En el último minuto




Eran pasadas las doce de la medianoche. Conducía mi autocaravana en dirección a un área de servicio, dispuesto a pasar otra deliciosa noche de soledad en compañía de un buen libro electrónico y mi iPad. Desde que mi mujer me había abandonado (tras encontrarme en la zona de jardinería de un centro comercial tragándome la lefa de un señor) dedicaba mis días a viajar por toda la península, disfrutando sobretodo de la gastronomía de los rincones por donde me dejaba caer, y dedicaba mis noches a leer y dormir a pierna suelta. Aún me quedaba dinero suficiente para seguir haciendo lo mismo durante otros dos meses. Después tendría que regresar a casa y recuperar mi antiguo empleo.

En realidad, desde que Laura me había abandonado no había mantenido muchas relaciones sexuales. El primer fin de semana que me vi solo salí por la zona de ambiente de mi ciudad y me dediqué a darme un buen banquete de pollas. Ya que habían causado el fin de mi matrimonio qué menos que darme el gusto de tener unas cuantas bien repartidas por mi anatomía. Pero desde que había comprado la caravana (de segunda mano) y me había ido a recorrer España, no había pensado mucho en el sexo. Me había limitado a conducir, a comer bien y a disfrutar de la soledad. Cada cuatro o cinco días me hacía un buen pajote con una página porno y me sorprendía de la cantidad de lefa que soltaba, lo cual significaba que no me masturbaba lo suficiente. Me hacía la promesa de buscarme al día siguiente un compañero sexual. Pero al día siguiente me levantaba con ganas de seguir conduciendo y no volvía a pensar en ello.

Por eso me sorprendió la calentura que me entró cuando vi a aquel chico haciendo autostop. No eran horas para andar tirado en un arcén ni eran horas para recoger a un desconocido, pero mientras paraba la caravana pensaba que era una hora genial para pegar un polvo.

El chico se montó, agradecido.

- Menos mal que ha parado. Lleva casi una hora sin pasar un puto coche.
- ¿Quieres que suba la calefacción?
- Sí, por favor.

No tendría más de veinte años y era guapo, en plan actor de serie universitaria estadounidense, con espaldas anchas, pelo corto, ojos expresivos y sonrisa seductora. Era el mejor ejemplar masculino que uno podía esperar que subiera a su vehículo en una hora tan siniestra y en una carretera tan poco transitada.

- ¿Cómo te llamas? - pregunté.
- Líber.
- ¿Líder? - aquello parecía un mote.
- No, Líber. En realidad se pronuncia Liber, pero en la escuela me cambiaron el acento hace años.
- No lo había escuchado nunca.
- Significa "el que derrama abundancia".
- Me gusta. Lo de derramar suena bien.

No creo que captara el sentido sexual de mi comentario.

- ¿Y usted? ¿Cómo se llama?
- Como quieras menos de usted.
- Okey. Lo siento.
- Me llamo Plinio. - Le tendí la mano.
-¿En serio?
- No. En realidad me llamo Manuel. Pero somos demasiados. Y seguro que Manuel significa "el que folla poco".

Esta vez había metido sexo directo en la conversación. Él se limitó a sonreír.

- Bueno... ¿Dónde quieres que te lleve? ¿Te ha dejado tirado el coche? - no había visto ningún coche en el arcén ni parecía haberlo más adelante, al menos no debidamente señalizado.
- No. Me ha dejado tirado mi novia. Volvíamos del cine y nos hemos peleado. Y me ha dejado en la carretera, como a un puto perro. Y encima estaba cargando el móvil en el mechero y se ha pirado antes de que me diera cuenta de que se lo llevaba.

Me lo quedé mirando fijamente. Líber, a su vez, miraba hacia la lejanía.

-¿Aún esperas que aparezca?
- No. Bueno, sí. Sería lo suyo. Como no vuelva... Como llegue a mi casa sin cruzarme con ella será muy difícil que superemos ésta.
- Entonces... ¿Te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?

La pregunta tenía su aquél porque aún seguíamos detenidos en el arcén.

- Estamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo, y tendrías que coger dos desvíos. No sé dónde vas tú, pero seguro que no es en mi dirección. Con que me dejes tu móvil para llamar a un taxi tengo más que suficiente.
- Yo te llevo, no te preocupes. Estoy de vacaciones. Cruzando el país. No voy a ningún sitio en particular.

Líber se lo pensó unos segundos y finalmente dijo:

- Okey. Vale. Tira recto. Te avisaré cuando tengas que girar.

La conversación paró ahí y como de momento no parecía que fuera a continuar, al cabo de un minuto puse la radio.

Conforme atravesaba carreteras en mi viaje a ninguna parte unas emisoras se perdían y aparecían otras. La última que había sintonizado se había perdido poco antes de recoger a Líber, así que le di al botón de "buscar siguiente" y empezó a sonar una canción que hablaba de Jesús y de las almas que él sanaba. Escuché la canción entera, no fuera a ser Líber un buen cristiano y le molestara que cambiara de cadena, pero cuando empezó la siguiente canción, después de una cuña de autopromoción de Radio Mariana, Líber dijo:
- ¿Eres cura o algo así?
- ¡No, por Dios!
- Pues quita eso.

Cambié de emisora hasta encontrar una que no me juzgara.

- No podría ser cura ni aunque quisiera -aventuré.
- ¿Por?
- Peco demasiado.
- ¿Más que los propios curas? No lo creo.
- Seguramente más que los propios curas.
- ¿Has matado a alguien?
- Quizá de aburrimiento.
- Pues entonces puedes ordenarte mañana mismo. Si quieres te acompaño a la diócesis.
- ¿Qué es eso?
- Ni idea.

Guardamos silencio otra vez después de la tontería ésta. Pero se me antojó que podía llevar a Líber a mi terreno partiendo de lo que habíamos hablado.

- En realidad, si tuviera que confesar mis últimos pecados, el cura que me escuchase me tiraría a patadas de la Iglesia.

Miré a Líber de reojo a ver si picaba el anzuelo. Él suspiró sonoramente.

- Está bien. Suéltalo - dijo.
- ¿Que suelte qué?
- Se nota a la legua que vas más salido que el pico de una plancha. Y que quieres confesar algo de carácter sexual con la esperanza de ponerme caliente y que te acabe comiendo la polla.
- Joder. Mira que soy transparente.
- Coño, ¿he acertado?
- Has dado en tol puto clavo.
- Joder. Lo siento.
- ¿Que lo sientes? ¿Qué sientes?
- Sólo quería descolocarte. No esperaba tener razón.
- Pues la tienes.

Pausa de los dos.

