Drácula


Título: Drácula

Autor: José

El leve raspar de la madera me despertó. Como todas las mañanas desde hace cinco siglos Ian cumplía con su deber. En realidad estábamos ¿vivos?, cincuenta años cada siglo, lo que hacía un total de doscientos cincuenta que estábamos juntos.

La tapa del ataúd se levantó y la sonriente cara de Ian me miró:

-Buen día, Vlad, ¿durmió bien? -Me saludó.

A partir del siglo XVIII nos habíamos transformados en buenos compañeros y confidentes. Yo le había pedido a Ian que me tratara por mi nombre y me tuteara, asintió en lo primero y se negaba a lo segundo aduciendo que en doscientos años no se puede cambiar de la noche a la mañana. Es cierto, en la medida en que soy un príncipe de nacimiento a lo que se suma que le salvé la vida en el siglo XV, cuando era un soldado del ejercito rumano y peleábamos contra los turcos, me guardaba gratitud y respeto. También él admite que en estos años no encontró nadie que lo excitara como yo, situación que por mi parte la acepto como cierta. En tantos siglos no he encontrado hombre alguno con el que pueda tener sexo como Ian.

-Arriba, holgazán; es una hermosa mañana.

Abrió las pesadas cortinas, el sol inundó el cuarto increíblemente. En Transilvania la luminosidad es escasa. A la distancia los Cárpatos no tenían una sola nube.

Extendí un brazo para que me ayudara a salir del ataúd. Ian con picardía agregó:

-Ya sería hora que se acostumbre a dormir en la cama.

Debo admitir que el tiempo que pasé en el cajón me condicionó a seguirlo usando durante varios meses después de nuestro regreso.

-Tienes razón, a veces por cómodo me olvido de las ventajas que tiene la cama. La principal dormir abrazado a ti -agregué.

Me tomó por la cintura me reclinó contra su pecho y besó mi boca con su maestría habitual. Sus besos tienen un algo especial que trasciende el tiempo. Sobre todo cuando como hoy toma la iniciativa. Eché mis brazos a su cuello mientra él se incorporaba arrastrándome en su movimiento. Me acercó a su cuerpo y como si fuera la primera vez acaricié sus musculosos brazos, recliné mi cabeza en su hombro y me dejé llevar a la cama.

-Ian, ¿qué haces para estar tan hermoso? -Fue mi pregunta sin respuesta.

Se sacó la camisa y los pantalones dejando para mi placer su cuerpo desnudo. Recostado miraba sus inigualables movimientos forjados en la guerra y la armonía de su pecho, almohada donde había descansado mi cabeza en las tristezas como en las alegrías. Incliné la mirada en la búsqueda excitada, por lo conocida, de su fantástico pene que semierecto se dirigía hacia mí. Levanté mis brazos tome su cintura y lo acerqué a mi pecho, mientras acariciaba su miembro, Ian pasó sus piernas alrededor de mi cuello y arrodillado en la cama me apresó entre ellas, saqué mi lengua y me introduje probando y mordiendo sus testículos mientras Ian suspiraba, su pene se elevaba más todavía. Conociendo sus debilidades lo hice esperar aunque el juego era muy corto ya que, yo, no podía esperar para introducir la redonda cabeza en mi boca. Mi lengua acarició primero y deslizó después la piel que rodeaba su glande. La dureza crecía entre mis labios y los movimientos acompasados del cuerpo de Ian se volvieron más enérgicos. Levanté mis ojos que encontraron los suyos. Muy despacio como cumpliendo una delicada tarea Ian retiro su palpitante pedazo, besé sus pelos abracé su cintura mientras él me tomaba los brazos y comenzaba a darme vuelta lentamente, sonreí y me dejé llevar.

-Vlad, puede levantar el culo -susurró.
-Lo que quieras, adorado mío -respondí, mientras ofrecía mis nalgas.

Escuché los ruidos de su boca que acumulaba saliva y finalmente con el suave chistido de sus labios presentí que sus manos mojaban su miembro y esperé lo que sucedió; con suavidad acaricio mi agujero mientras su adorable y poderosa cabeza se introducía. Siempre era el mismo sobresalto pero el placer era cada vez mayor.

