Cuando ya no te esperaba (revisitado)





El siguiente relato es de la casa

Cuando ya no te esperaba

No sé muy bien cómo comenzar este relato. Supongo que lo mejor será aclarar que es una historia verídica, que, evidentemente, he cambiado los nombres y maquillado los detalles y que me juego una relación de ocho años con mi pareja y algunas cosas más. Pero creo que merece la pena contarlo, aunque solo sea para dejar constancia de que, a veces, los sueños se cumplen. Y cuando menos te lo esperas.

Me llamo Luis, tengo 36 años y llevo casi catorce enamorado de Sergio, mi mejor amigo. Nos conocimos en el Pappy Dog, una discoteca gay, en agosto del noventa y cuatro. Era un amigo de un amigo, pero Sergio era hetero, y había acabado en el Pappy porque sus amigos gays habían hecho el sacrificio de ir con él primero a Tretas, una disco a la antigua usanza, a ver si se ligaba por fin a una tía, que el chaval acababa de cumplir los diecinueve y aún no se había estrenado. Pero se había quedado acojonado en la barra, dando sorbitos al cubata, y no había sido capaz de entrarle a ninguna.

Y ya en el Pappy lo tenía un poco más chungo. Para acabar de fastidiarle la noche, sus colegas se perdieron en el cuarto oscuro y Sergio se quedó más solo que la una en un rincón del Pappy, viendo a un montón de tíos cachas bailando empastillados y cruzando una esperanzada mirada de vez en cuando con alguna lesbiana que pasaba por ahí en dirección a la pista de baile.

Hasta que me crucé en los baños con nuestro amigo común, que se alegró mucho de verme, me llevó a rastras escaleras arriba y me sentó junto a Sergio, nos presentó, me pidió que se lo cuidara, y se largó corriendo a comer pollas. A mí no me importó cuidárselo porque el chico era un encanto y era enorme, un tiarrón del norte que aparentaba 25 aunque tuviera 19, y guapo de cojones. Bueno, es un decir, ya sabes. Yo no se los vi. Más quisiera.

La cosa es que nos caímos bien, nos pusimos a charlar y a beber y descubrí que vivía a dos pasos de mi apartamento.

En un momento de la noche me preguntó que dónde se habían metido sus amigos.

- En el cuarto oscuro -contesté.

Me miró, sin comprender.

- ¿Y eso que es? ¿El baño? ¿Tan sucio está?

De aquella, casi nadie tenía internet (vamos, si es que existía), ni había series de televisión tan explícitas, así que los heteros no estaban tan enterados de lo que se mueve en el ambiente como hoy día. Así que le expliqué lo que era el cuarto oscuro y se le quedaron los ojos del tamaño de dos sandías.

- ¿Y los tíos bajan allí y se ponen a follar?
- O a mamar polla.
- ¿Y no hay luz?
- De vez en cuando algún mechero.
- Joder. En las discotecas "normales" no hay de eso.

Pasé de decirle que no las llamara discotecas "normales", como si el Pappy no pudiera ser considerado normal por estar lleno de maricones. Ya había decidido que iba a ser uno de mis mejores amigos y como pensaba verlo a menudo ya tendría tiempo de educarle. Lo que sí hice fue cogerle de la mano y decirle, mientras bajabamos las escaleras:

- Ven, que te lo enseño.
- Chachi. Pero si alguien me toca, gritaré.
- Vale. Y yo te sacaré corriendo.

Entramos despacito en el cuarto oscuro. Encontramos el primer pasillo forrado de hombres, que nos miraron atentamente a la luz azulada que llegaba desde los baños mientras pasabamos por delante de ellos haciendo el trenecito, porque Sergio se había pegado a mi culo como con cola. La verdad es que era complicado avanzar así, pero el nene estaba asustado. Avanzamos un poco más y pronto quedamos totalmente a oscuras.

- ¿Te molesta que vaya tan pegado? Casi te estoy dando por culo -me dijo al oído.

Me recorrió un escalofrío placentero.

- No, por Dios. Si me estás poniendo como una moto. No se me ocurriría quejarme.
- Es broma ¿no?
- En absoluto. Pero no te preocupes. No me duele.
- Si no te duele es que no estarás tan caliente.
- Toca y compruebalo.
- Y una mierda.
- Vale, vale.

