El siguiente relato es de la casa.
Mi hermano Pepo
Nos habíamos quedado solos viendo la tele. El novio de mi hermano se había ido a la cama, muerto después de un duro día de trabajo, visitas de la familia, cena abundante y alcohol. Mi mujer también se había ido a dormir y nuestra madre se había ido con unas amigas al karaoke. Así que estábamos solos, Pepo y yo, viendo la tele en silencio. Pepo tiene veinticinco años y es gay desde que tiene uso de razón. Yo le llevo dos, y soy hetero desde los trece.
- ¿Te acuerdas de cuando nos hacíamos pajas en la cama? –le pregunté a Pepo, de improviso.
Mi hermano sonrió. Creo que hasta se puso un poco colorado.
- Había goteras en tu habitación –dijo Pepo.
- Sí, aquel espantoso invierno.
- Y nos pusieron a dormir juntos.
- Una semana.
- Y nos hicimos pajas todas las noches.
- Tú a mí y yo a ti.
Guardamos silencio durante un rato. Pero hacía mucho tiempo que quería preguntarle lo que le pregunté a continuación.
- ¿Me deseabas?
Pepo me miró a los ojos y asintió con la cabeza.
- ¿Y ya habías estado con chicos? –nunca habíamos hablado del pasado. Me animaba ahora porque, de pronto, de unos años a esta parte, hablar de esas cosas con tu hermano homosexual ya no estaba mal visto.
- Había hecho lo mismo que hice contigo con un compañero de clase, pero poco más. Bueno. A él le hice una mamada. Mi primera mamada…
Aunque Pepo no lo supiera él había llegado al punto donde quería llegar yo al iniciar nuestra conversación.
- ¿Y no te quedaste con ganas de…? Ya sabes…
- ¿De hacerte una mamada a ti?
- Eso.
- La verdad es que cuando arreglaron las goteras cogí una buena depre, pero suplí tu falta con… otras cosas. Y sí, hubiera dado lo que fuera por poderte hacer una mamada. Cosas de críos –y se encogió de hombros.
Seguimos viendo la tele. En cierto momento me estiré para bajar un poco la intensidad de la lámpara halógena. Pepo me miró, divertido.
- ¿Quieres crear una atmosfera acorde con la conversación?
- Dime una cosa.
- Dispara.
- Has dicho que supliste mi falta con otras cosas.
- Ajá.
- ¿Qué otras cosas?
- Huff, quizá resulte embarazoso.
- No creo.
- Bueno… sabía exactamente dónde guardabas las revistas porno. Dos o tres veces por semana esperabas a que todo el mundo estuviera durmiendo –aquí hizo una pausa y me miró con cierta intensidad, como diciéndome que no había cambiado mucho en todos estos años – y te metías en el cuarto de baño, y ahí te pasabas a veces hasta dos horas dándote caña.
- Sí… -dije, con cierta nostalgia.
- Yo miraba por la cerradura.
- No jodas.
- Cada bendita vez. La cerradura daba justo en el water, a la altura de tu polla. No podía estar mejor medido. Y mientras te masturbabas dentro, yo lo hacía en el pasillo.
- Nunca hiciste ningún ruido.
- No podía arriesgarme a destruir nuestras sesiones. El día más humillante de mi vida fue cuando mamá se levantó y me estuvo observando cosa de cinco minutos antes de encender la luz del pasillo. Me hice un ovillo en el suelo, pillado infraganti, como si así fuera a hacerme invisible a los ojos de mamá.
- No me enteré de eso. ¿Cómo es posible?
- Estarías muy ocupado con tus impulsos onanistas. En fin, mamá me cogió del brazo, me llevó a la cama y me echó una pequeña bronca sobre la privacidad. Luego se fue a dormir y tú apareciste quince minutos después, recién corrido, supongo. Yo juré que jamás volvería a espiarte, pero el impulso era demasiado fuerte, y a la siguiente vez que te oí levantarte y sacar las revistas del doble forro del baúl, ya estaba de nuevo dispuesto a aposentarme tras la puerta.
- Vaya, vaya. Así que te estuviste divirtiendo a mi costa.
- Cosa bárbara.
Fijamos nuestras miradas en el televisor. Yo no sé si pretendía solo mantener una conversación caliente o estaba intentando conscientemente calentar a mi hermano gay, pero en cierto momento dejé caer una mano sobre mis pantalones y me acaricié el miembro un poco. Pepo fingió que no lo había visto.