-No se mueva Vlad, esto es lo que más me gusta, quédese quieto, no quiero eyacular.

Como si fuera la primera vez, respondí:

-Ian, voy a hacer lo que pueda, tú métela -mientras decía esto extendí mis brazos cuanto pude tome sus piernas e hice fuerza para que entrara más dentro mío.
Ian apoyó su ancho y fuerte pecho sobre mi espalda, mientras besaba mis hombros. Excitado acepté sus labios en mi piel, a la vez que ansiaba su boca dentro de la mía. Su lengua recorrió mi cuello, mis orejas hasta acercase a mi boca y comenzar a acariciarla.

Empezó a moverse al principio lentamente y luego más rápido.

-Sí, Ian, sí, soldado. Dale más, más fuerte -comencé a gemir, gritando.

Tomó mi pene entre sus manos y al escucharme me masturbó.

-Vlad ahora sí, ahora sí, muévase, mi príncipe, mi señor, mi adorado -Ian había perdido todo control y yo también.

Sentí en mi culo la fuerza de su semen, no aguanté y mientras mordía un pedazo de su brazo, eyaculé a mi vez.

Nos quedamos abrazados un largo rato, los dos sabíamos que el tiempo de la eternidad estaba a nuestro favor.

El viejo reloj del castillo sonó dando las diez de la mañana. Ian me miro y volviendo a la realidad como siempre lo hacía, dijo con su voz habitual:

-Vlad, usted tiene que bañarse, desayunar y vestirse, hay que organizar el día. ¿Hoy llega el inversor de ese país raro, no?
-Tienes razón, Norteamérica se llama ese país -respondí mientras seguía abrazado a su cuello.
-Vlad me voy a levantar y desde esta noche usted duerme en la cama, ¿de acuerdo? -Se incorporó.

Me quedé solo mientras mi mayordomo preparaba el castillo para el día.

Me acerqué al balcón y miré hacia fuera, las montañas de mi infancia seguían allí, majestuosas y siniestras.

Pensé que hacía seis meses que habíamos despertado con Ian. Corría
1947 y en los cincuenta años que habíamos permanecido en la tumba del castillo había cambiado el mundo. Yo era famoso gracias a un libro malicioso que un irlandés llamado Bram Stoker había escrito sobre mi. Ingenioso el autor me cambio el nombre, yo no era Vlad III rey de Valaquia, sino el conde Drácula, nombre distorsionado que según afirma significa “Hijo del Diablo” cuando en realidad en rumano antiguo el sentido es “Dragón”, mi escudo de armas.

Las cosas no acaban ahí según parece soy un vampiro me alimento de sangre mordiendo a mis victimas con mis colmillos, ante la luz me debilito y los símbolos religiosos provocan mi desmayo, para matarme es necesario clavarme una estaca en el corazón y el ajo protege a la gente de mis maldades, los espejos no reflejan mi imagen.

La historia oficial no ha sido más benigna (Vlad Drácula),




reconoce que soy Vlad III pero me agregaron el nombre de Tepes que significa el empalador porque mataba a mis prisioneros clavándolos por el abdomen en un palo puntiagudo, no niegan mi gloriosa lucha contra los turcos pero me acusan de cruel, rehusándome el amor de mi pueblo al que liberé. En los libros que consulté hay un cuadro que me representa con una horrible nariz y con una ridícula melena que nunca usé. Y sobre todo lo más imperdonable es que ni en la ficción, ni en la historia se mencione a Ian que me ha acompañado en todo mi reinado y lo largo de cinco siglos.

Entonces debo contar mi historia.
Nací en 1431, soy hijo de Vlad II de Valaquia, a los 13 años fui entregado, al Sultan de Turquía, por mi padre como parte de un botín de guerra. La razón; mi extraordinaria belleza que en esa época no pudo ser superada incluso por ninguna mujer. El Sultan, lejos de considerarme su hijo, me transformó en su amante me rompió el culo y me enseño todas las artes para seducir a un hombre. Los años que pasé en el harén del Sultan acrecentaron mis conocimientos tanto que a los 17 años habían pasado por mi cama y mi cuerpo los hombres más importantes del Imperio Otomano. A esa edad murió mi padre y heredé el trono, los turcos seguros de mi fidelidad a ellos, me mandaron a Valaquia a ocupar mi lugar, apenas lo hice mi primera decisión fue declarar la guerra al Imperio que tan bien me había tratado, no por desagradecido ni por rencor sino por deber a mi gente y a toda la Rumanía.