Lo dicho, un hetero redomado. Seguimos avanzando en la oscuridad hasta que le solté las manos, que de todas formas había entrelazado sobre mi ombligo, con lo que no iba a dejar que me fuera a ninguna parte.

- ¿Qué haces? -preguntó, muerto de pánico.
- Tantear en busca de la pared. No querrás que me salte los piños.
- No, claro.

Entonces lo oímos. A la derecha. Un chupeteo con mucha saliba. Alguien que se relamía.

- A alguien le están haciendo una buena mamada - me susurró Sergio, con un deje histérico.
- Yo creo que le están comiendo el culo -opiné.


Para mi sorpresa el propio Sergio se sacó un mechero del bolsillo y puso luz en aquel asunto.

Por un momento vislumbré a cerca de treinta hombres dándose placer de diversas formas y con herramientas de distintos tamaños.

- Joder, cómo está esto hoy -murmuré.

Alguien golpeó con mala leche a Sergio y el mechero se le fue de las manos.

- No lo recojas - me pidió, de nuevo rodeados de oscuridad.
- No pensaba hacerlo -contesté.
- ¡Como se las gastan!
- ¿Te duele?
- No, que va.
- Es que por algo se llama cuarto oscuro, idiota -le recriminé, con cariño. - Por cierto...
- Una mamada -respondió. -Tenía yo razón.

Seguimos adentrándonos en la oscuridad por otros diez minutos. En determinado momento un flop, flop, flop frenético nos indicó que a uno se lo estaban follando a base de bien a unos centímetros de donde estábamos. Esperé impaciente a sentir algún movimiento en la entrepierna de Sergio, que seguía pegada a mi trasero, pero nada se movió allá abajo.

Cuando al fin salimos, le apliqué el tercer grado.

- ¿Qué tal?
- Muy curioso.
- No te has puesto cachondo.
- ¿Debería haberlo hecho?
- A tu edad la simple mención del sexo me ponía cardiaco.
- Solo me llevas tres años. Y no me van los tíos. No me ponen.
- Pero había gente ahí dentro comiendo vergas.
- Pero eran tíos.
- Pero podría ser tu polla.
- Pero no es lo mismo.
- Pero...

Y me dejó que siguiera poniendo peros el resto de la noche aunque ya no me discutió más. Supongo que Sergio ya había decidido que yo sería uno de sus mejores amigos y que ya tendría tiempo de educarme hasta que comprendiera que a los heteros no se las pone dura el sexo entre hombres.

Pasaron los días y me enamoré perdidamente de Sergio. Pasaron las semanas y se lo dije. Pasaron los meses y nuestra relación se afianzó mucho más. Él me daba todo el amor que yo necesitaba, los abrazos, el cariño y el contacto. Todo, excepto sexo. A veces hasta dormíamos juntos cuando llegábamos de borrachera, aunque nunca pasó nada, porque aunque me moría por besarlo no iba a hacer nada que pudiera estropear lo que no teníamos. Y así fui feliz durante dos años, hasta que Sergio conoció a Marta. Y se casaron. Y yo me busqué la felicidad con un hombre menos hetero.

Mantuvimos la amistad hasta el punto de que Marcos, (mi novio, hoy mi marido), Sergio, su mujer y un servidor quedábamos para cenar dos o tres veces al mes, pasábamos juntos el fin de año, organizábamos acampadas, fiestas, partidas de cartas y algún viaje y, más recientemente, nos reuníamos en fin de semana para ver las primeras temporadas de Perdidos de unas sentadas.

No me avergüenza decir que durante este tiempo he seguido secretamente enamorado de él, ni que, con el paso del tiempo, el contacto con Sergio (abrazos, besos de cortesía y apretones de manos) ha adquirido para mí un sentido mucho más sexual. Sergio me la pone dura, hoy más que nunca, y confieso que me he hecho más de un pajote en su cuarto de baño cogiendo sus calzoncillos de la cesta de la ropa sucia y aspirando el olor de su polla.

Pues bien. Hace cosa de dos meses, Sergio me llamó al móvil. Parecía intranquilo.

