La muerte nos sienta tan bien... IV
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La muerte nos sienta tan bien... IV
Cuando llamaron a la puerta tuve un mal presentimiento y sin embargo no eché la cadena antes de abrir. Culpa mía. Me quedé con un palmo de narices cuando me encontré a Lían en el umbral.
- ¿Qué haces aquí? - pregunté, sin preocuparme por suavizar el tono. - ¿Cómo sabes dónde vivo?
- Preguntando se llega a todas partes. Déjame pasar.
- Ni hablar - traté de cerrar pero sujetó la puerta con fuerza.
- Rafa, hay algo llamado presunción de inocencia.
- Lo siento. Pero no me fío. Vete, por favor.
- Yo amaba a Néstor. Jamás le habría hecho daño.
- Vete, Lían.
- Mira. Estaré en el bar de abajo. Te esperaré una hora. Concédeme el beneficio de la duda. Una conversación. Prometo no matarte. Por lo menos no hoy.
Cerré sin haberle contestado y bastante seguro de que no iba a concederle lo que me pedía.
De todas formas tenía que informar de su visita.
Llámame a cualquier hora, había dicho Juancho. Si cualquiera de ellos se pone en contacto contigo, llámame.
Cogí el móvil y busqué su número. Le di a llamar. Tardó un rato en cogerlo.
- Rafael - dijo. - Me has pillado con la polla en la mano.
- Puedo llamar en otro momento - contesté, sin acostumbrarme todavía a sus continuas alusiones al sexo en todas sus formas.
- No, no. Ya me la he guardado. Estaba meando.
- Ah. Bien.
- ¿Alguna novedad?
- Lían ha venido a mi casa.
- ¿Cuándo?
- Hace dos minutos. No le he dejado entrar.
- ¿Qué quería?
- Hablar. Dice que me esperará una hora en el bar de abajo.
- ¿Te ha dicho de qué quiere hablar?
- Supongo que de su inocencia.
- Sabes que no es inocente.
- Sólo sé lo que tú me has contado.
- No puedo decirte mucho más. Si no fue él directamente, alguien lo hizo por él. Pero está en el ajo, eso seguro. Tengo ganas de verte. ¿Quieres que me pase por tu casa esta noche?
Sí, por favor, pensé. Pero me hice de rogar.
- ¿Qué hago con Lían?
- Baja a hablar con él. Pero sé discreto. Y no lo acompañes a ningún sitio. Que haya siempre gente alrededor. Esta noche me cuentas.
Juancho ya había decidido que se pasaría a verme. No había más que hablar.
Colgué y me fui a darme un baño. Necesitaba unos minutos para planear una estrategia antes de enfrentarme a Lían.
Pero mientras me relajaba en la bañera no pude pensar en nadie más que en Juancho. En sus ojos azules, en su hoyuelo, en su cuerpo duro y en su duro miembro follándome contra la pared de aquel lavabo, hacía ahora una semana.
Me hice una paja reviviendo aquellas sensaciones pero no quise correrme. Lían me esperaba en el bar y también me esperaba un encuentro mucho más interesante un poco más tarde, con el Juancho de carne y hueso, no con su recuerdo. Por fin.
Lo de Juancho no tenía nombre. Era para darle de comer a parte.
El día que lo conocí estaba comprando algo para cenar en el mercadona de mi barrio. Habían pasado unos días desde que apareciera el cuerpo de Néstor acuchillado en un descampado y yo no pensaba precisamente en mantener encuentros sexuales, dado mi reciente historial (mi novio se había ahorcado; Néstor, que me había dado por culo la noche de la política de luces encendidas, había sido asesinado horas después, y Lían, que me había hecho un mamadón en su cocina, podía ser el asesino). La verdad es que no estaba para muchos polvos.
Y entonces apareció Juancho y me rompió todos los esquemas.
Empecé a olerme que podía estar interesado en mí al cruzármelo por cinco pasillos distintos. Llevaba una de esas cestas verdes pero por muchos pasillos que visitara no echaba ningún producto en la cesta. Y estaba demasiado bueno como para pasarme desapercibido, con una camisa a cuadros tipo leñador que dejaba a la vista unos brazacos increíbles, piel bronceada, pelo castaño, ojos azules y una media sonrisa permanente con hoyuelo incluido. Era un imponente ejemplar de macho. Un tiarro. Y parecía interesado en cruzarse conmigo. Ya nos habíamos mirado no sé cuántas veces y decidí que a la siguiente le diría algo, lo que fuera. Pero ya no nos cruzamos más.
Temiendo que por fin hubiera echado unas morcillas, o unos pepinos, o una gorda sobrasada o cualquier otra cosa de aspecto fálico en la cesta y estuviera ya en la línea de cajas con intención de abandonar en breve el supermercado, corrí a buscarlo. Y lo encontré delante de los sacos de tres kilos de patatas (llenas de tierra) haciendo ver que le costaba decidirse por un saco en particular.
Se había percatado de mi presencia. No me cupo ninguna duda cuando se arrimó a las cajas que hacían las veces de estantes y, presuntamente para llegar a uno de los sacos más alejados de sus manos, colocó el paquetón encima del borde. El vaquero, ceñido, le hacía un bultaco de lo más apetecible, y que lo mantuviera ahí, sobre el borde de la caja, como para exponerlo sólo para mí (y para cualquiera que pasara por ahí) me dio un calentón que pa qué.
Lo seguí después por todo el supermercado. El tío no paraba de restregar paquete por donde podía y yo no me perdía detalle. En ningún momento se tocó la zona con las manos pero las miradas que me lanzaba y el tamaño de su bulto, que iba creciendo a cada parada y cada restregón con estantería o nevera, me indicaban que quería tema.
Al final llegó a la línea de cajas con un paquete de chicles y un empalme más que notable. Me puse en su misma caja. La cajera le cobró los chicles. Luego empezó a pasar mis cosas por el lector. Juancho (aunque yo aún no sabía su nombre) esperó sin moverse a que la cajera metiera mi compra en las bolsas y yo pagara. Yo sonreía. Había ligado en el súper. Es algo que nunca antes me había pasado.
El supermercado estaba a diez metros de mi casa pero me metí en el ascensor con aquel tío bueno como si me esperara mi coche en el parking. Una vez abajo fuimos directos al baño.
Estaba vacío, tanto la parte de los urinarios como el cuartito del water, que es donde nos metimos, aprovechando que tiene una puerta de verdad y tendríamos intimidad absoluta.
Dejé las bolsas en un rincón, aunque no había mucho espacio, y al darme la vuelta me encontré con el cuerpo del tiarro. Sus brazos me rodearon, me envolvieron, y yo me derretí. Busqué el contacto de cada centímetro de mi piel con su cuerpo. Era bastante más alto que yo. Así, abrazados, mi cabeza quedaba por debajo de su barbilla. Era cómodo, me sentía como cuanto de crío abrazaba a mi tío Leo. Sólo que mi tío Leo nunca había añadido a la ecuación erección alguna.
Encima descubrí que Juancho tenía un olor corporal que me fascinaba, una mezcla a colonia y sudor que despertó todos mis instintos sexuales.
No sé el tiempo que estuvimos aferrados, restregando nuestros cuerpos, nuestros paquetes. Tampoco sé cuándo exactamente Juancho empezó a hablar, pero lo cierto es que una vez que lo hizo ya no paró.
- No sabes las ganas que te tenía. Llevaba días esperando esto. Tienes algo que me provoca una reacción inmediata. Toca - me llevó la mano a su entrepierna. - ¿Ves cómo me pones? Soy de trempera fácil, pero esto no tiene nombre. Me he pasado los días empalmado, pensando en ti, imaginando el momento en que te abordaría. ¿Te gusta mamar?
Afirmé con la cabeza, intentando recordar si había visto antes a aquel macho. Por lo que decía, él ya me había echado el ojo a mí hacía días. A no ser que fuera un psicópata o tuviera aquel rollo memorizado y se lo soltara a todas sus conquistas.
- Siéntate - bajó la tapa del retrete por mí. - Vas a ver qué polla gasto. Se te va a hacer la boca agua. - Hablaba en susurros. Por lo general que los tíos a los que se la voy a chupar tengan incontinencia verbal me corta un poco el rollo pero en éste me estaba gustando.
Me senté y miré como se abría los pantalones mientras le escuchaba cantar las alabanzas de su verga.
- Te va a encantar, ya verás. Tengo un rabo espectacular. Andrés enloquecía cuando me la mamaba. Andrés fue mi último novio. También es mi compañero. Ahora está con una tía pero a veces todavía me la mama en los baños de la comisaría. Por los viejos tiempos.
En este punto ya se había sacado la polla. No había exagerado nada, era una preciosidad de verga. Se me hizo la boca agua. Supongo que también contribuía a mi excitación el hecho de que una de mis fantasías fuera liarme con un policía.
Le bajé los pantalones hasta los tobillos. Le cogí la polla, le sopesé los huevos con la otra mano. Tenía unos cojones cojonudos.
- Abre la boca. - Recogió una gota de líquido preseminal de su glande con el dedo índice y me lo pasó por el labio inferior. Lo miré a los ojos y le chupé el dedo con lascivia.
- Uff. Qué boca. Vamos. Hazme un mamadón.
Empujó las caderas hacia mí plantándome el cipote bajo la nariz. No me hice de rogar. Me metí aquella verga grande, dura, caliente y palpitante entre los labios y me supo a gloria bendita.