En una de la batallas Ian, soldado de mi pueblo, cayó herido y le salvé la vida. Extasiado por su belleza y él por la mía nos volvimos inseparables lo que cambio nuestro destino. Era muy frecuente en el siglo XV consultar a las brujas. Ian y yo lo hicimos con una bellísima hechicera turca que nos propuso un encantamiento para toda la eternidad.

Viviríamos cincuenta años cada siglo y dormiríamos los otros cincuenta. No envejeceríamos nunca y nuestra belleza no solo sería inalterable sino que se acrecentaría y cada siglo sería acorde con la época. No podríamos disponer de riquezas que no fueran fruto del esfuerzo personal y sexual de cada uno y la responsabilidad de nuestro bienestar caería sobre mí. Dado que lo estético era nuestro valor supremo cada uno sería el espejo del otro; por lo que nunca individualmente veríamos reflejada nuestra imagen en ningún lado con la excepción de los ojos del otro. Podríamos tener sexo entre nosotros y con las demás personas pero nunca enamorarnos, ni Ian de mi ni yo de él, por supuesto de ningún otro hombre. Cada vez que saliéramos de nuestras largas noches necesitaríamos semen de hombre por el culo o por la boca para tener energía, belleza y nuestra propia producción. Nos comprometíamos a no tener hijos ya que ello significaría la muerte. El embrujo nos pareció conveniente y atractivo.

Aceptamos.

Desde entonces el hechizo se ha cumplido y hemos vivido con Ian una existencia razonablemente feliz e intensamente divertida. Salvo por el tema del espejo las calumnias del irlandés son fruto de su imaginación y no les pude hacer frente ya que publicó su libro en 1897 el año que en el siglo XIX debimos volver a Transilvania a pernoctar otros cincuenta años. ¿Chupar sangre? Se dice cada cosa. ¿Matar personas? salvo en la guerra no maté a nadie. ¿Cruces y rosarios que nos debilitan? Nací ortodoxo, luego por orden del Sultan fui educado en el Islam, cuando regresé a mi patria era conveniente ser católico y lo fui. Cuando acepté el hechizo seguí practicando una religión en la que no creía, Ian igual. En los sucesivos despertares fui tomando la religión que me convenía creo que fui judío en algún siglo. Estuve en el Vaticano varias veces y no me pasó nada. ¿De donde habrá sacado este hombre semejante historia? Imaginaciones enfermizas. El tema del ajo es tan ridículo que de solo pensarlo me río si no fuera por el mal olor. A Ian le gusta la comida con ajo y cuando lo come no me besa, pero eso es muy común. Pensé hacer una desmentida pero luego decidí que no, en todo caso veré como me favorece esta historieta.

¿Morir con una estaca en el corazón? Suena a la vieja idea cristiana acerca de cómo murió Jesucristo.

Lo que sí me pone incomodo es la acusación de empalar gente, pensaré que hago, pero lo cierto es que nos hicimos famosos con Ian porque nuestros miembros siempre terminaban en un culo y cuando había penes que nos satisfacían terminaban en nuestros culos. ¿A eso se referirá la historia cuando me llama el Empalador?

La parte práctica de nuestro transcurrir, siempre fue solucionada por Ian, el castillo de mis antepasados es custodiado por una familia cercana a él y que ahora son parientes lejanos, buena gente, fiel y sobre todo adorables. La cripta para nuestro sueño es mantenida seca y confortable en los sótanos del castillo. Cuando despertamos Ian sale a buscar los descendientes de mis antiguos súbditos y a la hora, nuestros culos y bocas están llenos de semen, pero nadie muere por eso, es muy placentero, es más son personas que sigo viendo , recibiendo en el castillos o ayudando mientras pasan nuestros cincuenta años. ¡¡Qué mentira lo del conde Drácula!!