- ¿Os habéis peleado? -pregunté. Sergio y Marta no suelen hacerlo, lo de pelearse, digo, pero cuando se ponen hacen bastante ruido y acaba pagándolo el dvd, que suele salir disparado por el balcón. Siempre son aparatos de dvd del Alpaisaje. Por algún motivo el enfado no les lleva nunca a estampar el decodificador del Visión Plus.
- No. No es eso. ¿Puedes venir?
- Por supuesto.

Era un jueves por la tarde, yo acabo pronto en el curro y Marcos llega a la nueve. Tenía algo así como dos horas y media para dedicar a Sergio.

Llegué a su casa, llamé al timbre y me abrió la puerta descamisado, descalzo y con unos pantalones piratas blancos y holgados. En cuanto lo vi, la boca se me hizo agua y el coño un charco, como dice cierta amiga.

- Pasa. -Para mi desgracia no me dio el acostumbrado abrazo de bienvenida.

Lo seguí hasta el sillón de su salón, donde se sentó, alicaído.

- ¿Qué ha pasado? -pregunté, empezando a preocuparme.
- Que ya no puedo más. Que como esto siga así, la dejo.

Pues la cosa sí tenía que ver con Marta.

- ¿La historia de siempre? -pregunté. Y él asintió con la cabeza, poniendo ojitos de cordero degollado.

Y es que después de más de diez años de casados, Marta seguía sin estar dispuesta a comerle la polla.
- No pone ningún reparo a que yo se lo coma todo, pero ella no quiere ni catarla. Ni olerla. ¡No me deja ni que me corra en sus tetas!

Me conocía perfectamente la cantinela. Marta tenía una extraña fobia al semen. Le daba arcadas verlo, así que arriesgarse a que se lo descargaran en la lengua...

- No puedo más. Estoy hasta los huevos.
- Hombre. No te puedes replantear tu relación con Marta por algo tan trivial como que no te coma la polla, Sergio.
- Claro, qué fácil es decirlo. Cómo a ti sí que te la comen...
- Si fuera que no te dejara hacer nada, mira. Pero follar, follas.
- Pero yo quiero que me haga una puta mamada. Y luego otras dos mil, por el retraso acumulado.
- ¿Y qué dice ella?
- Que me vaya a cascármela.
- ¿Nunca has pensado en ponerle los cuernos?
- ¿Y tú? ¿No has pensado en ponérselos a Marcos? Pues lo mismo. No es opción.

Yo se los pondría contigo, cabrón, pensé.

- Pues no sé que más decirte. Tiene difícil solución -mentí, puesto que yo estaba dispuesto a solucionárselo ipso facto. - De todas formas yo siempre he dicho que las mamadas están sobrevaloradas.
- Ahora mismo no se me ocurre nada mejor.
- Porque eres prisionero de tu heterosexualidad. Pero yo cambio una gran mamada por una buena comida de ojete - no lo dije en plan trueque pero ójala Sergio lo hubiera considerado como tal.
- No sé yo. Creo que eso le daría todavía más asco.
- Ah, que tampoco te lo ha hecho.
- No me tortures, ¿quieres? Ya sé que tú tienes más campo que yo.
- Porque tú no quieres.
- Eso ya lo tenemos más que claro, ¿no crees?
- No me refiero conmigo, idioto, aunque a nadie le amarga un dulce. Digo con ella. ¿A que nunca te ha chupado los pezones? ¿A que ni se te ha ocurrido pedírselo?
- Una vez se comió mi axila por error y la cara de asco le duró tres días. De todas formas yo no tengo los pezones sensibles.
- Y una mierda. Con estos dedos y veinte segundos te puedo poner como una moto.
- Pero tú eres tú, y no ella.
- ¿Y?
- Que eres un tío. No me pondrías ni jarto de vino.
- Ven aquí y compruébalo.
- No, que si me empalmo pondrás en entredicho mi virilidad el resto de mi vida.
- Tienes un concepto erróneo de la virilidad. Va, ven aquí. Veinte segundos de reloj.
- Vale.

Y para mi sorpresa, recostó la cabeza sobre mis piernas y cerró los ojos.

- No vale hacer cosquillas.
- Me limitaré estrictamente a las tetillas.
- Con los dedos.
- Evidentemente.
- Vale. Empieza. Yo cuento en voz baja.