Mientras se la empezaba a mamar él me acariciaba el pelo, la cara, bajaba las manos por mi espalda... Parecía un tío cariñoso.
- Te gusta, ¿eh? ¿A que tengo un buen rabo?
Me hacía gracia que un poli tan bien formado y dotado necesitara que le reafirmara su valía cada dos por tres, pero no me costaba nada afirmar con la cabeza cuando me preguntaba, dado que realmente era un buen vergajo el que se gastaba y yo estaba disfrutando de lo lindo.
Al cabo de un rato de mamar verga alguien entró en el baño. Juancho me sacó el manubrio de la boca, sujetó la manilla (la puerta no tenía pestillo) y pegó la oreja a la puerta. Yo aproveché la pausa para ponerme de pie y bajarme los pantalones. Mi polla requería también algo de atención. Cuando lo hube hecho me arrodillé en el suelo (me resulta más cómodo mamar de rodillas que sentado en un water) y volví a amorrarme a su tranca mientras él seguía escuchando.
- Está meando - dijo en voz baja.
- Que le aproveche - dije yo, preguntándome si el poli me había salido tímido o qué.
Él siguió sujetando firmemente el picaporte, no fuera a abrir la puerta de golpe el intruso, pero volvió poco a poco a meterse en faena.
Mientras no se perdía detalle de las evoluciones de mi boca sobre su falo se desabotonó la camisa de leñador y empezó a tocarse el pecho. Yo me pajeaba despacio mientras saboreaba aquel pedazo rabo, aquel manjar de dioses.
Con la mano libre le cogía la polla por la base mientras engullía rabo o le palpaba los cojones. En algún momento Juancho dejó de preocuparse por los hombres que entraban a mear y empezó a guiarme la cabeza sobre su mástil.
- Oh, Dios - decía. - Qué boca tienes, cabrón. Qué gusto. Qué buena mamada. Qué buena...
Y yo me aplicaba más, si cabe.
Cuando vio que yo empezaba a perder el control, que aceleraba mi pajote y la mamada, me retiró el caramelo.
- No puedes correrte todavía. - Me gustó que fuera una orden, no un ruego. - Quiero darte por el culo. ¿Te gusta que te den por culo?
- Aunque no me gustara me dejaría follar por ti igual - contesté.
Aquello le gustó. Y creo que supo que lo decía bien en serio. Aquel poli era adorable. Me tocaba de una forma que me bajaba todas las defensas.
Vi que había aparecido un condón en su mano derecha. Debía llevarlo en el bolsillo de la camisa. Poli preparado. Claro que si llevaba días observándome es lógico que viniera preparado para la ocasión. Le puse yo el condón y luego me puse en pie y apoyé las manos en las frías baldosas de la pared, ofreciéndole mi culo.
Él se arrodilló con intención de lamerme el agujero pero le pedí que me follara directamente. Estaba preparado. Me llené los dedos de saliva y me la esparcí por el ano. Él se pegó a mi espalda, me besó el cuello, lo cual me puso todo el vello del cuerpo de punta, y arrimó su estaca a las cachas de mi trasero. Fue fabuloso sentirla contra mi piel. En un principio no me penetraba, sólo me aplastaba con su cuerpo contra la pared, lo cual me hacía sentir en el cielo, y me llenaba toda la raja del culo de polla dura. Me besaba el cuello, la oreja, y me hacía temblar entero.
Pero luego, poco a poco, dejó de restregarme la verga y empezó a buscar la entrada, y yo apreté el ojete contra la cabeza de su miembro para facilitarle el acceso, y pronto estuvo bien dentro. Mi tiarro la mantuvo quieta en lo más profundo de mi ser, para que me acostumbrara a su tamaño, pero yo quería que me follara vivo, ya me acostumbraría por el camino. Empujé hacia atrás las caderas para sentirla más dentro y Juancho empezó a moverse dentro de mí en vista de que la recibía entera sin una sola queja. Mientras recibía sus pollazos, cada vez más duro, y Juancho me mantenía fuertemente enganchado, me puse a machacármela a toda ostia. Otras veces me habían follado trancas no tan grandes como aquella y había perdido la erección, pero Juancho me había calentado bien y estaba disfrutando de la follada como pocas veces en mi vida. Por lo general me consideraba a mí mismo más activo que pasivo, pero con el amante adecuado se deshacen todas las etiquetas. No podía haber nada mejor en este mundo que sentir las arremetidas de aquel policía caído del cielo llenándome de polla.
Mi corrida contra los azulejos del baño del mercadona fue monumental. Me corrí mucho antes que Juancho y cuando ya no me quedaba más leche que echar me seguía corriendo con sus envites. Perdí toda la fuerza y si Juancho no me hubiera tenido bien atado a su cuerpo hubiera ido al suelo. Pero valió la pena. Los cinco minutos que pasaron entre mi corrida y la suya se me fue del todo la pelota. No podía pensar, sentía el frío de las baldosas ahí donde mi piel entraba en contacto con ellas y el cuerpo caliente de Juancho, piel con piel, en íntimo contacto con el resto de mi ser, y esas sensaciones eran lo único que existía. Gozaba con cada átomo. No me di cuenta de que mis labios llevaban minutos murmurando fóllame, fóllame, fóllame, ni de que se me caía la baba en regueros.
Volví a la realidad cuando noté que Juancho me abrazaba más fuerte y paró todo movimiento.
Se corrió dentro de mí, en absoluto silencio. En realidad llevaba un buen rato sin decir esta boca es mía, raro en él, por lo que había visto. Permaneció inmóvil descargando la lefa, la verga ensartada hasta lo más profundo de mi ser, resollando en mi cuello. Me sentí fantástico. Era fabuloso poder proporcionar tanto placer a otra persona.
Descansó unos minutos, sin sacármela, sin movernos. Yo estaba en la gloria. Finalmente me sacó despacio la polla e hizo un nudo al condón. Yo me senté en el water, me temblaban las piernas.
- ¿Te ha gustado, bonito? - preguntó.
Tuve que reírme. Jamás me habían llamado bonito.
- Me ha encantao. Repetiría ahora mismo.
- ¿Puedo invitarte a cenar?
- Por supuesto. Por cierto... ¿Cómo te llamas?
...
Juancho me acompañó a casa para que pudiera dejar la compra. Le pregunté si quería darse una ducha pero reclinó. Dijo estar muerto de hambre. Me llevó a cenar a un chino.
Por el camino (fuimos a pata) pensé que podía enamorarme perfectamente de él. Había sentido durante nuestro encuentro muchas más cosas de las que despertaba en mí el mero sexo. Pero comprendía que no podía empezar la casa por el tejado. Yo no conocía a Juancho de nada. Él a mí sí. Me había investigado.
Durante la cena puso las cartas sobre la mesa. Llevaba unos días vigilándome. Estaba investigando el asesinato de Néstor y trataba de discernir si yo formaba parte del extraño club de viudos que había fundado Lían o era sólo un desafortunado invitado.
Me hizo muchísimas preguntas, grabando mis respuestas con su iPhone. Le interesaba sobretodo cómo había acabado en aquella casa y el episodio con Néstor.
- ¿Lían os pilló follando?
- Cuando terminamos, Lían estaba en la puerta. No sé cuánto vio pero nos vio, porque al día siguiente echó a Néstor de casa. Bueno, espera. No dijo que lo echara. Creo que dijo que habían acordado entre los dos que era mejor que se fuera.
- Lían fue el último que lo vio con vida. En su declaración dijo que se despidieron en la puerta del piso y que unos minutos después pasó por la habitación donde dormías y vio que te habías despertado. Te invitó a desayunar, te explicó que Néstor se había ido y luego te hizo una mamada.
- Parece que no se dejó nada. Oye. ¿Esto lo hacéis siempre así?
- ¿El qué?
- Los interrogatorios.
- ¿Así, cómo? ¿Cenando después de un polvazo? Yo, siempre que puedo. La vida debería ser siempre así. Pero en realidad tienes razón. Estas preguntas debería hacértelas en comisaría y tú tendrías que tener un abogado. Pero he decidido ahorrarte el mal rato, porque acabas de perder a tu pareja, porque yo llevo esta investigación y creo que no estás involucrado en el asesinato y... porque me gustas.
Qué majo era.
- ¿No te pareció extraño que Lían se enfadara con Néstor hasta el punto de echarlo de casa pero que a ti te hiciera una mamada?
- En el contexto, cuando él me lo explicó, no me pareció extraño. Casi no conozco a Lían, no sé cómo suele reaccionar, si es celoso o una buena polla delante de la nariz le basta para perdonar y olvidar.
- No puedo grabarte diciendo cosas como esas.
- Tu pregunta incluía la palabra mamada y la anterior, follada. No hago más que contestar con absoluto rigor a sus preguntas, mi capitán.
- Te confieso que este caso me está dejando muchas noches con un dolor de huevos bestial. Menuda semanita.
- ¿Te has follado a muchos testigos?
- ¿Qué dices? Tú has sido el primero.
No añadió nada más, dejando abiertas futuras posibilidades. Sentí unos preocupantes y prematuros celos.
Me contó muchas cosas también muy preocupantes sobre el grupo de Lían. Llegué a intuir que no era la primera muerte relacionada con ellos que quedaba sin resolver. Me alegré de haberlos sacado de mi vida la misma noche en que me enteré de la muerte de Néstor.
Tampoco fue muy claro a este respecto pero me pareció entender que tenían un hombre infiltrado en el club de Lían. Juan A Secas, que era el que más me atraía de los amigos de Lían, era el que más papeletas tenía de ser poli. No le pregunté nada más a Juancho para no meterlo en apuros, pero sabía que si hubiera querido se lo hubiera sonsacado. ¡El tío hablaba por los codos!
