Cuando ya no te esperaba, IV
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Cuando ya no te esperaba, IV
Llegué al parque cinco minutos antes de la hora en que Sergio me había citado. La temperatura era agradable. La luna, casi llena, iluminaba los columpios, situados en el centro del parque dentro de una isleta cubierta de arena de playa, y les confería un aspecto extraño, como de paisaje extraterrestre. Los aspersores estaban encendidos y regaban los diferentes jardines. Supuse que su funcionamiento era automático. No esperaba encontrarme al jardinero a aquellas horas, ya sería mala pata. Por la calle no pasaba ni un solo coche y en los balcones y ventanas de las casas cercanas las luces estaban apagadas. Me parecía un lugar mágicamente adecuado para que sucediera lo que llevaba esperando desde que conociera a Sergio, aquella noche de hacía tantos años en el Pappy Dog.
Me acerqué a una fuente y bebí un gran trago de agua. Me había pegado una buena carrera desde mi casa y aún no había recuperado las fuerzas. Una rana croó cerca de donde me encontraba. Aparte de eso, sólo se oía de vez en cuando algún grillo, y el único movimiento, aparte del de los aspersores, se producía alrededor de una farola cercana, cuando dos o tres murciélagos la pasaban rozando en sus vuelos acrobáticos y aparentemente aleatorios.
Entonces percibí un movimiento por el rabillo del ojo. Había alguien sentado en un tobogán. Se acababa de poner de pie. Llevaba ahí desde antes de que yo llegara. Me quedé donde estaba, sin saber si el desconocido sería Sergio.
El hombre cruzó la isleta de arena y salió de ella, en dirección a mí, y cuando la luz de una farola cercana lo iluminó, el corazón empezó a latirme con fuerza.
Era él.
Caminó despacio, con esos andares de que todo le resbalaba que tan bien le conocía, y una media sonrisa en los labios.
- Has venido –constató, cuando estuvo a un escaso medio metro de mí.
- Debo haberme vuelto loco –contesté.
- Pues ya somos dos.
- ¿No has traído al perro? Creí que era tu excusa.
- Tú no tienes perro. ¿Qué excusa tienes tú?
- Ninguna. Como se despierte soy hombre muerto.
- Pues otra vez, ya somos dos.
Tras este diálogo de besugos nos quedamos mirándonos silenciosamente.
Hasta que Sergio dijo:
- No sé exactamente cómo ha ocurrido. Jamás creí que pudiera sentir esto por un hombre.
Su declaración me cortó la respiración.
- ¿Y… qué sientes? –me aventuré a preguntar.
- Que he estado viviendo toda mi vida a medio gas –respondió. - Que tú tenías la llave y yo no me di cuenta. Que hemos perdido un montón de años y nos hemos casado con dos personas que pueden significar mucho pero que no lo son… todo.
Aquello me desarmó por completo. Me había imaginado aquel momento en muchas ocasiones, pero jamás había sido tan osado como para poner aquellas palabras en boca de Sergio. Y ahora me las soltaba como si nada, después de tantos años, cuando ya no lo esperaba.
Falso. Claro que lo esperaba. Lo había estado esperando toda mi vida.
- No puedo quitarte de mi cabeza desde lo que ocurrió en La Muesca, y sé perfectamente que lo provoqué yo –seguía Sergio. – Así que en realidad no he podido dejar de pensar en ti desde… aquella tarde.
Se me acercó peligrosamente. Empecé a temblar de pies a cabeza, al sentir su cercanía, su aliento.
- No puedo dejar de pensar en lo que despertaste en mí sólo con tus dedos y unas caricias. Quise pensar que era algo sexual, porque así no peligraría mi matrimonio, pero ahora sé que es mucho más que sexo. Es el afecto que siempre te he tenido, lo grato que me resultaba saber que me querías y lo bien que me hacías sentir, el saber que había alguien que lo daría todo por mí, aunque yo no le correspondiera. Y ahora he comprendido que sabes de mí más que yo mismo. Y me da seguridad el saber que siempre has estado ahí y que seguirás estando. Y siento que cada poro de tu cuerpo desea estar conmigo y por fin puedo decirte que me ocurre exactamente lo mismo.
- ¿Te traes preparado el discurso de casa?
- Hasta la última palabra.
Nos reímos.
- Pero, ¿lo dices en serio?
- Jamás en mi vida he hablado tan en serio, Luisito.
- ¿Y qué vamos a hacer?
- Por lo pronto se me ocurren unas cuantas cosas –y abrió los brazos.
Y yo me dejé abrazar, extasiado, tan lleno de gozo que pensé que me desintegraría en cualquier momento, o que me despertaría, solo, con las manos vacías y el corazón roto.