El corazón de pronto se me puso a mil por hora. Tenía a Sergio por primera vez en mi vida entregado a mis dedos por un asunto sexual, iba a intentar ponerlo caliente, iba a rozarle los pezones con los dedos y... Se me puso como una piedra, bajo la cabeza de Sergio. Debía estar notando mi erección pero solo dijo:



- ¿Empiezas? - mientras se ponía a tararear la música de Kill Bill, aún con los ojos cerrados.

Así que le rocé el pezón derecho, muy despacio, dando pequeños círculos con la punta del dedo índice. Me apetecía enredar los dedos en el abundante vello de su pecho pero me limité a rozarle primero un pezón y luego el otro, despacio. Sergio se estremeció un poco y yo seguí tocando sus tetillas muy despacio mientras mi polla martilleaba bajo el peso de su cabeza que de pronto parecía hacer mucha más presión sobre mis piernas. En algún momento descubrí que Sergio había dejado de tararear y no me pareció tampoco que estuviera contando. Seguí masajeando lentamente sus pezones consciente de que ya habían pasado los veinte segundos, y de que aquello podía acabar en cualquier momento. Entonces empecé a apretar un poco. Las tetillas se le pusieron erectas, el pelo de los brazos se le erizó y de pronto dio una sacudida y se bajó los piratas hasta las rodillas. Sin abrir los ojos volvió a recostarse sobre mi paquete, se agarró la polla y comenzó a hacerse una paja bestial. Yo me puse tan cardiaco que casi no me atreví ni a mirarle la polla. Seguí con sus tetillas mientra él se masturbaba. Pero entonces me llegó a la nariz el olor de su vergajo y tuve que mirarlo. Y era tremendo, venoso, gordo y del tamaño justo para que yo empezara a salivar como un condenado. Pero los huevos eran casi mejores. Eran tan grandes que estuve tentadísimo de bajar pecho abajo solo para sopesarlos en mis manos. Pero tal y como estábamos me parecía más que suficiente con lo que tenía y no me moví. Sergio pareció pensar de otro modo. Sin abrir los ojos en ningún momento acercó el cuerpo más a mí, poniendo su espalda sobre mis piernas. Yo me giré un poco para que la descansara sobre mi pecho, de modo que ahora al mismo tiempo que mis dedos jugaban con sus tetillas mis brazos rozaban sus brazos y hombros y mi erección aprisionaba la parte baja de su espalda.

La paja cogió un ritmo endiablado y yo aceleré las caricias. Entonces Sergio empezó a levantar la cara, como si buscara mis labios. Y sacó un poco la lengua, y yo me dije, de perdidos al río, y lo besé. Él abrió los labios y me invitó a seguir, así que le comí la boca con ansia de años. Nuestras lenguas se fundieron y aquello bastó para que Sergio se corriera con una violencia que pocas veces había visto en otro hombre. Los chorros de esperma salían disparados sobre su pecho y parecía que nunca iba a acabar. Uno de aquellos chorros se estrelló en mis dedos. Sergio había dejado de besarme y se había entregado por completo a la eyaculación. Seguía con los ojos cerrados, así que aproveché el momento para llevarme los dedos a la boca y probar su sabor.

Permanecimos quietos durante algunos minutos, mientras la respiración de Sergio se calmaba y mi polla seguía martilleando en su espalda. De pronto se levantó y me preguntó si me apetecía una cola. Le dije que primero me hacía falta una servilleta. Él abrió la nevera, cogió una lata y me sirvió el refresco en un vaso, pero no me dio la servilleta, y eso que en la cocina tenía dos o tres rollos de papel a mano. Yo tenía restos de su leche en los brazos pero él había decidido no hacer la más mínima alusión a lo que había pasado.

- Me voy a duchar. Hace un calor de la hostia.

Y desapareció en el baño.
Yo me limpié su corrida en el grifo de la cocina.

Diez minutos después me había despachado de su casa.
Y, como podéis imaginar, esto no acabó ahí.


Continuará...

Ir al siguiente capítulo

Ir a la lista de Relatos


Otros Blogs de la casa

Tiarros +18








Tiarros









! Gay Porn Tube