Showing posts with label hombres gay. Show all posts
Showing posts with label hombres gay. Show all posts
La muerte nos sienta tan bien... V
LEER ESTE RELATO DESDE EL PRINCIPIO
El siguiente relato es de la casa
La muerte nos sienta tan bien... V
Lían me esperaba sentado a una mesa, la más cercana a la puerta del bar. Se alegró de verme.
- Sabía que vendrías.
- No lo sabía ni yo - contesté, de mal humor.
- ¿Qué vas a tomar? Yo invito.
Me apetecía un refresco pero acabé pidiéndome un cubata. Pensé que se me haría más llevadero con algo de alcohol corriendo por mis venas.
Tardamos poco en entrar en materia.
- Por lo general me da absolutamente igual lo que digan de mí, Rafa. Pero no aguanto que tú pienses mal de mí. Jamás le he tocado un solo pelo de la cabeza a otro ser humano. Soy el ser más pacífico sobre la tierra. Yo no maté a Néstor.
- Entonces fue una desafortunada coincidencia que lo pillaras conmigo y luego, alguien, después de unas horas, lo cosiera a navajazos.
- ¿Qué sentido tendría que hubiera sido yo?
- Un crimen pasional.
- Pero Rafa... Néstor llevaba meses acostándose alegremente con todos los chicos del grupo. Si fui yo quien lo mató, ¿por qué no lo hice cuando más me dolía verlo con otros hombres, después de romper? ¿Por qué iba a hacerlo cuando ya lo estaba superando?
- Quizá no fue un arrebato pasional. Quizá fue una venganza y llevabas meses planeándola.
- ¿Tú oyes lo que dices?
- De todas formas no me importa si lo hiciste o no. Quiero creer que no lo hiciste, pero con la duda... ¿A ti no te daría mal rollo seguir viniendo a mi casa? Ponte en mi lugar.
- Yo intentaría mantener la cabeza fría. Y dejaría que fuera la ley quién me juzgara.
- La ley es lenta.
- La policía no ha encontrado nada que me relacione con su muerte. De hecho, al día siguiente de la muerte de Néstor nos personamos todos en comisaría a prestar declaración voluntaria. Todos menos tú. Y si la policía aún no ha ido a buscarte es porque no están siguiendo la pista a un crimen pasional. Tú fuiste el último en mantener relaciones sexuales con Néstor. Lo lógico es que te interrogaran al respecto.
Le di un buen trago al cubata para no tener que contestar a eso. No se me podía escapar que la poli sí los estaba investigando, que lo consideraban a él el principal sospechoso, de ese y otros crímenes, y que encima habían metido un infiltrado en su casa.
Dejé la copa en la mesa y lo miré a los ojos.
- Ha sido una mala idea venir a verme, Lían.
- ¿Por qué?
- Porque ya he tenido suficiente muerte para una buena temporada. Quiero olvidarme de todo este asunto. Y tú no me ayudas.
- Es que no tienes que pasar solo por tu luto. Confía en nosotros. Nos apoyamos los unos en los otros. Se te hará mucho más llevadero.
- No vas a convencerme.
- Yo creo que sí. Y creo que esta noche vendrás conmigo a casa.
- Lo llevas claro.
Entonces me sonó el móvil. Pensé, salvado por la campana.
Era Juancho.
- Ahora vengo - le dije a Lían, y salí del bar.
- ¿Cómo va, tío bueno? - me preguntó Juancho cuando descolgué.
- No debí hacerte caso. Yo no valgo para hacer de espía. La puedo cagar en cualquier momento y mandar todo tu trabajo a hacer puñetas.
- Tócate el rabo.
- ¿Cómo?
- Disimuladamente. Tócate el paquete.
Miré a mi alrededor.
- ¿Me estás viendo? ¿Ahora?
Dirigí la mirada primero a los coches aparcados y luego a las ventanas de los edificios cercanos.
- Tócate la polla - insistió.
Caminé unos pasos para alejarme del bar y me pasé la mano por la entrepierna con un gesto rápido y algo incómodo. Seguí buscando a Juancho por todas partes. Ni rastro.
- Tócate más. Mientras hablas. Nadie se fijará. Sólo yo.
Eso de que nadie iba a fijarse no me lo creía. Yo era consciente cada vez que un tío con el que me cruzaba se tocaba el paquete. Los ojos se me iban solos. Aun así, obedecí. Me llevé la mano izquierda al bulto y me lo acaricié distraídamente mientras simulaba que mi interlocutor, al teléfono, decía algo muy interesante. Claro que Juancho no decía nada, se limitaba a observar y respirar hondo.