Sin embargo era real, y yo era plenamente consciente de que en aquellos momentos estábamos creando los mejores recuerdos de nuestra vida.
Pasamos del abrazo a los besos casi sin darnos cuenta, y me sentí completamente deslumbrado al comprender que con Sergio podía entregarme por completo, besar sin reparos de ningún tipo, cosa que no siempre había podido hacer con mis otras parejas.
Y Sergio me besaba con un amor y un cariño inimaginable, mientras con sus brazos me arropaba y me daba cobijo.
Y después de besarnos, cuando nuestros cuerpos por sí mismos quisieron pasar al siguiente nivel , Sergio separó su cuerpo del mío, me tomó de la mano y me llevó hasta la arena, y después hasta el tobogán en que se había sentado a esperarme. Y allí, tras aquel tobogán, me sorprendió con dos toallas ya extendidas, dos mullidos almohadones y una nevera de playa.
- Joder, has montado un picnic –solté, anonadado.
- ¿Una cerveza? –preguntó, sonriendo de oreja a oreja, contentísimo de haber conseguido el efecto deseado.
- ¿Desde qué hora llevas aquí?
- No mucho rato. Marta ha tardado hoy más de lo que acostumbra en dormirse.
Lo miré, algo cohibido al escucharle nombrar a Marta.
- No te preocupes. Podemos hablar tranquilamente de lo que queramos. No creo que ya queden muchos secretos entre nosotros –dijo.
Yo aún tenía presente el momento en que se había puesto hecho una fiera al mentarla yo, tres días atrás. Y ahora decía que no había temas tabú entre nosotros. Pero yo aún no me había acostumbrado del todo al nuevo Sergio. Aquel cambio me desconcertaba. Me daba un poco de miedo.
Pero luego nos sentamos en las toallas, bajo las estrellas; bebimos cerveza, dijimos tonterías y empecé a acostumbrarme a este nuevo Sergio que no era más que el mismo muchacho del que me había enamorado tiempo ha, algo más mayor y mucho más atractivo.
Y llegó un momento en que enmudecimos, y nos tumbamos, y su boca exploró la mía, y me mordió deliciosamente un labio y bajó hasta mi barbilla y mordisqueó mi barba de tres días, mientras mis manos descubrían ya sin miedo su cuerpo que me pertenecía.
Y bajó por mi cuello y enterró en él su cara, y aspiró y espiró y atravesó mi alma. Pasaron dos coches, uno de la policía, pero era como si hubiéramos viajado a otra dimensión, un mundo paralelo solo para los dos. Nada importaba, nadie podía importunar. Habíamos detenido el tiempo.
Se deshizo de mi camiseta y siguió bajando por mi cuerpo con su lengua, hasta llegar a mis pezones. Se propuso darme tanto placer como yo le había dado aquel bendito primer día en que una apuesta idiota me abrió por fin la puerta. Y lo consiguió. Me retorcí de placer bajo su atenta mirada. Cada chupada, cada lamida… todo cuanto hacía parecía concebido con el único propósito de hacerme sentir un placer indescriptible, y mientras mi cuerpo se retorcía, mi corazón crecía.
Era verdad. Todo lo que había dicho era verdad.
Bajó después a mi ombligo y jugueteó con su lengua y rozó como sin querer mis pantalones y descubrió que bajo mi chándal algo estaba esperando sus labios, dolorosamente erecto. Y entonces se levantó y se fue. Y yo me quedé con un palmo de narices y dos de polla, como quien dice.
- ¿Dónde vas? – le grité, susurrando.
- A mear.
- A mear. Cómo no. No tenía otro momento.
Y mientras Sergio orinaba yo recordé una noche hacía años en que volvíamos de una fiesta y se alejó como hoy a orinar, y yo lo seguí y le pedí que me dejara mirar ya que no me dejaba catar y accedió, y me reí para mis adentros de aquella versión de mí mismo que nunca había conseguido lo que realmente quería, y pensé que yo había tenido mucha más suerte que aquel otro yo. Y aún me dio tiempo a pensar en las vueltas que da la vida y en que las cosas nunca acontecen por casualidad. Y me daba tiempo a pensar todo eso o bien porque Sergio había bebido mucha cerveza o bien porque al terminar se acercó a la fuente y se lavó la polla, cosa que me hizo reír a carcajadas y que además me inspiró una gran ternura. Cuando regresó a mi lado y se tiró en su toalla no conseguí cerrar la boca.
- ¿Por qué has hecho eso?
- Porque en algún momento entre este minuto y el amanecer tú te comerás mi pedazo de tranca, y quiero que sea perfecto para los dos.