Después de cenar Juancho me llevó a un pub súper oscuro donde nos metimos mano hasta las tantas. Cuando me acompañó a casa aquella noche y nos despedimos, con la promesa (por su parte) de llamarme pronto para ver cómo me iban las cosas, y con la petición de que lo llamara yo si alguno del club se ponía en contacto conmigo, me quedé con la sensación de que nuestro encuentro había significado más para mí que para él.
Toda su conversación giraba en torno al sexo, una y otra vez. No paraba nunca de hablar de su polla (y de tocársela). Para un día había estado bien pero sabía que si lo veía más veces acabaría saturándome.
Pero mientras me sobaba lánguidamente la polla en la bañera, una semana después de aquel encuentro, ya se me había olvidado esa sensación. De hecho, me parecía fantástico que cada vez que me cogía el teléfono me dijera cuarenta cerdadas. Me ponía cachondo. Juancho era uno de esos hombres que en realidad seguían siendo niños y disfrutaban siempre del sexo como si lo acabaran de descubrir.
Pensé que quizá hacían falta más hombres como él. Sea como fuere, me moría de ganas de verlo otra vez.
Pero antes... Lían me esperaba en el bar de abajo, y Juancho me había pedido que hablara con él. No me quedaba más remedio que vestirme y bajar.
En qué mala hora.
Continuará...
En el último minuto
Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.
En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.
Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.
El chico se montó, agradecido.
- Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
- ¿Quieres que suba la calefacción?
- Sí, por favor.
No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.
- ¿Cómo te llamas? - pregunté.
- Líber.
- ¿Líder? - aquello parecía un mote.
- No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
- No lo había escuchado nunca.
- Significa "el que derrama abundancia".
- Me gusta. Lo de derramar suena bien.
No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.
- ¿Y usted? ¿Cómo se llama?
- Como quieras menos de usted.
- Okey. Lo siento.
- Me llamo Plinio. - Le tendí la mano.
-¿En serio?
- No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa "el que folla poco".
Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.
- Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? - no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
- No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.
Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.
-¿Aún esperas que aparezca?
- No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
- Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.
- Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
- Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.
Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:
- Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.
La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.
Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de "buscar siguiente" y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba. Escuché la canción entera, no fuera a ser Líber un buen cristiano y le molestara que cambiara de cadena, pero cuando empezó la siguiente canción, después de una cuña de autopromoción de Radio Mariana, Líber dijo:
- ¿Eres cura o algo así?
- ¡No, por Dios!
- Pues quita eso.
Cambié de emisora hasta encontrar una que no me juzgara.
- No podría ser cura ni aunque quisiera -aventuré.
- ¿Por?
- Peco demasiado.
- ¿Más que los propios curas? No lo creo.
- Seguramente más que los propios curas.
- ¿Has matado a alguien?
- Quizá de aburrimiento.
- Pues entonces puedes ordenarte mañana mismo. Si quieres te acompaño a la diócesis.
- ¿Qué es eso?
- Ni idea.
Guardamos silencio otra vez después de la tontería ésta. Pero se me antojó que podía llevar a Líber a mi terreno partiendo de lo que habíamos hablado.
- En realidad, si tuviera que confesar mis últimos pecados, el cura que me escuchase me tiraría a patadas de la Iglesia.
Miré a Líber de reojo a ver si picaba el anzuelo. Él suspiró sonoramente.
- Está bien. Suéltalo - dijo.
- ¿Que suelte qué?
- Se nota a la legua que vas más salido que el pico de una plancha. Y que quieres confesar algo de carácter sexual con la esperanza de ponerme caliente y que te acabe comiendo la polla.
- Joder. Mira que soy transparente.
- Coño, ¿he acertado?
- Has dado en tol puto clavo.
- Joder. Lo siento.
- ¿Que lo sientes? ¿Qué sientes?
- Sólo quería descolocarte. No esperaba tener razón.
- Pues la tienes.
Pausa de los dos.
- Pues vamos. Juega tus cartas - dijo después Líber.
- ¿Ein?
- Que me cuentes lo que ibas a contarme y yo decidiré si vale por una mamada.
- ¿Va en serio?
- Seguramente no, pero me estás llevando a mi casa. Lo mínimo que puedo hacer es escucharte.
- Visto así... De todas formas no te voy a contar nada.
- ¿Y eso?
- Porque el motivo de que te hubiera contado algo pervertido y con un alto índice homoerótico hubiera sido el llevarte a una posición en que te plantearas la posibilidad de comerme la polla, y a ese punto has llegado tú solito.
- ¿Estoy en ese punto?
- Justo en ese punto. Has dicho que te cuente lo que iba a contarte y que entonces decidirás si lo que te cuente vale por una mamada. Eso no es un no de entrada.
- Pero luego he dicho que bromeaba.
- ¿Lo has dicho?
- Creo que sí.
- Puede que sí, pero no categóricamente.
- ¿Quieres que me niegue categóricamente a mamártela?
- No. Claro que no. Perdería toda la gracia. Pero lo de que me la mames es secundario. Preferiría mamártela yo.
- ¿Sí?
- Sin dudarlo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
- No entiendo qué placer puedes obtener tú comiéndote mi polla.
- ¿No tienes amigos gays? Esa es la primera pregunta que cualquier amigo gay te habría resuelto en primer lugar.
- Tengo amigos gays. Pero nunca me he parado a pensar... Es decir. Siempre he dado por supuesto que un gay se la mama a otro para que luego ese otro se la chupe a él. ¿No funciona así?
- Mmm... No. Esto debería ser fácil de explicar pero debería ser aún más fácil de entender. A ti te atraen las tías, ¿cierto?
- Categóricamente.
- Piensa en una chica que te guste. (Ahora mismo tu novia no nos vale). Piensa en alguna antigua novia. Imagina que aún estás con ella. Te atrae su olor, el color de sus cabellos, sus labios, sus pechos, su mirada, su trasero. Reaccionas ante la cercanía de esa chica que te atrae. Dime que sí o perderé la fe en el hombre hetero.
- Sí, por supuesto. Las tías me ponen como una moto.
- Bien. Todas esas sensaciones placenteras que te provocan las mujeres, ¿sólo cobran sentido cuando una de ellas se mete tu polla en la boca?
- No, claro. De hecho mi novia nunca me la ha comido.
- Pues ahí lo tienes. La atracción por sí sola basta para que estar con una chica valga la pena. Todas esas cosas que sientes y que pueden estar más o menos relacionadas con el sexo puro y duro, la atracción que hace que te sientas cercano a una chica, que se te vaya la cabeza por ella, pensando en su voz o en su risa, todas esas cosas que pueden llevar a que te enamores de una persona, el propio juego de la seducción... yo lo pongo en marcha, mi cuerpo lo pone en marcha, con la cercanía de otro hombre. Un hombre que me atraiga, evidentemente. Igual que para ti debe de ser la ostia magrearle las tetas a una chica, meterle mano o, en un plano menos sexual, besarla en los labios, a mí me llena de placer tocar el pecho de un tío, besar su barba de tres días, lamerle los labios y, por supuesto, comerle la polla, los cojones y todo lo que tenga al abasto... Es algo tan excitante (y no hablo sólo de la excitación de una erección, sino de la que te recorre el cuerpo entero en oleadas) que tener la verga del tío que te gusta a la altura de tu nariz, olerla, tocarla e introducirla en tu boca y sentir cómo su cuerpo se estremece, en definitiva, practicar una felación como Dios manda, es superior en casi todos los aspectos a que te la practiquen a ti.
- ¿Y eso les pasa a todos los maricones o sólo a los pasivos?
- Yo juraría que a todos pero sólo conozco realmente bien a un maricón. Yo mismo. Pero para mí, la definición, lo que hace que nos etiquetemos como una cosa u otra (ahora hablo de heteros o homos) es hacia qué sexo está orientada nuestra respuesta física y emocional, qué sexo es el que nos mueve los sentimientos y las entrañas, la mente y el corazón. En el caso hetero, el contrario, en el caso homo, el mismo. No hay mucho más que entender al respecto.
- Te faltarían los bi.
- Bueno, está claro, ¿no? A los bi todo eso se lo mueve ambos sexos.
- La verdad es que sigo flipando. Que alguien diga que le gusta más hacer una mamada que que se la hagan me rompe todos los esquemas mentales.
- Es lo que hay. De todas formas contigo no creo que hiciera ni una cosa ni la otra.
- ¿Y eso?
- Eres demasiado mono. Me contentaría con acariciarte y verte dormir.
- Creo que hay confianza para una mamada rápida pero no para lo que acabas de exponer.
- Joder. ¿Significa eso que podría haber mamada?
Líber miró hacia atrás.
- Supongo que todos esos muebles se guardan y queda una cama cojonuda.
- Una bien grande.
- No sé... La verdad es que no me imagino ahí atrás contigo, dándolo todo.
- ¿Y porqué te lo planteas siquiera? Con cada insinuación a que puede pasar algo me da un vuelco el corazón y una sacudida la polla.
- Supongo que es la noche perfecta para dejar que un hombre me coma la polla.
- No seré yo quien rebata eso.
- Pero estaría más cómodo si me pagaras.
- Repite eso.
- No sé si me va a gustar. Puede que salga traumatizado. Pero si me voy con cien euros en el bolsillo podré soportarlo.