Al cabo de no demasiado tiempo, y pese a mi inicial reticencia, mi polla empezó a reaccionar. El hecho de estar en la calle y que no dejara de pasar gente tuvo bastante que ver.
- Métete la mano en los huevos - me pidió entonces Juancho.
- ¡Anda ya!
- Vamos. Hazlo. Como si te los recolocaras.
Miré a mi alrededor. Nadie parecía prestarme atención.
- ¿Dónde estás? - pregunté.
- No importa.
- Lo digo para no darte la espalda.
- Si te quedas como estás te veo perfectamente. Vamos. Mete la mano por la cintura y sóbate los cojones. Pero de verdad. Por dentro del calzoncillo.
- No llevo calzoncillos.
- Uff, qué bueno. Vamos. Hazlo.
Esperé a que pasara de largo un matrimonio que venía por mi calle. A mi espalda había un portal. La luz de la escalera estaba apagada. En la acera de enfrente la gente entraba y salía del mercadona. Miré hacia el bar, a pocos metros hacia mi izquierda. Lían no se había asomado todavía a buscarme.
- Hazlo. Ya - ordenó Juancho.
Al fondo de la calle venían unos niños y del otro lado unas chicas cargadas de bolsas del Zara, pero estaban todos lejos todavía, así que muerto de vergüenza pero muy excitado me metí la mano por la cintura del vaquero y me sobé la polla, dura como una piedra, y luego los cojones.
- Sigue. Lo estás haciendo muy bien. Pásate los dedos por las ingles. ¿Tienes los huevos sudados?
- Un poco.
- Bien, bien... Sigue. Un poco más.
El grupo de niños ya estaba demasiado cerca. Me saqué la mano disimuladamente del pantalón consciente de que mi erección era más que evidente. Encima llevaba una camiseta ajustada que no servía para
ocultarme nada el paquetorro.
- Ahora huélete la mano.
Me imaginaba que me iba a pedir eso. Pero era más fácil que tocarse la polla en público. Me olí los dedos pensando que si había alguien más, aparte de Juancho, observando, ¿qué iba a pensar de mí? Qué vergüenza.
- ¿Huelen bien? - quiso saber Juancho.
- Mucho.
- ¿A qué huelen?
- A cojones sudados. A sexo - mentí, para darle más vidilla.
En realidad olía a gel de ducha, venía directo de la bañera.
- Ohhhh, te los chuparía ahora mismo, en la puta calle.
- Juancho... debería volver al bar.
- Espera... Me estás dando un pajote que no veas.
Volví a buscar a Juancho por todas partes. ¿Estaría dentro de un coche? Todos parecían vacíos y ninguno tenía cristales tintados. Lo más seguro es que estuviera detrás de una ventana, quizá mirándome a través de unos prismáticos.
- Me vuelvo al bar. Nos vemos luego.
Y le colgué. Aunque en realidad de lo que tenía ganas era de ir a donde estuviera haciéndose el pajote y poner la lengua debajo.
Me di un paseo hasta el final de la calle para que se me bajara la puta erección y volví al bar, donde me esperaba Lían.
Pero ya no estaba solo.
- Mira Rafa. Te presento a una amiga.
Me incliné para besarla. La chica iba en silla de ruedas.
- Soy Nuria - se presentó.
- Yo Rafa.
Me senté con ellos mientras buscaba una excusa para irme cuanto antes sin parecer descortés.
- ¿Hace mucho que os conocéis? - pregunté, para ir haciendo tiempo mientras se me ocurría algo.
- Una semana - dijo Lían.
- Pero es como si nos conociésemos de toda la vida - añadió Nuria.
No podía haber soldado frase más manida, la chavala.
- Bueno... Yo... Me gustaría quedarme pero... he quedado - dije, poniéndome en pie.
Lían me cogió de la muñeca.
- Siéntate, Rafa.
- De verdad, no puedo. Tengo prisa.
Me despedí de Nuria con una sonrisa forzada y tuve que dar un tirón para que Lían me soltara. Salí del bar. Lían me siguió.
- Deberías quedarte, Rafa. Nuria es una chica muy interesante.
- Me alegro. Pero en serio, Lían. No vengas a verme más. No serás bien recibido.
- Si le dieras una oportunidad verías que Nuria tiene mucho que contar. Lo ha pasado muy mal.
- ¿Quién se le ha muerto a ella? - pregunté, casi con desdén. Lían me estaba poniendo muy nervioso y no sabía muy bien por qué.
