz gingar
O Brasil, do meu amor
Terra de Nosso Senhor
Brasil! Prá mim! Pra mim, pra mim
Ah! abre a cortina do passado
Tira a mãe preta do cerrado
Bota o rei congo no congado
Brasil! Prá mim! Pra mim, pra mim!
Deixa cantar de novo o trovador
A merencória luz da lua
Toda canção do meu amor
Quero ver a sá dona caminhando
Pelos salões arrastando
O seu vestido rendado
Brasil! Pra mim, pra mim, Brasil!
Brasil!




Bailamos. Todos bailamos. El sudafricano con los sensuales movimientos de su cuerpo, iluminado por las luces multicolores que se prendían y apagaban con el ritmo, era un homenaje a la música, a Brasil y porque no, a mí.

Luego de un rato agitados y sin respiración, salimos al balcón. Apoyados en la baranda con el mar a nuestras espaldas, pregunté:

-¿Dónde aprendiste a bailar así?-.

-¿No entendiste? Soy africano, mis antepasados bailan desde siempre-. Mientras acariciaba mi culo.

Derrotado en toda la línea, decidí callarme. Extendí mi mano y toqué con timidez su apretado bulto. En agradecimiento me besó el cuello y me aprisionó entre sus brazos, cuando sentí sus músculos presionando sobre mi cuerpo, le murmuré al oído:

-Te vas a despintar-.

-A mis antepasados les pasaba lo mismo… en la guerra-.

Definitivamente tenía que callarme.

Entonces Víctor habló:

-Busquemos un lugar entre las plantas-.

Observamos a nuestro alrededor y todo posible espacio estaba ocupado.

Miré hacia donde estaban Laura y su amiga. Con las piernas entrelazadas y acariciándose las tetas parecían olvidadas de todo. Me acerqué.

-Laura, Laura-. Exclamé.

-Ufa… ¿qué querés nenito?-.

-Corréte un poco, necesitamos lugar-.

Laura miró, largó una carcajada y respondió:

-Al fin el africano te levantó-.

La miré sobradoramente y le saqué la lengua mientras ocupábamos el estrecho lugar que nos dejaron ella y su amiga.

Víctor me abrazó. Mis manos me eran insuficientes para abarcar su cuerpo. Acaricié sus piernas, sentí lo duro de su pija en mi costado, me di vuelta y enlacé lo que pude con todo mi cuerpo para sentir más aun sus durezas. Al estar tan apretados el beso de su mulata boca llegó húmedo e impaciente, nuestras lenguas se buscaron afanosamente y se acariciaron. Sus dedos bajaron por mi espalda y se introdujeron en mi culo, entrando y saliendo. Suspiré mientras en una maniobra imposible me incliné y metí una pija de piel morena en mi boca. Mis labios jugaron con su cabezona hasta dejarla descubierta, Víctor gemía mientras me pajeaba, introduje sus testículos en mi boca en un intento de tener todo dentro mío. Sus labios recorrían mi cuello, mis hombros y terminaron en mis pezones, reprimí un grito, volví a introducir la morena piel de su pija en mi boca, que comenzó a agitar con desesperación.

-Mueve la lengua despacio o me vas a hacer acabar-. Pidió.

Sus manos rodearon mi cuello en su intento de detenerme, golosamente yo se lo impedía.

Víctor susurró:

-Quiero que acabemos juntos-.

Sacó su pene de mi boca y mientras sus brazos me levantaban ocupó el lugar vacío con su lengua que mordí suavemente, puso su pija entre mis manos y pidió:

-Pajéame-.

Boca con boca, cuerpo con cuerpo, nuestras manos agitaron nuestras pijas. Su respiración ardiente entró como fuego en mi boca mordiéndome los labios, en tanto que yo apresaba su lengua entre los míos. Tensó sus músculos y sentí que me mojaba íntegro, a mi vez eyaculé encima de él y lo embadurné.

La música lejana acompañó silenciosos besos y húmedas caricias, semen y transpiración eran indistinguibles, metí mi cara entre sus peludas axilas acariciándolas con mi lengua, Víctor se estremeció.

Recién en ese momento sentí la dureza del piso, incliné mi cabeza sobre sus hombros y empecé a acariciar su pecho resbaloso, la tenue luz que se filtraba iluminó mis dedos rojos con la pintura de la S, Víctor musitó en mi oído mientras besaba mi oreja:

-En la guerra pasa lo mismo… supongo-.

Respiramos, agotados ceñimos nuestros cuerpos y nos quedamos dormidos.

Me sentí zamarreado por una mano, abrí los ojos, Laura exclamó mientras acercaba mi tanga y antifaz:

-Nenito, debemos volver a casa, ya sale el sol-.

Mareado miré hacia todos lados, la negra de Laura dormía plácidamente, Víctor también.

-¿Qué hacemos con ellos?-. Pregunté.

-Mi amiga tiene mi teléfono, ¿quieres dárselo a él también? Ponlo dentro de la zunga -. Eficientemente me alcanzó un papel y lápiz. Escribí rápidamente y al inclinarme frente al hermoso deportivo y guerrero cuerpo, besé los labios de Víctor mientras introducía el papel en su cintura.

Teníamos que volver desde Copacabana hasta Ipanema, caminamos abrazados las solitarias cuadras que nos separaban de su casa. Cuando llegamos, yo propuse ir a la playa, no era la primera vez que amanecíamos frente al mar; nos sentamos en la arena, Laura acarició mis hinchados labios y preguntó:

-¿Cómo es posible que te gusten los hombres?-.

Yo tomé sus manos entre las mías y respondí:

-¿Cómo es posible que te gusten las mujeres?-.

Laura reclinó su cabeza sobre mi pecho y murmuró unos versos mirando el mar, pasé mi brazo por su cintura, el maravilloso sol de Río que salía del Atlántico empezó a iluminarnos, yo intenté tararear la música de los versos musitados, "Canción de Orfeo" de Vinicius:



Mana, tão bonita manha
De um dia feliz che chegou!
O sol no céu surgiu
E em cada cor brilhou.
Voltou o sonho então
Ao coração.

Depois deste dia feliz,
Não sei se outro dia virá,
E nossa amanha,
Tão bela afinal amanha
De carnaval.




José





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