- Joder. Cien euros. Pues a mí seguramente se me cortaría el rollo si hubiera dinero de por medio.
- Pues no te queda más remedio. Acabo de decidir que ese es mi precio. Cien euros y me chupas todo lo que quieras menos la boca. Pero si resulta que me gusta y te acabo chupando yo a ti la polla, subimos a doscientos.
- Eso no tiene ni pies ni cabeza.
- Son las reglas. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.
- No llevo ese dinero encima.
- En el pueblo tenemos cajeros.
- ¿Tengo tiempo para pensármelo?
- Dos minutos.
- ¿Habías hecho esto alguna vez?
- ¿Me preguntas si soy puto?
- O policía o algo así.
- Ni puto ni policía. Soy estudiante. La vida está muy mala, me he peleado con mi novia y me apetece que me hagan una mamada y ganarme de paso unos euros.
- Cien o doscientos, según lo que al final se te antoje a ti hacer.
- Exacto.
- Cuanto más te alejes de tu ideal de la heterosexualidad más me cobrarás a mí.
- Básicamente. ¿Te decides? Se te acaba el tiempo.
- Sabes que puedo encontrar sexo gratis en cualquier sitio, desde centros comerciales hasta vías de servicio.
- ¿Eso es que no?
- Joder. No.
- Decídete.
- Está bien.
- ¿Sí? ¿Lo hacemos?
- Sí.
- ¿Bajo mis condiciones?
- Un trato es un trato.
- Bien. Un poco más adelante hay un buen sitio donde puedes aparcar.
Bueno. Como os decía antes era una mala hora para coger autoestopistas pero al parecer era una buena hora para pegar un polvo... aunque fuera pagando.
El caso es que, cuando estaba aminorando para aparcar donde me decía Líber, aparecieron dos faros en la lejanía. Iba a ser el primer coche con el que nos cruzábamos desde que lo había recogido. Miré al chico. Tenía la vista clavada en las luces que se acercaban.
- ¿Crees que es tu novia? - pregunté, bastante fastidiado.
- Seguro que lo es.
Durante unos segundos el tiempo pareció detenerse. Pude ver la lucha en el rostro de Líber. El coche se acercaba. Llevábamos las luces de la cabina encendidas. Las había encendido al recoger a Líber y así seguían (me había parecido prudente ver a quién dejaba subir a mi vehículo, y luego ya no las había apagado porque me ponía caliente ver sus reacciones y porque el chico estaba buenísimo). Ahora eso jugaba en mi contra. La novia de Líber lo andaba buscando, no se perdería detalle de cualquier vehículo con el que se cruzara. Además, casi nos habíamos detenido porque habíamos llegado al lugar elegido para consumar nuestro pacto.
Líber seguía mirando fijamente la carretera, las luces de la cabina de mi caravana seguían encendidas. El coche estaba tan cerca que su novia ya lo habría reconocido. Era de madrugada, el interior de mi cabina y los faros de ambos vehículos eran la única iluminación en la zona.
Se me acababa de ir el polvo de la noche a tomar por culo.
De pronto Líber se quitó el cinturón y se hizo un ovillo a los pies de su asiento y yo, que no había apagado las luces porque pensaba que el chico se iría a casa con su novia, las apagué al instante.
El coche se cruzó con nosotros, aminorando. A la luz de su salpicadero reconocí el rostro de una muchacha. Me pareció que me miraba con el ceño fruncido. Al segundo siguiente ya había pasado de largo. La seguí por el retrovisor. Aceleraba. Se alejaba. No iba a parar.
Ojalá no se le ocurra dar la vuelta, pensé.
Metí la caravana por el camino de tierra que, supuse, era el que Líber consideraba adecuado para no ser sorprendidos, y me alejé lo suficiente de la carretera como para conservar una total intimidad en caso de que la novia regresara en busca nuestra.
Líber ya había vuelto a sentarse en su sitio. Ahora ya no podía verle bien la cara, pero creo que sonreía.
- Me siento muy estúpido - dijo.
- Tranquilo, no era ella.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto al pasar. Era un tío - mentí.
No sé si me creyó. Creo que más bien quiso creerme.
- Bueno... ¿Cómo lo hacemos? - preguntó nervioso, supongo que tanto por lo que acababa de pasar con el coche como por lo que se avecinaba.
- Pasamos detrás e intentas relajarte.
- ¿Y si no consigo empalmarme?
- Me ahorro los cien euros.
- Cuánta presión.
- Pero tranquilo. Te empalmarás.
- Qué seguridad en ti mismo.
- El sexo es algo sencillo. Si sabes dónde tocar y en qué zonas ejercer la... presión... pertinente... - dije, metiendo la mano entre sus piernas y rozándole los huevos por encima del vaquero mientras Líber intentaba pasar a la parte habitable de la caravana -... te aseguro que habrá erección para rato y una corrida que no olvidarás en tu vida.
- Espero que hables de mi corrida, no de la tuya.
- Eres un encanto.
- Más bien todo lo contrario.
- Por eso lo decía en tono irónico.
Entre los dos plegamos la mesa, quitamos los trastos de enmedio y tiramos de la parte baja del sofá hasta extender la cama.
- Es enorme - comentó Líber.
- Tamaño matrimonio. Pero dentro de un espacio reducido parece más grande.
Abrí uno de los armarios ocultos y saqué sábanas limpias.
- ¿Me ayudas?
- ¿Vamos a hacer la cama?
- Hombre. Cuando te corras estarás tan agotado que querrás quedarte a dormir.
Me miró con suspicacia pero aceptó la esquina de la sábana bajera que le ofrecía.
Cuando terminamos de hacer la cama y de ahuecar las almohadas le ofrecí una copa.
- ¿Qué tienes?
- ¿Qué quieres?
- Whisky cola.
- ¿Jota Be te va bien?
- Perfecto. Gracias.
- La cola es marca eroski.
- Da igual, no es peor que la cocacola de polvos que ponen por aquí en los bares. -Líber siguió mis movimientos con curiosidad. -Me preguntaba dónde estaba la nevera - dijo cuando me vio sacar el hielo.
- Empotrada y escondida, como todo.
Preparé sendos cubatas mientras Líber se quitaba las botas y se lanzaba en la cama de costado. Me recordó a un crío tirándose a una piscina.
- Manuel...
- ¿Sí?
- Yo quiero una autocaravana.
- ¿Te gusta el concepto?
- Es el picadero ideal.
- Yo nunca había tenido nada parecido. Pero la verdad es que fue una gran idea comprarla. Cada vez es más difícil encontrar sitios bien preparados y donde no te pongan muchos peros para quedarte unos días, aunque haberlos, haylos. De todas formas yo no quiero vivir en un sitio así. Pero si te pegas un viaje, como es mi caso, la verdad es que es muy cómodo. Eso sí, la Guardia Civil no te deja pernoctar en cualquier sitio, sobre todo, supongo, por el tema de las aguas grises y negras (la de lavar los platos y la del water), pero yo no uso los depósitos. Menos dormir (y conducir) hago toda mi vida fuera de la caravana.
- ¿Dónde te bañas?
- En gimnasios. También me afeito en ellos. Con la crisis se ha puesto de moda el pase diario. Es fácil encontrar gimnasios donde hacerlo.
- ¿Y la ropa?
- Lavanderías. Y para ir al baño, los restaurantes donde como y ceno y las gasolineras. Y el bendito bosque.
- ¿La luz?
- Cargo las baterías en campings.
- Te dejarás una pasta entre todo.
- Tú eres lo más caro con lo que me he topado hasta el momento.
Los siguientes minutos los dedicamos a bebernos nuestros cubatas y a mirarnos.
- Pareces cómodo - dije luego.
- Lo estoy. Lo haces fácil.
- ¿Lo hago fácil? Gracias. Es algo que nunca me habían dicho.
- Estoy deseando que empieces a tocarme.
Aquello me descolocó.
- ¿Intentas descolocarme otra vez?
- No. Lo digo en serio. Me apetece mucho.
- Eso es bueno.
Le cogí el vaso casi vacío y lo dejé junto con el mío en la cocina. Después me tumbé a su lado. Líber me miraba con cara de borracho.
- ¿Ya estás embriagado?
- Un poco.
- No lo he cargado mucho.
- Me lo he bebido muy rápido.
- ¿Por dónde quieres empezar?
- ¿Por dónde sueles empezar tú?
- Me gustaría besarte.
Líber se rio. Primero fue la risa de aquel que se siente halagado pero pronto se prolongó lo suficiente como para mosquearme.
- Te estás partiendo el culo. Te estás riendo de mí - enfaticé.
Aún siguió retorciéndose de la risa un rato más. Después se disculpó y se quedó todavía más relajado que antes.
- Vale. Bésame.
Con esto me dejó a cuadros. Pero como no era cuestión de darle tiempo a cambiar de opinión acerqué mis labios a los suyos y le di un beso castísimo. Sus labios sabían a whisky con cocacola de marca blanca. Lo miré para evaluar su reacción. Tenía los ojos cerrados y sonreía con cara de idiota.
-¿Eso es todo? - preguntó, sin abrir los ojos.
- No. Para nada.
Pegué mi cuerpo a su cuerpo, colocando mi bulto sobre su pierna. Tomé su cara entre mis manos y volví a besarlo, ésta vez poniendo toda la carne en el asador. Nuestros labios se fundieron. Su lengua salió a recibir la mía. Nos besamos a placer, y conforme lo hacíamos nuestros cuerpos empezaban a buscar más zonas en contacto. Casi ni me sorprendí cuando las manos de Líber comenzaron a palpar mi musculatura. Poco después se quitaba camisa y camiseta y volvía a recostarse, esperando que lo acariciara.