- Estás como una puta cabra.
- Lo sé.
Aproveché que estaba tumbado boca arriba para ponerme a horcajadas sobre él, con las manos a ambos lados de sus hombros. Contemplé sus ojos y me acerqué a sus labios para besarlos. Pero algo le estaba haciendo mucha gracia. Sus ojos reían.
- ¿Qué? –pregunté, medio molesto.
- Te iba a hacer una mamada cojonuda.
- Has perdido el turno cuando te has ido a mear.
- No lo creo.
Y me empujó, quitándome con cierta facilidad de encima suyo, lanzándome a mi toalla y poniéndose él a horcajadas sobre mí. Con sus manos me sujetó las muñecas para que no me moviera y me dio un lametazo en la nariz.
- ¿A eso lo llamas tú una mamada cojonuda? –lo piqué.
Me hizo callar con un morreo exquisito. Y luego me soltó la muñeca derecha para tener la mano libre, se enderezó, echó el brazo hacia atrás y me agarró la polla enhiesta por sobre el pantalón de chándal.
- Creo que nos habíamos quedado justo aquí.
- Bueno, no habíamos llegado tan lejos.
- Nadie es perfecto. Joder. No te la recordaba tan grande.
- Estábamos metidos en el coche de Marta. Ni la postura ni la situación era de lo más adecuada –me defendí.
- Tendrías que haber visto la cara que se te ha quedado cuando te la he mamado en el coche.
- Es que ha sido francamente inesperado.
Entonces se me quitó de encima, se fue hacia mis pies y se recostó entre mis piernas, mirándome el paquete.
- Ahora vamos a ver cómo el Enterprise sale del puerto espacial –y tiró de las perneras de mis pantalones hacia abajo.
Mi erección acompañó parte del camino al pantalón de chándal, saliendo luego disparada con un golpe seco hacia mi ombligo.
- Buena tranca, sí señor –aprobó Sergio.
Escucharle admirar mis atributos me puso como una moto.
- Y buenos cojones. Me pregunto si los tienes sensibles –y me los cogió suavemente con una mano.
Yo me había incorporado un poco para seguir sus avances. Cada poco tiempo tenía que recordarme que aquello era real, que aquel era Sergio, aquellas sus manos y aquellos mis huevos.
- ¿Y si el perfecto hetero se metiera un huevo de su amigo gay en la boca? ¿Qué dirías a eso? –preguntó.
- Que adelante. Pero ya.
Y lo hizo, y yo me dejé caer en la toalla, completamente fuera de mí.
- ¿Y si el perfecto hetero le chupa los dos huevos a su amigo gay y luego baja la lengua y le lame el principio del ano? ¿Qué dirías a eso? –dijo después.
Que dijera todas aquellas mamonadas me estaba poniendo cardiaco.
- Diría que el perfecto gay se abriría el culo con las dos manos –contesté, mientras él empezaba a hacer con la lengua el recorrido citado.
- ¿Y si el perfecto hetero se dejara de tonterías y se metiera la perfecta polla del amigo gay en la boca y empezara a mamar verga como un condenado?
- El amigo gay le pondría un piso en la costa –y tal como yo le amueblaba el hipotético piso, el perfecto hetero se introducía mi verga en la boca y empezaba a mamar como un perfecto amigo gay.
Cómo jalaba el cabrón. Se notaba que aquello era nuevo para él, no por la falta de experiencia, que en realidad no se notaba para nada, sino por las ganas que le ponía. Sentí cierta envidia al recordar que las primeras veces son irrepetibles, y aquella era una verdadera primera vez para Sergio (descontando el minuto del coche, horas antes). Luego pensé que era un idiota por sentir envidia ya que también era una primera vez para mí, y la más importante de todas: la primera vez que Sergio era sólo para mí, la primera vez que me declaraba sus sentimientos, y, joder, ¡la primera polla que se metía entre los labios era la mía! No sé qué más podía pedir. (La naturaleza humana, supongo, que nos hace siempre creer que lo que les pasa a los demás es mejor que lo que nos pasa a nosotros).
La cosa es que el tío me estaba haciendo una mamada realmente cojonuda con una pericia y una entrega increíbles, en un parque en medio de la ciudad en mitad de la noche, sobre unas toallas y unos cojines que se había traído de su casa y con una nevera llena de cervezas, refrescos y piscolabis. Si eso no era perfecto, no sé qué podía serlo.
Sus manos jugaban con mis huevos y mi culo, un dedo con un poco de saliva se paseó por mi ano, mientras su boca se tragaba toda mi tranca, como él la había llamado, de arriba abajo una y otra vez, con glotonería. Abrí mucho las piernas y me restregó todo el puño por el orto, sin dejar de propinarme la mamada del siglo.
