Cuando ya no te esperaba, IX


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Cuando ya no te esperaba, IX


Quedé con Sergio al día siguiente. En un café, para evitar tentaciones.

Me sentía traicionado. No por Marcos, que al fin y al cabo solo había follado con Sergio, igual que yo, sino con el propio Sergio, por engañarme durante años, por decirme que me quería la noche que hicimos el amor en el parque y no tener reparos en tirarse después a mi marido, por jugar con mis sentimientos, los de Marcos, los de Marta y los del mundo en general, por estar enfermo, (porque lo de Sergio era enfermizo), y sobretodo por haberme arrebatado cualquier posibilidad de ser feliz… a su lado.

Cuando llegué al café, él ya estaba allí. No estaba solo, lo cual me hizo enfurecer. A su derecha se sentaba un chico de unos veinte años. Llevaba gafas de sol y aunque tenía pinta de chuloputas era bastante, bastante guapo. A su izquierda se sentaba un hombre de unos cuarenta, con el pelo entrecano, espaldas anchas y ropa inmaculada y formal, como si se hubiera escapado de una serie americana de abogados. Y sobretodo, un aura de depredador sexual que echaba para atrás.

- Luisito, siéntate -dijo Sergio al verme aparecer.

No me hizo ninguna gracia que me llamara así delante de desconocidos.
Luisito sonaba frágil y manejable.

- Te dije que quería hablar contigo -dije, en tono cortante. – Esperaba que hubieras entendido que quería hablar contigo a solas.

Sus acompañantes se sonrieron, y comprendí que eran tiburones, como Sergio. Ninguno hizo ademán de levantarse.

- Vamos, Luis. No seas maleducado. No conoces a estos hombres. Éste podría ser mi jefe y éste mi primo. Incluso podríamos venir ahora mismo de un entierro. No está bien echar así a la gente, ¿no te parece?

Se me revolvieron las tripas. Sergio jamás llegaría a imaginarse el daño que me estaba haciendo. O lo que es peor. Quizá lo sabía perfectamente.

Aún así había quedado con él para obtener respuestas. Quizá fuera el último capítulo de nuestra amistad, pero no quería irme sin saber la verdad. Así que me senté, dispuesto a hablar aunque aquellos dos (a quienes no había visto en mi vida) no hicieran el favor de dejarnos solos.

- Tenemos que hablar –volví a empezar.
- Hablemos.
- ¿No vas a presentarme a tus amigos?
- Por supuesto. Éste de aquí –dijo, señalando al más joven –se llama Daniel.
- Hola, Luisito –dijo Daniel.

Pese a llamarme Luisito no hubo burla en su voz.

- Y éste es Braulio. Y los dos se van dentro de unas horas a Barcelona, y ahora podríamos estar follando los tres, los cuatro, si te apuntaras, en lugar de estar perdiendo el tiempo en un café.

Aquello empezaba a resultar surrealista. Si me lo llegan a contar, no me lo creo.

- ¿Prefieres… follar a hablar con quien se supone que era tu mejor amigo?
- Prefiero follar a cualquier cosa, Luisito. Y empieza a resultar aburrido tener que repetirte las cosas tantas veces.

Ahora estaba claro que intentaba hacerme daño deliberadamente. Sin lugar a dudas, trataba de dar una estudiada “buena” impresión a aquellos dos imbéciles con los que estaba. Pero yo no pensaba seguirle el juego.

- Está bien –dije. - Hablemos.
- Perfecto.
- Como te dije por teléfono, Marcos me contó anoche que se acostó un par de veces contigo.
- ¿Un par de veces?
- ¿Cuando empezó eso?
- Hace tiempo. ¿Aprovechaste para decirle que tú también te acostaste conmigo?

Me quedé callado, mirándolo con todo el odio que fui capaz de reunir. No había podido decirle nada de eso a Marcos. A duras penas había conseguido que volviera a mirarme a los ojos. En el fondo sabía que si me sinceraba conseguiría que no se sintiera tan culpable, pero también podía acabar definitivamente con lo nuestro y no me había querido arriesgar. Casi amanecía cuando pactamos olvidarnos del asunto y no volver a ver a Sergio, y yo no solo no le había contado que yo también le había sido infiel sino que, además, ya estaba rompiendo esa reciente promesa.

- Así que no tuviste huevos, Luisito. Clásico.