- Pues vamos. Juega tus cartas - dijo después Líber.
- ¿Ein?
- Que me cuentes lo que ibas a contarme y yo decidiré si vale por una mamada.
- ¿Va en serio?
- Seguramente no, pero me estás llevando a mi casa. Lo mínimo que puedo hacer es escucharte.
- Visto así... De todas formas no te voy a contar nada.
- ¿Y eso?
- Porque el motivo de que te hubiera contado algo pervertido y con un alto índice homoerótico hubiera sido el llevarte a una posición en que te plantearas la posibilidad de comerme la polla, y a ese punto has llegado tú solito.
- ¿Estoy en ese punto?
- Justo en ese punto. Has dicho que te cuente lo que iba a contarte y que entonces decidirás si lo que te cuente vale por una mamada. Eso no es un no de entrada.
- Pero luego he dicho que bromeaba.
- ¿Lo has dicho?
- Creo que sí.
- Puede que sí, pero no categóricamente.
- ¿Quieres que me niegue categóricamente a mamártela?
- No. Claro que no. Perdería toda la gracia. Pero lo de que me la mames es secundario. Preferiría mamártela yo.
- ¿Sí?
- Sin dudarlo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?
- No entiendo qué placer puedes obtener tú comiéndote mi polla.
- ¿No tienes amigos gays? Esa es la primera pregunta que cualquier amigo gay te habría resuelto en primer lugar.
- Tengo amigos gays. Pero nunca me he parado a pensar... Es decir. Siempre he dado por supuesto que un gay se la mama a otro para que luego ese otro se la chupe a él. ¿No funciona así?
- Mmm... No. Esto debería ser fácil de explicar pero debería ser aún más fácil de entender. A ti te atraen las tías, ¿cierto?
- Categóricamente.
- Piensa en una chica que te guste. (Ahora mismo tu novia no nos vale). Piensa en alguna antigua novia. Imagina que aún estás con ella. Te atrae su olor, el color de sus cabellos, sus labios, sus pechos, su mirada, su trasero. Reaccionas ante la cercanía de esa chica que te atrae. Dime que sí o perderé la fe en el hombre hetero.
- Sí, por supuesto. Las tías me ponen como una moto.
- Bien. Todas esas sensaciones placenteras que te provocan las mujeres, ¿sólo cobran sentido cuando una de ellas se mete tu polla en la boca?
- No, claro. De hecho mi novia nunca me la ha comido.
- Pues ahí lo tienes. La atracción por sí sola basta para que estar con una chica valga la pena. Todas esas cosas que sientes y que pueden estar más o menos relacionadas con el sexo puro y duro, la atracción que hace que te sientas cercano a una chica, que se te vaya la cabeza por ella, pensando en su voz o en su risa, todas esas cosas que pueden llevar a que te enamores de una persona, el propio juego de la seducción... yo lo pongo en marcha, mi cuerpo lo pone en marcha, con la cercanía de otro hombre. Un hombre que me atraiga, evidentemente. Igual que para ti debe de ser la ostia magrearle las tetas a una chica, meterle mano o, en un plano menos sexual, besarla en los labios, a mí me llena de placer tocar el pecho de un tío, besar su barba de tres días, lamerle los labios y, por supuesto, comerle la polla, los cojones y todo lo que tenga al abasto... Es algo tan excitante (y no hablo sólo de la excitación de una erección, sino de la que te recorre el cuerpo entero en oleadas) que tener la verga del tío que te gusta a la altura de tu nariz, olerla, tocarla e introducirla en tu boca y sentir cómo su cuerpo se estremece, en definitiva, practicar una felación como Dios manda, es superior en casi todos los aspectos a que te la practiquen a ti.
- ¿Y eso les pasa a todos los maricones o sólo a los pasivos?
- Yo juraría que a todos pero sólo conozco realmente bien a un maricón. Yo mismo. Pero para mí, la definición, lo que hace que nos etiquetemos como una cosa u otra (ahora hablo de heteros o homos) es hacia qué sexo está orientada nuestra respuesta física y emocional, qué sexo es el que nos mueve los sentimientos y las entrañas, la mente y el corazón. En el caso hetero, el contrario, en el caso homo, el mismo. No hay mucho más que entender al respecto.
- Te faltarían los bi.
- Bueno, está claro, ¿no? A los bi todo eso se lo mueve ambos sexos.
- La verdad es que sigo flipando. Que alguien diga que le gusta más hacer una mamada que que se la hagan me rompe todos los esquemas mentales.
- Es lo que hay. De todas formas contigo no creo que hiciera ni una cosa ni la otra.
- ¿Y eso?
- Eres demasiado mono. Me contentaría con acariciarte y verte dormir.
- Creo que hay confianza para una mamada rápida pero no para lo que acabas de exponer.
- Joder. ¿Significa eso que podría haber mamada?

Líber miró hacia atrás.

