Cinco hombres, cap. 1/1
Está bien. Te lo contaré. Pero no será fácil explicar cómo acabé reuniendo en aquel lugar sombrío a mis cinco hombres ni lo que sucedió a continuación.
Supongo que primero debería hablarte de Román, ya que fue el primero. Bueno, técnicamente el primero fue Marcel, durante el servicio militar, pero Román fue el primero de quien me enamoré. El primero de mis cinco hombres. Nos conocimos jugando al billar. Yo había salido con Julián y su novia. Pero no me lo presentaron ellos. Simplemente apareció y se ofreció a ser mi pareja de billar. Ganamos casi todas las partidas y cada vez que ganábamos, Román me daba un apretón de manos que duraba un poco más de lo natural. Estuve toda la noche pendiente de sus apretones, y, por extensión, de cada uno de sus movimientos. Me gustaba cómo se movía, su voz, pero sobre todo me gustaba cómo me miraba, como si compartiéramos un secreto. Y a lo mejor lo hacíamos.
La velada tocaba a su fin. Julián y Adela se despidieron y yo me quedé a hacer la última cerveza con Román. Jugamos otra partida, esta vez como oponentes, y creo que la verdadera seducción comenzó ahí, aunque no podía estar seguro de no estar imaginándomelo todo.
Pero la última partida se convirtió en otras diez, y el bar tenía que cerrar y nos echaron sin muchos miramientos, y lo acompañé a su coche con la esperanza de conseguir su teléfono y casi sin saber cómo conseguí mucho más que eso.
Condujo hasta la playa y aparcó en una zona alejada de farolas. La excusa era que queríamos acabar nuestra interesante conversación, la realidad, que nos atraíamos mutuamente con una intensidad abrumadora. Hablamos durante horas, desnudando el alma como sólo lo haríamos con un gran amigo de la infancia.
Román propuso, en cierto momento, que pasáramos atrás para estar más cómodos.
Al rato, mi cabeza descansaba en su pierna y sus manos acariciaban mi cabello.
Sorprendentemente, aquella primera noche no pasamos de ahí. No hubo besos, ni más contacto que sus manos jugando con mi pelo. Pero al despedirnos al amanecer, ambos sabíamos que volveríamos a vernos y que la próxima vez no seríamos capaces de soportar tan bien nuestra mutua cercanía.
Continuará...
(Este relato es de la casa)
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