Sabía que como siguiera hablándome así le acabaría estrellando una botella de cerveza contra la cabeza.

- ¿Cuándo empezó lo vuestro? –repetí. – No me has contestado. ¿Y desde cuando te has vuelto tan gilipollas?
- ¿A qué prefieres que te conteste?
- A lo primero.
- Bien. Empecé a follarme a Marcos hace dos años.

Fue como recibir una patada en la entrepierna. ¿Dos años? ¿Hacía dos años que Sergio y Marcos se acostaban?

Me vi obligado a reescribir los recuerdos de los últimos dos años, como en una película de viajes en el tiempo donde el protagonista hubiera cambiado una acción del pasado dando lugar a una realidad alternativa, a otro futuro.
Comprendí que por eso Marcos siempre estaba tan tenso cuando nos juntábamos los tres, no porque sospechara que Sergio y yo estábamos liados, sino porque temía que yo descubriera que lo estaban ellos dos. Qué desastre.

- ¿Por qué no te lo dijo? –me preguntó Sergio. – Si tuvo el coraje de sincerarse, ¿por qué no llegó hasta el final?
- Es complicado. A los que tenemos sentimientos nos cuesta más que a ti hacer daño a los demás.
- Entonces, ¿qué te contó exactamente?
- Que se acostó contigo un par de veces, ya te lo he dicho.
- ¿No te contó que intentó dejarme cada vez que se corría, pero que volvía a buscarme otra vez al día siguiente? ¿No te dijo que es el tío con el que más veces he estado? ¿No te contó que estuvo a punto de dejarte unas cuantas veces y que si no lo hizo fue porque yo no quería dejar a Marta? Creo que hablasteis poco.
- Y yo creo que estás bastante mal de la cabeza, Sergio. Y que lo sabes.
- ¿No te dijo nada más?
- ¿Qué tenía que decirme? –pregunté, convencido de que nada de lo que Sergio pudiera decir me iba a perturbar ya.
- Por ejemplo, te podría haber contado que Marta me abandonó porque nos encontró, a Marcos, tu estupendo marido, y a mí, jodiendo en la cocina.

La sorpresa me dejó sin respiración. Sergio sonrió de oreja a oreja, complacido por el efecto de sus palabras.

- Pedirle algo de beber. Lo necesita –les dijo a sus amigos.

Y se fue al baño.

Yo me quedé contemplando la mesa. No me atrevía a mirar a los dos desconocidos porque estaba seguro de que, o se estaban riendo de mí, o bien me tenían lástima.
Entonces Braulio, el de las canas, acercó su silla a la mía y me puso una mano en la rodilla.

- ¿Alguna vez has estado desnudo en un estrecho pasillo, con la luz justa para ver por donde vas, rodeado, bueno, quizá rodeado no, sitiado, cercado, envuelto por los cuerpos de más de setenta hombres, desnudos como tú, frotándose contra todo tu cuerpo, pegando sus miembros a tu trasero, acariciándote por todas partes, besando todo tu cuerpo? ¿Imaginas como es caer de rodillas en un lugar así, probar esas setenta pollas, lamer esos setenta culos, ser acariciado por ese mar de deliciosos cojones, ser atravesado por un miembro, y otro, de dos en dos, de tres en tres, tenerlos en la boca, en las entrañas, en las manos, por todas partes y a la vez? Tu amigo sabe lo que es. No solo lo ha hecho sino que la experiencia lo ha dejado tocado. El sexo reemplazó completamente todo lo demás. Tu amigo no sirve para nada, excepto para que tipos como nosotros nos lo follemos cinco veces en una tarde y aún así no comencemos ni a llenar el oscuro vacío que ha reemplazado a su alma. No pierdas ni un segundo más con él. Ve a por tu chico y sé feliz.

Mientras Braulio me soltaba aquello, haciéndome sentir el protagonista de una delirante película de Almodóvar, el otro había escrito algo en una servilleta del bar. Me la alargó.

- Aquí tienes mi número de móvil y mi email. Si necesitas hablar con alguien…

Cogí la servilleta aturdido. Después me puse de pie, me despedí de ambos con un gesto y salí de aquel café sabiendo que Sergio era ya un doloroso pasado, una parte de mi vida que me convenía olvidar.

Y lo intento. Lo sigo intentando con todas mis fuerzas.



The End


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