Pasamos el día ocupados en nuestras cosas, yo fundamentalmente hablando por esa maravilla que se llama teléfono con la oficina de Londres que administra nuestros bienes. Desde que en el siglo XVIII fui amante del rey Luis XVI de Francia y casi me arruina la Revolución Francesa, manejo mi dinero a través de Londres. En el siglo XIX volví a París y fui marchand dans arts. Obtuve buenas ganancias vendiendo los cuadros de todos los postimpresionistas que me amaron. Varios museos europeos me pagan por exhibir copias de cuadros como si fueran originales. Los verdaderos están en mi castillo.

Por consejo de ellos invertiría nuevamente en arte pero esta vez en algo que me asombró y que se llama cinematografía. Esto representaba el visitante que esperaba, llegaría a la tarde y yo me reuniría con él en la comida de la noche.
Al atardecer Ian entró a mis habitaciones para ayudarme a vestir, empezamos a charlar:

-¿Qué te pareció el señor Warner? -Le pregunté.
-Petiso, gordo y pelado -me respondió.
-¿No te gustó? -Inquirí.
-No es eso. No tiene aspecto de artista, ¿usted va a invertir en él? -Agregó.
-No en él no, en su compañía. Londres me dijo que era una de las más grandes de Norteamérica -comenté.
-No parece un hombre educado y refinado, como los que usted conoció en otras épocas -aseveró.
-No es igual a los que tú conociste en otras épocas ¿Como el Duque de Orleans? - Mi lengua disparó. Vieja deuda que tenía con Ian.
-En aquel siglo no teníamos plata y si no hubiera sido por el dinero que yo ganaba, usted no hubiera tenido con que vestirse para pasear por Europa -contestó ácidamente Ian.
-Pero cuando yo tuve dinero tú seguiste viendo al duque -dije más ácidamente todavía.
-Vlad eso no es cierto, y usted lo sabe desde entonces nunca más alquilé mi cuerpo para favores sexuales, sí, tuve aventuras pero no fue por plata. Usted también las tuvo -agregó con tristeza mientras apretaba mi mano contra su mejilla, a la que acaricié en silencio.

Las discusiones con Ian nunca pasaban de los mutuos reproches, en esos momentos las palabras de la hechicera se hacían presentes.

Terminé de arreglarme en silencio y me dirigí a la escalera, seguido por él. Bajé y me dirigí hacia el gran salón, antiguo lugar de reuniones, hoy comedor y pinacoteca.

El señor Warner me estaba esperando. La descripción de Ian coincidía. Al entrar al salón observé que con mucha curiosidad contemplaba mis cuadros. Tras los saludos acostumbrados invité a mi visitante a tomar asiento.

-Señor, debo decir que son admirables las reproducciones que posee -comentó cortésmente.
-¿Reproducciones? Son todos originales -respondí sonriendo.
-Claro, se nota que son excelentes copias a mano de los originales -añadió mirándome con curiosidad.
-Perdón, pero son los verdaderos originales -enfaticé.
-Pero… estos Girasoles, este Campo de Trigo y esta Habitación fueron pintadas por…
-Vincent… -Respondí.
-Y este caballo blanco…
-Por Paúl -sin dejar lugar a réplica.
-¿El Moulin Rouge y esta bailarina…? -Dubitativo.
-Henri de… -contesté trasluciendo mi fastidio.

Un pesado silencio cayó. Decidí no seguir discutiendo con el pobre hombre. Y puse mi cara más ingenua.

-Claro, deben ser copias directas hechas en museos europeos -insistió mi invitado.

En ese momento Ian anunció que la comida había sido servida.
Entramos al comedor y decidí dar un giro a la conversación.

-Señor Warner, ¿podríamos hablar de los motivos de su agradable visita?.
-Encantado señor, soy uno de los dueños del más importante estudio cinematográfico de Estados Unidos…

A partir de ese momento comenzó una aburridísima conversación en la que mi huésped trataba de explicarme las bondades de su negocio. Promediando los postres Warner preguntó directamente:

-¿A cuanto ascendería lo que usted desea invertir?.
-Bueno, mi oficina de Londres me aclaró que de acuerdo a mi interés puedo disponer en forma inmediata entre cincuenta y cien millones de su moneda ¿dólares se llama? -Contesté, ahogando un bostezo.

El señor Warner me miró con asombro por la facilidad con que largué la cifra. No sabía lo que vendría después.


