En la frontera del agujero negro, VI


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(El siguiente relato es de la casa)


Es una sensación extraña correrte dos veces mientras metes el cuerpo de un hombre al que has matado en una lanzadera. (No es que me exciten ese tipo de cosas. El aceite de Cinópolis seguía haciendo estragos en mi anatomía).

Una vez metí el cuerpo en la pequeña nave, programé el ordenador de a bordo para que la inmolara cuando estuviera lo suficientemente lejos de los sensores de la nodriza.

Después dejé ir la lanzadera con los escudos de invisibilidad activados y borré los registros de todo cuanto había hecho, gracias a mi credencial de seguridad.

Hecho esto, me dirigí al camarote del capitán, limpié la sangre, desintegré el resto de pruebas y me di una ducha sónica sin dejar de tener orgasmos ni de sentir a Maxwell taladrándome el orto con su duro miembro.

Y luego, de vuelta a mis aposentos, dormí, pero no tuve un sueño reparador, sino una serie de sueños húmedos de los que desperté dos días después el triple de cansado.

Al despertar vi a Maxwell en mi habitación. Me dirigió una mirada llena de preocupación.

- Alférez, sé que esto le sonará extraño, pero... ¿Mató usted al capitán?
- ¿El capitán ha muerto?
- Ha desaparecido.
- Entonces... el capitán es ahora usted.
- Exacto. ¿Lo mató?
- No, señor. No fui yo.
- Menos mal... Creo que me excedí con el aceite que le unté, Alférez. Temí que hubiera nublado sus sentidos hasta el punto de hacerle cometer una locura.
- No se preocupe. Eso no ocurrió, señor.
- Entonces todo arreglado. No pueden acusarnos de nada.
- ¿Señor?
- Ese aceite que usamos es una sustancia ilegal. Si usted hubiera hecho daño al capitán, yo sería igualmente responsable.
- Entiendo...
- A propósito, ¿cómo se siente?
- ¿Con respecto a la desaparición del capitán?
- No. Con respecto al aceite de Cinópolis.
- Permiso para hablar con franqueza, señor.
- Concedido.
- Es una putada lo que me hizo.
- Pensé que le gustaría. Quiza se me fue un poco la mano.
- No puede ser nada bueno correrse tantas veces seguidas -murmuré.

Maxwell retiró la manta térmica, destapando mi cuerpo desnudo.

- Está empalmado, Alférez.
- Para variar...
- Ahora que ha descansado comprobará que vuelve a controlar sus orgasmos, pero quizá tenga insistentes erecciones durante los próximos cuatro o cinco días. No se preocupe. Le he firmado un permiso de descanso mientras dormía. Tómese el tiempo que necesite.
Y pásese a verme en alguna ocasión...

Maxwell me acariciaba los cojones mientras decía aquello. Después se dirigió hacía la puerta de mi camarote, pero antes de marcharse se volvió hacia mí y
añadió:

- Dentro de dos días la nave recogerá a un telépata de la Unidad Anticrimen. Me alegro de que no matara al capitan, Alférez. A esa gente no se le puede ocultar nada.


Continuará...




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