- Supongo que todos esos muebles se guardan y queda una cama cojonuda.
- Una bien grande.
- No sé... La verdad es que no me imagino ahí atrás contigo, dándolo todo.
- ¿Y porqué te lo planteas siquiera? Con cada insinuación a que puede pasar algo me da un vuelco el corazón y una sacudida la polla.
- Supongo que es la noche perfecta para dejar que un hombre me coma la polla.
- No seré yo quien rebata eso.
- Pero estaría más cómodo si me pagaras.
- Repite eso.
- No sé si me va a gustar. Puede que salga traumatizado. Pero si me voy con cien euros en el bolsillo podré soportarlo.
- Joder. Cien euros. Pues a mí seguramente se me cortaría el rollo si hubiera dinero de por medio.
- Pues no te queda más remedio. Acabo de decidir que ese es mi precio. Cien euros y me chupas todo lo que quieras menos la boca. Pero si resulta que me gusta y te acabo chupando yo a ti la polla, subimos a doscientos.
- Eso no tiene ni pies ni cabeza.
- Son las reglas. Es lo que hay. Lo tomas o lo dejas.
- No llevo ese dinero encima.
- En el pueblo tenemos cajeros.
- ¿Tengo tiempo para pensármelo?
- Dos minutos.
- ¿Habías hecho esto alguna vez?
- ¿Me preguntas si soy puto?
- O policía o algo así.
- Ni puto ni policía. Soy estudiante. La vida está muy mala, me he peleado con mi novia y me apetece que me hagan una mamada y ganarme de paso unos euros.
- Cien o doscientos, según lo que al final se te antoje a ti hacer.
- Exacto.
- Cuanto más te alejes de tu ideal de la heterosexualidad más me cobrarás a mí.
- Básicamente. ¿Te decides? Se te acaba el tiempo.
- Sabes que puedo encontrar sexo gratis en cualquier sitio, desde centros comerciales hasta vías de servicio.
- ¿Eso es que no?
- Joder. No.
- Decídete.
- Está bien.
- ¿Sí? ¿Lo hacemos?
- Sí.
- ¿Bajo mis condiciones?
- Un trato es un trato.
- Bien. Un poco más adelante hay un buen sitio donde puedes aparcar.

Bueno. Como os decía antes era una mala hora para coger autoestopistas pero al parecer era una buena hora para pegar un polvo... aunque fuera pagando.

El caso es que, cuando estaba aminorando para aparcar donde me decía Líber, aparecieron dos faros en la lejanía. Iba a ser el primer coche con el que nos cruzábamos desde que lo había recogido. Miré al chico. Tenía la vista clavada en las luces que se acercaban.

- ¿Crees que es tu novia? - pregunté, bastante fastidiado.
- Seguro que lo es.

Durante unos segundos el tiempo pareció detenerse. Pude ver la lucha en el rostro de Líber. El coche se acercaba. Llevábamos las luces de la cabina encendidas. Las había encendido al recoger a Líber y así seguían (me había parecido prudente ver a quién dejaba subir a mi vehículo, y luego ya no las había apagado porque me ponía caliente ver sus reacciones y porque el chico estaba buenísimo). Ahora eso jugaba en mi contra. La novia de Líber lo andaba buscando, no se perdería detalle de cualquier vehículo con el que se cruzara. Además, casi nos habíamos detenido porque habíamos llegado al lugar elegido para consumar nuestro pacto.
Líber seguía mirando fijamente la carretera, las luces de la cabina de mi caravana seguían encendidas. El coche estaba tan cerca que su novia ya lo habría reconocido. Era de madrugada, el interior de mi cabina y los faros de ambos vehículos eran la única iluminación en la zona.

Se me acababa de ir el polvo de la noche a tomar por culo.

De pronto Líber se quitó el cinturón y se hizo un ovillo a los pies de su asiento y yo, que no había apagado las luces porque pensaba que el chico se iría a casa con su novia, las apagué al instante.

El coche se cruzó con nosotros, aminorando. A la luz de su salpicadero reconocí el rostro de una muchacha. Me pareció que me miraba con el ceño fruncido. Al segundo siguiente ya había pasado de largo. La seguí por el retrovisor. Aceleraba. Se alejaba. No iba a parar.
Ojalá no se le ocurra dar la vuelta, pensé.

Metí la caravana por el camino de tierra que, supuse, era el que Líber consideraba adecuado para no ser sorprendidos, y me alejé lo suficiente de la carretera como para conservar una total intimidad en caso de que la novia regresara en busca nuestra.

Líber ya había vuelto a sentarse en su sitio. Ahora ya no podía verle bien la cara, pero creo que sonreía.