-Yo invierto, no en compañías, sino en personas, tengo entendido que el cine maneja actores, ¿podría usted hablarme de ellos? -Continué.
-Como no, las mujeres más hermosas del mundo trabajan para nuestros estudios -agregó, pensando sabe qué.
-No me atraen las mujeres. A mí me gustan los hombres, si después junto a una mujer hacen algo, no es cosa de mi interés -ya el gordito me estaba fastidiando.
-No se preocupe señor Vlad -dijo titubeante. -He traído fotos que le pueden interesar.
-Bien, ahora nos entendemos. Muéstremelas -sacudiendo el aburrimiento de la charla.

Abrió un portafolio y sacó un sobre. De él, unas fotos.

-Este actor se llama Tyrone hace muy buenas películas y representa una ganancia segura.

Volví a bostezar.

-¿Qué más? -Sacó otra foto.
-Este otro tiene gran popularidad y actúa muy bien se llama Errol, muy exitoso con las mujeres -continuó.

Miré las fotos de Tyrone y Errol y no pude menos que comentar:

-¿Qué tienen en el pelo? ¿Por qué se lo pegan a la cabeza? -Me desagradaba.
-Es la moda en mi país, usan fijadores o gominas, pero no es peluca, tienen pelo y abundante -se apresuró a aclarar el señor Warner.

Parece muy artificial y como hombres son atractivos por la regularidad de sus facciones, pero no me gustan -pensé, acariciando la idea de irme a dormir.

En ese instante el viento habitual en mi país, sopló de manera más intensa y se abrieron los ventanales del salón, la reciente luz eléctrica que habíamos instalado en el castillo luego de volver se apagó y a lo lejos se escuchó el aullido de un lobo, delicioso animal que vivía en los bosques de Transilvania, en mi juventud me excitaba hasta la masturbación y recuerdo haber considerado la posibilidad de tener sexo con alguno.

Ian vino enseguida con un candelabro en cada mano y en una aparición espectacular avanzó hacia nosotros, el resplandor de las velas lo hacía más alto y fornido, la blanca camisa pegada al cuerpo insinuaba su poderosa musculatura, las sombras en su cara le daban un aspecto tremendamente sensual, no pude dejar de clavar mi mirada en él, pensando que sentido tenía buscar hombres en un país extraño si conmigo estaba él más deseable. Una leve brisa atravesó mi cara mientras Ian depositó los candelabros en la mesa, un simpático murciélago había entrado por la ventana y se asentó en uno de los tapices de la habitación. Sentimos una voz ahogada :

-¡¡Un vampiro!!

Miramos hacia el señor Warner que lívido y aterrorizado se había refugiado en un amplio sillón temblando.

-Pero amigo mío, en Transilvania no existen los vampiros, son los murciélagos con los que yo solía jugar en mi infancia -traté de tranquilizar al señor Warner que chirriaba los dientes.

Hipnotizado por la presencia del animalito, no pronunciaba palabra. Una súbita idea vino a mi mente.

-¿Usted no estará pensando que está en el castillo del conde Drácula, o sí? -Sugerí divertido.
-Eso me temo -respondió, en un hilo de voz.

Volvió la luz eléctrica e Ian ahuyentó al gracioso murciélago.

-Lo del conde Drácula es una invención -aclaré. -Ingeniosa pero todo mentira.

La atmosfera que había rodeado a la conversación de los cuadros se volvió a instalar. Alguien mentía. más sereno explicó mi invitado:

-Estamos en Transilvania, en un castillo, se apaga la luz, aúlla un lobo, entra un murciélago. ¿Qué se supone que voy a pensar? -Concluyó el señor Warner, mientras aceptaba la copa con coñac que le servía Ian.

-Tranquilícese, esa historia es una calumnia, dejémosla por hoy. Volvamos a lo nuestro, en rigor le pido disculpas, pero no voy a aceptar su propuesta, sus actores si bien parecidos no me inspiran nada, son bellezas antiguas.

Seguí la figura de Ian que desapareció por la puerta y a quien hubiera seguido a la cama, de no estar con visitas.

-Permítame mostrarle otras fotos de actores más recientes -Warner agregó con voz aun temblorosa pero preocupada por perder cien millones de su moneda.