- ¿Habías hecho esto antes? - pregunté, incapaz como soy de cerrar la boca demasiado tiempo.
- Claro.
- ¿Con un hombre?
- Con un hombre nunca. Sólo con chicas. Pero no es tan diferente. - Tomó mi mano y la colocó sobre su pezón derecho. - Me gusta que me toquen el pecho.
- ¿A quién no?
- Mi novia dice que es una mariconada.
- No te conviene volver con ella. Te condiciona.
- Vidal Sasún.
- ¿Qué?
- Nada. Chúpame los pezones, anda.
Obedecí, más contento que unas pascuas. Todavía vestido me amorré a su pezón y mientras daba pequeñas lamidas y le apretaba el otro pezón con los dedos, restregaba mi paquete contra el suyo. Líber se corría de gusto, podía sentir cómo temblaba entero con mi estimulación.
- Dios, ¿Por qué cojones tiene que ser tan bueno? Me muero de gusto - dijo con voz entrecortada en cierto momento.
- Es que soy muy bueno en lo mío. Aunque también tiene que ver el encanto de las primeras veces - respondí.
- Quiero verte la polla - me pidió.
- ¿Vas a ir directo a por los doscientos euros?
- Vamos. Enséñamela.
- ¿Sientes curiosidad?
- Muchísima.
- ¿Por las pollas en general o por la mía en particular?
- No he tocado nunca una polla aparte de la mía. Y si te soy sincero... mientras antes me contabas por qué te vuelve loco comer pollas me he excitado mucho imaginando que yo te lo hacía a ti.
- Ah, cabrón. Sabías desde el principio que te ibas a llevar toda la pasta. Está bien. Vamos allá.
Me puse de rodillas, me quité el cinturón ante la atenta mirada de Líber, me abrí el pantalón y me saqué la verga lo bastante despacio como para que el chico se impacientara. Hay algo extremadamente erótico en el sencillo acto de sacarse la polla. No sé si estará relacionado con el poder otorgado durante siglos a la masculinidad, con ritos ancestrales o con el Coño de la Bernarda (no, creo que no tiene nada que ver con el Coño de la Bernarda), pero el momento en que un hombre se saca la polla es en realidad EL MOMENTO.
Y, la verdad, es LA POLLA.
La mía es la ostia, y no es porque sea mía.
Pero es la puta ostia.
Líber se quedó absorto observándola. Al final dijo:
- Joder. Estás muy bien dotado, hijo de puta.
Y yo respiré tranquilo porque sé que lo estoy pero siempre es bueno que alguien que no es el dueño de la cosa te lo reafirme. Te regala el oído y te da confianza y todas esas cosas.
- Quítate todo- me ordenó Líber.
Obedecí al instante. Me deshice de toda mi ropa en un santiamén. Líber se recostó contra el respaldo del sillón que quedaba en el extremo derecho de la cama desplegada y me hizo un gesto para que me acercara.
- De pie - me pidió.
De pie sobre la cama debía arquearme un poco para no darme contra el techo, pero quería darle gusto al muchacho en todo lo que me pedía, así que lo hice sin rechistar.
Mi polla quedó a escasos centímetros de su boca.
- Ahora... Pónmela en la cara.
Me acerqué y sentí un placentero escalofrío cuando mis huevos le taparon la boca entreabierta y mi falo reposó a la derecha de su nariz, cubriéndole un ojo y llegándole el glande hasta la raíz del cabello y más allá. Era impresionante ver cómo mi polla podía ocultar su cara. Me di cuenta como pocas veces de lo extraordinario de mi miembro. Líber parecía pensar exactamente igual que yo.
Le paseé la verga por toda la cara. Le golpeé la frente y las mejillas con ella, dejé que los olores de mi sexo le llenaran las fosas nasales. Líber se quitó los pantalones mientras le cubría la cara de polla y empezó a masturbarse tan excitado que parecía no dar crédito.
Poco después ya no le bastaba con el roce de mi rabo en su piel. Quería más.
- Fóllame la boca- me pidió.- Sin contemplaciones.
Le metí dos dedos en la boca para que me los chupara. Eso lo puso a mil. Me chupaba los dedos como si ya me estuviera comiendo la polla y al mismo tiempo aspiraba profundamente cuando acercaba mi miembro a su nariz. Luego le metí los pulgares, me los chupó a conciencia y le abrí bien la boca, tirando con cada uno hacia un lado, para que fuera bien consciente de lo mucho que iba a tener que tragarse. Después introduje poco a poco el vergajo entre mis pulgares hasta que lo tuvo bien dentro, hasta la garganta. Después retiré los dedos y los cálidos labios de Líber se cerraron sobre mi carne. Estaba empalado de carne dura y parecía que la cosa le estaba encantando, a juzgar por el pajote que se estaba zurrando el tío.
Puse las manos contra el techo de la caravana y empecé a impulsar las caderas contra la boca de Líber, cuya cabeza quedaba aprisionada entre mi carne y el respaldo del sillón. Mientras me follaba su boca Líber se pajeaba y gemía. Cada poco se soltaba la polla como si ya estuviera cerca del orgasmo, lo cual había que posponer dado que acabábamos de empezar. Entonces, mientras seguía recibiendo mis pollazos y esperaba a que se alejara la sensación de corrida inminente, se dedicaba a acariciarme las piernas. Bajaba las manos por mis duras pantorrillas y subía hasta mi suave trasero, y entonces me impulsaba de las nalgas para que lo empalara más profundo todavía.
No sé el tiempo que duró aquello. Cuando follo suelo perder la noción del tiempo y a veces hasta el sentido de la realidad. A veces descubro que se me ha ido tanto la pinza que estaba pegando un polvazo en la cocina y de repente estoy reventando un culo en la bañera. Eso me pasaba en mi piso. En la caravana era más sencillo empezar en la cocina y acabar en la habitación de invitados, no sé si me explico. Pero en casa daba un poco de miedo que se me fuera de esa manera la pelota, como al protagonista de Memento, y apareciera en sitios a donde no recordaba haber llegado.
Este primer encuentro con Líber fue de esos. Estaba follándole la boca a conciencia y de pronto, sin solución de continuidad, era yo quien estaba apoyado en el respaldo del sillón y tenía el culo del muchacho a merced de mi lengua.
Si he de ser sincero fue el polvazo más inconexo de la historia. Tan pronto tenía la boca de Líber en mis cojones como tenía él la mía entre los dedos de los pies. Le estaba mamando la polla y de pronto él me estaba comiendo la oreja y me metía tres dedos por el culo. No sé las vueltas que dimos. Líber estaba dispuesto a hacer cualquier cosa y no sé si eran peores las que se le ocurrían a él.
Me dio por culo no sé la cantidad de veces. Yo le comí el suyo a placer y le hice disfrutar con ello lo que jamás pensó que podría disfrutar, pero no se la metí. El tamaño de mi verga no era el adecuado para una primera vez y Líber tampoco me insinuó que estuviera dispuesto a que le rompiera el orto.
Entre unas cosas y otras llegó un momento en que no pude más. Si no descargaba pronto la lechada me entraría un formidable dolor de huevos. Tenía la puta polla a reventar. Había adquirido un tamaño monstruoso y con que le diera un meneo más habría lefa por todo. Se lo hice saber a Líber quien me pidió que se la descargara en la lengua. Se arrodilló delante de mi rezumante vergajo y me mamó el capullo como un verdadero experto. Un comepollas de primera.
- ¡¡¡Dios!!! Me corro, me corrooo.
Líber aceleró el pajote que se zurraba para correrse al mismo tiempo que yo. Y yo, mientras sentía cómo me llegaba el orgasmo en oleadas, le acariciaba la cabeza sin saber muy bien ni donde estaba. Recibió con una sonrisa de vicio absoluto el primer trallazo de leche espesa dentro de la boca y no dejó de mamarme la cabezota mientras iba saliendo sin parar el resto de la corrida, rebosándole pronto la boca y cayendo en regueros por entre sus labios y por el tronco de mi propio rabo.
A mitad de mi colosal corrida empezó él a correrse. La sensación de tener mi polla colmando su boca de lefa pudo con él y Líber, el que derrama abundancia, se derramó abundantemente sobre la cama.
...
Como había predicho, Líber se quedó a dormir conmigo. Amanecimos entrelazados y pegamos un segundo polvazo que no tuvo nada que envidiar al primero.
Eran cerca de las doce del mediodía cuando lo llevé a su casa. Aparqué la caravana cuando pasamos por delante de un cajero de La Caixa. Líber me esperó en la cabina con una sonrisa de satisfacción absoluta.
Saqué doscientos euros y volví a su encuentro.
- Aquí está tu dinero - dije, extrañamente contento de pagar a Líber.
- Sabes que no es necesario.
- Un trato es un trato.
Lo aceptó sin más resistencia.
Después conduje hasta su casa. Me gustaría haberme despedido con un abrazo y un besazo en condiciones pero su novia lo esperaba en la puerta, con evidentes muestras de preocupación y pinta de no haber dormido en toda la noche.
Líber se quedó muy cortado al verla allí. Me estrechó la mano, nervioso, y me regaló media sonrisa.
- Gracias, Manuel. Ha sido estupendo - me dijo.
- Igualmente.
- Me... me marcho.
Asentí con la cabeza.
Se quitó el cinturón, abrió la puerta, pero antes de bajarse de la caravana y apearse así para siempre de mi vida, dijo:
- Dime que te quedarás por aquí unos días.