- Quiero que te corras –me pidió, sacándosela un momento de la boca. – Quiero que me llenes toda la boca de lefa.
Es lo que les había dicho a Marcos y a Marta que habíamos estado haciendo en el aparcamiento.
- ¿Quieres que me corra? ¿Tan pronto?
- Será la primera de muchas. Ya lo verás. Ahora, quiero que me satures de leche.
Y volvió a adueñarse de mi verga y a mamar como si no hubiese hecho otra cosa en la vida. Y yo dejé de aguantar y me dejé llevar poco a poco por la culminación de mi sueño hasta la cima de mi anhelo, y él aceleró sus movimientos y yo sentí que me iba a correr, y me enderecé y le cogí la cabeza entre mis manos, y él sonrió, y mamó con fruición, y sin poder aguantar solté un grito y me corrí en su boca, y mientras recibía en la lengua los chorros de esperma le cambió la expresión de la cara y una felicidad extrema le tiñó la mirada.
Sergio se relamía, sin dejar de jugar con los dedos en mi ano. Recogió hasta la última gota, se tragó todo mi semen y luego se tumbó a mi lado, pegando su cara a la mía, mirando los dos hacia el cielo.
- Dios santo, no sé por qué me excitas tanto.
Pasé de hablarle de mi teoría de las primeras veces. En cambio dije:
- Tiene gracia que Marta odie el semen y tú lo saborees de esa manera.
Por un momento pensé que había metido la pata. El silencio de Sergio duró lo bastante como para hacer saltar mis alarmas, pero al cabo dijo:
- Tragarme tu lefa ha sido una de las cosas más excitantes que he hecho en mi vida. Llevo una semana sobreexcitado, trempando cada diez minutos. Nunca había tenido la polla tan dura, y no hay forma humana de calmarla.
Le puse la mano encima para comprobarlo.
- Pues sí, la tienes como una roca.
Entonces se desvistió completamente, recolocó su toalla y me pidió que me sentara apoyando la espalda en la parte baja del tobogán. Después se sentó entre mis piernas abiertas y apoyó su espalda desnuda en mi pecho desnudo, como aquel primer día pero sin ropa, y yo le acaricié las tetillas como entonces y él se estremeció, y dejó que lo acariciara durante unos minutos en que no dejó de retorcerse y de morderse la lengua, pero sin tocarse la verga cuya punta aparecía excitantemente mojada de líquido preseminal, hasta que como aquella otra vez ya no pudo más y empezó a hacerse una paja liberadora mientras yo volvía a empalmarme y mi polla rozaba contra la parte baja de su espalda y mis labios le decían guarradas al oído.
Y Sergio se corrió, con una primera descarga brutal que le llegó al cuello, y como aquella vez, me regó también las manos que seguían retorciendo sus pezones, y oímos un ruido y vimos que en un balcón una pareja compuesta por un hombre y una mujer nos observaba, pero nos dio exactamente lo mismo.
Y me chupé su leche de las manos y el gimió de gusto al verme hacerlo, y empecé a recogerle con la lengua la leche de todo el cuerpo mientras se dejaba hacer, extasiado. Y cuando acabé me llenó la boca con su lengua y me besó, y me besó y no dejó de besarme.
Después se puso a cuatro a patas y me dijo:
- Me dijiste que cambiabas una gran mamada por una buena comida de ojete. Demuéstrame lo que me he perdido.
Y obediente empecé a lamerle las cachas del culo, empezando bien lejos del orto para hacerle sufrir, mientras iba echando miradas al balcón y descubría que aquella pareja que nos espiaba empezaba a calentarse. Y mientras me acercaba despacio hasta el centro de su placer, y en el camino le hacía una comida de huevos que casi le hizo perder las fuerzas, comprobé que Sergio seguía teniendo la verga tiesa pese a acabarse de correr y empecé a masturbarla haciendo que el hombre de mis sueños empezara a suspirar con fuerza. Y aquello excitó tanto a la pareja del balcón que el tío ya tenía la polla en la mano y la mujer se iba quitando la blusa.
Y entonces por fin le di una lamida en el ojete y Sergio echó atrás las caderas para sentir más y más, y mi boca se afanó en darle una comida de culo que no olvidaría en su vida.
Y así seguimos. Las horas pasaron volando y gozamos y nos amamos, y hablamos y reímos e incluso cantamos, como almas libres, sin recordar que nuestras vidas estaban atadas.
Y en algún momento entre aquel segundo ya pasado y el final que traía consigo el amanecer me comí su pedazo de tranca… y fue perfecto.
Continuará...
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