Me senté y se dirigió al portafolio regresando con dos fotos.

-Es muy nuevo y estamos en tratativas para que firme un contrato, se llama Marlon.

Me extendió la imagen, como al descuido la observé y no pude desviar la mirada, una foto de medio cuerpo de un hombre captó mi atención. Unos dulces ojos llenos de ironía, se clavaron en los míos, rasgos duros daban marco a una boca increíble, llena, suave y sin sonrisa. Un cuello poderoso y torneado invitaba a la caricia. Lo más increíble era el cuerpo musculoso y firme, hombros redondos y marcados se adivinaban a través de una prenda que dejaba al descubierto potentes brazos y el nacimiento del cuello. El conjunto trasuntaba algo más que belleza, una fortísima atracción emanaba de la foto, el pelo correlato del todo caía en suaves ondas sobre la frente. Sentí una súbita erección entre mis piernas que cruce para aumentar la sensación de excitación, tomé el papel con una mano y con la otra acaricié la superficie y exclamé :

-Esto es un hombre.

Con la respiración entrecortada me mantuve en silencio. El señor Warner, testigo de la situación, agregó:

-Es un actor nuevo estamos trabajando para hacerlo muy popular, posee una gran formación. Le hemos ofrecido un papel muy fuerte en una película que filmaremos sobre un tranvía y el deseo.
-Esto es un hombre -repetí tontamente.
-Entiendo que es de su agrado.

Asentí afirmativamente sin pronunciar palabra. El señor Warner alargó la segunda imagen diciendo:

-Este actor es más joven, igualmente desconocido y como Marlon de una gran formación profesional, se llama James….

Tomé la foto y la imagen de una bellísima ambigüedad me robó el tiempo, rubio, ojos entre torvos y traviesos, hermosa nariz y dos increíbles hoyuelos en cada mejilla. Actitud perversamente desafiante y adolescente; era el tipo de hombre que besaría con ternura y desesperación.

-James tardará un poco más en actuar, pero estamos estudiando una película que versará sobre el fin del paraíso.

Respiré en busca de aclarar mis decisiones.

-¿Por qué no me los mostró primero? -Pregunté tratando de ganar tiempo.
-Señor, debo advertirle que ambos actores no son un negocio para los inversionistas, no en este momento. No sabemos cual será el éxito que puedan tener -respondió.
-Yo quiero invertir, quiero conocerlos, quiero probarlos -enfaticé.
-¿Probar, señor? -Mirándome inquisitivo.
-Sí, probar sexualmente, como usted supondrá es muy importante que tenga sexo con los dos, es la única manera de saber si mi dinero rendirá ganancias -dije desdeñosamente.
-Pero señor, yo no puedo asegurarle que sus deseos se vean satisfechos -musitó el señor Warner.
-Entonces, mi estimado señor, yo no invierto nada -repliqué.
-Usted organiza todo, de lo contrario yo lo haré a mi modo y usted no se beneficiará. Prepare el encuentro y lo demás corre por mi cuenta, yo no necesito que se inmiscuya en mis deseos -proseguí, cortante.
-Si esto queda claro, usted esta invitado a los Estados Unidos de Norteamérica, correremos con los gastos suyos y de su mayordomo. ¿Puede usted viajar en una semana?

El señor Warner cobraba vida por primera vez desde que llegó, me asombró lo rápido que la situación fue resuelta.

Respondí afirmativamente mientras en voz alta llamé:

-Ian.

La puerta se abrió inmediatamente, como siempre no perdía oportunidad para escuchar, sin embargo esta vez esquivó mi mirada y me asombró su palidez.

-Ian, en una semana viajaremos a Estados Unidos e iremos a la ciudad de… -Miré al invitado, quien continuó:
-Los Ángeles y cerca de allí un lugar llamado Hollywood.
-Y seremos huéspedes del señ… -Me interrumpió.
-De los Estudios, Warner Brothers -replicó simpáticamente haciendo una cortés inclinación de cabeza.

Miré a Ian en busca de aprobación. Había dado vuelta su cara hacia la ventana y sus ojos se dirigían hacia Los Cárpatos. A lo lejos aulló un lobo.


Continuará.



José




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