- Me siento muy estúpido - dijo.
- Tranquilo, no era ella.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto al pasar. Era un tío - mentí.

No sé si me creyó. Creo que más bien quiso creerme.
- Bueno... ¿Cómo lo hacemos? - preguntó nervioso, supongo que tanto por lo que acababa de pasar con el coche como por lo que se avecinaba.
- Pasamos detrás e intentas relajarte.
- ¿Y si no consigo empalmarme?
- Me ahorro los cien euros.
- Cuánta presión.
- Pero tranquilo. Te empalmarás.
- Qué seguridad en ti mismo.
- El sexo es algo sencillo. Si sabes dónde tocar y en qué zonas ejercer la... presión... pertinente... - dije, metiendo la mano entre sus piernas y rozándole los huevos por encima del vaquero mientras Líber intentaba pasar a la parte habitable de la caravana -... te aseguro que habrá erección para rato y una corrida que no olvidarás en tu vida.
- Espero que hables de mi corrida, no de la tuya.
- Eres un encanto.
- Más bien todo lo contrario.
- Por eso lo decía en tono irónico.

Entre los dos plegamos la mesa, quitamos los trastos de enmedio y tiramos de la parte baja del sofá hasta extender la cama.

- Es enorme - comentó Líber.
- Tamaño matrimonio. Pero dentro de un espacio reducido parece más grande.

Abrí uno de los armarios ocultos y saqué sábanas limpias.

- ¿Me ayudas?
- ¿Vamos a hacer la cama?
- Hombre. Cuando te corras estarás tan agotado que querrás quedarte a dormir.

Me miró con suspicacia pero aceptó la esquina de la sábana bajera que le ofrecía.

Cuando terminamos de hacer la cama y de ahuecar las almohadas le ofrecí una copa.

- ¿Qué tienes?
- ¿Qué quieres?
- Whisky cola.
- ¿Jota Be te va bien?
- Perfecto. Gracias.
- La cola es marca eroski.
- Da igual, no es peor que la cocacola de polvos que ponen por aquí en los bares. -Líber siguió mis movimientos con curiosidad. -Me preguntaba dónde estaba la nevera - dijo cuando me vio sacar el hielo.
- Empotrada y escondida, como todo.

Preparé sendos cubatas mientras Líber se quitaba las botas y se lanzaba en la cama de costado. Me recordó a un crío tirándose a una piscina.

- Manuel...
- ¿Sí?
- Yo quiero una autocaravana.
- ¿Te gusta el concepto?
- Es el picadero ideal.
- Yo nunca había tenido nada parecido. Pero la verdad es que fue una gran idea comprarla. Cada vez es más difícil encontrar sitios bien preparados y donde no te pongan muchos peros para quedarte unos días, aunque haberlos, haylos. De todas formas yo no quiero vivir en un sitio así. Pero si te pegas un viaje, como es mi caso, la verdad es que es muy cómodo. Eso sí, la Guardia Civil no te deja pernoctar en cualquier sitio, sobre todo, supongo, por el tema de las aguas grises y negras (la de lavar los platos y la del water), pero yo no uso los depósitos. Menos dormir (y conducir) hago toda mi vida fuera de la caravana.
- ¿Dónde te bañas?
- En gimnasios. También me afeito en ellos. Con la crisis se ha puesto de moda el pase diario. Es fácil encontrar gimnasios donde hacerlo.
- ¿Y la ropa?
- Lavanderías. Y para ir al baño, los restaurantes donde como y ceno y las gasolineras. Y el bendito bosque.
- ¿La luz?
- Cargo las baterías en campings.
- Te dejarás una pasta entre todo.
- Tú eres lo más caro con lo que me he topado hasta el momento.

Los siguientes minutos los dedicamos a bebernos nuestros cubatas y a mirarnos.

- Pareces cómodo - dije luego.
- Lo estoy. Lo haces fácil.
- ¿Lo hago fácil? Gracias. Es algo que nunca me habían dicho.
- Estoy deseando que empieces a tocarme.