Recordar aquellos tiempos había despertado el adolescente que todos llevamos dentro, y saber que lo que me proponía estaba prohibido (los dos estábamos comprometidos) y que en la casa estaban nuestras parejas, que podían despertar en cualquier momento, lo hacía más excitante. Aún faltaba que Pepo quisiera morder el anzuelo, cosa que no estaba nada clara. Yo descubrí, por mi parte, que si por mí fuera ocurriría, cuando la verga se me puso tiesa como pocas veces en mi vida. Pepo siguió haciéndose el despistado y yo me repasé todo el vergajo arriba y abajo por encima del pantalón. Pepo miraba obstinadamente hacia el televisor. Quise creer que con el rabillo del ojo seguía mis movimientos pero no podía estar seguro. Así que cogí el mando a distancia y apagué la tele. Pepo me miró entonces a los ojos. Yo le pregunté con la mirada y finalmente él asintió despacio con la cabeza. Pensando que si no actuaba pronto mi hermano podía cambiar de opinión, me abrí los pantalones con premura y me los bajé, acompañados del slip, hasta los tobillos. Mi polla salió a recibirlo totalmente enhiesta. Verme de nuevo desnudo delante de mi hermano me hizo excitar aún más, hasta el punto de creer que sería capaz de correrme sin que Pepo me la hubiese tocado todavía. Pepo se arrimó a mí, pero en lugar de ir directo hacia mi rabo cogió el polo por los costados y me lo sacó por la cabeza, dejándome el pecho al descubierto. Después me acarició los abdominales, las tetillas y los brazos. Se recolocó en el sillón para poder poner su cara contra la mía, y la enterró luego entre mi hombro y mi cuello, aspirando mi aroma.
- Hueles muy bien –susurró.
- Tú también –dije, y para mi sorpresa la voz me salió ronca. La excitación y el ansia por continuar podían conmigo.
Mi hermano me besó el cuello, me chupó el lóbulo de la oreja derecha y me fue repartiendo besos hasta llegar a la comisura de la boca. Ahí se detuvo esperando mi aprobación. Yo nunca había besado a un hombre, pero este hombre era mi hermano y besarlo no solo me parecía lo adecuado, sino que sólo de pensarlo me recorrió como una corriente eléctrica por toda la polla, así que abrí la boca y recibí sus labios primero, probando la suavidad de los míos, y luego su lengua, buscando la mía y enzarzándose ambas en una lucha de placer.
Sentía el latido de mi verga, tan fuerte que me sorprendía que no hiciera hasta ruido. Necesitaba que se la metiera en la boca ya. Pepo viajó hasta mi oído y me dijo:
- ¿Quieres que te la coma?
Asentí con la cabeza, porque sabía que la voz no me saldría.
Pepo bajó entonces hasta mi miembro, tan hinchado y palpitante que no lo reconocía como mío. En cuanto lo tocó sentí que la corrida era inminente. No iba a soportar mucho más. Entonces su mano aferró mi miembro para medir su tamaño y sus labios besaron el glande y vi el cielo. Sin pensar en lo que hacía cogí su cabeza y le introduje toda la polla entre los labios, incapaz de soportar que hiciera las cosas despacio. Pepo, sorprendido, tragó a fondo. Comprendió que yo no aguantaría mucho más y empezó a recorrer todo mi falo arriba y abajo, frenéticamente, ayudado por mis manos que guiaban el movimiento de su cabeza. Pronto mi verga quedó cubierta de su saliva. Pepo mamaba, mamaba, mamaba, y yo le ayudaba con arremetidas de la pelvis y sin dejar que se la sacara de la boca. Mi hermano tenía una cabida brutal, se comía todo mi falo, que mide unos 18 y es muy grueso, hasta la base, y aún podía regar con su saliva el principio de mis huevos en cada acometida. Yo, por mi parte, tenía los sentidos embotados. La mamada era cojonuda, pero lo que me ponía a mil era que me la hiciera él, que mi hermano pudiera cumplir una de sus fantasías de adolescencia, y, qué cojones, también yo.
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He rescatado los comentarios de la antigua edición de este relato:
2 comentarios:
-
Me ha parecido muy morboso a la vez que polémico. Yo no tengo hermanos pero la redacción ha sido fantástica.
-
ese es un buen relato. yo soy gay y mi hermno es hetero pero nadie sabe de mis preferencias. cuando el duerme profundamente o llega super borracho aprovecho a tocarle la verga es super excitante y a la ves la adrenalina y los nervios estan a su maximo. lo he hecho alrededor de 5 veces. y no me arrepiento...