- No me esperan en ningún otro sitio - contesté, verdaderamente aliviado.
- Dame tu móvil.
Se lo pasé. Tecleó su número y lo guardó en mi agenda.
- Llámame esta tarde, que ya habré recuperado mi móvil.
- Hecho. Suerte con tu chica.
- Ya no es mi chica.
Es curioso que la vida pueda definirse en un solo minuto. Si Líber no me hubiera pasado su número en ese último momento, si se hubiera sentido culpable o confundido al ver a su novia esperándolo en el portal y hubiera salido sin más de la caravana posiblemente no habría vuelto a verlo y hoy... no estaríamos juntos.
En el último minuto
El siguiente relato es de la casa
En el último minuto
Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.
En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.
Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.
El chico se montó, agradecido.
- Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
- ¿Quieres que suba la calefacción?
- Sí, por favor.
No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.
- ¿Cómo te llamas? - pregunté.
- Líber.
- ¿Líder? - aquello parecía un mote.
- No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
- No lo había escuchado nunca.
- Significa "el que derrama abundancia".
- Me gusta. Lo de derramar suena bien.
No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.
- ¿Y usted? ¿Cómo se llama?
- Como quieras menos de usted.
- Okey. Lo siento.
- Me llamo Plinio. - Le tendí la mano.
-¿En serio?
- No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa "el que folla poco".
Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.
- Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? - no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
- No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.
Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.
-¿Aún esperas que aparezca?
- No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
- Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.
- Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
- Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.
Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:
- Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.
La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.
Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de "buscar siguiente" y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba. Escuché la canción entera, no fuera a ser Líber un buen cristiano y le molestara que cambiara de cadena, pero cuando empezó la siguiente canción, después de una cuña de autopromoción de Radio Mariana, Líber dijo:
- ¿Eres cura o algo así?
- ¡No, por Dios!
- Pues quita eso.
Cambié de emisora hasta encontrar una que no me juzgara.
- No podría ser cura ni aunque quisiera -aventuré.
- ¿Por?
- Peco demasiado.
- ¿Más que los propios curas? No lo creo.
- Seguramente más que los propios curas.
- ¿Has matado a alguien?
- Quizá de aburrimiento.
- Pues entonces puedes ordenarte mañana mismo. Si quieres te acompaño a la diócesis.
- ¿Qué es eso?
- Ni idea.
Guardamos silencio otra vez después de la tontería ésta. Pero se me antojó que podía llevar a Líber a mi terreno partiendo de lo que habíamos hablado.
- En realidad, si tuviera que confesar mis últimos pecados, el cura que me escuchase me tiraría a patadas de la Iglesia.
Miré a Líber de reojo a ver si picaba el anzuelo. Él suspiró sonoramente.
- Está bien. Suéltalo - dijo.
- ¿Que suelte qué?
- Se nota a la legua que vas más salido que el pico de una plancha. Y que quieres confesar algo de carácter sexual con la esperanza de ponerme caliente y que te acabe comiendo la polla.
- Joder. Mira que soy transparente.
- Coño, ¿he acertado?
- Has dado en tol puto clavo.
- Joder. Lo siento.
- ¿Que lo sientes? ¿Qué sientes?
- Sólo quería descolocarte. No esperaba tener razón.
- Pues la tienes.
Pausa de los dos.
- Pues vamos. Juega tus cartas - dijo después Líber.
- ¿Ein?
- Que me cuentes lo que ibas a contarme y yo decidiré si vale por una mamada.
- ¿Va en serio?
- Seguramente no, pero me estás llevando a mi casa. Lo mínimo que puedo hacer es escucharte.
- Visto así... De todas formas no te voy a contar nada.
- ¿Y eso?
- Porque el motivo de que te hubiera contado algo pervertido y con un alto índice homoerótico hubiera sido el llevarte a una posición en que te plantearas la posibilidad de comerme la polla, y a ese punto has llegado tú solito.
- ¿Estoy en ese punto?
- Justo en ese punto. Has dicho que te cuente lo que iba a contarte y que entonces decidirás si lo que te cuente vale por una mamada. Eso no es un no de entrada.
- Pero luego he dicho que bromeaba.
- ¿Lo has dicho?
- Creo que sí.
- Puede que sí, pero no categóricamente.
- ¿Quieres que me niegue categóricamente a mamártela?
- No. Claro que no. Perdería toda la gracia. Pero lo de que me la mames es secundario. Preferiría mamártela yo.
- ¿Sí?
- Sin dudarlo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
- No entiendo qué placer puedes obtener tú comiéndote mi polla.
- ¿No tienes amigos gays? Esa es la primera pregunta que cualquier amigo gay te habría resuelto en primer lugar.
- Tengo amigos gays. Pero nunca me he parado a pensar... Es decir. Siempre he dado por supuesto que un gay se la mama a otro para que luego ese otro se la chupe a él. ¿No funciona así?
- Mmm... No. Esto debería ser fácil de explicar pero debería ser aún más fácil de entender. A ti te atraen las tías, ¿cierto?
- Categóricamente.
- Piensa en una chica que te guste. (Ahora mismo tu novia no nos vale). Piensa en alguna antigua novia. Imagina que aún estás con ella. Te atrae su olor, el color de sus cabellos, sus labios, sus pechos, su mirada, su trasero. Reaccionas ante la cercanía de esa chica que te atrae. Dime que sí o perderé la fe en el hombre hetero.
- Sí, por supuesto. Las tías me ponen como una moto.
- Bien. Todas esas sensaciones placenteras que te provocan las mujeres, ¿sólo cobran sentido cuando una de ellas se mete tu polla en la boca?
- No, claro. De hecho mi novia nunca me la ha comido.
- Pues ahí lo tienes. La atracción por sí sola basta para que estar con una chica valga la pena. Todas esas cosas que sientes y que pueden estar más o menos relacionadas con el sexo puro y duro, la atracción que hace que te sientas cercano a una chica, que se te vaya la cabeza por ella, pensando en su voz o en su risa, todas esas cosas que pueden llevar a que te enamores de una persona, el propio juego de la seducción... yo lo pongo en marcha, mi cuerpo lo pone en marcha, con la cercanía de otro hombre. Un hombre que me atraiga, evidentemente. Igual que para ti debe de ser la ostia magrearle las tetas a una chica, meterle mano o, en un plano menos sexual, besarla en los labios, a mí me llena de placer tocar el pecho de un tío, besar su barba de tres días, lamerle los labios y, por supuesto, comerle la polla, los cojones y todo lo que tenga al abasto... Es algo tan excitante (y no hablo sólo de la excitación de una erección, sino de la que te recorre el cuerpo entero en oleadas) que tener la verga del tío que te gusta a la altura de tu nariz, olerla, tocarla e introducirla en tu boca y sentir cómo su cuerpo se estremece, en definitiva, practicar una felación como Dios manda, es superior en casi todos los aspectos a que te la practiquen a ti.
- ¿Y eso les pasa a todos los maricones o sólo a los pasivos?
- Yo juraría que a todos pero sólo conozco realmente bien a un maricón. Yo mismo. Pero para mí, la definición, lo que hace que nos etiquetemos como una cosa u otra (ahora hablo de heteros o homos) es hacia qué sexo está orientada nuestra respuesta física y emocional, qué sexo es el que nos mueve los sentimientos y las entrañas, la mente y el corazón. En el caso hetero, el contrario, en el caso homo, el mismo. No hay mucho más que entender al respecto.
- Te faltarían los bi.
- Bueno, está claro, ¿no? A los bi todo eso se lo mueve ambos sexos.
- La verdad es que sigo flipando. Que alguien diga que le gusta más hacer una mamada que que se la hagan me rompe todos los esquemas mentales.
- Es lo que hay. De todas formas contigo no creo que hiciera ni una cosa ni la otra.
- ¿Y eso?
- Eres demasiado mono. Me contentaría con acariciarte y verte dormir.
- Creo que hay confianza para una mamada rápida pero no para lo que acabas de exponer.
- Joder. ¿Significa eso que podría haber mamada?
Líber miró hacia atrás.
- Supongo que todos esos muebles se guardan y queda una cama cojonuda.
- Una bien grande.
- No sé... La verdad es que no me imagino ahí atrás contigo, dándolo todo.
- ¿Y porqué te lo planteas siquiera? Con cada insinuación a que puede pasar algo me da un vuelco el corazón y una sacudida la polla.
- Supongo que es la noche perfecta para dejar que un hombre me coma la polla.
- No seré yo quien rebata eso.
- Pero estaría más cómodo si me pagaras.
- Repite eso.
- No sé si me va a gustar. Puede que salga traumatizado. Pero si me voy con cien euros en el bolsillo podré soportarlo.
- Joder. Cien euros. Pues a mí seguramente se me cortaría el rollo si hubiera dinero de por medio.
- Pues no te queda más remedio. Acabo de decidir que ese es mi precio. Cien euros y me chupas todo lo que quieras menos la boca. Pero si resulta que me gusta y te acabo chupando yo a ti la polla, subimos a doscientos.
- Eso no tiene ni pies ni cabeza.
- Son las reglas. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.
- No llevo ese dinero encima.
- En el pueblo tenemos cajeros.
- ¿Tengo tiempo para pensármelo?
- Dos minutos.
- ¿Habías hecho esto alguna vez?
- ¿Me preguntas si soy puto?
- O policía o algo así.
- Ni puto ni policía. Soy estudiante. La vida está muy mala, me he peleado con mi novia y me apetece que me hagan una mamada y ganarme de paso unos euros.