Aquello me descolocó.

- ¿Intentas descolocarme otra vez?
- No. Lo digo en serio. Me apetece mucho.
- Eso es bueno.

Le cogí el vaso casi vacío y lo dejé junto con el mío en la cocina. Después me tumbé a su lado. Líber me miraba con cara de borracho.

- ¿Ya estás embriagado?
- Un poco.
- No lo he cargado mucho.
- Me lo he bebido muy rápido.
- ¿Por dónde quieres empezar?
- ¿Por dónde sueles empezar tú?
- Me gustaría besarte.

Líber se rio. Primero fue la risa de aquel que se siente halagado pero pronto se prolongó lo suficiente como para mosquearme.

- Te estás partiendo el culo. Te estás riendo de mí - enfaticé.

Aún siguió retorciéndose de la risa un rato más. Después se disculpó y se quedó todavía más relajado que antes.

- Vale. Bésame.

Con esto me dejó a cuadros. Pero como no era cuestión de darle tiempo a cambiar de opinión acerqué mis labios a los suyos y le di un beso castísimo. Sus labios sabían a whisky con cocacola de marca blanca. Lo miré para evaluar su reacción. Tenía los ojos cerrados y sonreía con cara de idiota.
-¿Eso es todo? - preguntó, sin abrir los ojos.
- No. Para nada.

Pegué mi cuerpo a su cuerpo, colocando mi bulto sobre su pierna. Tomé su cara entre mis manos y volví a besarlo, ésta vez poniendo toda la carne en el asador. Nuestros labios se fundieron. Su lengua salió a recibir la mía. Nos besamos a placer, y conforme lo hacíamos nuestros cuerpos empezaban a buscar más zonas en contacto. Casi ni me sorprendí cuando las manos de Líber comenzaron a palpar mi musculatura. Poco después se quitaba camisa y camiseta y volvía a recostarse, esperando que lo acariciara.

- ¿Habías hecho esto antes? - pregunté, incapaz como soy de cerrar la boca demasiado tiempo.
- Claro.
- ¿Con un hombre?
- Con un hombre nunca. Sólo con chicas. Pero no es tan diferente. - Tomó mi mano y la colocó sobre su pezón derecho. - Me gusta que me toquen el pecho.
- ¿A quién no?
- Mi novia dice que es una mariconada.
- No te conviene volver con ella. Te condiciona.
- Vidal Sasún.
- ¿Qué?
- Nada. Chúpame los pezones, anda.

Obedecí, más contento que unas pascuas. Todavía vestido me amorré a su pezón y mientras daba pequeñas lamidas y le apretaba el otro pezón con los dedos, restregaba mi paquete contra el suyo. Líber se corría de gusto, podía sentir cómo temblaba entero con mi estimulación.

- Dios, ¿Por qué cojones tiene que ser tan bueno? Me muero de gusto - dijo con voz entrecortada en cierto momento.
- Es que soy muy bueno en lo mío. Aunque también tiene que ver el encanto de las primeras veces - respondí.
- Quiero verte la polla - me pidió.
- ¿Vas a ir directo a por los doscientos euros?
- Vamos. Enséñamela.
- ¿Sientes curiosidad?
- Muchísima.
- ¿Por las pollas en general o por la mía en particular?
- No he tocado nunca una polla aparte de la mía. Y si te soy sincero... mientras antes me contabas por qué te vuelve loco comer pollas me he excitado mucho imaginando que yo te lo hacía a ti.
- Ah, cabrón. Sabías desde el principio que te ibas a llevar toda la pasta. Está bien. Vamos allá.

Me puse de rodillas, me quité el cinturón ante la atenta mirada de Líber, me abrí el pantalón y me saqué la verga lo bastante despacio como para que el chico se impacientara. Hay algo extremadamente erótico en el sencillo acto de sacarse la polla. No sé si estará relacionado con el poder otorgado durante siglos a la masculinidad, con ritos ancestrales o con el Coño de la Bernarda (no, creo que no tiene nada que ver con el Coño de la Bernarda), pero el momento en que un hombre se saca la polla es en realidad EL MOMENTO.
Y, la verdad, es LA POLLA.

