Cinco hombres, cap. 1/3



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Román me enseñó el piso rápidamente y luego me empujó sobre su cama.

- Ahora viene el momento en que me violas sin compasión - dije, esperanzado.
- Ahora viene el momento en que te quitas los zapatos y te echas un par de horas. O unas siete - repuso.
- ¿Tú que vas a hacer?


Por toda respuesta se quitó también los zapatos y se metió conmigo en la cama.


Dormimos vestidos pero abrazados y creo que tardé menos de un minuto en quedarme sobao.

Me desperté antes que él. Me levanté sin hacer ruido, cogí mi móvil de la mesita de noche y pasé al baño. Miré la hora. Eran las tres de la madrugada. Encontré su dentífrico y me lavé los dientes con un dedo. Después volví a la cama y empecé a besarle la barba y la comisura de los labios hasta que lo desperté.

-¿Qué haces? - preguntó.
- Adivina.

Mientras lo besaba le desabotoné la camisa. De pronto sus manos agarraron las mías, impidiéndome seguir. Intenté zafarme pero hasta que no me di por vencido no me soltó.

Nos quedamos los dos mirando al techo, con la única iluminación de la bombilla del baño, que yo había dejado encendida. La luz se colaba por la puerta entornada. Al cabo de un rato que se me hizo eterno, Román dijo:

- No puedes hacerlo.

No entendí a qué se refería. Era él quien me había parado los pies. Era él quien tenía un problema con aquello.

- No puedes hacerlo tú - contesté, molesto.

- No puedes quitarme la ropa- aclaró.

Claro que aquello no aclaraba nada.

- ¿Por qué no?
- Porque no.

Me quedé allí tirado, intentando imaginar un escenario que diera significado a aquello. ¿Acaso se había quemado el pecho de niño y no quería que viera la piel mal cicatrizada? No se me ocurría nada más. A no ser que se tratara de un juego sexual, cosa que había descartado por el tono de su voz.

Dado que mi avance había sido rechazado a la primera de cambio, comprenderás que no pensaba ser el que se arriesgara a hacer el siguiente movimiento.

Román tampoco lo hizo y al poco volvimos a quedarnos dormidos. O al menos yo lo hice.


No sé cuanto tiempo pasó pero me desperté con su falo en mi nariz. Román seguía con la ropa puesta pero se había sacado la polla por la cremallera abierta del pantalón y me la estaba paseando por la cara.

- Chúpamela - ordenó al ver que me había despertado. - Cómemela como un puto cerdo.

Estaba de rodillas en la cama, de hecho me estaba aplastando el brazo derecho con la rodilla, pero en lugar de quejarme me metí su rabo en la boca contento de que hubiera cambiado de opinión.

Su polla tenía un sabor fuerte, como si no se hubiera duchado en cuatro días, pero con un nabo de ese calibre en mi boca no me pareció el momento de ponerme remilgado. Comencé a mamar como me había pedido, como un verdadero cerdo, atragantándome con un mástil que no había esperado tan grande. Román me miraba con verdadera lujuria. Se la comí con ansia, llenándome los morros de carne, metiéndomela y sacándomela continuamente de entre los labios dejándosela completamente empapada, chupándole los huevos de vez en cuando, cuando veía que su respiración se aceleraba y temía que se corriese tan pronto. A veces Román me empujaba la cabeza contra su vara y me obligaba a tragarme su falo hasta el fondo. Entonces yo aspiraba profundamente y me deleitaba con el olor a macho y a guarro de sus genitales y la placentera sensación de saberme brutalmente empalado por ese hombre.

- Vamos, chupa, cabrón - dijo en determinado momento, y aquello pudo conmigo.

Así que me saqué la polla y empecé a hacerme un pajote brutal mientras seguía mamando a dos carrillos. Román, sorprendido de que aquello me hubiera excitado tanto, empezó a susurrar guarrerías mientras guiaba con las dos manos el movimiento de mi cabeza.

- Traga, traga polla. Ya veo que te gusta. Oh, sí, ya lo creo que te gusta. Eres un mamón de primera. Te voy a llenar esa puta boca de lefa. Uf. Qué bueno.

Me ensartaba la cabeza con su verga sin ningún tipo de escrúpulo. La saliva empezaba a derramarse por sus cojones.

- Te voy a romper la garganta a base de pollazos. No vas a poder hablar en una semana.

Y embestía, y yo me pajeaba fuera de mí y me atragantaba, muerto de placer.

- Me voy a correr. Te voy a ahogar con mi lefa. Y vas a tragártelo todo.

Asentí, recibiendo más polla y acercándome peligrosamente al orgasmo.

- Chupa, chupa. Oh, cómo tragas. Eres una verdadera puta. Dios, qué bueno. Qué boca.

Cada vez arremetía más duro, más rápido, más profundo. Estaba a punto de correrse. Yo disparé el primer trallazo de esperma sobre la cama, incapaz de controlarme más.

Mientras me corría escuchaba su voz, que subía de intensidad.

- Sí, síííí. Traga polla. Sigue. Sigue. Me voy a correr. ¿Quieres mi leche? Te voy a llenar la boca entera de lefa. Traga. Traga. Me corro. Me corro. Me corroooooo.

Tal y como había prometido empezó a descargarme una corrida monumental entre los labios. Su semen caliente salía a borbotones, y él seguía follándome la boca como un buen hijo de puta. Empecé a tragar lefa porque tenía la boca bien llena y aquel surtidor no tenía visos de parar.

- Oh, sí,, Oh, síííííí. Qué grande. Qué grande. Uffff. Eres... Eres grande...

Román me sacó la polla de la boca cuando ya había perdido del todo la erección y se tumbó a mi lado, totalmente agotado.

Permanecimos en silencio algunos minutos. Yo estaba como en el cielo. Había sido un primer encuentro perfecto. Ya ni me acordaba de lo que había pasado antes de aquella espectacular lechada. Era, por un instante, alguien absoluta y absurdamente feliz.

Al rato me di cuenta de que Román estaba murmurando algo, como una letanía. Me pregunté si se habría quedado dormido y si acaso hablaba en sueños. Me incorporé sobre un codo y lo miré. Estaba despierto. Sus ojos permanecían abiertos y clavados en el techo. Su boca se movía.

Cuando al fin escuché lo que Román estaba diciendo quise morirme allí mismo. Porque lo que Román repetía incansablemente, como un mantra o una oración, era algo que no olvidaría en toda mi vida:

" Qué asco, qué asco, qué asco..."



Continuará...