- Cien o doscientos, según lo que al final se te antoje a ti hacer.
- Exacto.
- Cuanto más te alejes de tu ideal de la heterosexualidad más me cobrarás a mí.
- Básicamente. ¿Te decides? Se te acaba el tiempo.
- Sabes que puedo encontrar sexo gratis en cualquier sitio, desde centros comerciales hasta vías de servicio.
- ¿Eso es que no?
- Joder. No.
- Decídete.
- Está bien.
- ¿Sí? ¿Lo hacemos?
- Sí.
- ¿Bajo mis condiciones?
- Un trato es un trato.
- Bien. Un poco más adelante hay un buen sitio donde puedes aparcar.
Bueno. Como os decía antes era una mala hora para coger autoestopistas pero al parecer era una buena hora para pegar un polvo... aunque fuera pagando.
El caso es que, cuando estaba aminorando para aparcar donde me decía Líber, aparecieron dos faros en la lejanía. Iba a ser el primer coche con el que nos cruzábamos desde que lo había recogido. Miré al chico. Tenía la vista clavada en las luces que se acercaban.
- ¿Crees que es tu novia? - pregunté, bastante fastidiado.
- Seguro que lo es.
Durante unos segundos el tiempo pareció detenerse. Pude ver la lucha en el rostro de Líber. El coche se acercaba. Llevábamos las luces de la cabina encendidas. Las había encendido al recoger a Líber y así seguían (me había parecido prudente ver a quién dejaba subir a mi vehículo, y luego ya no las había apagado porque me ponía caliente ver sus reacciones y porque el chico estaba buenísimo). Ahora eso jugaba en mi contra. La novia de Líber lo andaba buscando, no se perdería detalle de cualquier vehículo con el que se cruzara. Además, casi nos habíamos detenido porque habíamos llegado al lugar elegido para consumar nuestro pacto.
Líber seguía mirando fijamente la carretera, las luces de la cabina de mi caravana seguían encendidas. El coche estaba tan cerca que su novia ya lo habría reconocido. Era de madrugada, el interior de mi cabina y los faros de ambos vehículos eran la única iluminación en la zona.
Se me acababa de ir el polvo de la noche a tomar por culo.
De pronto Líber se quitó el cinturón y se hizo un ovillo a los pies de su asiento y yo, que no había apagado las luces porque pensaba que el chico se iría a casa con su novia, las apagué al instante.
El coche se cruzó con nosotros, aminorando. A la luz de su salpicadero reconocí el rostro de una muchacha. Me pareció que me miraba con el ceño fruncido. Al segundo siguiente ya había pasado de largo. La seguí por el retrovisor. Aceleraba. Se alejaba. No iba a parar.
Ojalá no se le ocurra dar la vuelta, pensé.
Metí la caravana por el camino de tierra que, supuse, era el que Líber consideraba adecuado para no ser sorprendidos, y me alejé lo suficiente de la carretera como para conservar una total intimidad en caso de que la novia regresara en busca nuestra.
Líber ya había vuelto a sentarse en su sitio. Ahora ya no podía verle bien la cara, pero creo que sonreía.
- Me siento muy estúpido - dijo.
- Tranquilo, no era ella.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto al pasar. Era un tío - mentí.
No sé si me creyó. Creo que más bien quiso creerme.
- Bueno... ¿Cómo lo hacemos? - preguntó nervioso, supongo que tanto por lo que acababa de pasar con el coche como por lo que se avecinaba.
- Pasamos detrás e intentas relajarte.
- ¿Y si no consigo empalmarme?
- Me ahorro los cien euros.
- Cuánta presión.
- Pero tranquilo. Te empalmarás.
- Qué seguridad en ti mismo.
- El sexo es algo sencillo. Si sabes dónde tocar y en qué zonas ejercer la... presión... pertinente... - dije, metiendo la mano entre sus piernas y rozándole los huevos por encima del vaquero mientras Líber intentaba pasar a la parte habitable de la caravana -... te aseguro que habrá erección para rato y una corrida que no olvidarás en tu vida.
- Espero que hables de mi corrida, no de la tuya.
- Eres un encanto.
- Más bien todo lo contrario.
- Por eso lo decía en tono irónico.
Entre los dos plegamos la mesa, quitamos los trastos de enmedio y tiramos de la parte baja del sofá hasta extender la cama.
- Es enorme - comentó Líber.
- Tamaño matrimonio. Pero dentro de un espacio reducido parece más grande.
Abrí uno de los armarios ocultos y saqué sábanas limpias.
- ¿Me ayudas?
- ¿Vamos a hacer la cama?
- Hombre. Cuando te corras estarás tan agotado que querrás quedarte a dormir.
Me miró con suspicacia pero aceptó la esquina de la sábana bajera que le ofrecía.
Cuando terminamos de hacer la cama y de ahuecar las almohadas le ofrecí una copa.
- ¿Qué tienes?
- ¿Qué quieres?
- Whisky cola.
- ¿Jota Be te va bien?
- Perfecto. Gracias.
- La cola es marca eroski.
- Da igual, no es peor que la cocacola de polvos que ponen por aquí en los bares. -Líber siguió mis movimientos con curiosidad. -Me preguntaba dónde estaba la nevera - dijo cuando me vio sacar el hielo.
- Empotrada y escondida, como todo.
Preparé sendos cubatas mientras Líber se quitaba las botas y se lanzaba en la cama de costado. Me recordó a un crío tirándose a una piscina.
- Manuel...
- ¿Sí?
- Yo quiero una autocaravana.
- ¿Te gusta el concepto?
- Es el picadero ideal.
- Yo nunca había tenido nada parecido. Pero la verdad es que fue una gran idea comprarla. Cada vez es más difícil encontrar sitios bien preparados y donde no te pongan muchos peros para quedarte unos días, aunque haberlos, haylos. De todas formas yo no quiero vivir en un sitio así. Pero si te pegas un viaje, como es mi caso, la verdad es que es muy cómodo. Eso sí, la Guardia Civil no te deja pernoctar en cualquier sitio, sobre todo, supongo, por el tema de las aguas grises y negras (la de lavar los platos y la del water), pero yo no uso los depósitos. Menos dormir (y conducir) hago toda mi vida fuera de la caravana.
- ¿Dónde te bañas?
- En gimnasios. También me afeito en ellos. Con la crisis se ha puesto de moda el pase diario. Es fácil encontrar gimnasios donde hacerlo.
- ¿Y la ropa?
- Lavanderías. Y para ir al baño, los restaurantes donde como y ceno y las gasolineras. Y el bendito bosque.
- ¿La luz?
- Cargo las baterías en campings.
- Te dejarás una pasta entre todo.
- Tú eres lo más caro con lo que me he topado hasta el momento.
Los siguientes minutos los dedicamos a bebernos nuestros cubatas y a mirarnos.
- Pareces cómodo - dije luego.
- Lo estoy. Lo haces fácil.
- ¿Lo hago fácil? Gracias. Es algo que nunca me habían dicho.
- Estoy deseando que empieces a tocarme.
Aquello me descolocó.
- ¿Intentas descolocarme otra vez?
- No. Lo digo en serio. Me apetece mucho.
- Eso es bueno.
Le cogí el vaso casi vacío y lo dejé junto con el mío en la cocina. Después me tumbé a su lado. Líber me miraba con cara de borracho.
- ¿Ya estás embriagado?
- Un poco.
- No lo he cargado mucho.
- Me lo he bebido muy rápido.
- ¿Por dónde quieres empezar?
- ¿Por dónde sueles empezar tú?
- Me gustaría besarte.
Líber se rio. Primero fue la risa de aquel que se siente halagado pero pronto se prolongó lo suficiente como para mosquearme.
- Te estás partiendo el culo. Te estás riendo de mí - enfaticé.
Aún siguió retorciéndose de la risa un rato más. Después se disculpó y se quedó todavía más relajado que antes.
- Vale. Bésame.
Con esto me dejó a cuadros. Pero como no era cuestión de darle tiempo a cambiar de opinión acerqué mis labios a los suyos y le di un beso castísimo. Sus labios sabían a whisky con cocacola de marca blanca. Lo miré para evaluar su reacción. Tenía los ojos cerrados y sonreía con cara de idiota.
-¿Eso es todo? - preguntó, sin abrir los ojos.
- No. Para nada.
Pegué mi cuerpo a su cuerpo, colocando mi bulto sobre su pierna. Tomé su cara entre mis manos y volví a besarlo, ésta vez poniendo toda la carne en el asador. Nuestros labios se fundieron. Su lengua salió a recibir la mía. Nos besamos a placer, y conforme lo hacíamos nuestros cuerpos empezaban a buscar más zonas en contacto. Casi ni me sorprendí cuando las manos de Líber comenzaron a palpar mi musculatura. Poco después se quitaba camisa y camiseta y volvía a recostarse, esperando que lo acariciara.
- ¿Habías hecho esto antes? - pregunté, incapaz como soy de cerrar la boca demasiado tiempo.
- Claro.
- ¿Con un hombre?
- Con un hombre nunca. Sólo con chicas. Pero no es tan diferente. - Tomó mi mano y la colocó sobre su pezón derecho. - Me gusta que me toquen el pecho.
- ¿A quién no?
- Mi novia dice que es una mariconada.
- No te conviene volver con ella. Te condiciona.
- Vidal Sasún.
- ¿Qué?
- Nada. Chúpame los pezones, anda.