La mía es la ostia, y no es porque sea mía.
Pero es la puta ostia.

Líber se quedó absorto observándola. Al final dijo:

- Joder. Estás muy bien dotado, hijo de puta.

Y yo respiré tranquilo porque sé que lo estoy pero siempre es bueno que alguien que no es el dueño de la cosa te lo reafirme. Te regala el oído y te da confianza y todas esas cosas.

- Quítate todo- me ordenó Líber.

Obedecí al instante. Me deshice de toda mi ropa en un santiamén. Líber se recostó contra el respaldo del sillón que quedaba en el extremo derecho de la cama desplegada y me hizo un gesto para que me acercara.

- De pie - me pidió.

De pie sobre la cama debía arquearme un poco para no darme contra el techo, pero quería darle gusto al muchacho en todo lo que me pedía, así que lo hice sin rechistar.
Mi polla quedó a escasos centímetros de su boca.

- Ahora... Pónmela en la cara.

Me acerqué y sentí un placentero escalofrío cuando mis huevos le taparon la boca entreabierta y mi falo reposó a la derecha de su nariz, cubriéndole un ojo y llegándole el glande hasta la raíz del cabello y más allá. Era impresionante ver cómo mi polla podía ocultar su cara. Me di cuenta como pocas veces de lo extraordinario de mi miembro. Líber parecía pensar exactamente igual que yo.

Le paseé la verga por toda la cara. Le golpeé la frente y las mejillas con ella, dejé que los olores de mi sexo le llenaran las fosas nasales. Líber se quitó los pantalones mientras le cubría la cara de polla y empezó a masturbarse tan excitado que parecía no dar crédito.
Poco después ya no le bastaba con el roce de mi rabo en su piel. Quería más.

- Fóllame la boca- me pidió.- Sin contemplaciones.

Le metí dos dedos en la boca para que me los chupara. Eso lo puso a mil. Me chupaba los dedos como si ya me estuviera comiendo la polla y al mismo tiempo aspiraba profundamente cuando acercaba mi miembro a su nariz. Luego le metí los pulgares, me los chupó a conciencia y le abrí bien la boca, tirando con cada uno hacia un lado, para que fuera bien consciente de lo mucho que iba a tener que tragarse. Después introduje poco a poco el vergajo entre mis pulgares hasta que lo tuvo bien dentro, hasta la garganta. Después retiré los dedos y los cálidos labios de Líber se cerraron sobre mi carne. Estaba empalado de carne dura y parecía que la cosa le estaba encantando, a juzgar por el pajote que se estaba zurrando el tío.

Puse las manos contra el techo de la caravana y empecé a impulsar las caderas contra la boca de Líber, cuya cabeza quedaba aprisionada entre mi carne y el respaldo del sillón. Mientras me follaba su boca Líber se pajeaba y gemía. Cada poco se soltaba la polla como si ya estuviera cerca del orgasmo, lo cual había que posponer dado que acabábamos de empezar. Entonces, mientras seguía recibiendo mis pollazos y esperaba a que se alejara la sensación de corrida inminente, se dedicaba a acariciarme las piernas. Bajaba las manos por mis duras pantorrillas y subía hasta mi suave trasero, y entonces me impulsaba de las nalgas para que lo empalara más profundo todavía.

No sé el tiempo que duró aquello. Cuando follo suelo perder la noción del tiempo y a veces hasta el sentido de la realidad. A veces descubro que se me ha ido tanto la pinza que estaba pegando un polvazo en la cocina y de repente estoy reventando un culo en la bañera. Eso me pasaba en mi piso. En la caravana era más sencillo empezar en la cocina y acabar en la habitación de invitados, no sé si me explico. Pero en casa daba un poco de miedo que se me fuera de esa manera la pelota, como al protagonista de Memento, y apareciera en sitios a donde no recordaba haber llegado.

Este primer encuentro con Líber fue de esos. Estaba follándole la boca a conciencia y de pronto, sin solución de continuidad, era yo quien estaba apoyado en el respaldo del sillón y tenía el culo del muchacho a merced de mi lengua.