- No se le ha muerto nadie. Pero hace casi ocho meses un coche con dos ocupantes la atropelló en un paso de peatones y se dio a la fuga. ¿Te suena de algo? Ahora vas a entrar y te vas a sentar con nosotros y luego te vendrás conmigo a casa si no quieres que le cuente a Nuria que tú ibas en ese coche.
No voy a explicar lo que pasó por mi mente en ese momento. Baste decir que me doblé sobre mí mismo y vomité lo que había comido hacía horas y el cubata posterior en la misma puerta del bar.
Continuará...
Cinco hombres, cap. 1/2

LEER ESTE RELATO DESDE EL PRINCIPIO
La segunda cita con Román fue al día siguiente, después del trabajo. De aquella, yo trabajaba de ayudante de instalador de aire acondicionado. A las cuatro de la tarde ya estaba libre.
Román era dueño de una sucursal de una sonada fábrica de zapatos, y según me había dicho podía irse a la hora que le diera la gana. Habíamos quedado en el mismo bar en el que nos habíamos conocido horas antes.
Cuando me presenté, Román me esperaba en la puerta.
- ¿No vamos a entrar? - pregunté, tímido de pronto, sin decidirme a darle ni un apretón de manos.
- Nos vamos a mi casa.
- Buena idea.
- A dormir.
- ¿A dormir?
- Anoche no lo hicimos, y la gente se muere antes de sueño que de hambre.
- A dormir...
- Y no quiero morirme ahora que te he conocido.
Diciéndome cosas así, ¿cómo iba a negarme a que me llevara donde quisiera?
Montamos en su automóvil. Me pasé el trayecto poniendo y quitando sus cedés. No me gustaba nada de lo que llevaba en el coche. Seguro que si acabábamos liados tendríamos problemas con la música en los viajes.
Estaba histérico. Intentaba recuperar la confianza en mi mismo de la noche anterior y el vínculo que se había forjado entre nosotros tan aprisa y que me hacía sentir que conocía a Román desde hacía años, pero me dolía el estómago de puros nervios y conforme pasaban los minutos sin llegar a ningún destino me iba poniendo peor.
- ¿Estás nervioso? - preguntó, poniéndome la mano libre en la rodilla.
El contacto me hizo sentir un escalofrío.
- Quizá deberíamos dejarlo - dije, sorprendido de que aquello saliera de mi boca.
- ¿Quieres que te lleve a tu casa?
- No lo sé.
Román apartó la vista de la carretera un momento para estudiarme. Después sonrió y me di cuenta de que era ciertamente hermoso. Eso me puso aún más nervioso.
- ¿Sabes lo que te pasa? - dijo.
- ¿Qué me pasa?
- Que estás muerto de sueño.
- No es cierto.
- Ya verás cómo se te pasa el mal rato después de unas horas en mi cama.
Quise decir que estaba tan excitado por haberlo conocido que no creía que pudiera dormir en una semana (ni que lo necesitara), pero la imagen que acababa de ofrecerme Román me había dejado sin palabras. Unas horas en su cama... ¿De verdad pensaba que íbamos a dormir?
Continuará...
IR AL CAPÍTULO SIGUIENTE
Cinco hombres, cap. 1/1

Está bien. Te lo contaré. Pero no será fácil explicar cómo acabé reuniendo en aquel lugar sombrío a mis cinco hombres ni lo que sucedió a continuación.
Supongo que primero debería hablarte de Román, ya que fue el primero. Bueno, técnicamente el primero fue Marcel, durante el servicio militar, pero Román fue el primero de quien me enamoré. El primero de mis cinco hombres. Nos conocimos jugando al billar. Yo había salido con Julián y su novia. Pero no me lo presentaron ellos. Simplemente apareció y se ofreció a ser mi pareja de billar. Ganamos casi todas las partidas y cada vez que ganábamos, Román me daba un apretón de manos que duraba un poco más de lo natural. Estuve toda la noche pendiente de sus apretones, y, por extensión, de cada uno de sus movimientos. Me gustaba cómo se movía, su voz, pero sobre todo me gustaba cómo me miraba, como si compartiéramos un secreto. Y a lo mejor lo hacíamos.
La velada tocaba a su fin. Julián y Adela se despidieron y yo me quedé a hacer la última cerveza con Román. Jugamos otra partida, esta vez como oponentes, y creo que la verdadera seducción comenzó ahí, aunque no podía estar seguro de no estar imaginándomelo todo.
Pero la última partida se convirtió en otras diez, y el bar tenía que cerrar y nos echaron sin muchos miramientos, y lo acompañé a su coche con la esperanza de conseguir su teléfono y casi sin saber cómo conseguí mucho más que eso.