Obedecí, más contento que unas pascuas. Todavía vestido me amorré a su pezón y mientras daba pequeñas lamidas y le apretaba el otro pezón con los dedos, restregaba mi paquete contra el suyo. Líber se corría de gusto, podía sentir cómo temblaba entero con mi estimulación.
- Dios, ¿Por qué cojones tiene que ser tan bueno? Me muero de gusto - dijo con voz entrecortada en cierto momento.
- Es que soy muy bueno en lo mío. Aunque también tiene que ver el encanto de las primeras veces - respondí.
- Quiero verte la polla - me pidió.
- ¿Vas a ir directo a por los doscientos euros?
- Vamos. Enséñamela.
- ¿Sientes curiosidad?
- Muchísima.
- ¿Por las pollas en general o por la mía en particular?
- No he tocado nunca una polla aparte de la mía. Y si te soy sincero... mientras antes me contabas por qué te vuelve loco comer pollas me he excitado mucho imaginando que yo te lo hacía a ti.
- Ah, cabrón. Sabías desde el principio que te ibas a llevar toda la pasta. Está bien. Vamos allá.
Me puse de rodillas, me quité el cinturón ante la atenta mirada de Líber, me abrí el pantalón y me saqué la verga lo bastante despacio como para que el chico se impacientara. Hay algo extremadamente erótico en el sencillo acto de sacarse la polla. No sé si estará relacionado con el poder otorgado durante siglos a la masculinidad, con ritos ancestrales o con el Coño de la Bernarda (no, creo que no tiene nada que ver con el Coño de la Bernarda), pero el momento en que un hombre se saca la polla es en realidad EL MOMENTO.
Y, la verdad, es LA POLLA.
La mía es la ostia, y no es porque sea mía.
Pero es la puta ostia.
Líber se quedó absorto observándola. Al final dijo:
- Joder. Estás muy bien dotado, hijo de puta.
Y yo respiré tranquilo porque sé que lo estoy pero siempre es bueno que alguien que no es el dueño de la cosa te lo reafirme. Te regala el oído y te da confianza y todas esas cosas.
- Quítate todo- me ordenó Líber.
Obedecí al instante. Me deshice de toda mi ropa en un santiamén. Líber se recostó contra el respaldo del sillón que quedaba en el extremo derecho de la cama desplegada y me hizo un gesto para que me acercara.
- De pie - me pidió.
De pie sobre la cama debía arquearme un poco para no darme contra el techo, pero quería darle gusto al muchacho en todo lo que me pedía, así que lo hice sin rechistar.
Mi polla quedó a escasos centímetros de su boca.
- Ahora... Pónmela en la cara.
Me acerqué y sentí un placentero escalofrío cuando mis huevos le taparon la boca entreabierta y mi falo reposó a la derecha de su nariz, cubriéndole un ojo y llegándole el glande hasta la raíz del cabello y más allá. Era impresionante ver cómo mi polla podía ocultar su cara. Me di cuenta como pocas veces de lo extraordinario de mi miembro. Líber parecía pensar exactamente igual que yo.
Le paseé la verga por toda la cara. Le golpeé la frente y las mejillas con ella, dejé que los olores de mi sexo le llenaran las fosas nasales. Líber se quitó los pantalones mientras le cubría la cara de polla y empezó a masturbarse tan excitado que parecía no dar crédito.
Poco después ya no le bastaba con el roce de mi rabo en su piel. Quería más.
- Fóllame la boca- me pidió.- Sin contemplaciones.
Le metí dos dedos en la boca para que me los chupara. Eso lo puso a mil. Me chupaba los dedos como si ya me estuviera comiendo la polla y al mismo tiempo aspiraba profundamente cuando acercaba mi miembro a su nariz. Luego le metí los pulgares, me los chupó a conciencia y le abrí bien la boca, tirando con cada uno hacia un lado, para que fuera bien consciente de lo mucho que iba a tener que tragarse. Después introduje poco a poco el vergajo entre mis pulgares hasta que lo tuvo bien dentro, hasta la garganta. Después retiré los dedos y los cálidos labios de Líber se cerraron sobre mi carne. Estaba empalado de carne dura y parecía que la cosa le estaba encantando, a juzgar por el pajote que se estaba zurrando el tío.
Puse las manos contra el techo de la caravana y empecé a impulsar las caderas contra la boca de Líber, cuya cabeza quedaba aprisionada entre mi carne y el respaldo del sillón. Mientras me follaba su boca Líber se pajeaba y gemía. Cada poco se soltaba la polla como si ya estuviera cerca del orgasmo, lo cual había que posponer dado que acabábamos de empezar. Entonces, mientras seguía recibiendo mis pollazos y esperaba a que se alejara la sensación de corrida inminente, se dedicaba a acariciarme las piernas. Bajaba las manos por mis duras pantorrillas y subía hasta mi suave trasero, y entonces me impulsaba de las nalgas para que lo empalara más profundo todavía.
No sé el tiempo que duró aquello. Cuando follo suelo perder la noción del tiempo y a veces hasta el sentido de la realidad. A veces descubro que se me ha ido tanto la pinza que estaba pegando un polvazo en la cocina y de repente estoy reventando un culo en la bañera. Eso me pasaba en mi piso. En la caravana era más sencillo empezar en la cocina y acabar en la habitación de invitados, no sé si me explico. Pero en casa daba un poco de miedo que se me fuera de esa manera la pelota, como al protagonista de Memento, y apareciera en sitios a donde no recordaba haber llegado.
Este primer encuentro con Líber fue de esos. Estaba follándole la boca a conciencia y de pronto, sin solución de continuidad, era yo quien estaba apoyado en el respaldo del sillón y tenía el culo del muchacho a merced de mi lengua.
Si he de ser sincero fue el polvazo más inconexo de la historia. Tan pronto tenía la boca de Líber en mis cojones como tenía él la mía entre los dedos de los pies. Le estaba mamando la polla y de pronto él me estaba comiendo la oreja y me metía tres dedos por el culo. No sé las vueltas que dimos. Líber estaba dispuesto a hacer cualquier cosa y no sé si eran peores las que se le ocurrían a él.
Me dio por culo no sé la cantidad de veces. Yo le comí el suyo a placer y le hice disfrutar con ello lo que jamás pensó que podría disfrutar, pero no se la metí. El tamaño de mi verga no era el adecuado para una primera vez y Líber tampoco me insinuó que estuviera dispuesto a que le rompiera el orto.
Entre unas cosas y otras llegó un momento en que no pude más. Si no descargaba pronto la lechada me entraría un formidable dolor de huevos. Tenía la puta polla a reventar. Había adquirido un tamaño monstruoso y con que le diera un meneo más habría lefa por todo. Se lo hice saber a Líber quien me pidió que se la descargara en la lengua. Se arrodilló delante de mi rezumante vergajo y me mamó el capullo como un verdadero experto. Un comepollas de primera.
- ¡¡¡Dios!!! Me corro, me corrooo.
Líber aceleró el pajote que se zurraba para correrse al mismo tiempo que yo. Y yo, mientras sentía cómo me llegaba el orgasmo en oleadas, le acariciaba la cabeza sin saber muy bien ni donde estaba. Recibió con una sonrisa de vicio absoluto el primer trallazo de leche espesa dentro de la boca y no dejó de mamarme la cabezota mientras iba saliendo sin parar el resto de la corrida, rebosándole pronto la boca y cayendo en regueros por entre sus labios y por el tronco de mi propio rabo.
A mitad de mi colosal corrida empezó él a correrse. La sensación de tener mi polla colmando su boca de lefa pudo con él y Líber, el que derrama abundancia, se derramó abundantemente sobre la cama.
...
Como había predicho, Líber se quedó a dormir conmigo. Amanecimos entrelazados y pegamos un segundo polvazo que no tuvo nada que envidiar al primero.
Eran cerca de las doce del mediodía cuando lo llevé a su casa. Aparqué la caravana cuando pasamos por delante de un cajero de La Caixa. Líber me esperó en la cabina con una sonrisa de satisfacción absoluta.
Saqué doscientos euros y volví a su encuentro.
- Aquí está tu dinero - dije, extrañamente contento de pagar a Líber.
- Sabes que no es necesario.
- Un trato es un trato.
Lo aceptó sin más resistencia.
Después conduje hasta su casa. Me gustaría haberme despedido con un abrazo y un besazo en condiciones pero su novia lo esperaba en la puerta, con evidentes muestras de preocupación y pinta de no haber dormido en toda la noche.
Líber se quedó muy cortado al verla allí. Me estrechó la mano, nervioso, y me regaló media sonrisa.
- Gracias, Manuel. Ha sido estupendo - me dijo.
- Igualmente.
- Me... me marcho.
Asentí con la cabeza.
Se quitó el cinturón, abrió la puerta, pero antes de bajarse de la caravana y apearse así para siempre de mi vida, dijo:
- Dime que te quedarás por aquí unos días.
- No me esperan en ningún otro sitio - contesté, verdaderamente aliviado.
- Dame tu móvil.
Se lo pasé. Tecleó su número y lo guardó en mi agenda.
- Llámame esta tarde, que ya habré recuperado mi móvil.
- Hecho. Suerte con tu chica.
- Ya no es mi chica.
Es curioso que la vida pueda definirse en un solo minuto. Si Líber no me hubiera pasado su número en ese último momento, si se hubiera sentido culpable o confundido al ver a su novia esperándolo en el portal y hubiera salido sin más de la caravana posiblemente no habría vuelto a verlo y hoy... no estaríamos juntos.
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