Si he de ser sincero fue el polvazo más inconexo de la historia. Tan pronto tenía la boca de Líber en mis cojones como tenía él la mía entre los dedos de los pies. Le estaba mamando la polla y de pronto él me estaba comiendo la oreja y me metía tres dedos por el culo. No sé las vueltas que dimos. Líber estaba dispuesto a hacer cualquier cosa y no sé si eran peores las que se le ocurrían a él.

Me dio por culo no sé la cantidad de veces. Yo le comí el suyo a placer y le hice disfrutar con ello lo que jamás pensó que podría disfrutar, pero no se la metí. El tamaño de mi verga no era el adecuado para una primera vez y Líber tampoco me insinuó que estuviera dispuesto a que le rompiera el orto.

Entre unas cosas y otras llegó un momento en que no pude más. Si no descargaba pronto la lechada me entraría un formidable dolor de huevos. Tenía la puta polla a reventar. Había adquirido un tamaño monstruoso y con que le diera un meneo más habría lefa por todo. Se lo hice saber a Líber quien me pidió que se la descargara en la lengua. Se arrodilló delante de mi rezumante vergajo y me mamó el capullo como un verdadero experto. Un comepollas de primera.

- ¡¡¡Dios!!! Me corro, me corrooo.

Líber aceleró el pajote que se zurraba para correrse al mismo tiempo que yo. Y yo, mientras sentía cómo me llegaba el orgasmo en oleadas, le acariciaba la cabeza sin saber muy bien ni donde estaba. Recibió con una sonrisa de vicio absoluto el primer trallazo de leche espesa dentro de la boca y no dejó de mamarme la cabezota mientras iba saliendo sin parar el resto de la corrida, rebosándole pronto la boca y cayendo en regueros por entre sus labios y por el tronco de mi propio rabo.

A mitad de mi colosal corrida empezó él a correrse. La sensación de tener mi polla colmando su boca de lefa pudo con él y Líber, el que derrama abundancia, se derramó abundantemente sobre la cama.

...

Como había predicho, Líber se quedó a dormir conmigo. Amanecimos entrelazados y pegamos un segundo polvazo que no tuvo nada que envidiar al primero.

Eran cerca de las doce del mediodía cuando lo llevé a su casa. Aparqué la caravana cuando pasamos por delante de un cajero de La Caixa. Líber me esperó en la cabina con una sonrisa de satisfacción absoluta.

Saqué doscientos euros y volví a su encuentro.

- Aquí está tu dinero - dije, extrañamente contento de pagar a Líber.
- Sabes que no es necesario.
- Un trato es un trato.

Lo aceptó sin más resistencia.

Después conduje hasta su casa. Me gustaría haberme despedido con un abrazo y un besazo en condiciones pero su novia lo esperaba en la puerta, con evidentes muestras de preocupación y pinta de no haber dormido en toda la noche.

Líber se quedó muy cortado al verla allí. Me estrechó la mano, nervioso, y me regaló media sonrisa.

- Gracias, Manuel. Ha sido estupendo - me dijo.
- Igualmente.
- Me... me marcho.

Asentí con la cabeza.

Se quitó el cinturón, abrió la puerta, pero antes de bajarse de la caravana y apearse así para siempre de mi vida, dijo:

- Dime que te quedarás por aquí unos días.
- No me esperan en ningún otro sitio - contesté, verdaderamente aliviado.
- Dame tu móvil.

Se lo pasé. Tecleó su número y lo guardó en mi agenda.

- Llámame esta tarde, que ya habré recuperado mi móvil.
- Hecho. Suerte con tu chica.
- Ya no es mi chica.

Es curioso que la vida pueda definirse en un solo minuto. Si Líber no me hubiera pasado su número en ese último momento, si se hubiera sentido culpable o confundido al ver a su novia esperándolo en el portal y hubiera salido sin más de la caravana posiblemente no habría vuelto a verlo y hoy... no estaríamos juntos.