Condujo hasta la playa y aparcó en una zona alejada de farolas. La excusa era que queríamos acabar nuestra interesante conversación, la realidad, que nos atraíamos mutuamente con una intensidad abrumadora. Hablamos durante horas, desnudando el alma como sólo lo haríamos con un gran amigo de la infancia.
Román propuso, en cierto momento, que pasáramos atrás para estar más cómodos.
Al rato, mi cabeza descansaba en su pierna y sus manos acariciaban mi cabello.
Sorprendentemente, aquella primera noche no pasamos de ahí. No hubo besos, ni más contacto que sus manos jugando con mi pelo. Pero al despedirnos al amanecer, ambos sabíamos que volveríamos a vernos y que la próxima vez no seríamos capaces de soportar tan bien nuestra mutua cercanía.
Continuará...
(Este relato es de la casa)
Ir al siguiente capítulo
Idea de olla

La cosa esta que vas a leer es de la casa
Idea de olla
El sol se estaba poniendo. La playa estaba desierta.
Damián observaba el horizonte y respiraba del relajante aire del mar, esperando la idea. Necesitaba una idea.
El cielo, hacía apenas unos minutos despejado, se empezaba a encapotar.
Una idea. Una idea.
La soledad, la arena bajo sus pies descalzos, el olor a mar y el horizonte. Esa combinación siempre le funcionaba. Pero esta vez la idea se le escurría.
Dadme una idea.
Tan ensimismado estaba que casi no vio aparecer la cabeza. Cabello rizado negro, ojos grandes, piel morena. Conforme el hombre venía hacia él apareció su chaqueta sobre un jersey verde de lana. Pantalón de pana.
Un hombre vestido salía del mar. Caminaba. Salía del mar.
Damián lo observó con curiosidad, la mente en blanco. No pensó en que era extraño. No buscó el barco del cual podía haber caído. Sólo observó a aquel hombre salir del mar. Y sonreír.
Quietud. Dos hombres frente a frente. Más. Necesito más. Eso no basta. Dadme más.
El hombre vestido empezó a desnudarse. Damián no pensó que hacía las cosas al revés. Simplemente observó, la mente en blanco. El hombre tiró al suelo la chaqueta empapada y se quitó el jersey de lana. Damián observaba. El hombre se quitó la ceñida camiseta de algodón. Damián observaba. El hombre se deshizo del pantalón de pana. Damián observaba. Los zapatos, calcetines y el slip. Damián observó la desnudez del hombre, la mente en blanco.
Un hombre sale del mar completamente vestido y se desnuda. Dadme más. Necesito algo más.
El hombre se acercó a Damián y le ayudó a desprenderse de la corbata. Después le quitó la americana y la tiró en la arena. El cielo estaba completamente encapotado. En cualquier momento rompería a llover.
El hombre desnudo me desnuda. Dadme más.
El hombre lo ayudó a desprenderse de todo y se observaron, la mente en blanco.
El cuerpo de Damián reaccionó ante su propia desnudez y ante la desnudez del otro. Su miembro creció, creció dolorosamente. El hombre miró aquel miembro erecto. Lo miró con avidez.
El hombre me mira. El hombre me desea. Dadme más.
El hombre cayó a sus pies de rodillas y se introdujo su miembro erecto entre los labios. Y rompió a llover.
Damián gozó. El hombre gozó más. La lluvia caía sobre sus cuerpos desnudos, la mente en blanco. La boca del hombre abarcaba todo su miembro. Damián gozaba. El hombre más.
Damián empujó su miembro entre los labios del extraño, la mente en blanco. El hombre lo recibió. Damián gozaba. El hombre gozaba más.
Damián movía las caderas mientras le acariciaba los rizos, la mente en blanco. La boca del hombre lo acogía. Damián gozaba. El hombre más.
Damián gritó mientras se corría. Damián gozaba. Aquel hombre más.
El hombre recibe todo mi esperma. Lo saborea. Dadme más.
El hombre lo hizo acostarse sobre la arena y buscó con su duro miembro la entrada ardiente de su deseo.
Corín Tellado no. Dadme otra cosa, por favor.
Le dieron otra cosa. Le dieron una vara de carne que le perforó con embates de loco placer mientras la lluvia los mojaba, la mente en blanco. Diez, cien, mil veces.
El hombre lo atravesaba, la mente en blanco.
El hombre gozaba. Damián… más.
Otros Blogs de la casa
Tiarros +18

Tiarros

Ir a la lista de Relatos
Labels:
beach,
blogspot,
erotica,
gay anal,
gay gay,
hombres gay,
playa,
relatos eróticos
Subscribe to:
Posts (Atom)